Capítulo 14

—No —dije por teléfono. Dejé mi abrigo en una silla y me tiré en el sofá. Mi apartamento estaba lleno de sombras, la luz del sol se filtraba por las ventanas bajadas dibujando formas en las paredes—. Todavía no he tenido oportunidad. Perdí un par de horas porque tuve que desviarme para deshacer una maldición que le habían hecho a Micky Malone, del Departamento de Investigaciones Especiales. Alguien le había enrollado un alambre de espino alrededor de su espíritu.

—¡La madre de Dios! —dijo Michael—. ¿Está bien?

—Lo estará, pero he perdido cuatro horas de luz solar. —Le conté lo de Mort Lindquist y sus diarios y lo que había ocurrido en la casa del detective Malone.

—No tenemos mucho más tiempo para encontrar a Lydia, Harry —dijo Michael—. El sol se pone dentro de seis horas.

—Estoy en ello y cuando consiga mandar a Bob a que eche un vistazo, veré si puedo vigilar las calles yo solo. Ya me han dado el Escarabajo.

Parecía sorprendido.

—¿No estaba requisado en el depósito municipal?

—Murphy lo arregló todo.

—Harry —dijo decepcionado—, ¿se saltó la ley para conseguir que te devolvieran el coche?

—Tampoco es para tanto —dije—. Me debía un favor. Oye, amigo, que a mi el Todopoderoso no me ayuda a estar a tiempo en todas partes. Necesito ruedas para moverme.

Michael suspiró.

—Ahora no podemos discutir eso. Te llamaré si la encuentro, pero esto no tiene buena pinta.

—Es que no puedo ver qué relación puede tener. ¿Qué tendría que ver esto con esa chica? Tenemos que encontrarla y descubrirlo.

—¿Podría ser Lydia la responsable de este alboroto?

—No lo creo. Ese maleficio con el que me he encontrado hoy, nunca he visto nada parecido. Era… —Me estremecí recordándolo—. Era horrible, Michael. Era frío, era…

—¿Malvado? —sugirió.

—Sí, puede.

—Harry, a pesar de lo que mucha gente dice, existe algo llamado el mal. Acuérdate de que también existe la bondad.

Me aclaré la voz, me sentía incomodo.

—Murphy ha corrido la voz entre sus agentes, así que si alguno de sus amigos ve mientras está de patrulla a una chica que encaja con la descripción de Lydia, nos lo dirá.

—Impresionante —dijo Michael—. ¿Lo ves, Harry? El hecho de desviarte para ayudar al detective Malone nos va a servir de mucho. ¿No es una coincidencia muy positiva?

—Sí, Michael, la divina fortuna, blablablá… Llámame.

—No, Harry no le digas blablablá al Señor. Es irrespetuoso. El Señor está contigo —y colgó.

Guardé el abrigo, saqué mi bata de franela gruesa, me la puse y fui hacia la alfombra que estaba en la pared orientada al sur. La levanté del suelo y luego la puerta con bisagras que allí había. Cogí una lámpara de queroseno, la encendí e invoqué al pabilo para conseguir una llama fuerte; después, me dispuse a bajar por la escalera de madera plegable hacia el subsótano.

El teléfono volvió a sonar.

Pensé en no cogerlo. Volvió a sonar de forma insistente. Suspiré, cerré la puerta, volví a colocar la alfombra y lo cogí a la quinta llamada.

—¿Qué? —dije de forma poco caritativa.

—He de decirte, Dresden —dijo Susan—, que realmente sabes como agradar a una chica a la mañana siguiente.

Dejé escapar un largo suspiro.

—Lo siento, Susan. He estado trabajando y… no me ha ido demasiado bien. Tengo demasiadas preguntas y ninguna respuesta.

—¡Ay! —contestó. Alguien le había dicho algo y ella murmuraba una respuesta—. No quiero empeorar las cosas pero ¿te acuerdas del nombre del tipo que tú e Investigaciones Especiales cogisteis hace un par de meses? ¿El asesino ritual?

—Ah sí. Ese. —Cerré los ojos y escarbé en mi memoria—. Se llamaba Leo no sé qué más, Cravat, Camner, Conner. Kraven el Cazador. No conseguí su nombre. Lo localicé por el demonio al que estaba invocando y así pude cogerlo. Después de eso, Michael y yo tampoco nos quedamos a conseguir más información.

—¿Kravos? —preguntó Susan—. ¿Leonid Kravos?

—Sí, eso podría ser.

—Bien —dijo—, estupendo. Gracias, Harry. —Su voz parecía algo tensa, nerviosa.

—¡Eh! ¿Te importa decirme lo que pasa? —le pregunté.

—Es un punto de vista en el que ya estoy trabajando —dijo—. Mira, lo único que tengo ahora son rumores. Intentaré contarte más en cuanto tenga algo concreto.

—Está bien. De todas formas, ahora estoy trabajando en otro asunto.

—¿Es algo en lo que necesitas ayuda?

—Dios, espero que no —dije. Me acerqué el teléfono un poco más a la oreja—. ¿Dormiste bien anoche?

—Es posible —bromeó—. Es difícil relajarse cuando te quedas así de insatisfecha, pero en tu apartamento hace tanto frío que es como hibernar.

—Sí, bueno, vale. La próxima vez, me aseguraré que haga mucho más frío.

—Ya estoy temblando —murmuró—. ¿Te llamo esta noche si puedo?

—A lo mejor no estoy.

Suspiró.

—Ya entiendo. Entonces, me conformaré. Gracias otra vez, Harry.

—Hasta pronto.

Nos despedimos, colgué y volví a las escaleras que conducían al subsótano. Descubrí la trampilla de entrada, la abrí, cogí mi linterna y bajé pisando fuerte por la empinada escalera abatible.

Aunque me organizara, nunca conseguía que mi laboratorio estuviera menos atestado de cosas. Cada vez había más trastos. En las tres paredes había mostradores y estanterías. En el centro de la habitación había una gran mesa con espacio suficiente para que cupiese tumbado de costado. Junto a la escalera había un calentador de queroseno que amortiguaba el frío que hacía en el sótano. En el extremo más alejado de la mesa, había colocado un anillo de latón en el suelo, un círculo de invocación. Tuve que aprender por las malas a mantenerlo limpio del resto de la basura del laboratorio.

Trastos. En términos técnicos, todo en el laboratorio era útil, y servía para algo. Los libros antiguos con sus tapas de piel borradas en estado de descomposición y el olor a húmedo que todo lo impregnaba, los contenedores de plástico con tapas que se podían volver a cerrar herméticamente, las botellas, las jarras, las cajas, todas tenían algo que o bien necesitaba o había necesitado en algún momento. Cuadernos, docenas de bolígrafos y lapiceros, sujetapapeles y grapas, resmas de papel llenas de apuntes garabateados, los cuerpos de animales pequeños disecados, un cráneo humano rodeado de novelas encuadernadas en rústica, velas, un hacha antigua de lucha, todo tenía algún significado. No era capaz de recordar para qué servían la mayor parte de las cosas.

Quité la tapa de la lámpara y la utilicé para encender una docena de velas por la sala, y después el calentador de queroseno.

—Bob —dije—. Bob, despierta, venga, tenemos trabajo que hacer —la luz dorada y el olor de la cera caliente impregnaba la habitación—. En serio, tío, no tenemos mucho tiempo.

En la estantería, la calavera tembló. Unos puntos iguales de llama naranja se iluminaron en las órbitas de los ojos. Las mandíbulas blancas se abrieron como bostezando, y de ellas salió un ruido inapropiado.

—Por Dios bendito, Harry —murmuró la calavera—. Eres inhumano. Todavía no se ha puesto el sol.

—Deja de quejarte, Bob. No estoy de humor.

—Humor. Yo estoy agotado. No creo que pueda ayudarte más.

—Es inaceptable —dije.

—Incluso los espíritus se cansan, Harry. Necesito descansar.

—Cuando esté muerto, tendré todo el tiempo del mundo para descansar.

—Entonces, de acuerdo —dijo Bob—. Si quieres trabajar, haremos un trato. La próxima vez que venga Susan, yo quiero salir.

Bufé.

—¡Madre mía!, Bob, ¿nunca piensas en otra cosa que no sea el sexo? No. No te voy a dejar que te metas en mi cabeza cuando esté con Susan.

La calavera soltó un juramento.

—Debería haber un sindicato. Podríamos renegociar mi contrato.

Gruñí.

—Cuando quieras ir a tu lugar de origen, Bob, te puedes ir.

—No, no, no —murmuró la calavera—. Está bien.

—Es decir, que todavía hay un malentendido con la reina del Invierno, pero…

—He dicho que vale.

—Probablemente ya no necesites mi protección. Estoy seguro de que ella estará deseando sentarse contigo y arreglar las cosas, en lugar de hacer que lo pases mal los próximos cien años…

—¡Vale ya! —Las órbitas de los ojos de Bob brillaron—. Dresden, te juro que puedes llegar a ser un auténtico imbécil.

—Sí —contesté—. ¿Todavía despierto?

La calavera se inclinó hacia un lado haciendo un gesto como si estuviera pensando.

—Ya sabes —dijo— que lo estoy. —Las órbitas de los ojos volvieron a mirarme—. El odio hace que salga todo lo que está acumulado. Eso ha sido un golpe certero.

Saqué un cuaderno relativamente nuevo y un lápiz. Tardé un momento en hacer un hueco en la mesa del centro.

—He descubierto algo. A lo mejor me puedes ayudar a averiguarlo. Necesito buscar a una persona que está perdida.

—Vale, tocado.

Me senté en un taburete de madera viejo y me ceñí más el abrigo. Creedme, los magos no llevan abrigos para tener un aspecto más impresionante sino porque en sus laboratorios no hay forma de entrar en calor. Conocí algunos tipos en Europa que todavía trabajaban en torres de piedra. Me estremece pensarlo.

—De acuerdo —dije— cuéntame lo que puedas. —Y le relaté los hechos por encima, empezando con Agatha Hagglethorn, lo de Lydia y su desaparición, pasando por mi conversación con Morty Lindquist y su mención de la Pesadilla hasta el ataque del pobre Micky Malone.

Bob silbó, no era un truco fácil para un tipo que no tenía labios.

—A ver si lo pillo. Esta criatura, esta cosa, ha estado torturando a espíritus poderosos durante un par de semanas con el hechizo ese del alambre con púas. Destrozó un montón de cosas en suelo sagrado y después atravesó el umbral de alguien y destrozó su espíritu y le echó una cruel maldición que le torturase.

—Eso es —dije—. Entonces, ¿a qué tipo de fantasma nos enfrentamos, y quién podría haberlo invocado? ¿Y qué relación tiene la chica con esto?

—Harry —dijo Bob con tono serio—. A ella, déjala aparte.

Lo miré parpadeando.

—¿Qué?

—A lo mejor nos podemos ir de vacaciones a Fort Lauderdale. Están celebrando allí la competición de trajes de baño y a lo mejor podemos…

Suspiré.

—Bob, no tengo tiempo para…

—Conozco a un tipo que se ha metido unos días en el cuerpo de un agente de viajes y podría hacernos un descuento importante en el billete. ¿Qué dices?

Miré detenidamente a la calavera. Si no le hubiera conocido mejor, habría pensado que Bob parecía nervioso… ¿Era posible? Bob no era un ser humano. Era un espíritu, un ser del Más Allá. La calavera era su hábitat, su hogar, porque estaba lejos del suyo. Le dejé que se quedase, lo protegí, y le llevaba novelas románticas baratas de vez en cuando en pago por su ayuda, su prodigiosa memoria, y su afinidad con las leyes de la magia. Bob era un ordenador que contenía documentos y ayuda personal todo en uno, siempre que pudieras conseguir que su mente se centrara en lo que tenía entre manos. Conocía miles de seres en el Más Allá, cientos de recetas de conjuros, una veintena de fórmulas para pociones y encantamientos e interpretaciones de magia.

Ningún espíritu podía tener ese tipo de conocimiento sin transformarlo en una energía considerable. Y entonces, ¿por qué estaba tan asustado?

—Bob. No sé por qué estás tan enfadado, pero tenemos que dejar de perder el tiempo. El sol se pondrá dentro de pocas horas y este ser va a poder traspasar el Más Allá y hacer daño a alguien. Necesito saber lo que es, a dónde podría dirigirse y cómo darle una patada en el culo.

—Vosotros los humanos —dijo Bob—, nunca estáis satisfechos. Siempre queréis averiguar lo que hay detrás de la montaña siguiente, abrir la siguiente caja. Harry, tenéis que aprender a reconocer cuando sabéis demasiado.

Lo miré fijamente un momento, y después negué con la cabeza.

—Empezaré por lo más fácil e iremos paso a paso.

—Maldita sea, Harry.

—Fantasmas —dije—. Los fantasmas son seres que viven en el mundo de los espíritus. Son las huellas que deja una persona en el momento de morirse. No son como las personas o los espíritus sensibles como tú. No cambian, no crecen, están ahí, experimentando lo que sintieron cuando morían. Como la pobre Agatha Hagglethorn que estaba chiflada.

La calavera apartó la mirada de las órbitas de los ojos y no dijo nada.

—Son seres espirituales. Normalmente no son visibles, pero pueden construir un cuerpo de ectoplasma y manifestarse en el mundo real cuando así lo quieren y tienen la fuerza suficiente. Y algunas veces, casi no tienen una existencia física, son solo un punto frío, o una ráfaga de viento o incluso un sonido, ¿es así?

—Déjalo Harry —dijo Bob—. No te hablo.

—Pueden hacer todo tipo de cosas. Pueden lanzar cosas y apilar muebles. Hay documentos sobre casos de fantasmas que llegaron a tapar el sol un momento, originando terremotos a pequeña escala, todo tipo de cosas, pero nunca ocurre al azar. Siempre hay un objetivo, algo relacionado con sus muertes.

Bob tembló, estaba a punto de añadir algo, pero volvió a cerrar sus huesudos dientes golpeteando las mandíbulas. Le sonreí. Era un rompecabezas. Ningún espíritu de un cerebro podía resistir un rompecabezas.

—Entonces, si alguien deja una huella suficientemente fuerte cuando se va, tienes un fantasma fuerte, es decir antipático. Puede que como esta Pesadilla.

—Puede —admitió Bob a regañadientes y después giró la calavera para apartarse completamente de mí—. Sigo sin querer hablar contigo, Harry.

Di unos golpecitos con mi lápiz en el trozo de papel vacío.

—Vale. Sabemos que este ser está agitando la frontera entre nuestro mundo y el Más Allá. Está facilitando que los espíritus puedan atravesarla y esa es la razón de que últimamente se haya originado tanto alboroto.

—No necesariamente —dijo Bob—. Puede que estés pensando en ello desde un punto de vista equivocado.

—¿Qué? —pregunté.

Se giró para mirarme otra vez, los huecos de sus ojos brillaban y su voz dejaba traslucir su entusiasmo.

—Alguien más ha estado agitando a estos espíritus, Harry. Puede que empezaran a torturarles para hacerles saltar a la piscina y que empezara a haber oleaje.

Pensamos en algo.

—Te refieres a pinchar a los grandes espíritus para que se muevan y creen esa agitación.

—Exacto —dijo Bob, negando con la cabeza y después se calló; seguía teniendo la boca abierta. Giró la calavera hacia la pared y empezó a golpear la frente huesuda contra ella—. Soy un idiota.

—Agitar el Más Allá —dije reflexionando—. Pero ¿quién podría estar haciendo eso? ¿Y por qué?

—Ahí me has pillado. Es un gran misterio que nunca sabremos. Es hora de tomarse una cerveza.

—Agitar el Más Allá hace que sea más fácil que algo pueda atravesarlo —dije—. Entonces… quienquiera que haya realizado esos crueles hechizos debe de haber estado preparando el camino para algo. —Pensé en los animales muertos y los coches aplastados—. Algo grande. —Pensé en cómo temblaba Micky Malone y su locura—. Y se está haciendo cada vez más fuerte.

Bob volvió a mirarme y después suspiró.

—De acuerdo —dije—. Dios. ¿Alguna vez te das por vencido, Harry?

—Nunca.

—Entonces te ayudaré. No sabes de qué se trata. Y si te metes en esto a ciegas, vas a morir antes de que salga el sol.