Capítulo 8
Uno de los vampiros rió con malicia, y salió de la oscuridad. No era especialmente alto y se movía con una gracilidad peligrosa que hacía difícil ver sus ojos de color azul como el cristal, su pelo rubio bien peinado y sus zapatillas de tenis blancas.
—Bianca nos dijo que estarías nervioso —susurró.
El segundo seguía dirigiéndose hacia nosotros, desde la esquina de la casa de huéspedes. Ella también era de una altura y complexión inofensiva, y tenía los mismos ojos azules y el pelo rubio impecable del hombre y las mismas zapatillas de tenis blancas.
—Pero —susurró, y se humedeció los labios con una lengua como la de un gato—. No nos dijo que estarías tan apetecible.
Susan buscaba las llaves a tientas y se pegaba a mí, rígida por la tensión y el miedo.
—¿Harry?
—No los mires a los ojos —dije—. Y no les dejes que te chupen.
Susan me miró con dureza por debajo de sus cejas negras como el azabache.
—¿Chuparme?
—Sí. Su saliva tiene algún tipo de narcótico adictivo. —Llegamos al coche—. Entra.
El vampiro masculino abrió la boca, mostrando sus fauces, y se rió.
—Paz, mago. No hemos venido a buscar tu sangre.
—Habla por ti mismo —dijo la chica. Se chupó otra vez los labios y esta vez pude ver las manchas negras de su lengua larga y rosa.
El vampiro masculino sonrió y puso una mano en el hombro de ella. Un gesto que era mitad afecto, mitad limitación física.
—Mi hermana no ha comido esta noche —explicó—. Está a dieta.
—¿Vampiros a dieta? —murmuró Susan entre dientes.
—Sí —contesté en voz baja—. Hace que su sangre sea baja en calorías.
Susan emitió un ruido contenido.
Miré al hombre y alcé el tono de voz.
—Entonces, ¿quién eres? ¿Y por qué estás en mi casa?
Inclinó la cabeza en señal de cortesía.
—Me llamo Kyle Hamilton. Esta es mi hermana. Somos compañeros de madame Bianca, y hemos venido a darte un mensaje. En realidad, una invitación.
—Solo hace falta uno para dar el mensaje.
Kyle miró a su hermana.
—Vamos de camino a nuestra partida de dobles.
Gruñí.
—Sí, claro —le dije—. Sea lo que sea lo que vendéis. No quiero nada. Os podéis ir.
Kyle frunció el ceño.
—Le pido que lo piense mejor, señor Dresden. Usted mejor que nadie debería saber que madame Bianca es el vampiro más influyente de la ciudad de Chicago y rechazar su invitación podría tener consecuencias graves.
—No me gustan las amenazas —contesté. Levanté mi varita y la puse a la altura de los ojos azules de Kyle—. Si continúas así, justo donde tú estás va a quedar una mancha de grasa.
Los dos me sonrieron como ángeles inocentes con dientes afilados.
—Por favor, señor Dresden —dijo Kyle—. Entienda que solo estoy mencionando los peligros potenciales de un incidente diplomático entre la Corte de los Vampiros y el Consejo Blanco.
Gritos. Eso cambió las cosas. Dudé y después bajé la varita.
—¿Es un tema de la corte? ¿Un negocio oficial?
—La Corte de los Vampiros —dijo Kyle, con una cadencia especial— invita formalmente a Harry Dresden, mago, como representante local del Consejo Blanco de magos, para que asista a la celebración de la elevación de Bianca St. Claire al rango de margravine de la Corte de los Vampiros, dentro de tres noches, la recepción empezará a medianoche. —Kyle se calló para darme un sobre blanco con aspecto de ser caro y volvió a sonreír—. Por supuesto, la corte allí reunida garantiza la seguridad a todos los invitados.
—Harry —susurró Susan—. ¿Qué ocurre?
—En un minuto te lo cuento —dije. Di un paso para apartarme de Susan—. Entonces, ¿vienes en calidad de mensajero de la corte?
—Sí —dijo Kyle.
Yo asentí.
—Dame la invitación.
Los dos fueron hacia donde yo estaba. Levanté mi varita y murmuré una palabra. La energía salió por la varita y el otro extremo empezó a brillar con una luz incandescente.
—Ella no —dije, señalando a la hermana del heraldo—. Solo tú.
Kyle siguió sonriendo, pero el enfado hizo que sus ojos, que habían cambiado del azul al negro, fueran extendiéndose hasta anular el blanco.
—Bueno —dijo con la voz tensa—, no somos abogados sin importancia, señor Dresden.
Le sonreí.
—Mira, Sparky, tú eres el representante y deberías conocer los acuerdos tan bien como yo. Tienes licencia para entregar y recibir mensajes y para permanecer sano y salvo siempre que no seas tú el causante de los problemas. —Agité la punta de la varita hacia la chica que estaba detrás de él—. Ella no. Y ella tampoco está obligada a mantener la paz. Digamos que yo preferiría que dejáramos esto al margen.
Ambos hicieron un sonido sibilante que ningún humano habría sido capaz de repetir. Kyle empujó bruscamente a Kelly detrás de él. Ella se quedó allí, con sus manos, de aspecto suave, junto al estómago, los ojos totalmente negros y exentos de humanidad. Kyle se acercó a mí y me tiró el sobre. Me tragué el miedo y bajé la varita para cogerlo.
—Tu trabajo aquí ha terminado —le dije.
—Será mejor que vayas, Dresden —gruñó Kyle, poniéndose al lado de su hermana—. Mi señora se disgustará mucho si no lo haces.
—Te dije que te largaras, Kyle. —Levanté la mano, utilizando todo mi enfado y mi miedo como fuentes de energía y dije en voz baja—: Ventas servitas.
La energía salió de mí. En respuesta a mi orden, el viento rugió y sopló hacia los dos vampiros, transportando una nube de polvo y tierra y desechos. Ambos se tambalearon, levantaron una mano para protegerse los ojos de las partículas en suspensión.
Cuando el viento amainó, yo flaqueé, agotado por el esfuerzo de poner tanto aire en movimiento, y observé como los vampiros se recuperaban y pestañeaban para volver a ver. Sus impolutas zapatillas de tenis estaban manchadas, sus hermosas complexiones estaban modificadas y su pelo perfecto estaba despeinado.
Me silbaron y se agacharon, con el cuerpo en equilibrio por extraño que parezca. Despedían un brillo inhumano. Entonces se vio una masa confusa de zapatillas de tenis blancas y desaparecieron.
No estuve seguro de que se hubieran ido hasta que liberé mis sentidos para que palparan el aire y buscaran la energía fría que los había rodeado. También se había disipado. Solo entonces, cuando estuve absolutamente seguro de que se habían ido, me relajé. Bueno, parecía una relajación sencilla pero normalmente cuando me relajo, me tambaleo y necesito apoyar mi bastón con fuerza en el suelo para evitar caerme. Me quedé así un segundo mientras la cabeza me daba vueltas.
—Vaya. —Susan se acercó a mí, con cara de preocupación—. Harry, está claro que sabes cómo hacer amigos.
Temblé un poco, me era difícil mantenerme de pie.
—No necesito amigos como esos.
Ella se acercó a mí lo suficiente como para apoyarse, y alivió mi ego metiéndose bajo mi brazo como si necesitara protección.
—¿Te encuentras bien?
—Cansado. He estado trabajando duro esta noche y creo que no estoy en forma.
—¿Puedes andar?
Esbocé una sonrisa forzada y empecé a andar hacia las escaleras que conducían a mi apartamento. Mister, mi gato negro, apareció de repente de la oscuridad y se lanzó hacia mis piernas. Un gato de quince kilos dando una muestra de cariño desequilibra un poco, por lo que tuve que dejar que Susan me ayudara para no caerme.
—¿Otra vez asustando a los niños pequeños, eh, Mister?
Mi gato maulló, y después bajó por las escaleras y tocó la puerta con la pata.
—Entonces —dijo Susan—, los vampiros van a hacer una fiesta.
Saqué mis llaves del bolsillo del abrigo. Abrí la puerta de mi casa y Mister entró de un salto. Al entrar, cerré la puerta y me quedé mirando el salón con aire cansado. El fuego se había apagado y solo quedaban unas brasas casi apagadas, pero estaba todavía levemente iluminado con una luz dorada y roja. Había decorado mi apartamento con texturas, no con colores. Me gusta el suave veteado de las maderas viejas, los gruesos tapices en las paredes de piedra desnuda. Todas las sillas están muy acolchadas y tienen aspecto cómodo, hay alfombras esparcidas por el suelo, también de piedra, de varios materiales, formas y tejidos, desde árabes a otras tejidas por los navajos.
Susan me ayudó a entrar cojeando hasta que me derrumbé sobre el sofá lujosamente tapizado. Me cogió el bastón y la varita, arrugó la nariz por el olor a quemado y los colocó en la esquina junto al bastón espada. Entonces vino junto a mí y se arrodilló, dejando ver una buena parte de su bella y desnuda pierna. Me quitó las botas, y yo rezongué al notar la comodidad de tener los pies descalzos.
—Gracias —dije.
Me quitó el sobre de la mano.
—¿Podrías coger las velas?
Gruñí en respuesta y ella dijo con desdén:
—Eres como un niño grande. Solo quieres ver cómo ando con esta falda.
—Culpable —dije. Ella me miró sonriendo y fue a la chimenea. Cogió unos troncos del cubo del carbón, los echó y después removió las ascuas con un atizador hasta que salieron llamas. No tengo luces eléctricas en el apartamento. Los aparatos se estropean con tanta facilidad que no tiene sentido estar reemplazándolos constantemente. Mi nevera es de las antiguas, de las que funcionan con hielo. Me estremecí al pensar en lo que podría hacer con los tubos de gas.
Así que vivía sin más fuentes de calor que la chimenea y sin agua caliente, sin electricidad. Es la maldición de un mago. Tengo que admitir que ahorras en facturas, pero puede llegar a ser realmente incómodo.
Susan tuvo que pegarse al fuego para acercar la punta de un candelabro largo a las llamas pequeñas. La luz naranja describió una sombra curva por los músculos de sus piernas, a mi entender, de forma absolutamente fascinante, a pesar de lo cansado que me encontraba.
Susan se levantó con la vela encendida en la mano y me sonrió.
—Te has quedado mirándome fijamente, Harry.
—Culpable —dije otra vez.
Encendió todas las velas que había en la chimenea, y después abrió el sobre blanco, frunciendo el ceño.
—¡Ah! —dijo, y puso a la luz la invitación que estaba dentro. No pude leer las palabras pero ese brillo amarillo blanquecino solo podía ser oro de verdad—. «Por la presente, el portador, el mago Harry Dresden, y los acompañantes que él decida quedan invitados a una recepción…» No creía que se siguiesen utilizando invitaciones como esta.
—Vampiros. Puede que haga doscientos años que estén obsoletos y no se dan cuenta.
—Harry —dijo Susan. Dio un golpecito con la invitación contra la palma de la mano un par de veces—, algo me está pasando.
Mi cerebro intentaba despertarse de su abotargamiento. Dentro de mí, algún instinto me avisaba que a Susan le iba a pasar algo.
—¡Ejem! —dije, entreabriendo los ojos haciendo un esfuerzo por aclarar mis pensamientos—. Espero que no estés pensando en que sería una oportunidad fantástica para pasar un buen rato.
Le brillaron los ojos con algo parecido al deseo.
—Piensa en ello, Harry. Podría haber seres de más de cien años. En media hora, podría conseguir historias con las que tendría bastante hasta…
—Espera, Cenicienta —dije—. En primer lugar, no voy a ir a la fiesta y en segundo lugar, aunque fuera, no irías conmigo.
Se puso derecha y se colocó una mano en la cadera.
—¿Y eso que se supone que quiere decir?
Me estremecí.
—Mira, Susan. Son vampiros. Se comen a la gente. Precisamente por esa razón no tienes ni idea de lo peligroso que sería para mí o para ti estar allí.
—¿Y qué hay de lo que dijo Kyle? ¿La garantía de tu seguridad?
—Es fácil hablar —dije—. Verás, todos los que están en los círculos antiguos les dan importancia a las viejas leyes de la cortesía y la hospitalidad. Pero lo único que puedes hacer es confiar en que cumplan la ley. Si me sirvieran una bandeja de setas en mal estado, o alguien apareciera y acribillara a balazos el lugar erróneo y yo fuera el único mortal que hubiera allí, dirían: «Vaya, qué mala suerte. Lo lamento profundamente, no volverá a ocurrir».
—Así que dices que van a matarte —dijo Susan.
—Bianca me guarda rencor —dije—. No podría aparecer de repente y abrirme la garganta, pero podría encargarse de que me ocurriese algo de forma indirecta. Probablemente sea eso lo que tiene en mente.
Susan frunció el ceño.
—Te he visto encargarte de cosas mucho más complicadas que esos dos de ahí fuera.
Dejé escapar un suspiro de enfado.
—Seguro que sí, pero ¿qué sentido tiene tentar a la suerte?
—¿No te das cuenta de todo lo que esto podría significar para mí? —dijo—. Harry, esas tomas que hice del hombre lobo…
—Loup-garou —interrumpí.
—Me da igual, sea lo que sea. Fueron diez segundos de secuencia que fueron transmitidos solo durante tres días antes de que desapareciera, y con eso adelanté más que si hubiera realizado durante cinco años un trabajo preliminar. Si pudiera publicar entrevistas reales con vampiros…
—Venga, Susan. Estás leyendo demasiados superventas. En el mundo real, los vampiros te comen antes de que puedas darle al botón de grabar.
—Ya he tenido otras oportunidades, igual que tú.
—No voy por ahí buscando problemas —dije.
Le brillaban los ojos.
—Maldita sea, Harry. ¿Cuánto tiempo he estado dejando pasar las cosas que te ocurren a ti? Como esta noche, cuando se supone que estaba pasando la tarde con mi novio y en vez de eso, voy a sacarle de la cárcel.
¡Ay! Bajé la vista.
—Susan, créeme. Si hubiera podido hacer otra cosa…
—Esta podría ser una oportunidad fantástica para mí.
Ella tenía razón. Y había conseguido sacarme de problemas con tanta frecuencia que puede que le debiera esa oportunidad, por peligrosa que fuera. Era una chica responsable y podía tomar sus propias decisiones. Pero maldita sea, no podía asentir, sonreír y dejar que se metiera en una trampa. Sería mejor que la siguiera de cerca.
—No —dije—. Ya tengo suficientes problemas sin cabrear otra vez al Consejo Blanco.
Frunció el ceño.
—¿Qué es ese Consejo Blanco? —Kyle habló contigo como si hubiera algún tipo de gobierno. ¿Es como la Corte de los Vampiros, pero para magos?
Es exactamente eso, pensé. Susan no había llegado tan lejos nunca.
—En realidad no —le dije.
—Mientes fatal, Harry.
—El Consejo Blanco es un grupo compuesto por los hombres y mujeres más poderosos del mundo, Susan. Son magos. Su gran importancia radica en los secretos y no les gusta que la gente les conozca.
Sus ojos brillaron, como un perro al percibir un olor distinto.
—¿Y tú eres algo así como… un embajador suyo?
Tuve que reírme al escuchar eso.
—No, por Dios, no, pero soy miembro. Es como llevar un cinturón negro. Es una señal de estatus, de respeto. Estar en el consejo significa que puedo votar cuando surgen temas, y que tengo que respetar las normas.
—¿Estás autorizado a representarles en una función de este tipo?
No me gustaba el cariz que estaba tomando la conversación.
—Esto… En realidad, en este caso, obligado.
—Así que si no apareces, tendré problemas.
Fruncí el ceño.
—No tantos como si voy. Lo peor de lo que me podría acusar el consejo es de no ser educado. Puedo vivir con eso.
—¿Y si apareces? Venga Harry. ¿Qué es lo peor que podría ocurrir?
Levanté las manos.
—¡Me podrían matar! O algo peor, Susan, realmente no sabes lo que me estás pidiendo.
Me levanté del sofá para ir hacia ella. No fue buena idea. Me daba vueltas la cabeza y se me nubló la vista.
Me habría caído pero Susan tiró la invitación y me cogió. Me ayudó a volver a tumbarme en el sofá, y seguí abrazándola, tirando de ella para que se tumbara conmigo. Estaba suave y cálida.
Estuvimos un minuto allí tumbados, le acaricié la mejilla con el abrigo. La piel sonaba al roce con su piel. La oí suspirar.
—Lo siento Harry. No debería estar molestándote con esto ahora.
—No importa —dije.
—Es solo que creo que es algo grande. Si pudiéramos…
Me di un poco la vuelta, acaricié su suave y oscuro pelo y la besé.
Sus párpados se abrieron del todo un segundo y después se cerraron. Sus palabras quedaron reducidas a un balbuceo y su boca se dulcificó al encontrarse con la mía, cada vez más cálida. A pesar de mis dolores y hematomas, el beso me sentó bien. Muy bien. Su boca sabía bien, sentía la dulzura de sus labios bajo los míos. Sentí como deslizaba un dedo entre los botones de mi camisa, acariciándome, y una sensación especial recorrió todo mi cuerpo.
Nuestras lenguas se encontraron y la acerqué más. Ella volvió a gemir, de repente me echó hacia atrás lo suficiente para sentarse a horcajadas sobre mi cadera con esas largas y dulces piernas y empezó a besarme como si quisiera beber de mí. Yo pasé mis manos por su cintura, entreteniéndome en la parte baja de la espalda, y ella la movió restregándose contra mí. Moví las manos para palpar la fuerte tensión de sus muslos y las deslicé por la piel suave y desnuda, levantando la falda, dejando las piernas al desnudo, sus caderas.
Sentí un estremecimiento que me duró medio segundo al darme cuenta de que no llevaba nada debajo de la falda…, pero… entonces, habíamos estado pensando en pasar la noche juntos. El cansancio se mezclaba con el deseo y el hambre. La agarré, volví a sentir como jadeaba, deseándolo y con tantas ganas como yo, su cuerpo se tensaba contra el mío, bajo mis manos.
Empezó a tirar de mi cinturón, excitada, notaba su aliento cálido en mi cara.
—Harry, no seas tonto, no creas que esto me va distraer para siempre.
Al poco tiempo, nos aseguramos de que ninguno de nosotros pudiera pensar en nada, y después de pasar un buen rato nos quedamos dormidos, enganchados, con nuestros miembros entrelazados, su pelo negro y las delicadas mantas delante del fuego.
Hasta ahí bien. Hasta ese momento, el día había sido un auténtico infierno. Pero como parecía, el infierno reapareció por la mañana temprano.