Capítulo 26
—¿Envenenado? —dije asustado.
Thomas me miró la cara y de nuevo miró la copa. Se inclinó sobre ella para asegurarse de que estaba vacía y dijo—: ¡Uy!
—Harry. —Michael se puso a mi lado y apartó su vaso—. Creía que me habías dicho que no podían intentar nada tan evidente.
Se me empezó a encoger el estómago. El corazón me latía a mayor velocidad de la normal aunque no sabía si era por el veneno o por puro miedo al oír las palabras de Thomas.
—No pueden —dije—. Si me desplomo muerto, el Consejo sabrá lo que ha pasado. He corrido la voz de que venía hoy aquí esta noche.
Michael le lanzó una mirada dura a Thomas.
—¿Qué había en el vino?
El hombre pálido se encogió de hombros, deslizando su brazo para abrazar a Justine una vez más. La chica se apoyó en él y cerró los ojos.
—No sé lo que han puesto —dijo—, pero mira a esa gente. —Señaló a todos los que estaban vestidos de negro que yacían felices, en el suelo—. Todos tenían vasos de vino.
Miré un poco más de cerca y me di cuenta de que era verdad. Los criados se movían por el patio, cogiendo vasos de los que estaban en el suelo. Mientras miraba, otra pareja joven que estaba bailando, se desplomó al suelo mientras se daban un largo y profundo beso y después quedaron absolutamente inmóviles.
—Madre mía —juré—. Eso es lo que están haciendo.
—¿Qué? —dijo Michael.
—No me quieren muerto —dijo—, así no.
No tenía mucho tiempo. Pasé deprisa por la mesa de las bebidas hasta un tiesto con helechos y me incliné sobre él. Oí como Michael se ponía detrás de mí protegiendo mi retaguardia. Me metí un dedo en la garganta, un método sencillo, rápido y asqueroso. El vino me quemó la garganta al salir y las hojas de los helechos me hacían cosquillas en la nuca mientras vomitaba en el tiesto. Al levantarme, me daba vueltas la cabeza y cuando miré a Michael, por un momento todo se volvió borroso antes de volver a ganar nitidez. Notaba un lento y dulce adormecimiento en los dedos.
—Todos —murmuré.
—¿Qué? —Michael se arrodilló delante de mí y me cogió el hombro con un brazo—. Harry, ¿estás bien?
—Estoy mareado —dije. Veneno de vampiro. Naturalmente. Me agradaba sentirlo otra vez y me pregunté por un momento por qué estaba tan preocupado. Me hacía sentir igual de bien. Veneno de vampiro. Así pueden decir que no iba dirigido a mí. Me tambaleé y después me levanté. Envenenamiento recreativo que hace que todo el mundo tenga ganas de fiesta.
Thomas murmuró.
—Bastante exagerado supongo, pero efectivo. —Vio que cada vez había más jóvenes que se unían a los primeros que habían caído al suelo en un aletargamiento extático. Sus dedos acariciaron el costado de Justine distraídamente, y ella se estremeció apretándose contra él—. Supongo que tengo prejuicios. Prefiero a mi presa un poco más viva.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Michael.
Apreté la mandíbula e intenté apartar las sensaciones placenteras. El veneno tenía que asimilarse de manera extraordinariamente rápida. Incluso aunque hubiera vomitado el vino, debía de haber absorbido una buena dosis.
—No —dije al instante—. Eso es lo que quieren que haga.
—Harry, casi no puedes mantenerte en pie —dijo Michael.
—Estás un poco paliducho —dijo Thomas.
—¡Bah! Si me quieren incapacitar, eso quiere decir que tienen algo que esconder.
—O solo que quieren matarte —dijo Michael—. O drogarte lo suficiente para que algunos de ellos se alimenten de ti.
—No —contesté—. Si quieren seducirme tendrán que intentar algo distinto. Están intentando que salga corriendo. O evitar que descubra algo.
—Odio tener que decir lo que es obvio —dijo Thomas— ¿pero por qué demonios te invitaría Bianca si no quería que estuvieras aquí?
—Está obligada a invitar al Consejo para que asista. En esta ciudad, soy yo su representante. Y no esperaba que viniera, casi todo el mundo se ha mostrado sorprendido al verme.
—No pensaban que vendrías —murmuró Michael.
—Sí, soy un canalla —tomé dos inspiraciones profundas y dije—: Creo que el que perseguimos está aquí, Michael. Tenemos que aguantar un poco y ver si puedo averiguar quien es exactamente.
—¿Quién es exactamente? —preguntó Thomas.
—No es asunto tuyo, Thomas —dije.
—¿Alguna vez le han dicho, señor Dresden, que es usted un hombre verdaderamente pesado? —Eso me hizo sonreír ante lo cual él puso los ojos en blanco—. Bueno —dijo—. A partir de ahora no me meteré en sus asuntos. Pero dígame si puedo hacer algo por usted. —Justine y él se fueron andando despacio hacia la multitud.
Observé las piernas de Justine apoyándome en el bastón para mantener el equilibrio.
—Es un buen tipo —comenté.
—Para ser un vampiro —dijo Michael—. No confíes en él, Harry. Hay algo en él que no me gusta.
—¡Bah! A mí me cae bien —dijo—. Pero estoy totalmente seguro de que no puedo confiar en él.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Mira a tu alrededor. Hasta ahora tenemos comida vestida de negro, los vampiros de rojo y después estamos tú y yo, y un puñado de gente con distintos disfraces.
—El centurión romano —dijo Michael.
—Sí. Y un tipo que tiene aspecto de Hamlet. Vamos a ver quienes son.
—Harry —preguntó Michael—. ¿Vas a estar bien?
Tragué saliva. Me sentía mareado, un poco débil. Tenía que esforzarme por tener la cabeza lúcida, resistiendo la fuerza del veneno. Estaba rodeado de seres que miraban a la gente como nosotros como si fuéramos vacas, y estaba bastante seguro de que me matarían si me quedaba.
Por supuesto, si no me quedaba, podían morir otros. Si no me quedaba, la gente a la que ya le habían hecho daño seguiría en peligro: Charity, el niño de Michael, Murphy. Si no me quedaba, la Pesadilla tendría tiempo de recuperarse y después ella y quien estuviera detrás, que para mí que estaba presente en esa fiesta, podría seguir disparando, tirando al azar para dar en el blanco.
La idea de quedarme en aquel lugar me asustaba y lo que podría ocurrir si abandonaba ahora, me asustaba aún más.
—Venga —dije—. Acabemos con esto.
Michael asintió mirando a su alrededor, con sus ojos grises serios y firmes.
—Esto es una abominación del Señor, Harry. Son solo unos niños… lo que están haciendo. Están confraternizando con estos seres.
—Michael, cálmate. Hemos venido aquí para recoger información, no para derribar la casa por un puñado de cosas desagradables.
—Sansón lo hizo —dijo Michael.
—Sí y mira como le fueron las cosas ¿Estás preparado?
Murmuró algo y se volvió a poner detrás de mí. Miré a mi alrededor y me orienté mirando al hombre que estaba vestido de centurión romano, dirigiéndome a continuación hacia él. Era un hombre de edad indeterminada, estaba solo y algo apartado del resto de la multitud. Sus ojos eran verdes, de un tono raro, profundo e intenso. Tenía un cigarrillo entre los labios. Su atuendo, hasta la espada corta y las sandalias, parecían auténticos. A medida que me acercaba a él, aminoré el paso y me quedé mirando fijamente.
—Michael —murmuré por encima del hombro—. Mira su traje. Parece real.
—Es de verdad —dijo el hombre con un tono de voz monótono, sin mirarme. Exhaló una columna de humo y después se volvió a colocar el cigarrillo en los labios. Michael casi no podía haber oído mi pregunta y este tipo sí. Tragué saliva.
—Interesante —dije—. Debe de haberle costado una fortuna reunirlo todo.
Me miró. El humo salió en círculo por las comisuras de la boca mientras me echaba una sonrisita de suficiencia sin decir nada.
—Bueno —dije aclarándome la voz—, soy Harry Dresden.
El hombre encogió los labios y dijo reflexivamente y con precisión.
—Harry Dresden.
Cuando alguien, cualquiera, dice tu nombre, te afecta. Casi lo sientes, ese sonido que se distingue entre muchos otros y que exige tu atención. Cuando un mago dice tu nombre, cuando lo dice y lo hace con intención, tiene el mismo efecto, se amplifica mil veces. El hombre vestido de centurión dijo esa parte de mi nombre y la pronunció bien. Sentí como si hubiera sonado un diapasón y me hubiera dado en los dientes con él.
Me tambaleé y Michael me agarró por el hombro sosteniéndome en pie. Dios bendito. Había usado solo una parte de mi nombre completo, mi verdadero nombre, para llegar hasta mí y así como que no quiere la cosa, casi me tumba.
—Madre mía —susurré. Michael me volvió a sujetar. Posé el bastón para tener un apoyo adicional y me quedé mirando fijamente al hombre—. ¿Cómo demonios ha podido hacer eso?
Puso los ojos en blanco, cogió el cigarro de sus dedos y volvió a exhalar humo.
—No lo entendería.
—Usted no pertenece al Consejo Blanco —dije.
Me miró como si acabara de afirmar que los objetos caen al suelo, fue una mirada fulminante e incisiva.
—¡Qué suerte tengo!
—Harry —dijo Michael con un tono de voz tenso.
—Un momento.
—Harry, mira este cigarrillo.
Miré a Michael pestañeando.
—¿Qué?
—Mira su cigarrillo —repitió Michael. Estaba mirando al hombre con los ojos muy abiertos, concentrado y había deslizado una mano hasta la empuñadura del cuchillo.
Miré. Tardé un minuto en darme cuenta de lo que Michael quería decir.
El hombre volvió a echar más humo y me sonrió.
El cigarrillo no estaba encendido.
—Es —dije—, es…
—Es un dragón —dijo Michael.
—¿Un qué?
Los ojos del hombre relumbraron con interés por primera vez, y se fijó, pero no en mí sino en Michael.
—Exactamente —dijo—. Me podéis llamar Ferro.
—¿Por qué no te llamamos Ferrovax? —dijo Michael.
El señor Ferro frunció el ceño y miró a Michael con una mirada desapasionada.
—Mortal, por lo menos tienes algún conocimiento de sabiduría popular.
—Espera un momento —dije—. Dragones… se supone que los dragones son grandes. Tienen escamas, garras, alas. Este tipo no es grande.
Ferro dejó los ojos en blanco y dijo impaciente.
—Somos lo que deseamos ser, maestro Drafton.
—Dresden —solté.
Movió una mano.
—Mortal, no me tientes a que te muestre lo que puedo hacer al decir tu nombre y hacer un esfuerzo. Basta con decir que no serías capaz de comprender el tipo de poder del que dispongo. Que mi verdadera forma destrozaría este patético zoológico y partiría en dos la tierra que pisamos. Si me miraras con tu mirada de mago, verías algo que te sobrecogería, te daría una lección de humildad y con toda probabilidad destrozaría tu sentido común. Soy el más viejo de los de mi especie y el más fuerte. Tu vida es para mí una vela que parpadea y la grandeza y decadencia de tu civilización es como la hierba en verano.
—Bueno —dije—. No sé cuál es tu forma verdadera pero el peso de tu ego seguro que está presionando la corteza de la tierra casi hasta el límite soportable.
Sus ojos verdes se encendieron.
—¿Qué has dicho?
—No me gustan los matones —dije—. ¿Crees que voy a quedarme ahí y a ofrecerte mi primogénito y a sacrificar vírgenes por ti o qué? No estoy tan impresionado.
—Bueno —dijo Ferro—, veamos si podemos hacer que te impresiones.
Agarré mi bastón y concentré toda mi voluntad pero fui muy, muy lento. Ferro solo movió una mano levemente en esa dirección y algo me aplastó contra la tierra como si de repente hubiera engordado unos dos mil kilos. Sentí que mis pulmones se esforzaban por respirar y mi visión se nublaba y de repente todo era negro. Intenté concentrar toda mi magia para devolverle esa energía en su contra pero no podía concentrarme ni hablar.
Michael me miró de forma desapasionada y después le dijo a Ferro.
—Siriothrax debería haber aprendido ese truco. Podría haber evitado que le matara.
La mirada fría de Ferro se volvió hacia Michael, y con ello noté una minúscula disminución de la presión, no mucha pero la suficiente para que pudiera decir jadeando Refletum y concentrar mi voluntad en su contra. El hechizo de Ferro se rompió y empezó a desplomarse. Vi cómo me miraba, noté que podía haber renovado el esfuerzo sin dificultad, pero no lo hizo. Me puse de pie jadeando en silencio.
—Entonces —dijo Ferro—. Eres tú —miró a Michael de arriba abajo—, pensaba que eras más alto.
Michael se encogió de hombros.
—No ha sido nada personal. No estoy orgulloso de lo que hice.
Ferro acarició la empuñadura de su espada con un dedo y después tranquilamente dijo:
—Caballero. Le aconsejo que sea más humilde cuando se encuentre ante sus superiores. —Me miró con desdén—. Y podría ir pensando en ponerle un bozal a este hasta que aprenda mejores modales.
Intenté luchar pero no podía respirar todavía. Me apoyé en el bastón con dificultad. Ferro y Michael intercambiaron un leve movimiento de cabeza, en el que ninguno de los dos apartaba la vista del otro. Después Ferro se dio la vuelta y… se esfumó. No se vio ningún destello de luz, ni llamas, desapareció sin más.
—Harry —me reprendió Michael—. No eres el chico más fuerte del barrio. Tienes que aprender a ser un poco más educado.
—Buen consejo —dije casi sin aliento—. La próxima vez, te las arreglas tú con los dragones que aparezcan.
—Lo haré. —Miró a su alrededor y dijo—: Queda poca gente, Harry. —Tenía razón. Al mirar, vi una vampira con un traje rojo ceñido que daba un golpecito en el brazo a un hombre joven vestido de negro. La miró y se encontró con sus ojos. Se miraron el uno al otro un momento, la mujer sonreía, la expresión del hombre se estaba relajando. Después murmuró algo y cogió su mano, y le llevó a la oscuridad. Otros vampiros se llevaban a otros jóvenes con ellos. Alrededor quedaban pocos vestidos de color rojo y más gente en el suelo en estado de éxtasis.
—No me gusta el cariz que está tomando esto —dije.
—A mí tampoco. —Su voz era férrea—. Podemos parar esto si Dios nos ayuda.
—Luego, primero vamos a hablar con el tipo ese vestido de Hamlet. Después nos queda solo Bianca por probar.
—¿Ninguno de los demás vampiros? —preguntó Michael.
—No es posible, todos son subordinados de Bianca. Si fueran tan fuertes, ya la habrían dejado, a menos que estén en su círculo próximo, como Kyle y Kelly. No tiene el aplomo necesario para eso, pero ya está fuera. Así que si no es un invitado probablemente sea Bianca.
—¿Y si no es ella?
—No pensemos en ello aún. Estoy casi convencido de que es ella. —Entrecerré los ojos mirando a mi alrededor—. ¿Ves a Hamlet por alguna parte?
Vi el destello de rojo por el rabillo del ojo y una figura con una capa roja que se dirigía a la retaguardia de Michael desde los helechos. Me di la vuelta hacia Michael y me lancé contra su atacante.
—¡Cuidado! —grité. Michael se giró. En su mano apareció un cuchillo como si fuera un truco de magia. Agarré la figura con capa y la giré para ponerla frente a mí.
La capucha cayó y pude ver la cara de Susan con sus ojos oscuros de sorpresa. Se había recogido el pelo en una cola de caballo. Llevaba una blusa blanca de corte bajo y una falda un poco plisada, con calcetines blancos hasta las rodillas y zapatos de hebilla. Sus manos estaban cubiertas con guantes blancos. Una cesta de mimbre colgaba de la parte interior del codo, y llevaba gafas de espejo enganchadas en el puente de su delgada nariz.
—¿Susan? —dije tartamudeando—. ¿Qué haces aquí?
Dejó escapar un suspiro y quitó el brazo de mi mano.
—¡Dios!, Harry me has asustado.
—¿Qué haces aquí? —pregunté.
—Sabes por qué estoy aquí —dijo—. He venido a conseguir una historia. Intenté llamarte y contártelo, pero no, tú estabas por ahí demasiado ocupado para dedicar cinco minutos a hablar conmigo.
—No me lo puedo creer —murmuré—. ¿Cómo has conseguido entrar aquí?
Me miró con frialdad y abrió la cesta. Buscó en el interior y sacó una invitación blanca, como la mía.
—Conseguí una invitación.
—¿Qué?
—Bueno, mandé que me la hicieran. No creí que te importara prestarme la tuya un momento.
Lo cual explicaba por qué la invitación no estaba en la repisa de mi chimenea en el apartamento.
—Madre mía, Susan, no sabes lo que has hecho. Tienes que salir de aquí.
Gruñó.
—Y una mierda.
—Lo digo en serio —dije—. Estás en peligro.
—Tranquilo Harry. No voy a dejar que nadie me chupe la sangre, y no voy a mirar a nadie a los ojos. Es como ir a Nueva York. —Se tapó las gafas con un dedo enguantado—. Hasta ahora todo ha ido bien.
—No lo coges —dije—. Es que no lo entiendes.
—¿Qué no entiendo qué? —preguntó.
—No lo entiendes —susurró una voz dulce a mi espalda. Se me heló la sangre—. Al venir sin estar invitada, has perdido tu derecho a estar bajo la protección de las leyes de la hospitalidad. —En ese momento la voz se rió levemente—. Caperucita, eso quiere decir que el lobo malo y grande te va a comer.