Capítulo 21

He hecho cosas más inteligentes en mi vida. Por ejemplo, una vez, me tiré de un coche en marcha para poder subirme a una camioneta llena de licántropos con una sola mano. Eso había sido más inteligente. Al menos yo estaba bastante seguro de que podía matarles si tenía que hacerlo en ese momento.

Lo cual me colocó a un paso por delante de donde estaba ahora. Ya había matado a la Pesadilla o al menos había ayudado a matarla. Había algo que no me parecía justo. Debería haber algún tipo de norma contra la necesidad de matar a un ser más de una vez.

Lo que caía era una cortina de agua y no unas cuantas gotas. Me entraba el agua a raudales por los ojos. Tenía que limpiarme sin parar la ceja para apartar el agua y poder ver. Allí mismo, en la acera, empecé a plantearme en serio lo que sería ahogarse.

Crucé la calle hacia la valla del cementerio. La valla, con una altura de dos metros y pico de ladrillo, se elevaba cada trescientos metros aproximadamente en forma de escalera como si estuviera recortada para salvar la suave pendiente de la calle en la zona sur y hacia el oeste. En un punto concreto, un enorme tramo de oscuridad tapaba la zona exterior de la valla por lo que al acercarme aminoré el paso. Habían destrozado los ladrillos como si fueran papel, y allí estaban los escombros que había dejado un agujero de sesenta centímetros en el muro. Intenté mirar más adentro y lo único que vi fue lluvia, hierba verde, y las sombras de los árboles reflejadas en un terreno bien cuidado.

Me detuve a la entrada del cementerio. Notaba la presión a mi alrededor de un flujo de energía turbia e incansable, como cuando se mezclan el agotamiento y la cafeína a las tres y media de la madrugada. Se estrellaba contra mi piel y la escuché, en realidad las escuché, a través de la lluvia, eran voces, docenas de voces, cientos de susurros, era un susurro aterrador. Puse la mano en el muro y me di cuenta de que allí se notaba la tensión. Siempre había vallas alrededor de los cementerios. Siempre, ya fueran de piedra, ladrillo o alambre. Era una de esas cosas que todo el mundo da por sentado. Cualquier tipo de muro supone una barrera, no solo física. Hay montones de cosas que son más de lo que parecen por su aspecto puramente físico.

Los muros en general evitan la entrada y los que rodean los cementerios evitan la salida.

Miré hacia atrás, con la esperanza de que Michael me hubiera seguido, pero no le vi ni pude distinguirle en la lluvia. Todavía me sentía débil, tembloroso. Las voces susurraban, todas agrupadas junto al punto débil del muro, por donde había entrado la Pesadilla. Aunque solo una muerte de cada mil hubiera hecho aparecer un fantasma (y de hecho apareció más de uno) podría haber docenas de espíritus incansables pululando por allí, algunos podrían ser demasiado fuertes para aquellos que no fueran profesionales del Arte.

Esta noche no había docenas, ese número habría sido un buen número. Cerré los ojos y pude notar la energía que generaban, la forma de agitar el aire y de estremecerse con la presencia de cientos de espíritus, que cruzaban con facilidad desde el turbulento Más Allá. Hizo que mis rodillas temblaran, que mi estómago se estremeciera, tanto por las heridas que me había hecho la Pesadilla como por el miedo que, desde tiempos remotos, suscita en los humanos la oscuridad, la lluvia y un cementerio.

Los habitantes de Graceland notaban que tenía miedo. Se arremolinaban cerca del hueco del muro, y empecé a escuchar gemidos físicos reales.

Debería esperar aquí —murmuré para mis adentros, temblando en la lluvia—. Debería esperar a Michael. Eso sería lo más inteligente que podría hacer.

En algún lugar, en la oscuridad del cementerio, gritó una mujer. Charity.

Lo que habría dado por tener otra vez mi talismán del Hombre Muerto. Hijo de puta.

Agarré mi bastón con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos y saqué mi varita. Después me metí por el agujero del muro y me adentré en la oscuridad.

Los noté en cuanto entré en el cementerio, en el instante en que mis pies pisaron el suelo. Fantasmas, sombras, apariciones, como quiera que se llamen, estaban muertos y ya no iban a resucitar. Eran espíritus débiles, cada uno de ellos, algo que cualquier otra noche me habría producido un mínimo escalofrío, cualquier otra, pero no esta.

Sentí un frío repentino como cuando sopla el primer viento del invierno, di un paso hacia delante y noté resistencia, pero no era como si alguien estuviera intentando que no entrara. Era más bien como esas películas en las que hay turistas luchando por atravesar multitudes de mendigos en las polvorientas ciudades de Oriente Medio. Eso fue lo que experimenté, espeluznante y espectral, gente que me empujaba, intentando sacar algo de mí, algo que no estaba seguro de tener y que no creía que les sirviera de nada aunque se lo diera.

Reuní toda mi voluntad y me quité el amuleto de mi madre del cuello. Lo levanté en alto en aquella oscuridad asfixiante, pegajosa y lo llené de energía.

La luz de mago azul empezó a brillar, a lanzar un resplandor débil, no tan brillante como de costumbre. El pentagrama dorado de dentro del círculo era el símbolo de mi fe en la magia, si queremos denominarlo así. Era un concepto de fuerza controlada, organizada, utilizada para un propósito constructivo. Por un momento, me pregunté si la penumbra era un reflejo de mis heridas o si era algo relacionado con mi fe. Intenté pensar en la frecuencia con la que había tenido que encender algo, los últimos años, cuántas veces había tenido que hacer saltar algo por los aires. O aplastar un edificio o desbaratar cualquier otra cosa.

Relajé los dedos y me estremecí. Puede que fuera mejor que empezara a tener un poco más de cuidado.

Los espíritus se apartaban de esa luz, pero los pocos que todavía estaban cerca me susurraban cosas a los oídos. No les hice ningún caso ni me paré a escuchar porque eso me haría enloquecer. Me lancé hacia delante, con más fuerza en el alma que en el cuerpo y empecé a buscar.

—¡Charity! —grité—. Charity, ¿dónde estás?

Oí un ruido breve, una llamada, a mi derecha pero enseguida dejó de oírse. Me di la vuelta y empecé a moverme hacia delante a un paso largo y prudente, con el pentágono brillante sujeto en el aire como la lámpara de Diógenes. Volvió a oírse un trueno. La lluvia ya había empapado la hierba y había hecho que bajo mis pies la tierra estuviera suave y blanda. Una breve e inquietante imagen de los muertos abriéndose camino a través de la tierra reblandecida me hizo estremecerme por un instante y una docena de espíritus se agruparon en torno a ella como si les fuera a dar de comer. Conseguí apartar el miedo, la situación difícil, los dedos ocultos, dejé de lado los dedos ocultos, y avancé.

Encontré a Charity tumbada en un féretro dentro de un panteón de mármol que tenía todo el aspecto de un templo griego con el techo abierto al cielo. La mujer de Michael estaba tumbada de espaldas con las manos sobre la tripa. Se le veían los dientes mientras intentaba gruñir.

La Pesadilla estaba de pie encima de ella, con el pelo oscuro como el mío pegado a su cabeza, mis ojos negros reflejaban el brillo de mi pentágono. Puse una mano en el aire sobre el vientre de Charity y la otra sobre la garganta. Giró la cabeza y vio como me acercaba. En los confines de mi luz de mago, las sombras se movían, revoloteaban, los espíritus giraban en remolino como si fueran polillas.

—Mago —dijo la Pesadilla.

—Demonio —respondí sin más. No me apetecía dar la charla.

Sonrió mostrando los dientes.

—¿Es eso lo que soy? —dijo—. Interesante, no estaba seguro. —Levantó su mano de la garganta de Charity, me señaló con un dedo y murmuró—. Adiós, mago. Fuego.

Noté la energía antes de que surgiera el fuego y me llegara a través de la lluvia. Levanté el bastón con mi mano izquierda en sentido horizontal, y lancé la energía de modo temerario para hacer un escudo.

—¡Refletum!

—El fuego y la lluvia confluyeron provocando un sonido sibilante y una nube de vapor que se quedó a treinta centímetros de mi bastón estirado al máximo. Supongo que la lluvia ayudó. Nunca habría sido tan estúpido de intentar lanzar una llama con un aguacero como este. Lo vencí con demasiada facilidad.

Charity se movió en el instante en el que la Pesadilla se distrajo. Hizo girar sus pies hacia la Pesadilla y dando un grito feroz, puso los dos talones en lo alto del pecho de aquel ser de un empujón.

Charity no era una mujer débil. La criatura gruñó y se echó hacia atrás apartándose de ella y al mismo tiempo el movimiento sacó el cuerpo de Charity de la tumba. Cayó al otro lado, gritando y curvándose para proteger al niño que llevaba dentro.

Di un salto hacia delante.

—Charity —grité—. ¡Sal! ¡Corre!

Volvió la cabeza hacia mí y vi lo enfadada que estaba. Por un momento me enseñó los dientes pero su cara estaba llena de confusión.

—¿Dresden? —dijo.

—¡No hay tiempo! —grité. Al otro lado de la tumba, la Pesadilla volvió a levantarse, ya no tenía los ojos oscuros pero estaba tremendamente indignada. No tuve tiempo de pensar en ello, y corrí hacia delante—. ¡Corre, Charity!

Sabía que sería un suicidio luchar contra un ser que había roto una pared de ladrillo hacía unos minutos, pero tenía la deprimente sensación de que me habían superado en términos de magia. Si conseguía rechazar otro hechizo, no creo que pudiera contraatacar. Cogí mi bastón con las dos manos y lo puse en la base de la tumba y salté hacia arriba, golpeando con mis pies la cara de la Pesadilla.

Contaba con el factor de la velocidad y la sorpresa. Le di un fuerte golpe y se tambaleó hacia atrás. Mi bastón salió volando de las manos y me golpeé la cadera con el borde de la tumba y al avanzar me rocé las costillas mientras tiraba a aquel ser hacia el suelo de mármol. Mi concentración desapareció, la luz azul de mago se apagó y me sumí en la oscuridad.

Caí al suelo resollando y volví a ponerme de pie. Si la Pesadilla me cogía, iba a ser de esa forma. Había llegado al borde de la tumba cuando algo me agarró por la pierna, justo por debajo de la rodilla, como si fuera un anillo de hierro. Luché por apartarme pero no había nada a lo que agarrarme excepto el mármol resbaladizo.

La Pesadilla se levantó, y un relámpago reveló sus ojos oscuros, su cara igual que la mía. Estaba sonriendo.

—Y así acaba todo, mago —dijo—. Por fin me libro de ti.

Intenté escaparme pero la Pesadilla me agarró por una pierna y me agitó en círculo. Después salí volando por los aires y vi como me acercaba a una de las columnas.

Entonces hubo un rayo de luz y noté un dolor agudo en el centro de mi frente. El impacto con el suelo llegó como algo secundario, relativamente agradable comparado con lo primero.

Si me hubiera quedado inconsciente, habría sido una bendición. Pero al contrario, la lluvia fría me mantuvo despierto lo suficiente para sentir como, segundo a segundo, el terrible dolor se iba extendiendo hasta mi cerebro. Intenté mover los miembros pero no pude y por un momento pensé que debía de haberme roto el cuello.

Después, por el rabillo del ojo, vi cómo los dedos se movían y tuve la certeza, abatido, de que todavía no había terminado la pelea.

Con un gran esfuerzo conseguí bajar la mano al suelo. Con otro esfuerzo más me levanté, la cabeza me daba vueltas, tenía el estómago revuelto. Me eché hacia atrás contra la columna, jadeando para respirar a través de la lluvia e intenté recuperar fuerzas.

No tardé mucho, no había mucha fuerza que recuperar. Abrí los ojos, y poco a poco enfoqué. Noté una fuerte punzada en la boca. Me toque la boca con la mano; la mejilla y mis dedos se mancharon de algo cálido y oscuro. Sangre.

Intenté levantarme pero no podía, simplemente no podía. Todo giraba demasiado. El agua me caía por encima, dejándome helado, acumulándose en la base del pequeño montículo sobre el que estaba el mausoleo-templo griego, formando un arroyo que bajaba a su vez hacia otro arroyo.

—Tanta agua —susurró una voz femenina a mi lado—. Tantas cosas fluyendo. Me pregunto si no se estarán desperdiciando algunas.

Giré los ojos lo suficiente como para comprobar que mi madrina estaba a mi lado con su vestido verde. Obviamente, la piel de Lea había emergido del polvo de fantasma que yo le había lanzado el día de la escaramuza con Agatha Hagglethorn. Sus dorados ojos de gato escudriñaron mi cuerpo con su antigua y familiar calidez, su pelo caía en una melena que parecía no verse afectada por la lluvia. Sin embargo, parecía que no le importaba empaparse el vestido. Lo tenía pegado a las curvas de su cuerpo, y dejaba ver la perfección de su pecho, cuyos pezones resaltaban claramente en el tejido de seda cuando se arrodilló a mi lado.

—¿Qué estás haciendo aquí? —murmuré.

Sonrió, alargó un dedo y me lo pasó por la frente y después se lo llevó a la boca y lo deslizó entre los labios y lo chupó con suavidad. Sus ojos se cerraron y dejó escapar un suspiro estremecedor.

—¡Qué niño tan dulce! Eras un chico tan dulce.

Intenté ponerme de pie pero no podía. Tenía algo en la cabeza que parecía estar roto.

Me miró con la misma sonrisa benévola.

—Tu fuerza está desfalleciendo, mi cielo. Aquí en la residencia de los muertos, puede que te falle.

—Esto no es el Más Allá, madrina —dije con aspereza—. Aquí no tienes ningún poder.

Hizo una mueca con los labios que para un humano habría resultado seductora. Mi sangre los había manchado de un tono más oscuro.

—Mi cielo. Sabes que no es verdad. Solo tengo lo que me han dado, por lo que he luchado de forma justa.

Le enseñé los dientes.

—Entonces vas a matarme.

Echó la cabeza hacia atrás riendo.

—¿Matarte? Nunca he querido matarte, mi cielo, a excepción de algunos momentos de frustración. Nuestro trato era por tu vida, no por tu muerte. —Uno de sus sabuesos salió de la oscuridad y se agachó junto a ella, fijando los ojos oscuros en mí. Puso una mano con cariño sobre su enorme cabeza y se estremeció de placer.

Sentía como me quedaba frío, al contemplar a aquel sabueso.

—No me quieres muerto. Me quieres… —No pude terminar la frase.

—Domesticado —sonrió Lea. Le rascó al perro en las orejas con dulzura—. Pero no así —su boca se retorció poniendo una sonrisa despectiva—, no como estás. Patético, Harry, dejando que te devoren vivo. ¿Eh? Justin y yo te enseñamos algo mejor.

Charity volvió a gritar desde algún lugar cercano. Los truenos seguían restallando por encima de nuestras cabezas.

Gruñí e intenté levantarme. Lea me miraba con sus ojos dorados rasgados como los de un gato, interesada e indiferente. Conseguí ponerme de pie, y dejé el peso de la espalda y la mayor parte del cuerpo en la columna. En la lluvia, casi no podía ver a Charity de rodillas. La Pesadilla estaba sobre ella y con una mano le agarraba el pelo y con la otra le empujaba la cabeza. Ella luchaba, inútilmente, temblando en la lluvia. Los dedos estaban hundidos en el cráneo y de repente, los esfuerzos de Charity pararon.

Gruñí e intenté ir, acercarme para hacer algo. Todo giraba a mi alrededor y volví a caerme estrepitosamente.

—Que tierno —suspiró Lea—, pobre niño. —Se arrodilló junto a mí otra vez y me acarició el pelo. Me gustaba a pesar de las náuseas y el dolor. Creo que definitivamente las náuseas y el dolor desaparecieron con ese poder seductor—. ¿Te gustaría que te ayudara?

Me las apañé para poder mirar su encantadora cara.

—¿Ayudarme? —pregunté— ¿Cómo?

Sus ojos brillaron.

—¿Puedo darte lo que necesitas para salvar a la mujer del caballero blanco?

Levanté la vista para mirarla fijamente. Todo el dolor, el terror, la absurda y fría lluvia me hicieron sentir un terrible malestar. Escuché el gemido de Charity. Lo había intentado. Maldita sea, había hecho todo lo que había podido para ayudar a la mujer. Ni siquiera le caía bien. No era culpa mía si moría, ¿no? Había hecho todo lo que estaba en mis manos.

—¿No?

Me tragué todo el horrible sabor de la bilis y del ácido y pregunté.

—¿Qué quieres, madrina?

Ella se estremeció y dejó escapar un suspiro rápido.

—Lo que siempre he querido, dulce niño. Esta oferta no es diferente de la que te hice hace años. De hecho, forma parte de ella. Te doy poder y a cambio me quedo contigo. —Sus ojos brillaron—. Quiero tu promesa, mago. Quiero que me prometas que cuando la mujer esté a salvo, tú vendrás conmigo. Estrecharás mi mano, aquí, esta noche.

—Quieres que vuelva contigo —susurré—. Pero no me quieres así, madrina, todo destrozado. Estoy vacío por dentro.

Sonrió y acarició la cabeza del sabueso infernal.

—Sí, con el tiempo te curarás. Y haré que ese tiempo pase rápido. —Se apoyó más cerca de mí, con sus ojos dorados encendidos—. Te mostraré tantos placeres que ningún hombre deseará una muerte más feliz. —Volvió a levantar la vista por encima de la tumba que tapaba mi imagen de Charity y de la Pesadilla—. La mujer del caballero blanco está viéndolo ya. Enseguida estará atrapada como lo está la mujer policía.

—¿Cómo has sabido lo de Murphy? —pregunté.

—Sé muchas cosas. Sé que puedes morir si no haces nada, mi cielo. Puedes morir aquí con frío y solo.

—No me importa —dije—. Yo…

Charity dejó escapar un sollozo como de que se estaba ahogando y Lea sonrió y murmuró.

—El tiempo vuela, niño. No espera para nadie, ni hombres ni sidhes ni magos.

Lea me tenía ya entre la espada y la pared. Si hacía que nuestro pacto fuese más grande, si lo reconfirmaba, estaría permitiendo que lo estrechara y lo cerrara conmigo dentro. Pero no podía levantarme. No podía hacer nada para salvar a Charity sin ayuda.

Cerré los ojos y vi a la hija pequeña de Michael. Pensé en ella, en que crecería sin madre.

Maldita sea.

—Acepto tu oferta, madrina. —Cuando pronuncié las palabras algo se movió contra mí, noté que algo se cerraba.

Lea dio un grito ahogado cerrando primero los ojos mientras se estremecía otra vez, y después abriéndolos con un brillo salvaje. Se inclinó y murmuró.

—La respuesta, mi cielo, está a tu alrededor. —Me besó en la frente y desapareció en las sombras.

Me di cuenta de que volvía a pensar con claridad. Todavía me dolía, Dios, claro que me dolía, pero lo conseguí. Me puse de pie, me apoyé en la tumba y miré para que la lluvia me quitase la sangre de los ojos.

La respuesta estaba a mi alrededor. ¿Y qué tipo de consejo estúpido era ese? Miré a mi alrededor pero no había nada excepto césped, árboles y tumbas. Montones de tumbas. Lápidas sencillas y cruces de mármol, tumbas rodeadas de estanques, tumbas con luces, tumbas con fuentes pequeñas. Muertos. Eso era lo que había alrededor.

Me concentré en Charity y en la Pesadilla y pude notar como el odio crecía en mi interior. Me moví por el borde de la tumba, consiguiendo un poco de estabilidad y equilibrio mientras andaba y gritaba:

—¡Eh! ¡Tú! ¡Feo!

La Pesadilla movió la cabeza para mirar pestañeando en dirección a donde estaba yo, sorprendido. Después volvió a sonreír y dijo:

—Vos no estáis muerto. Qué interesante. —Soltó a Charity, los dedos salieron de su cráneo como del de Murphy y cayó sin fuerzas a su lado—. Puedo acabar esto por placer. Pero vos, mago. Acabaré con usted para siempre.

—Blablablá —murmuré. Me agaché, recuperé el bastón y levantándome con él en ambas manos dije—: La gente como tú ya no habla así, con esa forma de dirigirte a mí, esos vos y tes. Madre mía, por lo menos las hadas están al día en esto de los dialectos.

La Pesadilla me miró frunciendo el ceño y empezó a andar hacia mí.

—No te das cuenta ¿tonto? Esta es tu muerte que viene a buscarte.

Una bota cayó con fuerza sobre el mármol que había detrás de mí. Después la otra. Amoracchius lanzó una luz blanca brillante por encima de mi hombro y Michael dijo:

—No lo creo.

Miré a Michael.

—Tú —gruñí—, vas un poquito mal de hora.

Me enseñó los dientes con cara de desagrado y enfado.

—¿Mi esposa?

—Está viva —dije—. Pero será mejor que la saquemos de aquí.

Asintió.

—Lo mataré otra vez —dije. Me dio algo frío y duro, un crucifijo—. Tú ve con ella, dale esto.

La Pesadilla se paró, frunciendo el ceño al mirarnos.

—Vos —dijo a Michael—. Sabía que vendríais.

—Ah, ¡cállate! —grité enfadado—. Michael ¡Mata ya a este ser!

Michael avanzó, con el fuego blanco de la espada en la mano como si fuera una linterna halógena. La Pesadilla gritó de furia y se lanzó a un lado, esquivando la hoja y después se lanzó hacia Michael con los dedos colocados como garras. Michael los esquivó y le asestó un golpe en la tripa y lo apartó, giró y le lanzó la espada. Amoracchius le dio a la Pesadilla en el centro y de la herida salió fuego blanco.

Yo fui corriendo por detrás de Michael hacia Charity. Ella ya se estaba moviendo, intentando levantarse.

—Dresden —me susurró—. ¿Mi marido?

—Está ocupado repartiendo mandobles —dije y le puse el crucifijo en los dedos—. Coge esto. ¿Puedes caminar?

—Cuide su lengua, señor Dresden. —Cogió el crucifijo e inclinó la cabeza un segundo—. No lo sé —dijo—. Ah, que Dios me ayude. Creo… —Todo su cuerpo se puso rígido y dejó escapar un suspiro apagado, apretándose el vientre con la mano.

—¿Qué? —dije. ¿Estaba herida? Detrás de mí, oía como Michael gruñía, veía como el fuego blanco de Amoracchius dibujaba sombras en la noche—. ¿Qué pasa, Charity?

Dejó escapar un leve gruñido.

—El niño —dijo—. Creo… creo que he roto aguas cuando me he caído. —Tenía el gesto crispado, de color rojo fuerte y volvió a gemir.

—Ah —dije—. ¡Ah!, no, no. Esto no puede estar pasando ahora. —Me puse la palma de la mano en la frente—. Esto no está bien. —Miré al cielo con mirada acusadora—. Alguien ahí arriba tiene un sentido del humor muy especial.

Grrrrr —gruñó Charity—. Ah, que Dios nos ampare, señor Dresden. No hay mucho tiempo.

—No —suspiré—, claro que no. —Me agaché para recogerla pero me caí de bruces. Intenté evitar sentarme encima de ella pero me tambaleé cuando volví a levantarme. Charity no era ligera como una florecilla. No había forma de sacarla de allí.

—¡Michael! —grité—. ¡Michael, tenemos un problema!

Michael se puso detrás de una de las tumbas cuando de repente una piedra salió de la oscuridad y se hizo añicos contra ella.

—¿Qué?

—¡Charity! —grité—. ¡El niño está a punto de nacer!

—¡Harry! —gritó Michael—. ¡Cuidado!

Me di la vuelta y la Pesadilla había surgido de la oscuridad por detrás de mí, moviéndose casi más con más rapidez de lo que yo alcanzaba a ver. Se agachó, arrancó una lápida de la tierra y la levantó en alto. Me interpuse entre ella y Charity pero al hacerlo sabía que sería un gesto inútil, tenía la fuerza suficiente para aplastarla aunque me llevara a mí por delante. Pero en cualquier caso lo hice.

—¡Ahora! —gritó la Pesadilla—. ¡Deponga la espada, caballero! ¡Bájela o los aplasto a los dos!

Michael vino hacia nosotros con la cara pálida.

—Ni un paso más —gruñó la Pesadilla—, ni un centímetro.

Michael se paró. Se quedó mirando a Charity, quien volvió a gemir, jadeando con los ojos apretados con fuerza.

—¿H… Harry? —dijo.

Yo podía quitarme de en medio. Podía lanzar fuego. Pero si me movía aplastaría a Charity, No tenía ninguna posibilidad.

—La espada —dijo la Pesadilla, con la voz tranquila—, lanzadla.

—Ah, Dios —susurró Michael.

—No lo hagas, Michael —dije—. Nos va a matar de cualquier forma.

—Vos, callaos —dijo la Pesadilla—. Mi pelea es con vos, mago y con el caballero. La mujer y el niño no significan nada para mí siempre que os tenga a los dos.

Durante un buen rato en el que reinó el silencio la lluvia se convirtió en aguanieve. Entonces, Michael cerró los ojos.

—Harry —dijo. Bajó la gran espada. Y después la echó a un lado, dejándola caer al suelo—. Lo siento. No puedo.

La Pesadilla buscó mi mirada, sus ojos brillaban como el fuego y sus labios se curvaron sonriendo llena de alegría.

—Mago —dijo susurrando—. Su amigo debería haberos escuchado a vos. —Vi como la lápida venía hacia mí.

El brazo de Charity se levantó de repente con el crucifijo que yo le había dado. El símbolo brilló y entonces ardió con un fuego blanco que lanzó unas sombras típicas de una película de miedo sobre la cara de la Pesadilla. Se retorció y se apartó de la luz, gritando y la lápida cayó al suelo, rasgando el húmedo y vulnerable suelo.

Todo se ralentizó y volví a ver con claridad. Podía ver la tierra con nitidez, las sombras de los árboles. Pude oír a Charity detrás de mí, juramentando, y por el rabillo del ojo vi las sombras incansables que se movían por el cementerio. Pude notar la frialdad de la lluvia, noté como recorría mi cuerpo, fluyendo por las suaves laderas formando riachuelos y arroyos hasta el estanque cercano.

Agua corriente. La respuesta estaba alrededor de mí.

Avancé hacia la Pesadilla. Se giró hacia mí agitando un brazo, y noté como me agarraba el hombro mientras se arrastraba. Después me lancé al cuerpo de la Pesadilla y la golpeé con fuerza. Ambos caímos rodando por la ladera hacia el arroyo que se acababa de formar.

¿Alguna vez habéis oído hablar de la leyenda de Sleepy Hollow? ¿Recordáis la parte en la que el pobre Ichabod cabalga a toda velocidad hacia la protección y la seguridad que le proporciona el puente? El agua corriente transporta energías mágicas. Las criaturas del Más Allá, los cuerpos espirituales no pueden cruzarlo sin perder toda la energía que necesitan para seguir viviendo aquí en esos cuerpos. Esa era la respuesta.

Caí rodando por la pendiente con la Pesadilla y sentí que me arañaba con las manos. Caímos juntos al arroyo, justo en el momento en el que una mano suya me agarró por la garganta y me cortó la respiración.

Y después empezó a gritar. Se detuvo y se revolvió poniéndose encima de mí sobre unos veinte o veintidós centímetros de agua corriente mientras gritaba. El cuerpo de aquel ser empezó a derretir como si fuera azúcar disuelto en el agua, empezando por los pies y subiendo poco a poco. Lo miré, sentí como aquello me producía una fascinación malsana. Se retorcía, se convulsionaba y se revolvía.

—Mago —dijo con la voz como burbujeando—. Esto no ha terminado. Cuando el sol vuelva a ponerse, ¡volveré a por vos!

—Ya te habrás derretido —murmuré. Y, segundos más tarde, la Pesadilla desapareció, dejando solo una sustancia pegajosa en mi abrigo y mi garganta.

Me levanté del agua, empapado y temblando, y subí por la pequeña colina con gran esfuerzo. Michael se había ido junto a su mujer y estaba agachado junto a ella. Puso sus brazos debajo y la levantó con la misma facilidad que a una cesta de ropa sucia. Como ya he dicho, Michael es un tío muy fuerte.

—Harry —dijo—, la espada.

—La tengo —contesté. Subí con dificultad a donde había dejado caer a Amoracchius y la recogí. La gran hoja pesaba menos de lo que creía, y su energía casi vibraba entre mis dedos. No tenía funda, así que simplemente me la puse en un hombro y confié en que no se cayera y me cortara la cabeza o algo parecido. Recuperé todo lo demás y me di la vuelta para salir con Michael.

Entonces fue cuando llegó Lea, apareció delante de mí con tres de sus perros demoníacos.

—Mi cielo —dijo—. Es hora de cumplir tu trato.

Di un grito y un salto hacia atrás.

—No —dije—. No, espera. He vencido a este ser pero todavía anda suelto. Vendrá del Más Allá mañana por la noche.

—Eso a mí no me preocupa —dijo Lea y se encogió de hombros—. Nuestro acuerdo consistía en que tú salvabas a la mujer con lo que yo te di.

—No me has dado nada —dije—. Solo hiciste desaparecer el dolor, no creaste el agua, madrina.

Se encogió de hombros sonriendo.

—Semántica. Te lo dije, ¿no?

—Me habría dado cuenta yo solo —dije.

—Quizá, pero tenemos un trato. —Bajó la cara, sus ojos despedían un brillo dorado que daba miedo—. ¿Vas a intentar escapar una vez más?

Había dado mi palabra. Y las promesas incumplidas causan problemas. Pero todavía no habíamos vencido a la Pesadilla. La habíamos echado, sí, pero volvería la noche siguiente.

—Iré contigo —dije—. Cuando haya vencido a la Pesadilla.

—O vienes —sonrió Lea— en este instante o pagas el precio. —Los tres perros demoníacos dieron un paso hacia mí, enseñándome los dientes mientras hacían una mueca silenciosa.

Solté todo lo que tenía agarrado excepto la espada y la sostuve con fuerza. No sé nada de espadas, pero pesaba y estaba afilada, sin contar con su enorme poder. Estaba bastante seguro de que podía asestarle un golpe con el filo a uno de aquellos perros.

—No puedo hacerlo —dijo—, todavía.

—¡Harry! —gritó Michael—. ¡Espera! ¡No se puede utilizar así!

Uno de los perros saltó hacia mí y levanté la hoja. Se vio un resplandor de luz y noté un dolor que me bajó por los brazos y las manos. La hoja se giró y se soltó cayendo y girando al suelo. El perro se lanzó a por mí, yo caí hacia atrás, con las manos entumecidas e indefenso.

La risa de Lea retumbó en las tumbas como campanillas.

—¡Sí! —cantó alegremente, dando un paso adelante. Se inclinó y con un movimiento rápido cogió la gran espada—. Sabía que intentarías engañarme, muchacho. —Me sonrió enseñándome los caninos—. Debo darte las gracias, Harry. Nunca habría podido tocar esto si el que la empuñaba no hubiera traicionado a su propósito.

Al darme cuenta de mi propia estupidez, me sentí furioso.

—No —tartamudeé—, espera. ¿No podemos hablar de esto, madrina?

—Volveremos a vernos, muchacho. Os veré pronto a los dos. —Lea volvió a reírse, le brillaban los ojos. Y entonces se dio la vuelta con los perros demoníacos que la rodeaban, dio un paso hacia delante y desapareció en la noche. Y con ella la espada.

Me quedé allí en la lluvia, cansado, helado y con sensación de ser idiota. Michael se me quedó mirando fijamente un segundo con cara de susto, con los ojos totalmente abiertos. Charity se acurrucó pegándose a él, temblando y gimiendo en silencio.

—Harry —susurró Michael. Creo que estaba llorando pero no pude ver las lágrimas por la lluvia—. Dios mío ¿qué has hecho?