Capítulo 16

Es difícil encontrar a la gente, sobre todo cuando no quieren que los encuentres. De hecho, es tan difícil que según un cálculo aproximado, en Estados Unidos, las personas que desaparecen sin dejar rastro se cuentan con una cifra de siete dígitos. A la mayoría de estas personas no se las encuentra nunca.

No quería que Lydia entrara a formar parte de esas estadísticas. Una de dos, ella era de los malos y me había tomado por un imbécil o era una víctima que necesitaba mi ayuda. En el primer caso, quería enfrentarme a ella, me ocurre siempre con la gente que me miente e intenta que me meta en problemas. En el segundo, probablemente, yo era el único en Chicago que podía ayudarla. Podría haber sido poseída por uno de los espíritus más grandes y musculosos que necesitaba, perdón por el juego de palabras, algo de «exorticio».

Cuando se separó del padre Forthill, Lydia se fue andando y no creo que tuviera mucho dinero suelto. Vamos a pensar un poco, no tenía demasiados recursos, por lo que probablemente estaría en la zona de Bucktown/parque Wicker así que me dirigí con mi Escarabajo azul a la zona. En realidad, el Escarabajo ya no es azul. Tuvieron que cambiar ambas puertas cuando las destrozaron y dejaron la capota hecha un desastre con un gran agujero. Mi mecánico, Mike, quien consigue que el Escarabajo funcione la mayor parte de los días, no me había hecho demasiadas preguntas. Había sustituido las piezas por otras de otros coches de la marca Volkswagen, de forma que el Escarabajo azul era técnicamente azul, rojo, blanco y verde, pero yo lo seguía llamando de la misma forma.

Mientras conducía, intenté calmarme todo lo que pude. Mi propensión como mago a hacer saltar por los aires cualquier artilugio de tecnología avanzada parece empeorar cuando me disgusto, me enfado o tengo miedo. No me preguntéis por qué. Así que hice todo lo que pude para relajarme hasta llegar a mi destino, los aparcamientos pegados al parque Wicker.

Una brisa fresca hizo que mi abrigo se moviese al salir. En un lado de la calle, las casas altas y un par de edificios de apartamentos refulgían con la luz del sol que se estaba poniendo por el occidente. Por otra parte, las sombras de los árboles del parque Wicker eran alargadas como dedos negros que subían hacia mi garganta. Gracias a Dios, mi subconsciente no es demasiado consciente en términos simbólicos. En el parque había un montón de gente, jóvenes, madres con niños, mientras que por las calles había ejecutivos que empezaban a llegar ataviados con sus ropas de negocios, que se dirigían a alguno de los múltiples restaurantes elegantes, bares o cafeterías que había en la zona.

Saqué de mi bolsa de exorcismo un pedazo de tiza y un diapasón. Miré alrededor y después me puse en cuclillas en una acera y dibujé un círculo a mi alrededor, deseando que se cerrara cuando las marcas de tiza se juntaran en el cemento. Noté una sensación de tensión, como si algo crepitara, cuando el círculo se cerró encerrando las energías mágicas de la zona, comprimiéndolas, agitándolas.

La mayor parte de la magia no se realiza de forma rápida y despreciable. El tipo de trucos que puedes conseguir cuando algo malo está a punto de saltarte a la cara se llama evocación. Esta tiene una capacidad bastante limitada, y es difícil de controlar. Solo era capaz de hacer bien un par de evocaciones, y casi todo el tiempo necesitaba la ayuda de focos artificiales, como por ejemplo mi varita o alguno de mis otros chismes encantados para asegurarme que no pierdo el control del hechizo y salgo volando junto con el monstruo baboso.

La mayor parte de la magia implica una pérdida de concentración y un trabajo duro. Ese tema es el que realmente se me da bien, la taumaturgia. La taumaturgia es la magia tradicional, todo lo relacionado con la creación de vínculos simbólicos entre objetos o personas y después conferirles energía para conseguir el efecto que quieres. Con la taumaturgia se puede conseguir mucho, siempre que tengas el tiempo suficiente para planear las cosas y más tiempo para preparar un ritual, los objetos simbólicos y el círculo mágico.

Todavía tengo que reunirme con un monstruo baboso que tenga la educación suficiente para esperar a que termine.

Me quité el brazalete protector que utilizaba de la muñeca y lo dejé en el centro del círculo, ese era mi canal. El talismán que había entregado a Lydia había sido construido de forma similar, y las dos pulseras sonarían en la misma frecuencia. Cogí el diapasón y lo coloqué junto al brazalete y con sus dos extremos en contacto con cada una de las púas, tracé un círculo completo.

Después cerré los ojos y acumulé la energía reunida en el círculo. La atraje hacia mí, la modelé, le di forma con el efecto que estaba buscando con mis pensamientos e imaginé con todas mis fuerzas el talismán que le había dado a Lydia mientras lo hacía. La energía aumentaba cada vez más, noté un zumbido en mis oídos, una sensación de picor en la nuca. Cuando estuve preparado, extendí las manos sobre los dos objetos, abrí los ojos y dije con fuerza.

Duo et unum. —Al pronunciar las palabras, la energía salió de mí de forma tan súbita que me dejó un poco mareado. No había chispas, ni luminosidad ni nada más que hubiese que imputar a un presupuesto de efectos especiales, solo la sensación de haber terminado un trabajo y un murmullo minúsculo, casi inaudible.

Cogí el brazalete y me lo volví a poner, después levanté el diapasón y emborroné el círculo con mis pies deseando que se rompiera. Sentí el pequeño estallido que producían las energías residuales que se liberaban, me levanté y cogí la bolsa del exorcismo del Escarabajo. Después me fui por la acera sujetando el diapasón delante de mí. Cuando me hube alejado varios pasos, me di la vuelta trazando un lento círculo.

El diapasón seguía en silencio, y entonces, de repente, tembló en mi mano y emitió un sonido cristalino cuando lo orienté hacia el noroeste. Levanté la vista y miré las puntas, caminé otros doce pasos más y describí un triángulo lo más perfecto que pude. El tenedor cambió de dirección y al sonar la segunda vez se oyó bien, a pesar de no tener ningún tipo de instrumento; Lydia debía de estar bastante cerca.

—Sí —dije y empecé a andar a paso enérgico, moviendo el diapasón hacia delante y hacia atrás, colocando mis pies en la dirección en la que sonaba. Seguí así hasta el otro extremo del parque donde el diapasón apuntaba directamente a un edificio que debía de haber sido algún tipo de fábrica, pero que ahora estaba abandonada.

En el piso bajo había un par de puertas de garaje y una puerta central cerrada con tablas. En los dos pisos más bajos, la mayor parte de las ventanas estaban tapiadas. En el tercer piso, algunos vándalos, ya sea por aburrimiento o por afán de destrucción, habían lanzado piedras a los cristales y los trozos fragmentados presentaban bordes afilados y polvorientos que destacaban frente a la oscuridad que había detrás, como si fueran hielo sucio.

Tomé otras dos referencias a un metro y medio a cada lado de la primera. Todas apuntaban directamente al edificio. Sentí como este me fulminaba con la mirada, silencioso, aterrador.

Me estremecí.

Sería conveniente llamar a Michael. Puede que incluso a Murphy. Podría llegar hasta un teléfono, intentar ponerme en contacto con ellos y no tardarían mucho en llegar.

Por supuesto, sería mejor después de la puesta de sol. Si la Pesadilla estaba dentro de Lydia, en ese momento podría salir de su interior. Si pudiera llegar hasta ella, y exorcizar ahora a ese ser podría acabar con la ola de destrucción.

Sí, sí, sí. Tenía un montón de posibilidades. El sol se estaba ocultando rápidamente. Busqué en mi abrigo, saqué la varita, y me cambié la bolsa de exorcismo a la misma mano que el diapasón. Después crucé la calle, camino de las puertas del garaje del edificio. Probé con una y para mi sorpresa subió. Miré a izquierda y derecha y después me adentré en la oscuridad, cerrando la puerta detrás de mí.

Tardé un momento en adaptarme a la falta de luz. La habitación solo estaba iluminada por una tenue luz que se colaba por debajo de la chapa de encima de las ventanas, y los bordes de las puertas del garaje. Supuse que era un muelle de carga que abarcaba casi toda la primera planta. Las columnas de piedra lo mantenían en pie. El agua goteaba en algunas zonas, caía de una tubería rota, y había charcos por todo el suelo.

Todavía se oía el motor de una camioneta nueva con paneles laterales mientras se enfriaba. Estaba aparcada en el otro extremo del muelle de carga, junto a un contrafuerte de piedra de metro y medio de alto, en el que los camiones se apoyaban para cargar y descargar mercancías. Una señal colgaba de una bisagra, por encima de la camioneta, en la que se leía «Summer's Textiles MFG».

Me acerqué despacio a la camioneta, con la varita pegada al costado, rastreé con el diapasón y con los ojos el espacio en sombras. El diapasón sonaba cada vez que lo pasaba cerca de la camioneta.

La camioneta blanca brillaba en la luz tenue. Tenía las ventanas tintadas, y no podía ver el interior, a pesar de estar a solo trescientos metros aproximadamente.

Algo, algún sonido u otro impulso que no percibí de forma consciente me erizó el pelo de la nuca. Me giré para enfrentarme a la oscuridad que tenía a mi espalda, con la punta deja varita levantada, mis dedos amoratados apretaban con fuerza el mango. Concentré mis sentidos en la oscuridad, y escuché, prestando la mayor atención posible a mi alrededor.

Oscuridad.

Un goteo de agua.

Encima de mí se oyó el crujido del edificio.

Nada.

Me guardé el diapasón en el bolsillo del abrigo. Después me volví hacia la camioneta, me acerqué rápidamente y abrí la puerta lateral, apuntando con mi varita al interior.

Había un bulto envuelto en una manta, aproximadamente del tamaño de Lydia, dentro de la camioneta y de él caía una mano pálida en cuya muñeca estaba mi talismán chamuscado y manchado de sangre.

Se me puso el corazón en la garganta.

—¿Lydia? —pregunté. Me acerqué y toqué la muñeca. Noté el débil y lento pulso. Dejé escapar un suspiro, le quité las mantas de su pálida cara. Tenía los ojos abiertos, miraba fijamente, las pupilas estaban dilatadas hasta tal punto que casi había perdido todo el color. Moví la mano delante de sus ojos y volví a decir—: Lydia. —No respondía. Está drogada, pensé.

¿Qué demonios estaba haciendo aquí? Tumbada en una camioneta, tapada con mantas, drogada y colocada con sumo cuidado. No tenía sentido a menos que…

A menos que fuera…

Una forma de distraerme. El cebo de una trampa.

Me giré, pero antes de que pudiera dar media vuelta, esa oleada de energía fría que había sentido la noche antes me había cubierto un lado de la cara, la garganta. Algo rubio e increíblemente rápido me golpeó con la fuerza de la embestida de un toro, me levantó y me lanzó dentro de la camioneta. Me giré sobre los codos y vi que el vampiro Kyle Hamilton venía a por mí, con los ojos negros y oscuros, haciendo una mueca en la que se veía el hambre que tenía. Todavía llevaba las zapatillas de tenis. Le di una patada en el pecho y no sé si empujado por una fuerza sobrehumana o sin ella, lo levanté del suelo un segundo, lo cual me dio un respiro. Levanté la mano derecha en la cual brillaba el anillo de plata, y grité:

¡Assantius!

El anillo se llenó de energía, toda la energía cinética que recuperaba cada vez que movía el brazo fue a parar a la cara del vampiro con una furia inusitada. Aquella fuerza fue suficiente para romperle los labios, pero no sangró. Se metió por el rabillo de los ojos y le arrancó la piel, pero seguía sin sangrar. Rasgó la piel de sus mejillas, que bajo el color rosa típico anglosajón de su piel, apareció de color negro gomoso, trozos de carne que se agitaban como si fueran banderas ondeadas al viento.

El cuerpo del vampiro salió despedido hacia atrás y hacia arriba. Se dio con el techo provocando un ruido sordo y después cayó al suelo con un golpazo. Conseguí salir de la camioneta, sentía un dolor extraño en el pecho. Me había dejado el maletín de médico, me quité el brazalete protector y extendí el brazo izquierdo.

Kyle se movió un momento y después se desplomó poniéndose a cuatro patas; su cuerpo se contorsionaba de forma extraña, con los hombros demasiado levantados, tenía la espalda doblada y se contorsionaba. De su cara colgaban fragmentos de piel, de aspecto resbaladizo detrás de los cuales se veía el color negro parecido al plástico. Alrededor de sus ojos también tenía la piel arrancada, eran como trozos de una máscara de goma, y sobresalían negros, enormes e inhumanos. Las mandíbulas estaban abiertas, dejando ver como goteaba saliva que caía al suelo húmedo.

—Tú —susurró el vampiro en voz tranquila y desconcertante al mismo tiempo.

—¡Vaya! Eso ha sido original —murmuré, concentrando todas mis fuerzas—. Sí, soy yo. ¿Qué demonios haces tú aquí? ¿Dónde crees que vas con Lydia?

Su expresión inhumana cambió.

—¿Quién?

Sentí punzadas en el pecho, fuertes, intensas, sentía calor, era como si se me hubiera roto algo. Tenía una buena fractura. Me quedé de pie, pero sin dejar que se diera cuenta de que estaba débil.

—Lydia. El pelo mal teñido, con los ojos hinchados, en tu camioneta, con mi talismán en su muñeca.

Dejó escapar una carcajada.

—¿Es así como te dijo que se llamaba? Te han utilizado, Dresden.

Volví a estremecerme, y fruncí el ceño. No había recibido ningún aviso previo pero mi instinto me hizo pegar un salto hacia un lado rápidamente.

La hermana del vampiro, Kelly, tan rubia y hermosa como lo era antes, se lanzó al espacio que yo ocupaba. Ella también se puso de rodillas dando un bufido y soltando babas, enseñando las mandíbulas, con los ojos abultados. Llevaba un ceñido traje blanco, que marcaba sus curvas, botas y guantes blancos y una capa blanca corta con una capucha grande. Su ropa estaba manchada, imperfecta, tenía motas rojas y el pelo rubio despeinado. Su boca estaba manchada de sangre, como si fuera un lápiz de labios corrido o la mancha que queda después de beber una gran taza de zumo. Un bigote de sangre. ¡Madre mía!

Apuntaba con mi varita a Kelly y llevaba la mano derecha extendida.

—¿Así que los dos habéis estado tratando de agarrar a Lydia, eh? ¿Por qué?

—Déjame matarle —gruñó la hembra, con los ojos negros, vacíos y hambrientos—. Kyle, tengo hambre.

Bueno, me da igual que me demanden pero en cuanto oigo hablar de que me van a comer me quedo inmóvil. Apunté con la varita a la cara de Kelly y empecé a lanzar energía hacia ella, haciendo que la punta brillase.

—Sí, Kyle —dije—. Deja que lo intente.

Miré a Kyle, con su cara desgarrada y aquello fue bastante para revolverme el estómago. Aunque sepas lo que hay detrás, esto no está bien.

—Esto no es asunto tuyo, mago.

—La chica está bajo mi protección —dije—. Si os vais ahora no seré muy duro con vosotros.

—Eso no va a ser posible —dijo Kyle, con un tono sepulcral en su voz.

—Kyle —gimió de nuevo la hembra. De su boca goteaba más baba que caía al suelo. Empezó a temblar, a estremecerse como si estuviera a punto de salir volando en alguna dirección o hacia mí. Se me quedó la boca seca, y me preparé para dispararle.

Vi como Kyle desaparecía de mi ángulo de visión. Levanté el brazalete protector hacia él, concentré mi voluntad en él, pero solo me dio tiempo a desviar en cierta medida el trozo de hormigón roto que me lanzó a la cabeza y se estrelló contra mi sien lanzándome por los aires. Vi como Kelly venía hacia mí, con la capa blanca al vuelo y levanté la varita hacia ella gritando.

¡Fuego!

De la punta de la varita salió fuego, y aunque me faltaron unos treinta centímetros para dar a Kelly, la varita estaba a suficiente temperatura como para que el dobladillo de su capa ardiera. La llama cambió de dirección describiendo un arco en el techo y bajó por la pared a medida que yo empezaba a caer, atravesando la madera y el ladrillo y la piedra como una inmensa soldadura de arco.

Ella se lanzó encima de mí, sentándose a horcajadas sobre mis caderas con sus muslos, gimiendo de excitación. Le di con la varita, pero ella se echó a un lado, riéndose con un tono histérico, salvaje, quitando la capa con la otra mano. Se lanzó a mi garganta pero levanté las manos para cogerla por la melena. Sabía que era un gesto inútil y ella era demasiado fuerte. No podría sostenerla mucho tiempo, como mucho unos segundos. Me latía el corazón a toda prisa en el pecho dolorido e intenté, jadeando, conseguir respirar.

Y entonces unas gotas de su baba me cayeron en la garganta, la mejilla, la boca. Y ya nada importó.

Era una sensación fantástica que recorrió todo mi cuerpo proporcionándome calidez, seguridad, paz. El éxtasis empezó en mi piel y fue extendiéndose, liberando la tremenda tensión de mis músculos. Mis dedos languidecieron en el maravilloso pelo de Kelly y ella gruñó, contoneando sus caderas contra las mías. Acercó su boca hacia mí, y noté su aliento en mi piel, cómo sus pechos se apretaban contra mí a través del fino tejido de su traje.

Algo, un pensamiento acuciante, me molestó durante un instante. Probablemente fueran las perfectas cavidades de sus ojos sin luz, o la forma en que sus mandíbulas se frotaban contra mi garganta, a pesar de que me resultaba placentero. Pero entonces noté sus labios en mi piel, noté la atracción en su aliento con una estremecedora anticipación y ya nada importaba. Solo quería más.

Luego llegó ese estruendo y percibí de forma difusa como se derrumbaba el muro oeste del edificio, caían trozos de madera en llamas y ladrillos. La explosión que había lanzado hacia Kelly había abierto el techo, las paredes y las vigas de apoyo. Debía de haber debilitado la estructura de todo el inmueble.

¡Uy!

La luz del sol entraba a raudales entre los ladrillos que iban cayendo y las nubes de polvo y los últimos rayos de luz cálidos y dorados que me daban en la cara me hacían daño en los ojos.

Kelly gritó, porque había zonas de piel que no estaban tapadas por la ropa, y de la barbilla hacia arriba, ardió en llamas. Le llegó la luz como si fuera un golpe físico, apartándola de mí. Fui consciente del dolor, del calor incómodo que sentía en la mejilla, la garganta toda la zona en la que su saliva me había corrido por la piel.

Por un momento todo fue luz, calor, dolor y noté que alguien estaba gritando. Un momento después pude levantarme con gran esfuerzo, y miré el interior del edificio. El fuego se extendió, un ruido sordo, como algo que se resquebraja en los pisos que había por encima de mí, y a través del trozo de pared que faltaba podía oír los sonidos de las sirenas a lo lejos. Había manchas de algo negro y grasiento en el suelo de cemento, que conducían a la camioneta blanca. La luz del sol alcanzaba casi la ventana trasera del vehículo. La puerta lateral estaba abierta del todo y Kyle, de cuya cara todavía colgaban trozos irregulares de carne, parecía algo grotesco; y su hermana: su verdadera forma ya no estaba cubierta por su máscara de carne. Al lanzarla a la parte trasera de la camioneta, la vampira emitía lamentos agónicos. Cerró la puerta de golpe, con los labios rotos fue capaz de esbozar un gruñido. Dio un paso hacia mí, después cerró las mandíbulas mostrando su frustración, y se paró justo en el límite al que llegaba la luz del sol.

—Mago —susurró—, nos las pagarás. Te haré pagar por esto. —Y a continuación se dio la vuelta hacia la camioneta, con sus ventanas de cristales tintados y se metió de un salto. Al instante, el motor se puso en marcha y la camioneta salió a toda velocidad hacia las puertas del garaje, y se estrelló contra una de ellas, haciendo que salieran volando fragmentos de madera y fue dando tumbos por la calle, desapareciendo de la vista a toda velocidad.

Yo me quedé donde estaba, aturdido, chamuscado, dolorido y con la cabeza entumecida. Después me puse de pie y fui tambaleándome hacia el agujero que había en la pared para ver la tenue luz. Las sirenas se acercaron.

—Maldita sea —murmuré contemplando cómo se extendían los fuegos—. Me cuesta esto de los edificios.

Moví la cabeza para despejarme. Estaba oscuro, anochecía. Tenía que volver a casa. Los vampiros podían salir después del anochecer. A casa —pensé—, a casa.

Fui tambaleándome hacia el Escarabajo.

Al hacerlo, detrás de mí, el sol se iba poniendo por el horizonte, dejando libres a todos los seres que sembraban el pánico.