Capítulo 25
El patio se sumió en un silencio sepulcral. Agarré mi bastón en espera del primer tiro, o el silbido del lanzamiento del primer cuchillo, o el grito espeluznante de furia. Notaba la presencia de Michael a mi lado impregnado de olor a acero, callado y seguro de sí mismo frente a tanta hostilidad. Madre mía, había intentado burlarme de los vampiros con el traje, pero… No creía que fuera a provocar una reacción tan impresionante.
—Tranquilo, Harry —murmuró Michael—. Son como perros rabiosos, no tiembles ni corras. Eso solo provocará que estallen.
—Normalmente un perro rabioso no tiene armas —le contesté—, ni cuchillos ni espadas. —Pero me quedé donde estaba con una expresión anodina.
Lo primero que se oyó no fue ni un tiro ni un grito de batalla, sino una risa fuerte. El sonido se extendió hacia arriba, era un sonido en cierta medida alegre y burlón, refulgente y despectivo, todo a un tiempo. Miré hacia abajo hacia las luces y vi a Thomas colocado como si fuera una encarnación extraña de Errol Flyn recién salido de una crisálida, subido a unos treinta centímetros en las escaleras, con una mano preparada, y la otra en la empuñadura cristalina de su espada. Su cabeza estaba echada hacia atrás, se veía como todos los músculos de su cuerpo mostraban su indiferencia o un esfuerzo hábil. Las alas de mariposa captaban la luz de las esquinas de los focos y las reflejaban en colores deslumbrantes.
—Siempre había oído —dijo Thomas proyectando su voz con astucia, arrastrando las palabras, en un tono alto para que todos la escucharan—, que la Corte Roja le daba a sus invitados una cálida bienvenida. No pensé que fuera a presenciar una manifestación tan pintoresca. —Se volvió hacia el escenario e hizo una inclinación—. Lady Bianca, me aseguraré de contarle a mi padre este enorme derroche de hospitalidad.
Sentí como mi sonrisa se afianzó, y miré más allá de los focos al escenario.
—Bianca, querida, estás ahí. Esta es una fiesta de disfraces, ¿no? ¿Un baile de disfraces? ¿Y se supone que todos podíamos venir vestidos de algo que no somos? Siento haber malinterpretado la invitación.
Escuché el murmullo de la voz de una mujer y los focos se apagaron, me dejaron un minuto a oscuras hasta que mis ojos se pudieron adaptar y pude mirar a la mujer al otro lado de donde estaba yo en el escenario.
Bianca no era alta pero sí escultural, como solo lo son las que aparecen en las revistas eróticas y en los sueños embarazosos. Pálida de piel, de pelo y ojos oscuros, llena de curvas sensuales, desde la boca hasta las caderas, todo tenía una madurez seductora mezclada con una fragilidad que habría hecho que cualquier hombre se fijara en ella. Llevaba un traje de fiesta de llamas titilantes. No es que fuera vestida de rojo, eran llamas, que la rodeaban formando un traje de fiesta, de color azul en su base que iba disipándose pasando por todos los colores que adopta una vela hasta llegar al rojo en torno a su impresionante pecho. Alrededor de sus elegantes mechones de pelo negro también había llamas. Tenía un par de tacones reales, lo cual le hacía parecer unos centímetros más alta aparte de su ya impresionante estatura. Los zapatos contribuían de forma interesante a la forma de sus piernas. La curva de su sonrisa prometía cosas que probablemente eran ilícitas y nada buenas, y que provocarían que la Dirección General de Salud Pública diera varios avisos, pero que al mismo tiempo se podrían hacer ininterrumpidamente.
A mí no me interesaba. Ya había visto lo que había bajo su máscara una vez. Y no había podido olvidarlo.
—Bueno —ronroneó. Su voz se oyó en todo el patio—. Supongo que no debíamos confiar en su buen gusto, señor Dresden. Aunque quizá podamos ver más cosas sobre su gusto más adelante en la velada —colocó la lengua entre los dientes y me echó una mirada deslumbradora.
La vi, y miré detrás de ella. Un par de figuras con capas negras, que no eran más que unas sombras, estaban colocadas detrás en silencio, como si estuvieran dispuestas a atacar con un simple chasquido de dedos. Supongo que de todas las llamas normales salen sombras.
—Creo que será mejor que no lo intentes.
Bianca volvió a reír. Otros en el salón rieron al unísono, aunque era una risa nerviosa.
—Señor Dresden —dijo—. Muchas cosas pueden cambiar la opinión de un hombre. —Cruzó las piernas lentamente, dejando que se viera su piel desnuda hasta su muslo sedoso y tenso—. Quizá encontremos algo que le haga cambiar de opinión a usted. —Saludó con una mano, perezosa y arrogante—. Música. Estamos aquí para divertirnos. Que comience la fiesta.
La música empezó a sonar otra vez mientras intentaba encontrar el significado de lo que acababa de decir Bianca. Había dado el permiso expreso para que su gente intentara ir a por mí. A lo mejor no podían subir y morderme, pero… Tendría que estar atento. Pensé en los besos narcóticos de Kelly Hamilton en mi garganta, la calidez resplandeciente que me rodeó, me provocó y me hizo temblar. Una parte de mí se preguntaba qué ocurriría si los vampiros me cogieran y si sería tan malo y otra pensaba en todo lo que había visto hasta ese momento esa tarde: era obvio que Bianca tenía algo entre manos.
Moví la cabeza y miré a Michael. Él asintió con un leve movimiento bajo su gran yelmo y ambos bajamos por las escaleras. Me temblaban las piernas, lo cual me hacía bajar de forma inestable. Rezaba por que los vampiros no lo notaran. No quería dejar que se enteraran de mi debilidad. A pesar de que estaba nervioso como un pájaro en una mina de carbón.
—Haz lo que tengas que hacer, Harry —dijo Michael—. Yo iré a unos pasos detrás de ti, a tu derecha, y vigilaré la retaguardia.
Las palabras de Michael me tranquilizaron, me calmaron y me sentí profundamente agradecido hacia él.
Esperaba que los vampiros descendieran sobre mí en una encantadora y peligrosa nube cuando llegara al patio pero no lo hicieron. Al contrario, Thomas estaba esperándome con una mano en la empuñadura de su espada, mostrando su cuerpo pálido sin vergüenza alguna. Justine estaba a su lado detrás de él. Su cara casi brillaba de júbilo.
—Ah, madre mía, ha sido maravilloso, Harry. ¿Puedo llamarte Harry?
—No —dije. Sin embargo, me contuve e intenté suavizar la respuesta—. Pero gracias, por lo que dijiste y por el momento en que lo dijiste. Las cosas se podían haber puesto muy feas.
Los ojos de Thomas se movieron.
—Todavía podrían, señor Dresden. Pero no podíamos permitir que bajaran y se organizara una reyerta general, ¿verdad?
—No, no podíamos.
—No, por supuesto que no. Habría menos oportunidades para seducir, engañar y apuñalar por la espalda.
Gruñí.
—Supongo que tiene razón.
La punta de su lengua rozó los dientes cuando sonrió.
—Normalmente, la tengo.
—Esto… Gracias, Thomas.
Miró hacia un lado y frunció el ceño. Seguí su mirada. Justine se había apartado de él y ahora estaba sonriendo abiertamente con su dulce cara mientras hablaba con un hombre delgado y sonriente vestido con un esmoquin encarnado y una máscara de dominó. Mientras miraba, el hombre extendió su brazo y le acarició el hombro con los dedos. Hizo algún comentario que provocó que la encantadora chica se riera.
—Perdone —dijo Thomas disgustado—. No soporto a los cazadores furtivos. Disfrute de la fiesta, señor Dresden.
Se fue hacia ellos y Michael se acercó a mí. Yo giré un poco la cabeza hacia él para escucharle murmurar.
—Nos están rodeando.
Miré a mi alrededor. El patio estaba lleno de gente. Muchos eran jóvenes, guapos, vestidos todos de negro con distintos atuendos, chicos de portada para la subcultura de lo siniestro. Piel, plástico y redes de malla parecían los temas principales, todo ello adornado con máscaras de dominó negras, pesadas capuchas sobre las capas y múltiples maquillajes. Algunos llevaban una cinta de tela roja en el brazo o una gargantilla de color encarnado en el cuello.
Al mirar vi a un joven demasiado delgado que se inclinaba sobre una mesa para inhalar algo por la nariz. Un trío de chicas sonrientes, dos rubias y una morena, todas vestidas como si fueran el equipo de animadoras de Drácula, con los pompones negros y rojos, contaron hasta tres todas juntas y se tragaron un par de pastillas con vasos de vino tinto. Otros jóvenes se movían pegados con un movimiento sensual o simplemente estaban sentados o de pie besándose, tocándose. Unos pocos estaban tumbados en el patio divirtiéndose, sonriendo con ojos soñadores y cerrados.
Hice un repaso de la multitud y enseguida me di cuenta de las diferencias. Moviéndose por entre los jóvenes vestidos de negro había figuras delgadas vestidas de rojo, quizá dos o tres docenas en total. Masculinas y femeninas con multitud de apariencias y trajes, todos compartían el color escarlata, la belleza y se movían seguros de sí mismos, acechando como lo hacen los predadores.
—La Corte Roja —dije. Me humedecí los labios y miré alrededor un poco más. Los vampiros actuaban como despreocupados pero habían formado un círculo a nuestro alrededor. Si nos quedábamos allí más tiempo, no podríamos salir del patio sin pasar a unos pocos metros de alguno de ellos. Los chicos con las pulseras rojas, ¿qué eran? ¿Vampiros jóvenes?
—Yo diría que ganado marcado —dijo Michael. En sus palabras se notaba el enfado, constante y silencioso.
—Tranquilo, Michael. Tenemos que movernos un poco por aquí, hacer que les sea difícil acorralarnos.
—De acuerdo —asintió Michael señalando hacia la mesa donde estaban las bebidas y hacia allí nos dirigimos a paso rápido. Los vampiros intentaron adaptarse a nuestro movimiento para seguirnos, pero no pudieron conseguirlo sin que se notara.
Una pareja vestida de rojo se movió para interceptarnos, encontrándose de cara con Michael y conmigo justo antes de que llegáramos a la mesa. Kyle Hamilton llevaba un conjunto de arlequín, todo eran gamas de color escarlata. Kelly le siguió, vestida con una malla de color escarlata que no dejaba nada a la imaginación, pero con una larga capa que le tapaba los hombros y las clavículas y la capucha bien subida dejando al descubierto solo la cara. Una máscara de color escarlata tapaba sus rasgos, excepto la mejilla y la seductora boca. Creí poder ver como se la arrugaba la piel en un lado de la boca, quizá por las quemaduras que había sufrido.
—Harry Dresden —me saludó Kyle en un tono de voz demasiado alto con una sonrisa demasiado abierta—. ¡Qué agradable volver a verte!
Le di una fuerte palmada en el hombro, haciendo que se tambalease.
—Ojalá fuera mutuo.
La sonrisa se convirtió en crispación.
—Y por supuesto, te acuerdas de mi hermana, Kelly.
—Sí, claro, por supuesto —dije—. Habéis estado mucho tiempo en la tumbona de los rayos UVA, ¿verdad?
Esperaba que gruñera o bufara o se tirara a mi cuello. Pero no, al contrario, se dirigió a la mesa, cogió una copa de plata y un vaso de vino de cristal del camarero que había allí y nos las ofreció con una sonrisa que imitaba a la de su hermano.
—Es tan agradable volver a verte, Harry. Lamento que esta noche no podamos ver a la encantadora señorita Rodríguez.
Acepté la copa.
—Tenía que lavarse el pelo.
Kelly se giró hacia Michael y le ofreció el vaso. Él aceptó inclinando la cabeza con rigidez y educación.
—Entiendo —murmuró—. No tenía ni idea de que le gustaran los hombres, señor Dresden.
—¿Qué puedo decir? Son tan grandes y fuertes.
—Por supuesto —dijo Kyle—. Si estuviera rodeado de personas que tuvieran tantas ganas de matarme como tengo yo de matarte a ti, yo también querría tener un guardaespaldas.
Kelly se desplazó junto a Michael, con el pecho levantado, tirando de la sutil tela de su malla. Caminó describiendo un círculo lento a su alrededor mientras Michael permanecía inmóvil.
—Es fantástico —murmuró—. ¿Puedo darle un beso, señor Dresden?
—Harry —dijo Michael.
—Está casado, Kelly. Lo siento.
Se rió pegándose más a Michael e intentó captar su atención. Michael frunció el ceño y se quedó mirando al infinito evitando mirarla.
—¿No? —preguntó—. Bueno. No te preocupes, guapo. Te encantará. Todo el mundo quiere disfrutarlo como si fuera la última noche en la Tierra. —Le echó una mirada malvada—. Ahora te toca.
—La joven es demasiado amable —dijo Michael.
—Que duro es. Me gustan los hombres así. —Me echó una mirada desde detrás de la máscara—. Realmente no debería traer a pobres mortales indefensos a estos eventos, señor Dresden. —Miró a Michael de arriba abajo otra vez admirándole—. Este va a estar buenísimo un poco más tarde.
—No muerdas más de lo que puedas comer —la aconsejó.
Ella se rió como de placer.
—Bueno, señor Dresden. Veo sus cruces, pero todos sabemos de lo que valen para casi todos. —Extendió su mano hacia el brazo de Michael con ademán de posesión—. Por un momento casi me has hecho pensar que podía ser de verdad un caballero templario.
—No —dije diplomáticamente—. No es un caballero templario.
La mano de Kelly tocó el brazo de Michael cubierto de acero y de repente se encendió una llama blanca, tan breve y súbita como un relámpago. Ella gritó, fue un gemido desgarrador y se apartó de él cayendo al suelo. Se quedó allí, retorciéndose, indefensa alrededor de su mano ennegrecida, intentando recuperar el aliento para poder gritar. Kyle saltó a su lado.
Miré a Michael y pestañeé.
—¡Ah! —dije—. El color me ha impresionado.
Michael miró algo avergonzado.
—Me ocurre a veces —dijo como disculpándose.
Asentí y me lo tomé con calma. Volví la vista hacia los vampiros gemelos.
—Que eso te sirva de lección. Las manos lejos del puño de Dios.
Kyle me dedicó una mirada asesina.
Mi corazón se aceleró, pero no podía dejar que se notase que tenía miedo.
—Adelante Kyle —le reté—. Haz algo. Rompe la tregua que tu propio líder ha establecido. Rompe las leyes de la hospitalidad. El Consejo Blanco quemará este lugar tan rápido que la gente lo llamará la pequeña Pompeya.
Gruñó mirándome y cogió a Kelly.
—Esto no ha terminado —prometió—. De una forma u otra, Dresden, te mataré.
—Vale, vale. —Moví la muñeca mientras le miraba, y puse la mano derecha en su cara—. ¡Venga! ¡Fuera, tengo que mezclarme con los demás!
Kyle gruñó, pero la pareja se retiró y yo volví la mirada lentamente hacia el patio. Todo alrededor se había detenido mientras la gente, los vestidos de negro y rojo, nos miraban. Algunos de los vampiros vestidos de rojo miraban a Michael, tragaban saliva y retrocedían unos pasos.
Sonreí, con toda la chulería y la seguridad en mí mismo que pude mostrar y levanté el vaso.
—Un brindis —dije—, por la hospitalidad.
Se quedaron callados un instante y después rápidamente comenzaron a hablar entre dientes haciéndose eco de mi brindis y dieron un sorbo a sus copas. Me bebí la copa de un solo trago, casi sin darme cuenta del delicioso sabor que tenía y me di la vuelta hacia Michael. Levantó su vaso hasta la boca de su yelmo para hacer que bebía pero no ingirió nada.
—De acuerdo —dije—. Pude tocar a Kyle. Tampoco es él aunque no esperaba que fuera nuestro hombre, o mujer o monstruo.
Michael miró lentamente alrededor a los vampiros vestidos de rojo que se retiraban.
—Parece que por ahora los hemos intimidado.
Asentí pero aún me sentía inquieto. La multitud se apartó a un lado y Thomas y Justine se acercaron a nosotros, eran como manchas de piel pálida y color brillante entre el rojo y el negro.
—Estáis ahí —dijo Thomas. Miró mi copa y dejó escapar un suspiro—. Me alegro de haberte encontrado a tiempo.
—¿A tiempo de qué? —pregunté.
—De advertirte —dijo. Señaló con una mano la mesa con las bebidas—. El vino está envenenado.