Capítulo 35
Susan dejó escapar un gemido y un gruñido. Andaba de forma titubeante. Por casualidad, su boca rozó mi antebrazo que todavía estaba manchado de sangre seca. Se quedó completamente inmóvil, su cuerpo se estremeció. Me miró con sus ojos enormes y oscuros, tenía la cara desfigurada por el hambre. Volvió a acercarse a mi brazo y yo lo retiré de su boca.
—Susan —dije—. Espera.
—¿Qué ha sido eso? —susurró—. Estaba bueno. —Volvió a estremecerse y se puso a cuatro patas, centrando su mirada en mí lentamente.
Miré a Justine pero solo le vi los pies mientras los encogía, deslizándose hacia el minúsculo espacio que había entre la lavadora y la pared. Me di la vuelta hacia Susan, que venía hacia mí, mirándome como si estuviera ciega, reptando.
Me aparté de ella y busqué en mi costado con una mano. Encontré la toalla manchada de sangre que había utilizado y se la tiré. Ella se paró un momento, con la mirada fija, y después bajó la cabeza con un gruñido y comenzó a lamer la toalla.
Todavía mareado, me aparté a toda prisa a cuatro patas yo también.
—Justine —dije en voz baja—. ¿Qué hacemos?
—No se puede hacer nada —susurró Justine—. No podemos salir. Ya no es ella. Una vez que ha matado, ya no hay nada que hacer.
La miré por encima del hombro.
—¿Una vez que ha matado? ¿Qué quieres decir?
Justine me miró con seriedad.
—En el momento en que mata, ya se transforma. Pero no hasta ese momento, no es como ellos. Al menos hasta que ha matado a alguien y se haya alimentado de él. Así funciona la Corte Roja.
—Entonces, ¿todavía es Susan?
Justine volvió a encogerse de hombros, con expresión de desinterés.
—Algo parecido.
—Si pudiera hablar con ella, llegar hasta su interior. A lo mejor podríamos sacarla.
—Nunca he oído hablar de algo así —dijo Justine. Se estremeció—. Se quedan así y cada vez es peor. Después pierden el control y matan. Y se acabó.
Me mordí el labio. Tiene que haber algo.
—Matarla, todavía está débil. Puede que los dos juntos seamos capaces. Si esperamos más, hasta que el hambre le dé fuerzas, nos cogerá a los dos. Nos han traído aquí para eso.
—No —dije—. No puedo hacerle daño.
Algo cambió en la cara de Justine cuando yo hablé, aunque no sabía si era un gesto de amabilidad o de enfado. Cerró los ojos y dijo.
—Entonces puede que ella beba tu sangre y muera por el veneno que tienes en tu interior.
—Maldita sea. Tiene que haber algo. Algo más que puedas decirme.
Justine se encogió de hombros y negó con la cabeza cansinamente.
—Nos podemos dar por muertos, señor Dresden.
Apreté los dientes y me di la vuelta hacia Susan. Seguía lamiendo la toalla, emitiendo gemidos de frustración. Levantó la vista hacia mí y me miró fijamente. Podía haber jurado que los pómulos y la mandíbula sobresalían de la piel. Sus ojos se hicieron tremendamente profundos y tiraron de mí haciéndome una seña para que mirase más profundamente esa oscuridad febril.
Aparté la mirada antes de que la suya me atrapara. El corazón me latía deprisa pero ya había empezado a perder fuerzas. Susan frunció el ceño mostrándose confundida por un momento, pestañeando, había algún poder oscuro que había hecho que sus ojos se desviaran, se movieran de forma vacilante.
Pero aunque esa mirada no me había atrapado, no me había hipnotizado, sí hizo que se me ocurriera algo. Los recuerdos de Susan no habían desaparecido. Mi madrina no podía haberlos tocado. Era un idiota. Cuando un mortal observa algo con su Vista, lo hace de verdad, como un mago, los recuerdos de lo que ve quedan grabados de forma indeleble en él. Y cuando un mago mira a los ojos de una persona, es como usar la Vista de otra forma. Es recíproco, porque la persona a la que miras también te mira a ti.
Hacía más de dos años que Susan y yo nos habíamos mirado al alma por última vez. Me había engañado para hacerlo. Fue después de que empezara a perseguirme para conseguir historias.
Lea no podía haber arrancado los recuerdos que se perciben en una mirada al alma. Pero podía haberlos tapado o empañado en cierta medida. No había casi diferencia para la media.
Pero ¡qué narices! Soy un mago y no precisamente uno del montón.
Susan y yo habíamos estado bastante unidos, desde que empezamos a quedar. Fue un tiempo de relación íntima. Compartimos palabras, ideas, el tiempo, nuestros cuerpos. Y ese tipo de intimidad crea un vínculo. Un vínculo que quizá puedas utilizar para descubrir recuerdos ocultos. Para ayudar a recuperar a Susan.
—Susan —dije, esforzándome por que mi voz sonase nítida—, Susan Rodríguez.
Se estremeció cuando la llamé por su nombre, al menos un poco.
Me humedecí los labios y me acerqué.
—Susan, quiero ayudarte. ¿De acuerdo? Quiero ayudarte si puedo.
Volvió a sofocar otro suspiro.
—Pero tengo tanta sed. No puedo.
Alargué la mano al acercarme, y le arranqué un pelo. No reaccionó aunque se acercó a mí, respirando por la nariz, dejando escapar un lento gemido al hacerlo. Podía oler mi sangre. No estaba seguro de la cantidad de toxina que quedaba en mi torrente sanguíneo pero no quería que la hiciera daño. No tienes tiempo, Harry.
Cogí el pelo y me lo até en la mano derecha dándole dos vueltas. Apreté el puño e hice una mueca, intentando coger la mano de Susan. Me escupí en los dedos y los pasé con suavidad por la palma de su mano y después apreté su mano contra mi puño. El vínculo, que ya era algo débil cobró vida como la cuerda de un contrabajo, amplificado por mi saliva y por el pelo que tenía en las manos, nuestros cuerpos quedaron unidos cuando nuestra carne lo hizo.
Cerré los ojos. Hacer magia me dolía. Mi cuerpo debilitado temblaba. Me esforcé por intentar concentrar todas mis fuerzas.
Pensé en los momentos que había pasado con Susan, en las cosas que nunca tuve el valor de decirle. Pensé en su risa, su sonrisa, la forma de sentir su boca junto a la mía, el olor del champú en su toalla, la presión de su cuerpo contra mi espalda cuando dormíamos. Evoqué todos nuestros recuerdos y empecé a intentar hacerlos pasar por el vínculo que había entre nosotros.
Los recuerdos bajaron por mi brazo hasta su mano y se detuvieron al estrellarse contra una barrera elástica y difusa. Pegó su boca al hueco de mi garganta. Noté como su lengua tocaba mi piel y lanzaba una sacudida de placer a todo mi cuerpo. Pensé que a pesar de estar a punto de morirme, las hormonas seguían funcionando.
Seguí luchando contra el conjuro de la madrina, pero continuaba allí, poderoso, sutil. Me sentí como un niño que golpea una gruesa puerta de cristal sin conseguir abrirla.
Susan se estremeció y siguió lamiéndome la garganta.
Sentía un hormigueo agradable en mi piel y después empecé a sentirme entumecido. Parte del dolor desapareció. Entonces sentí sus dientes afilados en mi garganta mientras me mordía.
Asustado, grité. No fue un mordisco importante. Me había mordido con más fuerza jugando, pero no tenía esa mirada turbia en los ojos. En aquellas ocasiones, sus besos no habían dejado mi piel adormecida por el efecto del narcótico. En aquellas ocasiones, no habría estado a punto de entrar en el Club de los Vampiros.
Intenté deshacer la maldición haciendo un esfuerzo mayor pero cada vez estaba más débil. Susan mordía con más fuerza y sentí que su cuerpo se tensaba más, se hacía más fuerte. Ya no se apoyaba en mí. Sentí como me colocaba una de sus manos en la nuca. No era un gesto de cariño. Era para evitar que me moviera. Dio un suspiro profundo y estremecedor.
—Aquí —susurró—, aquí está. Está bueno.
—Susan —dije mientras ejercía una sutil presión sobre el conjuro de mi madrina— Susan por favor, no lo hagas. No. Te necesito aquí. Puedes hacerte daño, por favor. —Sentí como sus mandíbulas empezaban a cerrarse. Sus dientes no eran fauces sino dientes humanos que cortaban la piel de igual forma. Se estaba difuminando. Podía sentir como el vínculo que nos unía estaba desapareciendo, se hacía cada vez más débil.
—Lo siento. No quería fallarte —dije y me sentí más débil. No había muchos motivos para seguir luchando. Pero lo hice. Por ella si no era por mí. Me aferré a ese vínculo, a la presión que había hecho contra el conjuro, a los recuerdos de Susan y míos.
—Te quiero.
No sé por qué funcionó en ese momento, por qué la red que tejió la maldición de mi madrina se quebró como si las palabras hubieran sido una llama. No lo sé. No he encontrado una explicación. En realidad, no hay palabras mágicas porque las palabras contienen magia en sí mismas. Les dan forma y las hacen útiles, describen las imágenes que contienen.
Aún así diré lo siguiente. Algunas palabras tienen un poder que no tiene nada que ver con las fuerzas sobrenaturales. Resuenan en el corazón y en la mente, perduran mucho tiempo después de que los sonidos se hayan disipado, su eco perdura en el corazón y el alma. Tienen poder y es muy real.
Esas tres palabras son buenas.
Conseguí entrar en ella a través del vínculo, hacia la oscuridad y la confusión que la rodeaban y vi, a través de sus pensamientos que mi entrada era como una llama en el frío eterno, un faro que alumbraba en la noche. La luz llegó, nuestros recuerdos, la calidez, ella y yo, y derribó los muros internos, rompió la maldición de Lea que todavía perduraba, apartó esos recuerdos de mi madrina, fuera quien fuera y la trajo de nuevo a casa.
Escuché cómo gritaba al recordar, cuando recuperó la conciencia. Se transformó, justo allí delante de mí, aquella extraña y fuerte tensión cambió. No desapareció pero cambió. Se convirtió en la tensión de Susan, la confusión de Susan, el dolor de Susan, consciente, alerta y ella misma otra vez.
El poder del conjuro se disipó dejando solo una imagen borrosa, igual que un relámpago relumbra en la noche, dejando un color deslumbrante en la oscuridad.
Me encontraba de rodillas delante de ella cogiendo su mano. Ella todavía tenía mi cabeza agarrada. Sus dientes todavía estaban apretados contra mi garganta, con fuerza.
Cogí mi otra mano temblorosa y le acaricié el pelo.
—Susan —dije, con suavidad—. Susan, quédate conmigo.
La presión se amortiguó. Sentí lágrimas calientes en mi hombro.
—Harry —susurró—. Oh, Dios, tengo tanta sed. Tengo tantas ganas.
Cerré los ojos.
—Lo sé —dije—. Lo sé.
—Podría poseerte. Podría —susurró.
—Sí.
—Y tú no podrías impedirlo porque estás débil, enfermo.
—No podría evitarlo —asentí.
—Dilo otra vez.
Fruncí el ceño.
—¿Qué?
—Dilo otra vez. Ayuda. Por favor. Es tan duro…
Tragué saliva.
—Te quiero —dije.
Se sacudió violentamente como si la hubieran golpeado en la boca del estómago.
—Te quiero —dije otra vez—, Susan.
Levantó la boca de mi piel y miró hacia arriba, a mis ojos. Había recuperado sus ojos, oscuros, bellos, de color marrón cálido, rojos, llenos de lágrimas.
—Los vampiros —dijo— ellos…
—Lo sé.
Cerró los ojos y se llenaron de lágrimas.
—Intenté detenerlos. Lo intenté.
Volví a sentir dolor, un dolor que no tenía nada que ver con el veneno ni con las heridas. Era un dolor fuerte que comencé a sentir lentamente, justo debajo de mi corazón, como si alguien me hubiera atravesado con un carámbano.
—Sé que lo hiciste —le dije—. Sé que lo hiciste.
Se pegó a mí gimiendo. La abracé.
Después de un buen rato, susurró.
—Todavía está ahí, no se va.
—Lo sé.
—¿Qué voy a hacer?
—Haremos algo —dije—. Lo prometo. Ahora tenemos otros problemas. —La puse al día de lo que había pasado mientras la abrazaba en la oscuridad.
—¿Viene alguien a por nosotros? —preguntó.
—No… no lo creo. Aunque Thomas y Michael escaparan no podrían entrar aquí. Si consiguieron escapar del Más Allá. Michael podía ir a buscar a Murphy pero ella no podría entrar sin una orden judicial. Y los contactos de Bianca probablemente lo paralicen.
—Tenemos que sacarte de aquí —dijo—. Tienes que ir al hospital.
—Esta es la teoría pero ahora hace falta llevarla a la práctica.
Se humedeció los labios.
—Yo… ¿Puedes andar?
—No lo sé. Ese último conjuro. Si me quedaba algo de fuerza, la he gastado en el conjuro.
—¿Y si duermes un rato? —preguntó.
—Kravos podría aprovecharlo para torturarme. —Me callé y miré fijamente la pared de enfrente.
—Dios —susurró Susan mientras me abrazaba con suavidad—. Te quiero, Harry. Tenías que oírlo. —Se calló y me miró—. ¿Qué?
—Eso —dije—, eso es lo que tiene que ocurrir.
—¿Qué tiene que ocurrir? No entiendo nada.
Cuanto más pienso en ello, más absurdo parece. Pero podría funcionar. Si pudiera programarlo justo en…
Miré hacia abajo, cogiendo los hombros de Susan con las manos mirándola fijamente a los ojos.
—¿Puedes aguantar? ¿Puedes aguantar unas cuantas horas más?
Se estremeció.
—Eso creo, lo intentaré.
—Bien —dijo. Respiré profundamente—. Porque necesito estar dormido el tiempo suficiente para empezar a soñar.
—Pero Kravos —dijo Susan—. Kravos entrará en ti. Te matará.
—Sí —dije. Suspiré lentamente—. Casi cuento con ello.