Capítulo 10
Mortimer Lindquist había intentado darle a su casa un estilo gótico. En las esquinas del tejado había gárgolas grisáceas. En la parte delantera había unas puertas de hierro negro resplandecientes y el camino de entrada estaba jalonado de estatuas que conducían hasta la puerta principal. En el patio había crecido mucho la hierba. Si esta casa no hubiera tenido el tejado rojo, y unas paredes forradas de estuco blanco traídas de algún lugar del sur de California, a lo mejor no hubiera estado mal.
Todo en su conjunto tenía más el aspecto de la mansión encantada de Disneyland que de morada de un portavoz de los muertos que no presagiaba nada bueno. Las puertas de hierro negro estaban rodeadas por una alambrada. Las gárgolas, vistas de cerca, parecían reproducciones en plástico. Las estatuas también tenían la áspera silueta de la escayola en lugar del aspecto arrollador y limpio del mármol. Si se hubiera dejado caer un flamenco rosa en medio de la hierba sin podar, habría encajado con la decoración. Pero imaginé que de noche, con la luz y la predisposición adecuadas, alguien podría habérselo creído.
Negué con la cabeza y levanté la mano para llamar a la puerta.
Se abrió antes de que mis nudillos la tocaran y por la entrada aparecieron gruñendo un par de hombros equilibrados bajo una cabeza brillante y pelada. Me hice a un lado. Un hombre pequeño tiraba de una enorme maleta hasta el porche, sin darse cuenta en ningún momento de que yo estaba allí, con esa rubicunda cara plagada de sudor.
Yo me acerqué sigilosamente a la entrada mientras él iba tirando de su maleta hacia la puerta, murmurando algo entre dientes. Moví la cabeza y seguí andando hacia la casa. La puerta era una entrada de servicio, y no tuve la sensación de hormigueo de estar cruzando el umbral de una casa sin haber sido invitado. Había montones de cortinas colgadas sobre las paredes y las entradas. Por todas partes había velas rojas y negras. Una calavera humana sonriente miraba de forma lasciva desde una estantería mientras sujetaba unos ejemplares de la Enciclopedia Británica cuyos títulos resaltaban en los lomos. La calavera también era de plástico.
Morty había colocado una mesa en la habitación, y a su alrededor varias sillas, una de respaldo alto, en la madera había muchos seres monstruosos tallados… Me senté en una silla, crucé los brazos en la mesa delante de mí y esperé.
El hombre, de escasa estatura, entró limpiándose la cara con un trapo, sudando y jadeando.
—Cierra la puerta —dije—. Tenemos que hablar, Morty.
Él se quejó y se puso a dar vueltas.
—Tú, tú —tartamudeó—. Dresden ¿A qué has venido?
Me quedé mirándole fijamente.
—Entra, Morty.
Él se acercó, pero dejó la puerta abierta. A pesar de su corpulencia, se movía con la energía nerviosa de un gato asustado. Su camisa de trabajo blanca tenía manchas bajo los brazos que le llegaban hasta el cinturón.
—Mira, Dresden. Ya os he dicho que cumplo las normas, ¿vale? No he estado haciendo nada de lo que tú dices.
¡Ajá! El Consejo Blanco había enviado a alguien a verle. Morty era un profesional. No había pensado en que pudiera obtener de él respuestas sinceras sin que ello me costase poco esfuerzo. A lo mejor debía probar y ahorrarme mucho trabajo.
—Déjame que te cuente algo, Morty. Cuando entro en un sitio y no digo nada más que: «vamos a hablar», y lo primero que escucho es: «yo no lo he hecho», eso me hace pensar que esa persona sí que ha hecho algo. Sabes de lo que estoy hablando, ¿verdad?
Su cara rubicunda adoptó un tono bastante más pálido.
—De ninguna manera. Mira. No tengo nada que ver con lo que está pasando. No es culpa mía, no es competencia mía.
—Con lo que está pasando —dije. Me miré las manos un instante, las tenía cruzadas y después le miré a él—. ¿Para qué es esta maleta, Morty? ¿Has hecho algo que quiere decir que tienes que irte de la ciudad un tiempo?
Tragó saliva, lo cual le costó.
—Mira, Dresden, señor Dresden. Mi hermana se ha puesto enferma. Solo voy a ayudarla.
—Seguro —dije—. Eso es lo que estás haciendo, salir de la ciudad para ayudar a tu hermana.
—Juro por Dios —dijo Morty levantando una mano con la cara seria.
Señalé la silla que estaba enfrente de mí.
—Siéntate, Morty.
—Me gustaría pero viene un taxi a buscarme. —Se dio la vuelta hacia la puerta.
—Ventas servitas —dije entre dientes con mucha seriedad, y concentré mi voluntad en la puerta. Un viento repentino la cerró justo delante de sus ojos. Chilló y dio varios pasos atrás, mirando fijamente a la puerta, y después se volvió para mirarme.
Utilicé los restos del mismo conjuro para empujar una silla que estaba delante de mí.
—Siéntate Morty. Tengo unas cuantas preguntas. Ahora, si dejas de incordiar, te podrás ir en el taxi. Y si no… —Dejé la frase sin acabar. Lo que tiene la intimidación es que la gente siempre puede pensar que les podrías hacer algo peor de lo que realmente puedes si dejas lugar a la imaginación.
Se me quedó mirando fijamente, y volvió a tragar saliva, riéndose con la parte inferior de los carrillos. Después caminó hacia la silla como si esperara que en cualquier momento salieran volando unas cadenas que rodearan su cuerpo en cuanto se sentara. Equilibró su cuerpo al borde de la silla, se humedeció los labios y me miró probablemente intentando encontrar cuál sería la mejor mentira que me podría contestar cuando le preguntara.
—Ya sabes —dije—, he leído tus libros, Morty, Fantasmas de Chicago. El factor espectro. Dos o tres más. Buen trabajo.
Su expresión cambió, frunció el ceño en tono de sospecha.
—Gracias.
—Me refiero a hace veinte años, eras un investigador bastante bueno. Tenías sensibilidad hacia las energías espirituales y las apariciones, los fantasmas. Lo que en nuestro negocio se denomina ectomancia.
—Sí —dijo. Sus ojos se suavizaron un poco, aunque su voz no. Evitó mirarme directamente a la cara. La mayoría de la gente hace lo mismo—. Eso ocurrió hace mucho tiempo.
Mantuve mi voz en el mismo tono, la misma expresión.
—¿Y ahora qué? Haces sesiones de espiritismo para la gente. ¿Cuántas veces entras en contacto con espíritus de verdad? ¿Una de cada diez? ¿Una de cada veinte? Debe de ser un fiasco respecto a las de verdad. El teatro que le echas.
Era bueno disimulando lo que sentía. Eso es verdad, pero estoy acostumbrado a observar a la gente. Por la forma de colocar los hombros y el cuello, me di cuenta de que estaba enfadado.
—Ofrezco un servicio legítimo a los que lo necesitan.
—No. Te aprovechas de su pena para sacarles todo lo que puedes. En el fondo, sabes que no estás obrando bien. Puedes justificarlo como quieras pero no te gusta lo que estás haciendo. Si te gustara, tus poderes no habrían desaparecido como lo han hecho.
Su mandíbula estaba tensa, no quería seguir escondiendo el enfado por más tiempo, la primera reacción honesta que había visto en él desde que gritó de sorpresa.
—Si has llegado a una conclusión, Dresden, cuéntamela rápidamente. Tengo que coger un avión.
Puse los dedos extendidos sobre la mesa.
—En las últimas dos semanas —dije—, los espectros se han vuelto locos. Deberías ver los problemas que han causado. Ese poltergeist de la casa de los Campbell. La bestia del sótano de la Universidad de Chicago. Agatha Hagglethorn, en Cook County.
Morty hizo una mueca y volvió a limpiarse la cara.
—Sí, oigo cosas. Tú y el caballero de la espada habéis estado luchando contra la mayor parte.
—¿Qué más está ocurriendo, Morty? Con lo poco que estoy durmiendo, me estoy poniendo de muy mal humor, así que venga, dímelo ya.
—No lo sé —dijo huraño—. He perdido mis poderes, recuerdas.
Fruncí el ceño.
—Pero tú oyes cosas, Morty. Todavía tienes algunas fuentes de información en el Más Allá. ¿Por qué te vas de la ciudad?
Se rió con un tono que denotaba una falta de seguridad.
—¿Dijiste que habías leído todos mis libros? ¿Leíste Ellos volverán?
—Le eché un vistazo, es de esos que hablan sobre el fin del mundo. Supuse que habías estado hablando demasiado con los espíritus equivocados. Les encanta intentar vender a la gente el Armageddon. Muchos son timadores como tú.
Me ignoró.
—Entonces leíste mi teoría sobre la barrera existente entre nuestro mundo y el Más Allá. Se está debilitando poco a poco.
—¿Y tú crees que está haciéndose trizas ahora? Morty, ese muro ha estado ahí desde el principio de los tiempos. No creo que vaya a caerse ahora mismo.
—Muro —dijo en tono despectivo—. Algo más parecido al papel de cocina transparente, mago. Como gelatina. Se dobla y se contonea y se remueve. —Se frotó las palmas con los muslos, temblando.
—¿Y se está cayendo ahora?
—¡Mira a tu alrededor! —gritó—. Dios bendito, mago. En estas dos últimas semanas, la frontera se ha estado moviendo hacia atrás y hacia delante como una prostituta en una convención de estibadores. ¿Por qué demonios crees que se han estado moviendo todos estos fantasmas?
No dejé que el repentino volumen de su voz me hiciera pestañear.
—¿Dices que esta inestabilidad ha hecho más fácil que los fantasmas vengan del Más Allá?
—Y que sea más fácil que haya fantasmas más fuertes y más grandes cuando la gente muere —dijo—. ¿Crees que ahora hay algunos fantasmas cabreados? Verás cuando alguna banda tirotee accidentalmente a alguna estudiante de licenciatura que sale del ala sur con un título universitario en la mano, o espera a que algún pobre infeliz que contrajo el sida por una transfusión de sangre exhale su último suspiro.
—Fantasmas más grandes y malvados —dije—, superfantasmas. Eso es de lo que hablas.
Soltó una risa malvada.
—También llega una nueva generación de virus. Las cosas empeoran por todas partes. De hecho, esa frontera va a estrecharse lo suficiente para atravesarla, y tendrás más problemas de ataques de demonios que de violencia de pandillas.
Negué con la cabeza.
—De acuerdo —dije—. Digamos que me creo que la barrera es más fluida que el cemento, que hay turbulencia en el interior, y que es más fácil atravesarla en ambos sentidos. ¿Podría estar originando algo esa turbulencia?
—¿Cómo demonios voy a saberlo? —gruñó—. Dresden, tú no sabes como funciona esto. Hablar con seres que existieron en el pasado y en el futuro igual que ahora. Hacer que se levanten del bufé de ensaladas y que empiecen a contarte por qué asesinaron a su esposa dormida.
—Me refiero a que piensas que controlas algunas cosas, que entiendes, pero al final todo se desmorona. Un timo es más sencillo, Dresden. Tú lo haces como quieres. A la gente no le importa una mierda si el tío Jeffrey les perdona por no asistir a su última fiesta de cumpleaños. Quieren saber que el mundo es un lugar en el que el tío Jeffrey puede y deberá perdonarles. —Tragó saliva y miró alrededor, hacia los tomos y la calavera falsificados—. Y eso es lo que les vendo. Se acabó. Como lo hacen en la tele. Quieren saber que al final todo va a salir bien y están contentos de pagar por ello.
Afuera, un coche tocó el claxon. Morty me miró fijamente.
—Hemos acabado.
Yo asentí con la cabeza.
Él se puso de pie. Tenía las mejillas enrojecidas.
—Dios, necesito beber algo. Salir de la ciudad, Dresden. Anoche pasó algo aquí que me hizo sentir como nunca antes me había sentido.
Pensé en coches destrozados y rosales plantados en suelo sagrado.
—¿Sabes lo que es?
—Es algo importante —dijo Morty—. Y está cabreado. Va a empezar a matar. Dresden. Y no creo que ni tú ni nadie podáis detenerlo.
—Pero ¿es un fantasma?
Me sonrió enseñándome los caninos. Era una imagen espeluznante en esa cara rubicunda de ojos muy separados.
—Es una pesadilla. —Se dispuso a marcharse. Yo quería dejarle ir, pero no podía. Se había convertido en un mentiroso, un timador que lloriqueaba, pero no siempre lo había sido.
Me levanté y corrí hacia la puerta, cogiéndole el brazo con una mano. Él se giró para ponerse frente a mí. Evité que nos miráramos de frente. No quería echar un vistazo al alma de Mortimer Lindquist.
—Morty —dije en voz baja—. Aléjate de tus sesiones de espiritismo durante un tiempo. Vete a un lugar tranquilo. Lee, relájate. Ahora eres más viejo y más fuerte. Si te das la oportunidad, el poder volverá.
Volvió a reírse, cansado y hastiado.
—Seguro, Dresden. Exactamente.
—Morty…
Se apartó de mí y se dirigió hacia la puerta a toda prisa. No se molestó en cerrar con llave. Vi como se dirigía hacia el taxi que esperaba en la curva. Metió su maleta en el asiento trasero y después se metió él.
Antes de que el taxista arrancase, bajó la ventanilla.
—Dresden —me llamó—. Debajo de mi silla hay un cajón, allí están mis apuntes. Si quieres suicidarte intentando sobrevivir a este ser, también deberías saber en lo que te vas a meter.
Volvió a subir la ventana mientras el taxista se iba. Le vi irse, y después volví a entrar. Encontré el cajón escondido en la base de la silla de madera tallada y dentro encontré un trío de libros antiguos, encuadernados en piel, páginas de papel de vitela llenas de letras que al principio eran muy nítidas y en los apuntes más recientes se convertían en garabatos. Me acerqué los libros a la boca y percibí el olor de la piel, la tinta, el papel, el moho y la legitimidad.
Morty no tenía por qué haberme dado las notas. Puede que en él quedara algo de la persona que fue, algún resquicio, algo que todavía no había muerto. Puede que le hubiera venido bien ese consejo que le di. Me gustaría pensar que fue así.
Dejé escapar un suspiro, busqué un teléfono y llamé a un taxi para mí. Necesitaba sacar el Escarabajo del depósito municipal. Probablemente Murphy me lo pudiera arreglar.
Recogí los libros y fui al porche a esperar al taxi, cerrando la puerta tras de mí. Morty había dicho que por la ciudad merodeaba algo de mucha envergadura.
—Una pesadilla —dije en voz alta.
¿Podría tener razón Morty? ¿Podría estar derrumbándose la barrera entre el mundo espiritual y el nuestro? Esa idea me hizo estremecer. Se había formado algo grande y malvado. Y mi instinto me decía que con un fin concreto. Todo el poder, no importaba lo malo o lo bueno que fuera si el que lo empuñaba lo sabía o no, tenía un objetivo.
Así que esta pesadilla había llegado por algo. Me preguntaba lo que haría.
Y me preocupaba el hecho de que lo iba a averiguar demasiado pronto.