Capítulo 31

Me sumí en la oscuridad y así estuve mucho tiempo. No había nada más que el silencio en el que yo me movía, nada excepto la noche infinita. No tenía frío ni calor, nada. No tenía pensamientos ni sueños ni nada.

Era demasiado bueno para que durase.

Lo primero que noté fue el dolor de las quemaduras. Las quemaduras son las peores heridas del mundo. Se me había chamuscado el brazo derecho y el hombro, y sentía un dolor tan constante que me sacaba de mis casillas. Noté todas las demás rozaduras, hematomas y cortes. Me sentía como si fuera una lista de quejas y de cosas que funcionaban mal. Me dolía por todas partes.

A continuación, lo primero que recuerdo fue la neblina. Empecé a recordar lo que había pasado. La Pesadilla. La fiesta de los vampiros. Los chicos que habían sido seducidos.

Y el fuego.

Ah, Dios. ¿Qué he hecho?

Pensé en el fuego, cómo subía formando gruesas columnas, alcanzando a los vampiros para meterlos en la hoguera que se había formado con los setos y los árboles.

¡Rayos y centellas! Aquellos chicos estaban indefensos ante el fuego y el humo del que yo había escapado gracias a la ayuda de una bruja sidhe de cierto renombre. Ni siquiera me había puesto a pensar en ello. Nunca había tenido en cuenta las consecuencias de dejar que mi energía fluyera de esa forma.

Abrí los ojos. Me tumbé en la cama de mi habitación. Me levanté de la cama tambaleándome y fui al baño. En algún momento, alguien debió de darme de comer sopa, porque empecé a vomitar, y salía algo. Los he matado. He matado a todos esos chicos. Mi magia, la magia que era la energía de la creación y la vida en sí misma los había alcanzado y quemado.

Vomité hasta que me dolió el estómago al pensar en ello; la inmensa pena que sentía era cada vez mayor. Luché pero no conseguía bloquear las imágenes de mi mente. Los chicos ardiendo, Justine ardiendo. La magia define a un hombre. Viene de tu interior. No puedes hacer nada con magia que no esté en tu interior.

Y yo había quemado vivos a esos chicos.

Mi poder. Mi elección. Mi culpa.

Sollocé.

No me recuperé hasta que Michael entró en el baño. Cuando lo hizo, yo estaba de lado, hecho un ovillo, el agua de la ducha caía sobre mí y el frío me hacía temblar. Me dolía todo, dentro y fuera de mí. Me dolía la cara, de haber estado tan retorcido. La garganta se me había cerrado casi por completo por estar tanto tiempo gimiendo.

Michael me cogió como si no pesara más que uno de sus hijos. Me secó con una toalla y me puso mi gruesa bata. El llevaba ropa limpia, una venda en la muñeca y otra en la frente. Sus ojos parecían un poco más hundidos, como si hubiera dormido poco, pero sus manos estaban firmes, y su expresión calmada, confiada.

Me preparé otra vez muy lentamente. Cuando terminó, levanté los ojos hacia él.

—¿Cuántos? —pregunté—. ¿Cuántos murieron?

Lo comprendía. Vio el dolor en mis ojos.

—Después de sacaros a los dos, llamé a los bomberos y les dije que había gente a la que rescatar. Vinieron con bastante rapidez pero…

—¿Cuántos Michael?

Suspiró lentamente.

—Once cuerpos.

—¿Susan? —Mi voz tembló.

Él dudó.

—No lo sabemos. Encontraron a once. Están comprobando los archivos dentales. Dijeron que el calor era tan fuerte que los huesos apenas parecían humanos.

Dejé escapar una sonrisa amarga.

—Apenas humanos. Pero había más chicos ahí.

—Lo sé. Pero eso fue lo que encontraron. Y rescataron a doce más con vida.

—Por lo menos es algo. ¿Y qué hay de los que no contaron?

—Se fueron. Desaparecieron. Se cree… se cree que murieron.

Cerré los ojos. El fuego había ardido y reducido los huesos a ceniza ¿Había sido mi hechizo tan poderoso? ¿Había ocultado a la mayor parte de los muertos?

—No puedo creerlo —dije—. No puedo creer que fuera tan estúpido.

—Harry —dijo Michael. Me puso la mano en el hombro—. No hay forma de saberlo. No podemos. Podrían haber muerto antes de que empezara el fuego. Los vampiros se los estaban comiendo indiscriminadamente en lugares que nosotros no veíamos.

—Lo sé —dije—. Lo sé. Dios, he sido tan arrogante. Tan idiota al entrar allí así.

—Harry…

—Y esos pobres niños estúpidos pagaron por ello. Maldita sea, Michael.

—Muchos vampiros tampoco consiguieron salir, Harry.

—No hubiera merecido la pena ni aunque hubiésemos acabado con todos los vampiros de Chicago.

Michael se quedó en silencio. Estuvimos así sentados mucho tiempo.

Al final, le pregunté:

—¿Cuánto tiempo he estado fuera?

—Más de un día. Dormiste toda la noche, ayer y una gran parte de esta noche. El sol saldrá enseguida.

—Dios —dije. Me froté la cara.

Pude notar como Michael fruncía el ceño.

—Por un momento creíamos que habías muerto. No te despertabas. Tenía miedo de llevarte al hospital. A cualquier sitio en el que te pudieran encontrar. Los vampiros podían localizar tu rastro.

—Tenemos que llamar a Murphy y decirle…

—Harry, Murphy todavía está durmiendo. Hablé con el sargento Stallings anoche, después de llamar a los bomberos. El Departamento de Investigaciones Especiales intentó encargarse de la investigación pero alguien al otro lado de la línea llamó al Departamento de policía para que la interrumpieran. Supongo que Bianca tiene contactos en el ayuntamiento.

—No pueden evitar que se realicen investigaciones sobre personas desaparecidas que en cualquier momento se van a poner en marcha, en cuanto la gente empiece a echar de menos a esos chicos. Pero sí pueden entorpecerlas de algún modo. Mierda.

—Lo sé —dijo Michael—. Intenté encontrar a Susan, a Justine, y después la espada, pero no había nada.

—Casi lo conseguimos. La espada, los prisioneros y todo.

—Lo sé.

Negué con la cabeza.

—¿Cómo está Charity? ¿Y el niño?

Bajó la vista.

—El niño… todavía no saben nada de él. No son capaces de averiguar lo que ocurre. No tienen ni idea de por qué se está debilitando cada vez más.

—Lo siento. ¿Está Charity…?

—Está metida en cama y tiene para un tiempo, pero mejorará. La llamé ayer.

—¿Qué la llamaste? ¿No has ido a verla?

—He estado cuidando de ti —dijo Michael—. El padre Forthill estaba con mi familia y otros pueden cuidar de ellos cuando yo estoy fuera.

Me estremecí.

—No le gustó que te quedaras conmigo, ¿verdad?

—No me habla.

—Lo siento.

Asintió.

—Yo también.

—Ayúdame a levantarme, tengo sed.

Lo hizo y yo solo me balanceé un poco al ponerme de pie. Me tambaleé al entrar en el salón de mi apartamento.

—¿Y Lydia? —pregunté.

Michael se quedó en silencio y mis ojos respondieron mi propia pregunta unos segundos más tarde. Lydia estaba en el sofá de mi salón, bajo una tonelada y media de mantas, hecha un ovillo, con los ojos cerrados y la boca un poco abierta.

—La conozco —dijo Michael.

Fruncí el ceño.

—¿De qué?

—De la guarida de Kravos. Era una de las chicas que se llevaron.

Silbé.

—Debía de conocerle. Sabía lo que iba a hacer en cierta medida.

—Intenta no despertarla —dijo Michael en voz baja—. No se dormía. Creo que la han drogado. Estaba muy nerviosa y confundida. Conseguí que se calmara hace una hora.

Fruncí un poco el ceño y fui a mi minúscula cocina. Michael fue detrás de mí. Saqué un refresco de cola del refrigerador, lo pensé mejor según tenía el estómago y en su lugar cogí un vaso de agua. Bebí de modo inseguro.

—Ahora tengo que pagar por un montón de cosas, Michael.

Me miró frunciendo el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Lo que haces vuelve a ti, Michael. Deberías saberlo. Si tiras una piedra, la piedra vuelve a ti. Si siembras vientos, recoges tempestades.

Michael levantó las cejas.

—No sabía que habías leído tanto la Biblia.

—Para mí los refranes siempre han tenido mucho significado —dije—. Pero con la magia, ese tipo de cosas son más duras y fuertes. He matado, he quemado a gente y eso se va a volver contra mí.

Michael frunció el ceño y miró a Lydia.

—La ley de Tres, ¿no?

Me encogí de hombros.

—Creía que me habías dicho una vez que no creías en eso.

Bebí más agua.

—No, y no creo. Es bastante parecido a la justicia. Creer que lo que haces con la magia vuelve a ti multiplicado por tres.

—¡Has cambiado de forma de pensar!

—No sé. Lo único que sé es que va a haber justicia. Michael. Por esos niños, por Susan, por lo que le pasó a Charity y a tu hijo. Si nadie más lo arregla, lo voy a hacer yo. —Hice una mueca—. Solo espero estar equivocado. Puedo eludir las venganzas del karma el tiempo suficiente como para acabar con esto.

—Harry, la fiesta era todo. Fue la oportunidad de Bianca para matarte y a pesar de ello no faltar a los acuerdos. Tendió su trampa y perdió. ¿Crees que va a seguir intentándolo?

Le miré.

—Por supuesto. Y tú también. O tú no hubieras hecho ayer de perro guardián.

—Buena afirmación.

Me pasé los dedos por el pelo y cogí el refresco, me importaba un comino que me doliera el estómago.

—Tenemos que decidir cual va a ser nuestro próximo movimiento.

Michael negó con la cabeza.

—No lo sé. Tengo que estar con Charity y con mi hijo. Si está… si está enfermo. Necesita que esté cerca de él.

Abrí la boca para contestar, pero no puede. Michael ya había arriesgado su cabeza más de una vez. Me había dado un buen consejo que yo no había escuchado. Especialmente sobre Susan. Si hubiera prestado más atención, le hubiera dicho lo que sentía, quizá…

Corté con ese pensamiento antes de que el sollozo histérico que subía por mi garganta se convirtiera en algo más que un montón de lágrimas que me nublaban la vista.

—Vale —dije—. Te… doy las gracias por tu ayuda.

Asintió y miró hacia abajo como si estuviera avergonzado.

—Harry, lo siento. He hecho todo lo que podía, pero ya no soy tan joven y… he perdido la espada. Puede que ya no sea el que tenga que tenerla. Puede que sea así como me está diciendo que ahora tengo que estar en casa, que tengo que estar allí por mi mujer y mis hijos.

—Lo sé —dije—. Está bien. Haz lo que creas que es lo mejor.

Se tocó la venda que tenía en la frente con suavidad.

—Si tuviera la espada, probablemente me sentiría de otra forma —se calló.

—Continúa —dije—. Mira, aquí estaré bien. El Consejo probablemente me proporcione ayuda. —Si no se enteran de los que murieron en el fuego, claro. Si se enteran que he quebrantado la primera ley de la magia, me arrancarán la cabeza en menos de lo que se tarda en decir «infracción mayúscula»—. Vete Michael. Yo cuidaré de Lydia.

—Vale —dijo—. Yo…

Se me ocurrió algo y no escuché lo que Michael dijo a continuación.

—¿Harry? —preguntó—. Harry, ¿estás bien?

—Estoy pensando algo —dije—. Es… algo no encaja en todo esto. ¿No te parece?

Se limitó a mirarme pestañeando.

Negué con la cabeza.

—Pensaré en ello; tomaré algunas notas e intentaré resolverlo. —Me dirigí hacia la puerta—. Venga. Te dejaré al margen de este asunto.

Michael me siguió hasta la puerta y yo tenía la mano en el picaporte cuando la puerta de repente vibró varias veces, lo cual solo podía ser que alguien estuviera llamando. Le miré por encima del hombro y sin hablar, fui hasta la chimenea y cogí el atizador que estaba encima de los troncos. La punta tenía un brillo rojo anaranjado.

Cuando sonó otro golpe en mi puerta, la abrí de golpe y me eché a un lado.

Una figura escuálida de mediana estatura entró tambaleándose en la habitación. Llevaba una cazadora de piel, pantalones vaqueros, zapatillas de tenis y una gorra de baloncesto muy juvenil. Llevaba un estuche de escopeta de plástico negro y olía a sudor y a perfume femenino.

—Eh, tú —gruñí. Le agarré por el hombro antes de que pudiera recuperar el equilibrio y le giré con fuerza lanzándolo contra la pared. Primero le di un golpe en la boca, sentí el impacto del ruido sordo en los nudillos. Cogí la parte delantera de la cazadora con ambas manos, y refunfuñando lo lancé desde la pared hasta el suelo de mi salón.

Michael dio un paso adelante, le puso la bota de trabajo en la nuca y acercó la punta brillante del atizador a sus ojos.

Thomas soltó la caja del rifle y levantó las manos, con los dedos pálidos extendidos.

—¡Dios! —dijo casi sin aliento. Tenía el labio partido y estaba manchado de algo pálido y rojizo, algo que no parecía sangre humana. Bajé la vista a los nudillos y estaban manchados de la misma sustancia. Captaba la luz del fuego y la reflejaba con un brillo cristalino—. Dresden —tartamudeó Thomas—. No te precipites.

Me agaché y le quité la gorra de la cabeza dejando que su pelo oscuro cayera en una melena despeinada.

—¿Precipitarme? Como por ejemplo, ¿volverme traidor de repente y dejar que un puñado de monstruos se coma a tu novia?

Sus ojos se giraron hacia Michael y después a mí otra vez.

—Dios, espera, no fue así. No viste lo que pasó después. Por lo menos cierra la puerta y escúchame.

Miré la entrada abierta y después de dudar un momento la cerré. No tenía sentido estar desprotegido sólo para llevar la contraria.

—No quiero escucharle, Michael.

—Es un vampiro —dijo Michael—. Y nos ha traicionado. Probablemente ha venido a engañarnos otra vez.

—¿Crees que deberíamos matarle?

—Antes de que haga daño a alguien más —dijo Michael. Su tono era apagado, desinteresado. En realidad su cara mostraba terror. Temblé ligeramente y me ceñí un poco más la bata.

—Mira, Thomas —dije—. He tenido un día bastante malo y hace solo media hora que me he levantado. Y tú estás haciendo que sea peor.

—Todos hemos tenido un mal día, Dresden —dijo Thomas—. La gente de Bianca lleva persiguiéndome día y noche. Casi no consigo llegar sano.

—La noche es joven —dije—. Dame solo una razón por la que no deba matarte por ser un vampiro, traidor y sinvergüenza.

—Porque puedes confiar en mí —dijo—. Quiero ayudarte.

Gruñí.

—¿Por qué demonios iba a creerte?

—No deberías —dijo—. No. Miento muy bien, soy uno de los mejores. No te estoy pidiendo que me creas a mí sino a las circunstancias. Tenemos un interés común.

Me enfadé.

—Me estás tomando el pelo.

Negó con la cabeza y me sonrió con ironía.

—Ojalá. Creía que tendría la oportunidad de ayudarte a salir una vez que Bianca hubiera dejado de vigilarme pero me traicionó.

—Bueno, Thomas. No sé cuánto tiempo llevas en esto pero Bianca es lo que coloquialmente se llama «una mala persona». Por sus actos podrás saber que se trata de ese tipo de gente.

—Que Dios me proteja de los idealistas —murmuró Thomas, Michael gruñó y Thomas le dedicó una sonrisa esperanzadora como la de un cachorro—. A ver, vosotros dos, ellos tienen a la mujer de Dresden.

Di un paso adelante con el corazón agitado.

—¿Está viva?

—Por ahora —dijo Thomas—, y también a Justine. Yo quiero que vuelva y tú quieres que vuelva Susan. Creo que podemos hacer un trato, trabajar juntos. ¿Qué decís?

Michael negó con la cabeza.

—Es un mentiroso, Harry. Lo puedo notar al estar tan cerca de él.

—Sí, sí, sí —dijo Thomas—. Lo confieso. Pero en este momento, no contemplo mentir a nadie. Solo quiero que vuelva.

—¿Justine?

Thomas asintió.

—Para que pueda seguir alimentándose de ella —dijo Michael—. Harry, si no le vamos a matar, por lo menos échale de aquí.

—Si lo hacéis —dijo Thomas—, estaréis cometiendo un grave error. Y os juro, por mi estupendo aspecto y mi ego, que no os miento.

—De acuerdo —dijo Michael—, mátale.

—¡Espera! —gritó Thomas—. Por favor, Dresden, ¿qué quieres que te pague a cambio? ¿Qué quieres que haga? No tengo a donde ir.

Estudié la expresión de Thomas. Parecía agotado, desesperado, bajo esa fachada de frialdad casi no se tenía en pie. Y bajo ese miedo, parecía resignado, decidido.

—Vale —dije—. Está bien, Michael, déjale que se levante.

Michael frunció el ceño.

—¿Estás seguro?

Asentí. Michael se apartó de Thomas pero seguía sujetando el atizador en una mano.

Thomas se levantó, pasándose los dedos con delicadeza por la garganta justo donde la bota de Michael le había dejado una marca oscura; se tocó el labio abierto e hizo un gesto de dolor.

—Gracias —dijo en voz baja—. Mira en la caja.

—Miré en la caja de la escopeta.

—¿Qué hay?

—Un depósito —dijo—, una entrada inicial en pago por tu ayuda.

Arqueé una ceja y me incliné sobre el estuche. Lo rocé con las puntas de mis dedos. A su alrededor no había señas que advirtiesen de ningún halo de energía que presagiara una bomba trampa, pero sería difícil presentir si había algo importante. Aún así, sabía que dentro no había nada malo. Algo que vibraba suavemente, una oscilación silenciosa de energía que atravesaba el plástico y mi mano. Una vibración que reconocí.

Quité los seguros del estuche de la escopeta, a tientas por las prisas y la abrí.

Amoracchius brillaba, destacando en la espuma gris del interior. No había quedado ninguna huella después de haber estado en el infierno de la casa de Bianca.

—Michael —dije en voz baja. Extendí la mano y toqué la empuñadura de la espada otra vez. Todavía zumbaba con esa energía fuerte y contenida, que era tranquilizadora y amedrentadora a la vez. Retiré los dedos.

Michael se puso al lado del estuche y se inclinó mirando la espada. Su expresión flaqueó y se hizo difícil de leer. Sus ojos se llenaron de lágrimas y estiró su mano llena de cicatrices para tocar la empuñadura. La cogió y cerró los ojos.

—Está bien —dijo—. No le han hecho nada. —Abrió los ojos y miró hacia arriba—. Te oigo.

Miré hacia el techo y dije.

—Espero que lo digas en sentido figurativo porque no oigo nada.

Michael sonrió y negó con la cabeza.

—Estuve débil un tiempo. Las espadas son una carga. Te otorgan poder, pero pagas un precio alto por ello. Pensaba que quizá la pérdida de la espada era su forma de decirme que era el momento de jubilarme. —Pasó la otra mano por la punta de metal retorcido que estaba colocada en la hoja, en la empuñadura del arma—. Pero todavía queda trabajo por hacer.

Levanté la vista hacia Thomas.

—¿Dices que tienen a Susan y a Justine? ¿Dónde?

Se humedeció los labios.

—En la casa de la ciudad —dijo—. El fuego ha destrozado la parte de atrás de la casa, pero solo el exterior. El interior está bien y el sótano está intacto.

—De acuerdo —dijo—. Habla.

Thomas lo hizo, exponiendo los hechos de forma rápida y ordenada. Bianca y la corte se habían retirado a la mansión. Bianca había ordenado a los demás vampiros que cada uno sacara a alguno de los mortales indefensos. Uno de ellos había llevado a Susan. Cuando la policía y los bomberos llegaron, ya casi habían acabado y el jefe de los bomberos estuvo buscando a los muertos bajo la espuma. Había entrado a hablar con Bianca y salió tranquilo y sereno, y ordenó a todo el mundo que recogiese y se fuera, que le valía con saber que había sido un terrible accidente y que todo había terminado.

Después de eso, los vampiros habían podido relajarse y disfrutar de sus «invitados».

—Creo que están cambiando a algunos —dijo Thomas—. Ahora Bianca tiene la autoridad para permitirlo. Y perdieron tantos en la lucha y el fuego. Sé que Mavra cogió un par de ellos y se los llevó cuando se fue.

—¿Se fue? —pregunté.

Thomas asintió.

—Se fue de la ciudad justo antes de la puesta de sol. Tenía dos nuevas bocas que alimentar.

—Y ¿cómo sabes esto, Thomas? Por lo último que yo sé, la gente de Bianca iba a matarte.

Se encogió de hombros.

—Un buen mentiroso esconde más de lo que parece, Dresden. Pude vigilar un rato para ver lo que pasaba.

—Vale —dije—. Así que tienen a los nuestros en la casa. Solo tenemos que entrar, cogerlos y salir otra vez.

Thomas negó con la cabeza.

—Necesitamos algo más. Ha contratado agentes de seguridad. Guardas con armas. Sería una matanza.

—Ese es el espíritu —dije, con una sonrisa apagada—. ¿Dónde tienen a los cautivos?

Thomas me miró sin llegar a comprender y después negó con la cabeza.

—No lo sé.

—Hasta ahora lo sabías todo —dijo Michael—. ¿Por qué te callas ahora?

Thomas miró a Michael con cautela.

—Lo digo en serio. No sé de esa casa más que vosotros dos.

Michael frunció el ceño.

—Aunque entráramos, podemos equivocarnos e ir buscando por ahí hasta en el armario de las escobas. Tenemos que saber cómo es la casa por dentro.

Thomas se encogió de hombros.

—Lo siento mucho, pero no puedo decir más.

Moví una mano.

—No te preocupes. Tenemos que hablar con alguien que haya visto el interior de la casa.

—¿Coger un prisionero? —preguntó Michael—. No sé si vamos a conseguir hacer eso.

Negué con la cabeza y miré la figura dormida de Lydia que no se había movido en todo el tiempo.

—Tenemos que hablar con ella, estaba dentro. Podría saber cosas que nos sean muy útiles. Tiene un don especial para eso.

—¿Don?

—Las lagrimas de Casandra. Puede ver escenas del futuro.

Me vestí y dejé dormir a Lydia una o dos horas más. Thomas fue al baño a ducharse, mientras que yo estaba sentado en el salón con Michael.

—Lo que no puedo imaginarme —dije—, es cómo conseguiremos salir de allí tan fácilmente.

—¿A eso le llamas fácilmente? —dijo Michael.

Hice una mueca.

—Quizá. Yo esperaba que nos estuvieran persiguiendo. O que hubieran enviado a la Pesadilla a por nosotros.

Michael frunció el ceño, pasándose la empuñadura de la espada por las dos manos como si estuviera jugando al golf.

—Entiendo lo que quieres decir. —Se quedó callado un momento—. ¿De verdad crees que la chica nos va servir de ayuda?

—Eso espero.

En ese momento Lydia comenzó a toser. Me puse a su lado y la ayudé a beber agua. Parecía grogui, aunque empezó a moverse.

—Pobre chica —le dije a Michael.

—Por lo menos ha podido dormir un poco. No creo que haya dormido nada en los últimos días.

Las palabras de Michael me dejaron inmóvil.

Empecé a apartarme de Lydia pero sus dedos se extendieron y atraparon mi jersey. Yo me eché hacia atrás pero ella me cogió con facilidad y no podía moverme. La chica pálida abrió sus ojos hundidos y toda la parte blanca estaba llena de sangre, de color rojo intenso. Sonrió, lentamente, con malicia. Habló y su voz era lenta y áspera, totalmente distinta de su tono verdadero. Alienada y malvada.

—No deberías haberla dejado dormir, o deberías haberla matado antes de que se despertara.

Michael se puso de pie. Lydia se levantó y con una mano me separó del suelo, sus ojos sangrientos me miraban con alegría malvada.

—Llevo esperando esto tanto tiempo —dijo la voz alienada, la de la Pesadilla, y susurró—. Adiós, mago. Y la chica delgada me lanzó como una pelota de baloncesto contra la chimenea.

Algunos días, es mejor no salir de la cama.