Capítulo 27
Me di la vuelta y descubrí que Lea estaba mirándome, con las manos en las caderas. Llevaba un vestido exiguo sin tirantes, de color azul pálido, que bajaba por sus curvas como el agua, hasta llegar al dobladillo hecho de encaje. Llevaba una capa de algún material tan ligero que parecía casi irreal y la rodeaba, captando la luz y formando un brillo cristalino de pequeños arco iris y los hacía reflejarse en su pálida piel. Cuando la gente habla de modelos o estrellas cinematográficas y su glamur, ese término viene del mundo antiguo, de glamour, de la belleza de la sidhe, la magia de las hadas. Ojalá las supermodelos tuvieran tanto como Lea.
—¿Por qué, madrina? —dije—. Qué ojos más grandes tienes. ¿Estamos utilizando la metáfora o qué?
Se acercó a mí.
—Harry, yo no hago metáforas. Estoy demasiado ocupada. ¿Estás disfrutando de la fiesta?
Gruñí.
—Sí, claro. Ver como drogan y envenenan a niños o como te propina una paliza cualquier ser extraño y desagradable de Chicago me parece una auténtica fiesta. —Me di la vuelta hacia Susan y dije—. Tenemos que sacarte de aquí.
Susan me miró frunciendo el ceño y dijo.
—No he venido para que me enviases a casa a toda prisa, Harry.
—No es un juego Susan. Ese ser es peligroso. —Miré a Lea. Ella seguía acercándose—. No sé si puedo protegerte.
—Entonces me protegeré yo misma —dijo Susan. Puso la mano sobre su cesta de picnic—. He venido preparada.
—Michael —dije—. ¿La sacas de aquí?
Michael dio un paso junto a nosotros y le dijo a Susan:
—Es peligroso. Deberías dejarme que te lleve a casa.
Susan frunció el ceño mirándome con esos ojos oscuros.
—Si es tan peligroso, no quiero dejar a Harry aquí solo.
—Tiene razón, Harry.
—Maldita sea. Hemos venido aquí a descubrir quién está detrás de la Pesadilla. Si me voy antes de hacerlo, quizá nunca volvamos. Iros que yo os cogeré.
—Sí —dijo Lea—. Claro, iros. Yo cuidaré bien de mi ahijado.
—No —dijo Susan en tono apagado—. De ninguna manera. No soy una niña a la que se pueda llevar de un lado para otro y por la que se puedan tomar decisiones, Harry.
La sonrisa de Lea se hizo más fuerte y se dirigió hacia Susan con una mano abierta, tocándole la mejilla.
—Déjame ver esos bonitos ojos, pequeña —susurró.
Lancé mi mano hacia la muñeca de mi madrina, apartándola de Susan antes de que el hada pudiera tocarla. Su piel era suave como la seda, fría. Lea me sonrió con una expresión literalmente apabullante. Me daba vueltas la cabeza, mi cabeza estaba llena de imágenes del hada bruja, esos labios dulces como las bayas apretados contra mi pecho desnudo, manchados de mi sangre, esos pechos con las puntas de color rosa por la luz del fuego y la luna llena, su pelo era una lámina de llamas sedosas sobre mi piel.
Entonces apareció otra imagen, acompañada de una intensa emoción, era yo mismo, mirándola mientras estaba a sus pies. Estiró la mano y tocó mi cabeza con suavidad como un gesto cariñoso e inadvertido. Una sensación arrebatadora de bienestar inundó mi ser como una luz brillante, líquida, que caía sobre mí y llenaba cada lugar vacío de mi interior, calmaba mis miedos, amortiguaba el dolor. Casi lloraba de puro alivio, de notar que de repente estaba libre de preocupación, de dolor. Todo mi cuerpo tembló.
Estaba tan cansado, tan cansado del dolor, del miedo.
—Así será cuando estés conmigo, pequeño, pobre niño solitario —la voz de Lea recorría mi cuerpo de forma tan dulce como la droga que ya había dentro de mí. Sabía que era verdad lo que decía. Era tan consciente que una parte de mí gritaba a mi otro yo para que intentara evitarla.
Tan fácil. Ahora sería tan fácil tumbarse a los pies de mi señora. Tan fácil dejar que ella hiciera desaparecer todo lo malo. Cuidaría de mí. Me reconfortaría. Mi lugar sería aquel, en la calidez de sus pies, contemplando su belleza…
Como un perro bueno.
Es duro decir no a la paz, a la comodidad que ello supone. A lo largo de la historia la gente ha comerciado con dinero, niños, tierras, y vidas para conseguir comprarla.
Pero la paz no se puede comprar, ¿verdad, jefe, primer ministro? Los únicos que la venden siempre quieren algo más, mienten.
Aparté de mis pensamientos el sutil atractivo que mi madrina me había hecho sentir. Me podía haber rallado la piel con un rallador de queso y eso me habría dolido menos. Pero mi dolor, mi cansancio, mis preocupaciones y mi miedo, por lo menos eran míos. Eran honestos. Los recogí como a un grupo de niños llenos de barro y miré fijamente a Lea, endureciendo mi mandíbula y mi corazón.
—No —dije—. No, Lea.
La sorpresa se notó en sus rasgos delicados. Sus finas cejas de color cobre se arquearon.
—Harry —dijo, con voz suave y sorprendida—, el trato ya está hecho. Así debe ser. No hay razón para que sigas sufriendo.
—Hay gente que me necesita —dije. Me tambaleé—. Todavía tengo cosas que hacer.
—La confianza rota te debilita. Te ata más, te debilita cada vez que actúas en contra de tu juramento. —Parecía preocupada, verdaderamente compasiva.
Intentando calmarme, dije:
—Porque si hago esto, tendrás menos que comer ¿verdad? Y podrás llevarte menos poder.
—Sería un desperdicio terrible —me aseguró—. Nadie quiere eso.
—Estamos en una tregua, madrina. No puedes hacer magia sobre mí sin infringir la ley de la hospitalidad.
—Pero no lo he hecho —dijo Lea—. Esta noche no he hecho magia contigo.
—Gilipolleces.
Se rió, radiante y feliz.
—Vaya lenguaje y delante de tu amante…
Me tambaleé. Michael se acercó enseguida y puso mi brazo sobre su hombro para soportar mi peso.
—Harry —dijo—. ¿Qué ocurre? ¿Qué pasa?
Me seguía dando vueltas la cabeza y me empezaron a temblar las piernas. La droga ya se había extendido tanto que casi acaba conmigo. Empecé a ver todo negro y solo con un esfuerzo de voluntad conseguí evitar caer en esa oscuridad o rendirme al loco deseo de lanzarme a los pies de Lea.
—Estoy bien —tartamudeé—. Estoy bien.
Susan se puso al otro lado, mostrando su enfado de la misma manera que una carretera en el desierto despide calor…
—¿Qué le has hecho? —le espetó a Lea.
—Nada —contestó Lea con voz fría—. Se lo ha hecho él mismo, pobrecillo. Uno siempre se arriesga a sufrir consecuencias funestas si rompe su acuerdo con la sidhe.
—¿Qué? —dijo Susan.
Michael hizo una mueca y dijo.
—Sí. Dice la verdad. Anoche Harry llegó a un acuerdo, cuando luchó contra la Pesadilla y la apartó de Charity.
Intenté hablar, advertirles de que no dejaran que Lea los engañase pero estaba demasiado ocupado intentando averiguar donde tenía la boca porque la lengua no me respondía.
—Eso no le da derecho a hacer un conjuro sobre él —espetó Susan.
Michael dijo.
—No creo que lo haya hecho. Normalmente puedo notar cuando alguien ha hecho algo malo.
—Por supuesto que no lo he hecho —dijo Lea—. No necesito hacerlo. Ya se lo ha hecho él mismo.
¿Qué?, pensé. ¿De qué está hablando?
—¿Qué? —dijo Susan—. ¿De qué hablas?
La voz de Lea adoptó un tono paciente, como disfrazado de amabilidad.
—Pobre encanto. Con todos los esfuerzos que has hecho por aprender y todavía sabes tan poco. Harry hizo un trato conmigo hace tiempo, y lo rompió en aquel entonces; y hace unas cuantas noches lo volvió a hacer. Juró mantenerlo otra vez, anoche y lo rompió por tercera vez. Sus propios poderes se vuelven contra él, pobre, para animarle a cumplir su palabra, a mantener su promesa.
—Hace un minuto no ocurría eso —dijo Susan—, pero cuando tú apareciste sí.
Lea se rió vehementemente.
—Es una fiesta, tesoro. Después de todo hemos venido a una reunión. Y no he levantado ningún arma ni he hecho ningún conjuro contra él. Esto lo ha hecho él solito.
—Pues vete —dijo Susan—. Déjale.
—Ah, esto no le va a dejar tranquilo nunca, tesoro. Ahora es poco, pero con el tiempo irá aumentando. Y le destrozará, pobre chico. Odiaría tanto que eso ocurriese.
—¡Pues páralo ya!
Lea miró fijamente a Susan.
—¿Quieres saldar tú su deuda? No creo que puedas permitírtelo, tesoro… aunque creo que podríamos llegar a un acuerdo.
Susan me miró rápidamente y después Michael.
—¿Un acuerdo? ¿Cómo?
Michael miró a Lea con tono serio.
—Es un hada…
La voz de Lea restalló por su enfado.
—Una sidhe.
Michael miró a mi madrina y continuó.
—Un hada, señorita Rodríguez, y son propensas a hacer tratos. Y a quedarse con lo mejor de los mortales cuando lo hacen.
La boca de Susan reflejaba su seriedad. Estuvo callada un momento y después dijo.
—¿Cuánto es, bruja? ¿Cuánto quieres por dejar de hacer daño a Harry?
Intenté decir algo, pero mi boca no se movía. Las cosas giraban más rápidamente en lugar de ir más despacio. Me sentí más débil, y Michael intentó mantenerme de pie.
—¿Por qué, tesoro? —susurró Lea—. ¿Qué me ofreces?
—No tengo mucho dinero —comentó Susan.
—Dinero. ¿Qué es el dinero? —Lea negó con la cabeza—. No, muchacha. Esas cosas no significan nada para mí. Pero déjame ver. —Caminó en un círculo lentamente alrededor de Susan mirándola con el ceño fruncido de arriba abajo—. Esos ojos bonitos, a pesar de que son oscuros, me valdrán.
—¿Mis ojos? —tartamudeó Susan.
—¿No? —preguntó Lea—. Muy bien. Tu nombre, ¿quizá? ¿Tu nombre completo?
—No —dijo Michael enseguida.
—Lo sé —le contestó Susan. Ella miró a Lea y dijo—. Sé que si tuvieras mi nombre podrías hacer lo que quisieras.
Lea tensó los labios.
—Sus ojos y su nombre son demasiado valiosos para permitir que su amado escape de esa trampa. Entonces, vale. Vamos a pedir un precio distinto. —Sus ojos brillaron y se inclinó hacia Susan—. Tu amor —murmuró—, dame eso.
Susan arqueó las cejas y miró por encima de los anteojos.
—Cariño, ¿quieres que te ame? Te vas a llevar unas cuantas sorpresas si crees que esto funciona así.
—No te he pedido que me ames —dijo Lea, ofendida—. Te he pedido tu amor. Pero bueno si eso también es un precio muy alto, quizá la memoria valga.
—¿Mi memoria?
—No toda —dijo Lea. Movió la cabeza hacia un lado y susurró—. Sí, pero solo un poco. Quizá la de un año. Sí, creo que eso valdrá.
Susan parecía insegura.
—No sé…
—Entonces déjale sufrir. No pasará de esta noche con todos esos en su contra. ¡Qué pérdida! —Lea se dio la vuelta dispuesta a irse.
—Espera —dijo Susan y agarró el brazo de Lea—. Haré el trato. Por el bien de Harry. Un año de mi memoria y haces lo que sea para que pare.
—La memoria para aliviarle. Hecho —susurró Lea. Se inclinó hacia delante y le dio un beso a Susan en la frente, después se estremeció conteniendo su aliento haciendo una rápida inhalación, se le endurecieron los pezones bajo la tela de seda de su vestido—. Ah, ah, dulce tesoro. Que hermosa eres. —Entonces se dio la vuelta y me dio una bofetada que resonó con fuerza, y caí al suelo a pesar de los esfuerzos de Michael por mantenerme en pie.
De repente, me sentí despejado. El latido narcótico del veneno del vampiro se amortiguó un poco y noté que los pensamientos volvían a fluir lentamente, como un tren que coge velocidad.
—Bruja —le susurró Michael a Lea—, si haces daño a alguno de ellos de nuevo…
—Por favor, caballero —dijo Lea, con la voz sutil—. No tengo la culpa del trato que hizo Harry, y tampoco es culpa mía que la chica le ame y que dé cualquier cosa por él. Ni ha sido culpa mía que la espada cayera al suelo delante de mí y que yo la cogiera. —Miró a Michael con una sonrisa deslumbrante—. Si quieres hacer un trato para que te la devuelva, solo tienes que pedirla.
—Yo, por la espada —dijo Michael—, hecho.
Dejó caer la cabeza hacia atrás y se rió.
—Ah, querido caballero, no. La espada del Redentor estaría otra vez en tus manos, creerías que el estremecimiento que sientes por nuestro pacto es algo fácil. —Sus ojos volvieron a brillar—. Y en todo caso, para mi gusto, estás demasiado limitado. Eres firme en tus modales. Inquebrantable.
Michael se puso rígido.
—Sirvo a Dios como es mi deber.
Lea frunció el ceño.
—Lo ves. Solo eso, lo sagrado. —Su sonrisa se volvió astuta—. Pero hay otros cuyas vidas puedes manejar y hacer tratos con ellas. Tú tienes hijos ¿verdad? —Volvió a estremecerse y dijo—: Los niños mortales son tan dulces. Y pueden doblarse y se les pueden dar tantas formas. Tu hija mayor, creo que valdría…
Michael no gruñó, no rugió, no hizo ningún ruido. Solo agarró la parte delantera del vestido de Lea y la levantó del suelo. Su voz salió como un gruñido.
—Apártate de mi familia, hada. O haré que empiecen a moverse, tantas fuerzas contra ti que te destrozarán para siempre.
Lea se rió, encantada.
—La venganza será mía, dijo el Señor, ¿o algo parecido?, ¿verdad? —Se notó que en el aire hervía un líquido y de repente se elevó sobre el suelo fuera del alcance de Michael mientras le miraba.
—Tu poder se debilita cuando sientes rabia, querido. No vas a llegar a un acuerdo, pero en todo caso yo ya tenía planes para tu espada. Hasta entonces, caballeros, adiós. —Me dedicó una última sonrisa burlona y después desapareció en las sombras hacia la oscuridad.
Conseguí ponerme de pie otra vez y murmuré.
—Esto podría haber ido mejor.
Los ojos de Michael brillaban de enfado bajo su yelmo.
—¿Estás bien, Harry?
—Mejor —dijo—. Por Dios, si esto es algún tipo de conjuro que me hago a mí mismo… tendré que hablar de él con Bob más tarde. —Me froté los ojos y pregunté—. ¿Y tú Michael? ¿Estás bien?
—Bien —dijo Michael—. Pero todavía no hemos encontrado al culpable, y se está haciendo tarde. Tengo el presentimiento de que vamos a tener problemas si no salimos de aquí pronto.
—Tengo el presentimiento de que tienes razón —dije— ¿Susan? ¿Estás bien? ¿Estás preparada para irte?
Susan se retiró el pelo de la cara con una mano y se dio la vuelta para mirarme, frunciendo el ceño un poco.
—¿Qué? —pregunté—. No tenías que hacer lo que has hecho, pero podemos ocuparnos de ello. ¿Vale?
—Vale —dijo. Entonces frunció más el ceño y me miró… Esto va a sonar raro, pero ¿te conozco?