Capítulo 19
Hay un tipo de matemáticas que encaja con la salvación de las vidas de las personas. Te encuentras a ti mismo haciendo números sin darte cuenta, como un médico en un campo de batalla donde hay un paciente que no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir y otro sí, pero solo si dejas morir a un tercero.
Para mí, la ecuación se descomponía en elementos bastante sencillos. El demonio, sediento de venganza, perseguiría aquellos que le hubieran hecho daño. El fantasma solo recordaría a quienes hubieran estado allí, en los que estuviera concentrado en esos últimos momentos. Eso quería decir que Murphy y Michael serían los objetivos que le quedaban. Michael tenía una oportunidad de protegerse a sí mismo de aquel ser, qué demonios, puede que tuviera más posibilidades que yo, y Murphy no tenía ninguna.
Llamé por teléfono a casa de Murphy. No contestó nadie. Llamé a la oficina, y contestó con tono de agotamiento.
—Murphy.
—Murph —dije—. Mira, necesito que confíes en mí esta vez. Voy para allá, llegaré en unos veinte minutos. Podrías estar en peligro. Quédate donde estás y mantente despierta hasta que llegue.
—¿Harry? —preguntó Murphy. Oí que empezaba a regañarme—. ¿Me estás diciendo que vas a llegar tarde?
—¿Tarde? No, maldita sea. Mira, haz lo que te he dicho, ¿vale?
—No me gusta esta mierda, Dresden —gruñó Murph—. No he dormido en dos días. Si me dices que llegas en diez minutos espero.
—Veinte, he dicho veinte minutos, Murph.
Podía sentir su mirada a través del teléfono.
—No seas cabrón, Harry. Eso no es lo que dijiste hace cinco minutos. Si esto es algún tipo de broma, no me divierte nada.
Pestañeé, y sentí que algo frío se alojaba en mi vientre, en el agujero que la Pesadilla me había abierto. Se interrumpió la comunicación, se oyó un chispazo y hubo una pequeña detonación. Intenté calmarme antes de que la conexión se cortara.
—Espera Murphy. ¿Dices que hablaste conmigo hace cinco minutos?
—Estoy a punto de matar al siguiente que me cabree, Harry. Y todo lo que me saca de la cama me cabrea. No formes parte de la lista. —Y me colgó.
—¡Maldita sea! —grité. Colgué el teléfono y volví a marcar el número de Murph, pero me daba comunicando.
Algo había hablado con Murphy y la había convencido de que estaba hablando conmigo. La lista de cosas que era capaz de hacer delante de alguien era terriblemente larga pero las posibilidades eran limitadas: o bien otra bestia sobrenatural había entrado en escena o (tragué saliva) la Pesadilla se había hecho con tanto poder que podía organizar una buena.
Los fantasmas podían adoptar forma física, si tenían el poder de adoptar una nueva forma sacada del Más Allá, y si se sentían suficientemente cómodos con esa forma. La Pesadilla se había comido una buena parte de mi magia. Y tenía el poder que necesitaba y además estaba cómoda…
¡Madre mía! Estaba haciéndose pasar por mí.
Colgué el teléfono y empecé a moverme por la casa con movimientos frenéticos, cogí las llaves del coche y un equipo de exorcismo improvisado con cosas de la cocina: sal, una cuchara de madera, un cuchillo, un par de velas para tormentas, cerillas y una taza de café. Las metí en una antigua fiambrera de Scooby-Doo y después, se me ocurrió otra cosa, cogí una bolsa de arena que tengo en el armario de la cocina para la caja de Mister y eché un puñado en una bolsa de plástico. Añadí todos los artilugios para las quemaduras y la varita junto con el montón de trastos que llevaba en los brazos y me lancé hacia la puerta.
Sin embargo, dudé. Después fui al teléfono y marqué el número de Michael, me temblaban los dedos al marcar. Dejé escapar un grito de pura frustración, colgué el teléfono y salí por la puerta hacia el Escarabajo azul.
* * *
Era tarde. El tráfico podía haber sido peor. Llegué allí en menos de veinte minutos, lo que le había dicho a Murphy y aparqué el coche en uno de los sitios reservados a visitantes.
La comisaría del distrito en la que trabajaba Murphy estaba entre otros edificios más altos que la rodeaban, era sólida y cuadrada y un poco estropeada como un viejo y duro sargento en medio de un grupo de jóvenes y altos reclutas. Subí corriendo las escaleras, con la varita y mi fiambrera de Scooby-Doo en la mano derecha.
El viejo sargento entrecano que había detrás del mostrador me miró pestañeando cuando entré jadeando por la puerta.
—¿Dresden?
—Hola —dije jadeando—. ¿Por dónde he ido?
El pestañeó también.
—¿Qué?
—¿He venido hace un minuto?
Su bigote grueso y gris se movía a pequeños impulsos. Echó un vistazo a su sujetapapeles.
—Sí. Hace solo un minuto que subiste a ver a la teniente Murphy.
—Estupendo —dije—. Tengo que verla otra vez. ¿Avisa por el interfono de que estoy aquí?
Me miró, un poco más de cerca, y fue a avisar de que había llegado.
—¿Qué está ocurriendo, señor Dresden?
—Créame —dije—. En cuanto lo averigüe se lo diré. —Abrí la puerta y me dirigí escaleras arriba hacia las oficinas de Investigaciones Especiales situadas en el cuarto piso. Atravesé las puertas y fui corriendo por las filas de mesas hacia el despacho de Murphy. Cuando pasé por delante de Stallings y Rudolph se levantaron de la silla de golpe, pestañeando.
—¿Qué demonios? —soltó Rudy con los ojos abiertos del todo.
—¿Dónde está Murphy? —grité.
—En su despacho —balbuceó Stallings—, contigo.
El despacho de Murphy estaba en la parte de atrás de la sala, formada por paneles y una puerta barata que al final tenía una placa metálica de verdad con su nombre y título. Me eché hacia atrás y di con el talón en el picaporte. La puerta se hizo astillas pero tuve que volver a darle otra patada para que se abriera.
Murphy estaba sentada en su despacho con la misma ropa que llevaba la última vez que nos vimos. Se había quitado el sombrero, tenía el pelo corto despeinado. Los círculos que tenía bajo los ojos estaban tan oscuros como si fuesen hematomas. Estaba totalmente tranquila, mirando fijamente con sus ojos azules, con cara de terror.
Me puse de pie detrás de ella, vestido totalmente de negro, con la misma ropa que llevaba la noche que detuvimos a Kravos junto a su demonio. La Pesadilla era como yo. Tenía las manos colocadas en ambos lados de la cara de Murphy, con las puntas de los dedos en las sienes, pero había ejercido presión en estas hasta entrar en el interior de la cabeza llegando a atravesar la piel y los huesos como si estuviera dando un suave masaje al cerebro. La Pesadilla estaba sonriendo, con la cabeza un poco inclinada sobre ella, como si estuviera escuchando música. No sabía yo que fuera capaz de poner una expresión como esa, tranquila, malvada y aterradora.
Me quedé mirando durante un segundo con cara de terror aquella extraña imagen y después dije.
—¡Apártate de ella!
Los ojos oscuros de la Pesadilla se movieron con rapidez, brillaban con una inteligencia fría y tranquila. Levantó los labios dejando al aire los dientes con un gruñido repentino.
—Silencio, mago —murmuró. Sus palabras eran penetrantes como las hojas de cuchilla y el acero—, o te destrozo como ya he hecho esta noche.
En algún lugar profundo de mi tembloroso vientre se produjo un grito de terror, tartamudeé, pero me negué a dejar que saliera. Escuché a Rudy y Stallings que venían detrás de mí. Levanté la varita y apunté a la cabeza de la Pesadilla.
—He dicho que la dejes.
La Pesadilla hizo una mueca y sonrió. Apartó sus manos de Murphy, los dedos salían de su piel como del agua y me enseñó las palmas de las manos.
—Has olvidado algo, mago.
—Ah sí, ¿el qué? —pregunté.
—Me he convertido en parte de ti. Soy lo que tú eres —susurró la Pesadilla. Movió las muñecas orientándolas hacia mí—. Ventas servitas.
El viento rugió con furia repentina y me levantó del suelo lanzándome al aire. Choqué con Rudolph y Stallings mientras salían corriendo. Todos fuimos a parar al suelo amontonados.
Me quedé allí aturdido un momento. Oí que la Pesadilla se iba. Pasó por delante de nosotros, con un andar tranquilo, en silencio y salió de la habitación. Poco a poco nos fuimos juntando todos y nos levantamos.
—¿Qué demonios…? —dijo Rudolph.
Me dolía la nuca. Debí de golpearme con algo. Me apreté la cabeza con una mano y gruñí.
—Ah, Dios —murmuré—. Debería haber hecho algo mejor que lanzarle un golpe directo como ese.
A Stallings le salía sangre por la nariz y su bigote grisáceo también estaba manchado. Su camisa tenía manchas de rojo.
—Eso… por Dios bendito, Dresden. ¿Qué era eso?
Me puse de pie. Por un momento todo se movía a mi alrededor. Mi cuerpo entero se estremeció y me sentí como si fuera a caerme y a llorar como un niño. Había utilizado mi magia. Había robado mi cara y mi magia y las había utilizado para hacer daño a la gente. Hizo que me dieran ganas de gritar y de romper algo.
En lugar de eso, fui tambaleándome hacia el despacho de Murphy.
—Esto es lo que cogió a Malone —le dije a Stallings—. Es algo complicado.
Murphy estaba quieta en su silla con los ojos muy abiertos y con la mirada fija de terror, tenía las manos dobladas en su regazo.
—¿Murph? —pregunté—. ¿Karrin? ¿Me oyes?
No se movía, pero su pecho se hinchó un poco como si hubiera intentado hablar. Respiraba, gracias a Dios. Me arrodillé y le cogí las manos con las mías. Estaban frías como el hielo.
—Murph —susurré. Moví la mano delante de sus ojos y chasqueé los dedos con fuerza. No hizo más que pestañear.
La hermosa cara de Rudolph estaba pálida.
—Llamaré abajo y les diré que no le dejen salir. —Oí como iba al teléfono más cercano y se disponía a llamar. No se molestó en decirles que aquel ser no tenía buenas intenciones. La Pesadilla podía salir a través de las paredes si tenía que hacerlo.
Stallings se reunió conmigo en la sala, parecía agitado y un poco mustio. Se quedó mirando fijamente a Murphy durante un momento y preguntó.
—¿Qué ocurre? ¿Qué ocurre con ella?
La miré a los ojos. Las pupilas estaban totalmente dilatadas. Me preparé y miré más profundamente por sus ojos. Cuando un mago mira en el interior de tus ojos, no puedes esconderte. Puede ver muy profundamente, ver las partes más reales de tu carácter, los lugares oscuros y la luz y a su vez, tú ves los suyos. Los ojos son como las ventanas del alma. Busqué a Murphy detrás de todo ese terror y esperé a que comenzara la vista del interior del alma.
No pasó nada.
Murphy estaba ahí sentada, sin más, mirando al frente. Respiró otra vez, sin hacer ningún ruido pero reconocí el esfuerzo que estaba haciendo.
Murphy estaba gritando.
No tenía ni idea de lo que estaba viendo, de los horrores que la Pesadilla había puesto ante sus ojos. Lo que le había quitado. Le toqué la garganta con las suaves puntas de los dedos. Pero no pude percibir el frío que helaba los huesos del cruel conjuro como el de Malone. Al menos estaba igual que él. Pero no podía ver en su interior, porque Murphy estaba en otro sitio. Las luces estaban encendidas, pero no había nadie en casa.
—Está… Este ser se ha metido en su cabeza. Creo que está consiguiendo que vea cosas. Cosas que no están aquí. No creo que ella sepa donde se encuentra y parece que no puede moverse.
—¡Qué Dios nos ampare! —susurró Stallings—. ¿Qué podemos hacer?
—John —dije en voz baja—. Necesito que saques del archivo las pruebas del caso de Kravos. Necesito ese libro de piel grande que encontramos en su apartamento.
Stallings se sobresaltó y después se quedó mirándome fijamente.
—¿Qué necesitas qué?
Repetí lo que quería.
Cerró los ojos.
—Dios, Dresden. No lo sé. No sé si podré conseguirlo. Últimamente ha habido bastante trabajo.
—Necesito ese libro —dije—. El causante de todo esto es algo parecido a un demonio. Kravos tendrá el nombre de ese demonio escrito en su libro de hechizos. Si puedo conseguir ese nombre podré coger a ese ser y detenerlo. Puedo hacer que me diga cómo ayudar a Murph.
—No lo entiendes. No va a ser tan fácil para mí. Esto se ha puesto complicado y no voy a poder entrar en el almacén y coger ese maldito archivo para dártelo, Dresden. —Estudió a Murphy con ojos de preocupación—. Podría hacerme perder el trabajo.
Coloqué la fiambrera de Scooby-Doo en el suelo y la abrí.
—Escúchame —dije—. Voy a intentar ayudar a Murphy. Necesito que alguien se quede con ella hasta el anochecer y después que la lleve de vuelta a su casa o aún mejor a la casa de Malone.
—¿Por qué? —preguntó Stallings—. ¿Qué estás haciendo?
—Creo que este ser está consiguiendo vivir gracias a que está dentro de algo caótico, como puede ser una pesadilla. Estoy bastante seguro de que puedo detenerlo pero todavía es vulnerable. Así que voy a crear una protección alrededor de ella para que esté segura hasta el anochecer. —Una vez que haya pasado la mañana, la Pesadilla quedará atrapada en el cuerpo mortal que posea o si no tendrá que huir al Más Allá—. Alguien tendrá que vigilarla, en caso de que se despierte.
—Rudolph puede hacerlo —dijo Stallings y se levantó—. Hablaré con él.
Levanté la vista para mirarle.
—John, necesito ese libro.
Frunció el ceño, escudriñando el suelo que había delante de mí.
—Dresden, ¿vamos a poder atrapar a ese ser? —Y al decir vamos, se estaba refiriendo a la policía. Pude notarlo en su tono de voz.
Negué con la cabeza.
—Si consigo el libro —dije—. ¿Puedes ayudar a la teniente?
Asentí.
Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro.
—De acuerdo —susurró. Y salió. Le oí hablar con Rudolph un momento después.
Me di la vuelta para mirar a Murphy, cogiendo la bolsa de tierra de la fiambrera. Saqué un trozo de tiza y aparté la silla de Murphy de la mesa para poder dibujar un círculo a nuestro alrededor y deseé que se cerrase. Me costó más de lo habitual y por un momento me sentí mareado.
Tragué saliva y empecé a acumular energía, a concentrarme tanto y con tanto esmero como me fue posible. Se fue formando lentamente, mientras Murphy seguía aspirando, y dando gritos que quedaban en meros susurros. Puse mi mano en sus dedos fríos y mi pensamiento rodeando todo eso que compartíamos, el vínculo de amistad que había crecido entre nosotros. Tanto en los buenos y como en los malos tiempos, el corazón de Murph había estado siempre en el sitio adecuado. No se merecía este tipo de tormento.
Una gran furia empezó a agitarse en mi interior, no era algo etéreo, un enfado que se disipara rápidamente sino algo mucho más profundo, oscuro, tranquilo y más peligroso. Rabia. Rabia de que le pasara esto a alguien tan desinteresado y humanitario como Murphy. Rabia de que la criatura hubiera usado mi poder, mi cara, para engañarla y poder acercarse para hacerle daño.
De esa rabia me llegó la fuerza que necesitaba. La reuní con esmero y le di forma con mis pensamientos al hechizo más suave que pude preparar para que no le causara daño. Suavemente, envié el poder por mi brazo hacia los granos de arena que podía abarcar en un pellizco. Después subí el brazo con suavidad, el hechizo se mantenía en precario mientras espolvoreaba un poco de arena sobre cada uno de sus ojos.
—Dormius, dorme —susurré— …Murphy dormius.
El poder salió de mí, bajó por mi brazo como si fuera agua. Noté que caía con los granos de arena. Murphy dejó escapar un largo y estremecedor suspiro y sus ojos fijos empezaron a cerrarse. Su expresión se relajó, pasó del horror al sueño profundo y silencioso y se desplomó en la silla.
A medida que mi hechizo comenzaba a funcionar, dejé escapar un suspiro e incliné la cabeza, temblando, alargué la mano y acaricié con mi mano el pelo de Murphy. Después la coloqué sobre algo que parecía más cómodo.
—Descansa Murph —le susurré—, allá donde no existen los sueños. Resolveré esto por ti.
Con un esfuerzo de voluntad, difuminé el círculo y lo rompí. Después salí de él, utilicé la tiza para cerrarlo otra vez y deseé que se cerrase alrededor de Murphy. Esta vez tuve que esforzarme más de lo que nunca había tenido que hacerlo desde que era un niño. Pero el círculo se cerró con ella dentro. Una tenue neblina que no se levantaba más que unos pocos centímetros del círculo de tiza, bailaba como las oleadas de calor que desprenden las carreteras en verano. El círculo evitaría que entrara algo del Más Allá y el sueño encantado continuaría hasta el amanecer, evitaría que soñara y haría que la Pesadilla tuviera que buscar otra forma de hacerle daño.
Salí de su despacho arrastrando los pies hasta el teléfono más cercano. Rudolph me observó. Stallings no estaba por allí. Marqué el número de Michael. Estaba comunicando.
Quería irme a casa arrastrándome y lanzar un conjuro sobre mí mismo para dormir. Quería esconderme en algún lugar cálido y tranquilo y descansar algo. Pero la Pesadilla todavía seguía ahí fuera, buscando su venganza, persiguiendo a Michael. Tenía que llegar hasta donde estaba, encontrarla, pararla. O al menos prevenirle a él.
Colgué el teléfono y empecé a recoger mis cosas. Alguien me tocó el hombro. Levanté la vista para mirar a Rudolph. Parecía vacilante, pálido.
—Será mejor que no mientas, Dresden —dijo en voz baja—. No estoy muy seguro de lo que está ocurriendo aquí. Pero que Dios me ayude, si a la teniente le pasa algo por tu culpa…
Examiné su cara como atontado y después asentí.
—Volveré a por Stallings. Necesito ese libro.
La expresión de Rudolph era seria. En cualquier caso yo nunca le había caído muy bien.
—Lo digo en serio, Dresden. Si dejas que algo le ocurra a Murphy, te mataré.
—Chaval, si algo le pasa a Murphy por mí… —suspiré—. Creo que te dejaré hacerlo.