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Cada día rememoro a Thomas. No concibo mis días sin su rostro. Pero lo cierto es que hacía tiempo que no pensaba en él de este modo: como un soldado. Yo lo acompañé a Zafra, donde, con algunos jóvenes más, tomó el tren en dirección al frente oriental. En aquel tiempo Iosif estaba en África, guerreando contra los moros o los negros, tanto da. Tuve que ser yo la que, sola, agitara el pañuelo entre maleteros, sirvientas y burros cargados. Rodeada de una muchedumbre, pero sola. Nunca he sentido tanto dolor como en aquel regreso desde Zafra. El carruaje, la insoportable compañía de los demás viajeros, la angustiosa sensación de que nunca más volvería a ver a mi hijo.