Capítulo 3

Incluso los días que acaban en una gran batalla contra un fantasma loco y un viaje por la frontera entre este mundo y el reino de los espíritus comienzan con bastante normalidad. Este, por ejemplo, comenzó con el desayuno y después el trabajo del despacho.

Mi oficina está en un edificio situado en la periferia del centro de la ciudad de Chicago. Es un edificio antiguo y no está precisamente en inmejorables condiciones, especialmente desde que el año pasado hubo un problema con el ascensor. No me importa lo que todo el mundo dice, no fue culpa mía. Cuando un escorpión gigante, del tamaño de un perro lobo irlandés, está abriéndose paso por el techo de la caja de tu ascensor, te entran verdaderas ganas de adoptar medidas desesperadas.

Bueno, mi despacho es pequeño, solo una habitación, pero situado en la esquina, con un par de ventanas. El cartel de la puerta solo dice, «Harry Dresden, Mago». Nada más entrar hay una mesa, llena de panfletos con títulos tales como: «La magia y tú», «Por qué las brujas no se hunden más deprisa que el resto del mundo», «La perspectiva de un mago». Yo escribí casi todos. Creo que es importante que nosotros, los profesionales del «Arte», conservemos una buena imagen pública. Lo que sea con tal de evitar otra Inquisición.

Detrás de la mesa hay una pila, una encimera y una vieja máquina de hacer café. Mi escritorio da a la puerta y delante de él hay un par de sillas. El aire acondicionado hace ruido, el ventilador del techo chirría al dar vueltas y el aroma del café impregna la alfombra y las paredes.

Entré arrastrando los pies, encendí la cafetera y revisé el correo mientras se filtraba el café. Una carta de agradecimiento de los Campbell, por haber echado a un fantasma de su casa. Correo basura. Y, gracias a Dios, un cheque de la ciudad por mi último trabajo para el Departamento de Policía de Chicago. En general, había sido un caso asqueroso. Una invocación del demonio, sacrificio humano, magia negra y toda la historia.

Me preparé un café y decidí llamar a Michael para ofrecerle la mitad de lo que había ganado, a pesar de que el trabajo de campo lo había hecho todo yo, él y Amoracchius habían llegado en la apoteosis. Yo había tratado con el brujo, él había tratado con el demonio y los buenos ganaron la partida. Yo me había anotado el punto y a cincuenta pavos la hora había tenido unos ingresos de dos mil dólares. Michael renunciaría al dinero (siempre lo hacía) pero me parecía educado hacerle el ofrecimiento, especialmente teniendo en cuenta el tiempo que habíamos pasado juntos, intentando localizar el origen de todos esos acontecimientos fantasmagóricos que estaban teniendo lugar en la ciudad.

El teléfono sonó antes de que pudiera cogerlo para llamar a Michael.

—Harry Dresden —contesté.

—Hola, señor Dresden —dijo una voz femenina y cálida—. Me preguntaba si podría disponer de un minuto de su tiempo.

Me recosté en la silla, y sentí que mi cara dibujaba una sonrisa.

—¿Por qué? Señorita Rodríguez, ¿verdad? ¿No es usted esa entrometida periodista del Arcanal? ¿Ese periodicucho inútil que publica historias de brujas y fantasmas y de Bigfoot?

—Además de Elvis —me aseguró—, no se olvide del rey. Y ahora tengo una columna diaria en el periódico. Mi columna aparece en publicaciones de reputación incuestionable de todo el mundo.

Me reí.

—¿Cómo está hoy?

La voz de Susan se tornó irónica.

—Bueno, mi novio me dejó plantada anoche, pero aparte de eso…

Hice un pequeño gesto de dolor.

—Bueno, ya sabe. Lo siento. Verá, es que Bob tenía algo que contarme que no podía esperar.

¡Ejem! —dijo con su voz educada y profesional—. No le he llamado para hablarle de mi vida personal, señor Dresden. Es una llamada de negocios.

Sentí que me devolvía la sonrisa. Susan era a todas luces la única entre un millón que me soportaba.

—Ah, perdone, señorita Rodríguez. Haga el favor de continuar.

—Bueno. Estaba pensando en que hay rumores de que anoche hubo en la zona vieja de la ciudad un aumento de actividad fantasmagórica. He pensado que quizá querría compartir algunos detalles con el Arcane.

¡Ejem! Eso podría no ser del todo profesional por mi parte. Mi trabajo es confidencial.

—Señor Dresden —dijo—. Yo no recurriría tan pronto a medidas desesperadas.

—¿Por qué, señorita Rodríguez? —Sonreí—. ¿Es usted una mujer desesperada?

Casi podía ver como arqueaba una ceja.

—Señor Dresden, no quiero amenazarle, pero debe entender que tengo muy buena relación con una señorita que usted conoce, y que podría asegurarme de que las cosas se pusieran mal entre ustedes dos.

—Entiendo. Pero si compartiera la historia con usted…

—Me daría una exclusiva, señor Dresden.

—Una exclusiva —rectifiqué—, y así no se tendría que ver obligada a causarme problemas.

—Podría incluso hablarle bien a ella de usted —dijo Susan, primero con la voz alegre y después en un tono más bajo y cargado—. Quien sabe, podría tener suerte.

Pensé en ello un momento. El fantasma que Michael y yo habíamos eliminado la noche anterior era un ser bestial, enorme, que estaba acechando en el sótano de la biblioteca de la Universidad de Chicago. No tenía que mencionar los nombres de ninguna de las personas implicadas, y mientras a la universidad no le importara, dudo que supusiera un daño realmente importante la aparición en una revista que la mayoría de la gente compraba junto con otro tipo de prensa sensacionalista en la zona de las cajas de los supermercados. Además, el mero hecho de pensar en su piel suave de color caramelo, su pelo moreno en mis manos…

¡Ummm! Esa es una oferta a la que no puedo negarme —le dije—. ¿Tiene un bolígrafo?

Lo tenía, y yo me pasé los diez minutos siguientes contándole los detalles. Ella los apuntó mientras me hacía unas cuantas preguntas concisas y cortantes y me sacó toda la historia en menos de que lo que pensaba. Pensé que era una excelente periodista. Casi era una pena que pasara el tiempo escribiendo sobre cosas sobrenaturales que durante siglos la gente se había negado a creer.

—Muchísimas gracias, señor Dresden —dijo—, después de sacarme los últimos datos. Espero que las cosas vayan bien entre usted y la joven esta noche en su casa, a las nueve.

—Puede que la señorita quiera hablarlo conmigo —dije arrastrando las palabras.

Ella dejó escapar una risa gutural.

—Puede que si —asintió Susan—, pero esta es una llamada de negocios.

Me reí.

—Eres terrible, Susan. Nunca te das por vencida ¿verdad?

—Nunca —dijo.

—¿Realmente te habrías enfadado conmigo si no te lo hubiera dicho?

—Harry —dijo—. Anoche me dejaste plantada sin decir nada. Normalmente no soporto que ningún hombre me trate así. Si no hubieras tenido una historia buena que contarme, habría pensado que te habías ido de juerga con tus amigos.

—Sí, con ese Michael. —Me reí—. Realmente es un tipo adecuado para las fiestas.

—A ver si algún día me cuentas su historia. ¿Has hecho algún tipo de avance para descubrir lo que está ocurriendo con los fantasmas? ¿Has mirado en el ángulo del tiempo?

Suspiré cerrando los ojos.

—Sí y no. Sigo sin saber por qué de repente los fantasmas parecen estar asustando a todos, y no hemos podido conseguir tener cerca a ninguno de ellos para echarle un vistazo. Esta noche tengo que intentar algo nuevo, puede que eso valga. Pero Bob está seguro de que no es un problema como el de Halloween. Quiero decir que el año pasado no tuvimos ningún fantasma.

—No, tuvimos hombres lobo.

—Es una situación totalmente distinta —dije—. Tengo a Bob haciendo horas extras para vigilar el mundo de los espíritus por si aumenta la actividad. Si algo está a punto de saltar, lo sabremos.

—De acuerdo —dijo. Dudó un momento—. Harry, yo…

Esperé, pero cuando ella se calló, pregunté:

—¿Qué?

—Yo, esto… solo quiero asegurarme que estarás bien.

Tuve la impresión peculiar de que iba a decir algo más pero no quise presionarla.

—Cansado —dije—. Un par de moratones causados por un resbalón sobre un charco de ectoplasma y un tropezón con un fichero, pero estoy bien.

Se rió.

—Eso me da una idea. Entonces ¿esta noche?

—Estoy deseándolo.

Emitió un gemido de satisfacción cargado de una cierta sexualidad y se despidió.

El día transcurrió bastante deprisa, tuve que resolver un montón de asuntos habituales. Improvisé un hechizo para encontrar un anillo de boda, y rechacé a un cliente que quería lanzar un conjuro de amor sobre su señora. (El anuncio que aparece en la guía telefónica dice específicamente: «Nada de pócimas de amor», pero por alguna razón la gente siempre cree que su caso es especial). Fui al banco, le aconsejé a una persona que llamó que contactara con un detective privado que yo conocía y tuve un encuentro con un pirómano novato para enseñarle a que no quemase a su gato accidentalmente.

Estaba cerrando el despacho cuando oí que alguien salía del ascensor y empezaba a caminar por el pasillo en dirección a donde estaba yo. Los pasos resonaban con fuerza, como si llevara botas y se apresuró.

—¿Señor Dresden? —preguntó la voz de una mujer joven—. ¿Es usted Harry Dresden?

—Sí —dije, cerrando la puerta del despacho—, pero me voy. A lo mejor podemos concretar una cita para mañana.

Los pasos se detuvieron a unos metros de mí.

—Por favor, señor Dresden, tengo que hablar con usted. Solo usted puede ayudarme.

Suspiré sin mirarla. Había pronunciado las palabras que necesitaba para que me desprendiera de mi escudo protector. Pero todavía estaba a tiempo de irme. Mucha gente llega a pensar que la magia les puede sacar de los problemas una vez que se han dado cuenta de que no pueden huir.

—Me gustaría, señora. Será lo primero que haga por la mañana. —Cerré la puerta y me dispuse a irme.

—Espere —dijo. Sentí que se acercaba a mí y me cogía la mano.

Una sensación de cosquilleo y un estremecimiento me subieron por la muñeca hasta el codo. Mi reacción fue inmediata e instintiva. Conseguí frenar esa sensación bloqueándola mentalmente, tiré de la mano para escapar de sus dedos y di unos pasos atrás para apartarme de la joven.

Todavía sentía el cosquilleo en la mano y el brazo por el roce de la energía de su aura. Era una chica delgada ataviada con un vestido de una sola pieza, botas de combate negras y el pelo teñido liso, negro y despeinado. Las líneas de expresión de su cara eran suaves y dulces y alrededor de los ojos, su piel era pálida como la tiza, estaban hundidos, tenía ojeras. Parpadeaban como si sintieran la cautela de un gato callejero.

Doblé los dedos y evité mirar a los ojos de la chica durante más de una fracción de segundo.

—Usted es una profesional del oficio —dije, tranquilamente.

Se mordió el labio y apartó la vista asintiendo.

—Necesito su ayuda. Ellos me dijeron que me ayudaría.

—Doy lecciones a la gente que quiere evitar hacerse daño con un talento incontrolado —dije—. ¿Es eso lo que busca?

—No, señor Dresden —dijo la chica—. No exactamente.

—Entonces ¿por qué me busca a mí? ¿Qué quiere?

—Quiero su protección. —Levantó una mano temblorosa, jugueteando con su pelo moreno—. Y si no la tengo… no estoy segura de poder sobrevivir a esta noche…