Capítulo 13

Acerqué una silla junto a la cama y me senté. Micky se me quedó mirando con los ojos en blanco. Hurgué en el bolsillo interior de mi abrigo, tenía una tiza por si necesitaba trazar un círculo, una vela y unas cerillas. Un par de viejos trucos. En términos de magia no era mucho.

—Hola, Micky —dije—. ¿Me oyes?

A Micky le dio otro ataque de risa. Me aseguré de no mirarle en ese momento. ¡Madre mía! No quería sentirme atraído a mirarle el alma a Micky Malone justo en ese momento.

—De acuerdo, Micky —dije, con un susurro, en voz baja, como con los animales—. Voy a tocarte…, ¿vale? Creo que si lo hago, podré decir si hay algo dentro de ti. No voy a hacerte daño así que no tengas miedo. —Mientras hablaba extendí una mano hacia su brazo desnudo y la coloqué con suavidad sobre la piel de Micky.

Al tocarlo noté que estaba caliente como si tuviera fiebre, pude notar que en su interior había algún tipo de fuerza que no tenía nada que ver con la sensación de hormigueo que me produciría percibir la energía del aura de un profesional ni el poder inmensamente profundo de Michael, pero estaba claro que había algo. Algún tipo de energía fría que ardía en su interior.

¿Qué demonios?

No se parecía a ningún hechizo de los que había visto hasta ahora. No estaba poseído, de eso estaba seguro. Habría notado la presencia de algún ser espiritual solo con el contacto físico.

Micky se me quedó mirando fijamente un segundo y después lanzó su cabeza hacia mi mano, chasqueando los dientes. Me eché hacia atrás aunque no podía alcanzarme. Si alguien intenta morderte, tu reacción es más fuerte que si te dan un puñetazo. Morder es mucho más primitivo, es algo aterrador.

Micky empezó a reírse otra vez, balanceando la cama hacia delante y hacia atrás.

—De acuerdo —suspiré—. Voy a tener que ponerme serio. Si no fueras amigo mío, Micky… —Cerré los ojos un momento, armándome de valor y focalicé mi energía en un punto situado entre mis cejas pero un poco más arriba. Noté como la tensión, la presión sé acumulaba y cuando volví a abrir los ojos, también había abierto mi visión de mago.

* * *

La Vista es una bendición y una maldición. Te permite ver cosas, cosas que normalmente no ves. Con ella puedo ver hasta los espíritus más etéreos. Puedo ver como se mueven y agitan las energías de la vida, como circulan por el mundo, como la sangre, entre la tierra y el cielo, entre el agua y el fuego. Los encantamientos están ahí como si fueran las cuerdas trenzadas de cables de fibra óptica o puede que de neón como en Las Vegas, dependiendo de lo intrincados o poderosos que sean. Algunas veces puedes ver que los demonios se pasean entre la humanidad adoptando forma humana. O los ángeles. Ves las cosas como realmente son, en espíritu y alma, así como en cuerpo.

El problema es que todo lo que ves se queda contigo. No importa lo horrible que sea, no importa lo repugnante ni lo que pueda inducir a la locura o lo terrorífico que sea, permanece contigo para siempre. Siempre se queda ahí en tu mente, en tecnicolor, nunca se difumina ni se hace más fácil de soportar. Algunas veces ves cosas que son tan bellas que quieres que se queden contigo para siempre.

Pero en mi trabajo ves cosas como a Micky Malone.

Estaba vestido con calzoncillos y una camiseta blanca, manchada de sangre y sudor y de algo peor. Pero cuando le observé con mi visión, vi algo distinto.

Lo habían saqueado, destrozado. Le faltaba carne por todas partes. Algo le había atacado y se había llevado grandes trozos a mordiscos. Había visto imágenes de gente que había sido atacada por tiburones, a quien le faltaban pedazos de carne. Ese era el aspecto de Micky. No era visible, pero algo había destrozado su mente, y puede que su alma, y habían dejado trozos manchados de sangre. Sangraba y sangraba sin fin, sin manchar las sábanas.

Y tenía, desde la garganta hasta un tobillo, una tira de alambre negro enredada en su cuerpo, tenía púas descomunales clavadas en la carne, cuyos extremos desaparecían sin dejar rastro en la piel.

Igual que Agatha Hagglethorn.

Me quedé mirándole, horrorizado, tenía el estómago revuelto y me daban arcadas. Tuve que hacer un verdadero esfuerzo por no vomitar. Micky levantó la vista para mirarme y parecía que hubiera cambiado porque enseguida se quedó quieto. Su sonrisa ya no parecía de alguien loco. Parecía desesperado, como si el dolor le hiciese retorcerse y le tirase de los músculos de su cara, como si estuvieran a punto de romperse.

Movió los labios. Tembló, tenía la expresión retorcida de dolor.

—Esto, esto, esto… —gimió.

—Tranquilo, Micky —dije. Puse las manos juntas para evitar que temblaran—. Estoy aquí.

—Duele —dijo por fin casi como un susurro—. Duele, duele, duele, duele, duele, duele… —Siguió repitiéndolo hasta que se quedó sin aliento. Después cerró los ojos. Las lágrimas surgieron y volvió a sumirse en otro ataque de risa como un loco.

¿Qué demonios podía hacer yo? El alambre retorcido tenía que ser algún tipo de hechizo, pero no se parecía a nada de lo que yo había visto. La magia normalmente emitía vibraciones y despedía luz, vida, aunque fuera utilizada para fines malvados. La magia nace de la vida, de la energía de nuestro mundo y de la gente, de sus emociones y su voluntad. Eso es lo que siempre me habían enseñado.

Pero ese alambre con púas era algo apagado, plano, de color negro mate. Me estiré para tocarlo, y el frío que despedía casi me quema los dedos. Micky, ¡Dios! No podía imaginarme lo mal que lo debía de estar pasando.

Lo inteligente habría sido irse. Podía encargar a Bob que lo hiciese él, que investigase, que averiguase como sacar el alambre de Micky sin hacerle daño. Pero ya llevaba horas sufriendo y puede que no lo soportara mucho más tiempo, su cordura iba a sufrir una fuerte presión para sobrevivir a ese ataque a su espíritu. Un día más de tortura podría hacer que fuese a algún otro lugar del que nunca volvería.

Cerré los ojos y tomé una fuerte inspiración.

—Confío en estar en lo cierto, Micky —le dije—. Voy a intentar que esto deje de hacerte daño.

Dejó escapar una risa, algo parecido a un gemido y levantó la vista para mirarme.

Decidí empezar por el tobillo. Tragué saliva, armándome de valor, y me puse a la tarea colocando mis dedos entre el alambre retorcido que quemaba por el frío y su piel. Apreté los dientes, imprimiéndole voluntad y energía, la suficiente para tocar el material del hechizo que tenía a su alrededor. Después empecé a tirar, al principio lentamente y después más deprisa.

Los filamentos de alambre me quemaban. Mis dedos nunca se entumecían, sino que de repente empezaban a doler cada vez más. El alambre de espino resistía, las púas se enganchaban en la carne de Micky. El pobre gritaba de desesperación al tiempo que emitía una risa torturada.

Sentía que los ojos se me llenaban de lágrimas al oír el grito de Micky, pero seguí tirando. El final del alambre se soltó de la carne. Seguí tirando. Púa a púa, centímetro a centímetro, liberé la maldición del alambre, tirando de él hacia arriba poco a poco a través de la carne, sacando esa energía muerta de Micky. Gritó hasta que se quedó sin aliento y escuché un llanto procedente de alguien más que estaba en la habitación. Supongo que debía de ser yo. Empecé a usar las dos manos, luchando contra la fría magia.

Al final, el otro extremo se deslizó dejando libre el cuello de Micky. Mis ojos se abrieron del todo y cuando sus fuerzas flaquearon, dejó escapar un gemido de agotamiento en voz baja. Me caí de la cama jadeando con el alambre en las manos.

De repente se enroscó y giró como una serpiente y un extremo se me metió en la garganta.

Hielo. Frío. Infinito, amargo, un dolor helado atravesó mi cuerpo y grité. Escuché unos pasos que venían por el pasillo y una voz que llamaba. El alambre se agitó y se sacudió, el otro extremo cayó al suelo, lo agarré con las dos manos, lo retorcí y lo aparté atándolo al otro extremo. Los filamentos sueltos que había cerca de la garganta empezaron a rizarse, las púas frías se me clavaban por la ropa, por la piel, como si aquella energía oscura intentara agarrarse a mí.

La puerta se abrió de golpe y entró Murphy, sus ojos eran llamas vivas de azul celeste, su pelo sujeto por una diadema dorada iba de lado a lado. Llevaba una espada reluciente en la mano y parecía tan brillante, hermosa y terrible por lo enfadada que estaba que era difícil de ver. Vagamente me di cuenta de que era la Vista. Vi quien era en realidad.

—¡Harry! ¿Qué demonios?

Luché contra el alambre, sabiendo que ella no podía verlo ni sentirlo, jadeando.

—¡La ventana, Murph, abre la ventana!

No dudó ni un minuto, atravesó la habitación y abrió la ventana. Yo fui tambaleándome detrás de ella, enrollándome el alambre helado en una mano, al tiempo que mi mente gritaba de desesperación. Conseguí vencerlo, lo arrastré formando un rulo y al hacerlo, encogí la cara emitiendo un gruñido. Sentí odio, un fuerte odio, e intenté coger esa energía mientras me sacaba el alambre de la garganta y lo lanzaba por la ventana con todas mis fuerzas al aire.

Gruñí, lo cogí con un dedo y con todo el odio y el miedo tiré de él hacia fuera pronunciando una palabra contra el oscuro conjuro:

¡Fuego!

El fuego acudió a mi llamada, salió de las puntas de mis dedos y envolvió el alambre. Se retorció y después desapareció provocando una detonación que hizo estremecerse la casa y me lanzó al suelo.

Me quedé ahí un minuto, conmocionado, intentando comprender lo que estaba pasando. Maldita sea la Vista. Comienza borrando la estrecha franja que separa lo real de lo que no lo es. Así cualquiera se volvería loco rápidamente. Si se deja siempre abierta para que entre todo, puedes ver siempre la parte real de todo. Parecía una buena idea. Simplemente durante un tiempo te deleitas con toda la belleza y el horror, te empapas de todo y dejas que eso elimine lo demás, toda la incomodidad y la preocupación por que la gente pueda resultar herida o no…

* * *

Me vi sentado en el suelo, dolorido por ese frío que yo sentía pero que no era real, riéndome de mí mismo emitiendo algo parecido a un grito agudo, acunándome hacia atrás y hacia delante. Tuve que intentar con todas mis fuerzas volver a cerrar mi Vista y a continuación, todo pareció volver a su ser, las cosas volvían a su ser. Miré hacia arriba, de mis ojos brotaban las lágrimas, respiraba entrecortadamente. Afuera, había perros ladrando por todas partes y pude oír como saltaban las alarmas de los coches por la fuerza del estallido.

Murphy estaba de pie a mi lado, con los ojos muy abiertos, con el arma en una mano apuntando a la puerta.

—Dios —dijo en voz baja—. Harry ¿qué ha pasado?

Los labios se me quedaron entumecidos y estaba muerto de frío, temblando.

—Un hechizo. A…algo le atacó. L…lanzó un hechizo sobre él. T…tuve que quemarlo. El fuego arde incluso en el mundo de los espíritus. Lo siento.

Apartó el arma y me miró fijamente.

—¿Estás bien? —Volví a temblar—. ¿Cómo está Micky?

Murphy cruzó la habitación para ponerle a Micky la mano en la frente.

—Ya no tiene fiebre. —Suspiró—. ¿Mick? —dijo con suavidad—. Eh, Malone. Soy Murph, ¿puedes oírme?

Micky se movió y abrió los ojos.

—¿Murph? —preguntó en voz baja—. ¿Qué ocurre? —Sus ojos se volvieron a cerrar, agotados—. ¿Dónde está Sonia? La necesito.

—Iré a por ella —suspiró Murphy—. Espera aquí, tranquilo.

—Me duelen las muñecas —farfulló Micky.

Murphy me miró y yo asentí.

—Ahora parece que está bien —le desató las esposas, pero parecía como que hubiera caído en un sueño muy profundo por el agotamiento.

Murphy le tapó con las mantas y le acarició el pelo quitándoselo de la frente. Después se arrodilló en el suelo a mi lado.

—Harry —dijo—. Pareces…

—Diablos —dije—. Sí, lo sé. Necesita descansar, Murph, tener paz. Algo se ha roto en su interior.

—¿Qué quieres decir?

Fruncí el ceño.

—Es como cuando alguien muy cercano a ti se muere. O cuando rompes una relación con alguien. Sientes que algo se rompe en tu interior. Es un dolor emocional. Es algo parecido a lo que le ha pasado a Micky. Algo se ha roto en su interior.

—¿Cuál fue la causa? —preguntó Murphy. La voz era tranquila, firme.

—Todavía no lo sé —dije. Cerré los ojos temblando y apoyé la cabeza en la pared—. Le he puesto el nombre de «la Pesadilla».

—¿Cómo podemos acabar con ella?

Negué con la cabeza.

—Lo estoy pensando. De momento está a solo unos pasos de mí.

—Maldita sea —dijo Murphy—. Me estoy cansando de jugar al ratón y al gato.

—Sí, yo también.

Se oyeron más pasos procedentes del pasillo, y Sonia Malone irrumpió en la habitación. Vio a Micky que estaba tranquilo y se acercó a él como si temiera hacer ruido al desplazarse, ejecutando cada movimiento con suavidad. Le tocó la cara, su pelo lacio, y él se despertó lo suficiente como para coger su mano. Ella la agarró con fuerza, y le besó los dedos, inclinando la cabeza para dejar su mejilla encima de la suya. La oí llorar.

Murphy y yo intercambiamos una mirada y nos levantamos de mutuo acuerdo para dejar tranquila a Sonia. Murphy tuvo que ayudarme a levantarme. Me dolía todo el cuerpo, era como si los huesos se me hubieran quedado como una piedra. Me resultaba difícil andar pero Murphy me ayudó.

Eché una última mirada a Sonia y Micky y después cerré la puerta despacio.

—Gracias Harry —dijo Murphy.

—Murph, siempre estás a mi lado cuando te necesito. Y yo siempre estoy dispuesto a ayudar a una señora que se encuentra en peligro.

Levantó la vista para mirarme. Bajo su gorra de béisbol se veía un brillo especial en sus ojos.

—Eres un cerdo machista, Dresden.

—Deberías comer más a menudo, te estás quedando como un espárrago —Murphy me sentó en el escalón de arriba y dijo—. Quédate ahí. Te traeré algo.

—No tardes demasiado, Murph. Tengo mucho que hacer. El ser que provocó esto sale al ponerse el sol.

Me apoyé contra la pared y cerré los ojos. Pensé en animales muertos y coches aplastados y en las amarguras que envolvían el alma torturada de Micky Malone.

—No sé qué demonios es esta Pesadilla, pero la voy a encontrar y voy a matarla.

—Eso suena bien —dijo Murphy—. Si puedo ayudar, me lo dices.

—Gracias, Murph.

—Gracias. Esto, ¿Harry?

Abrí los ojos. Me estaba mirando con una cara rara.

—Cuando entré te quedaste mirándome fijamente un momento con una expresión rarísima. ¿Qué viste? —preguntó.

—Te reirías en mi cara si te lo dijera —dijo—. Ve a buscar algo para comer.

Ella gruñó y se dio la vuelta para bajar por las escaleras y organizarlo todo con los oficiales del servicio de Investigaciones Especiales que estaban en el primer piso, nerviosos. Sonreí, acordándome de la imagen, con claridad y nitidez. Murphy, el ángel guardián, atraviesa la puerta con una neblina de ira. Era una imagen que no me importaba retener en la memoria. Algunas veces tienes suerte.

Y después pensé en ese alambre con púas, el espantoso tormento que acababa de sentir. Los fantasmas que habían estado apareciendo sufrían el mismo tormento. Pero ¿quién podía estar haciendo eso? ¿Y como? Las fuerzas utilizadas en ese hechizo cruel no se parecían a nada de lo que había visto o sentido hasta ahora. Nunca había oído que hubiera algún tipo de magia que se pudiera realizar en el mundo de los espíritus o en el de los mortales con los mismos resultados. No creía que eso fuese posible. ¿Cómo se estaba produciendo?

Y lo que es más, ¿quién o qué lo estaba haciendo?

Me senté ahí temblando, solo y dolorido. Estaba empezando a tomarme esto como algo personal. Malone era un aliado, alguien que había estado conmigo en los malos tiempos para luchar contra los malos. Cuanto más pensaba en ello, más enfadado y más seguro estaba.

Encontraría esta Pesadilla, este ser que había aparecido y la destrozaría.

Y después encontraría a quien o lo que lo creó.

A menos, Harry —pensé— que ellos te encuentren antes.