Capítulo 18

—Comerme —susurré—. No…no entiendo nada.

—Ese ser que ha estado persiguiéndote, la Pesadilla, creo que ha estado aquí.

—La Pesadilla —dije. Bajé la cabeza y cerré los ojos—. Bob. No puedo pensar con claridad. ¿Qué está ocurriendo?

—Bueno. Viniste hace unas cinco horas completamente drogado con saliva de vampiro, y balbuceando como un loco. Creo que no te diste cuenta de que estaba dentro de Mister. ¿Te acuerdas de eso?

—Sí, algo.

—¿Qué pasó?

Le conté mi experiencia con Kyle y Kelly Hamilton a Bob. Parece que hablar ayudó a que todo dejara de dar vueltas a mi alrededor y que mi estomago se asentase. El corazón empezó a latirme más despacio y ya no latía como el de un conejillo asustado.

—Parece raro —dijo Bob—. Tenía que ser algo importante para que se arriesgaran a salir a la luz del sol, aunque fuera en una camioneta preparada.

—Ya me hago cargo, Bob —dije, y me limpié la cara con una mano.

—¿Te sientes mejor?

—Sí… supongo.

—Creo que has salido bastante bien parado en lo que respecta al espíritu. Es una suerte que empezaras a gritar. Llegué lo más rápido que pude pero no querías despertarte. Supongo que fue por el veneno.

Me senté, con las piernas cruzadas y me quedé dentro del círculo.

—Recuerdo que tuve un sueño, Dios y fue terrible. —Sentí que las tripas se me revolvían y empecé a temblar otra vez—. Intenté cambiarlo, pero no estaba preparado. No podía.

—Un sueño —dijo Bob—. Sí, eso tiene sentido.

—¿Qué tiene sentido? —pregunté.

—Sí, claro —dijo Bob.

Negué con la cabeza, puse los codos en las rodillas y me cogí la cara con las manos. No quería hacer esto. Debía hacerlo otro. Yo debería irme de la ciudad.

—¿Fue un espíritu el que me asaltó?

—Sí.

Negué con la cabeza.

—Eso no tiene sentido. ¿Cómo consiguió atravesar el umbral?

—Para empezar, tu umbral no está tan caliente, solterón.

Saqué las fuerzas suficientes para regañar a Bob.

—Y qué hay de las medidas de seguridad. Tengo todas las puertas y las ventanas vigiladas. Y no tenemos espejos que podría haber utilizado.

Si Bob hubiera tenido manos, habría estado frotándoselas.

—Justo —dijo—. Sí, exactamente.

Volví a sentir que el estómago se me revolvía y un nuevo estremecimiento me hizo ponerme las manos en el regazo. Me apetecía tumbarme en algún sitio, llorar, vomitar los retazos de dignidad que me quedaban en el estómago y después meterme en un agujero y cerrarlo. Tragué saliva.

—No… no llegó a entrar en mí, si eso es lo que dices. Nunca llegó a cruzar esos límites.

Bob asintió, los ojos brillaban con fuerza.

—Exactamente, ahí queríamos llegar.

—¿Cuándo estaba soñando?

—Sí, sí, sí —balbuceó Bob—. Ahora todo encaja, ¿no lo ves?

—En realidad, no.

—Sueños —dijo la calavera—. Cuando un mortal sueña, ocurren todo tipo de cosas extrañas. Cuando un mago sueña, puede ser incluso más raro. Algunas veces, los sueños pueden ser tan intensos como para crear su propio mundo pequeño y temporal. Es como una burbuja en el Más Allá. ¿Te acuerdas de lo que me contaste de Agatha Hagglethorn que era un fantasma tan fuerte que tenía su propio lugar en el Más Allá?

—Sí, era como el viejo Chicago.

—Bueno, pues la gente a veces hace lo mismo.

—Pero Bob, yo no soy un fantasma.

—No —dijo—. No lo eres. Pero tienes todo lo que se necesita para meter un fantasma dentro de ti, excepto las circunstancias adecuadas. Los fantasmas solo son imágenes congeladas de gente, Harry, las últimas impresiones de una personalidad. —Bob se calló y se puso a pensar—. Con la gente siempre puedes tener más problemas que con cualquier ser con el que te encuentres en el Otro Lado.

—No me había dado cuenta —dijo—. Vale, entonces dices que cada vez que sueño, se crea para mí en el Más Allá una pequeña zona.

—No siempre —dijo Bob—. De hecho la mayor parte de las veces no ocurre. Solo en los sueños más profundos, supongo que sacan la energía necesaria de la gente. Pero si la frontera es tan turbulenta y fácil de atravesar…

—Los sueños de la mayoría de la gente consisten en hacer burbujas en el otro lado. Eso debe de ser lo que le ocurrió al pobre Micky Malone. Mientras estaba durmiendo. Su mujer dijo que había tenido insomnio esa noche. Entonces la cosa está por ahí merodeando fuera de su casa esperando a que se durmiera y empezó a matar animales peludos para pasar el rato.

—Podría ser —dijo Bob—. ¿Recuerdas tu sueño?

Me estremecí.

—Sí… lo recuerdo.

—La Pesadilla debe de haberse metido en tu interior.

—¿Mientras mi espíritu estaba en el Más Allá? —pregunté—. Debería haberme hecho trizas.

—No —dijo Bob—. El terreno de tu espíritu, ¿te acuerdas? Aunque solo sea temporal significa que cuentas con ventaja. No ayudó, porque llegó antes que tú, pero tú ya la tenías cogida. —Ah.

—¿Te acuerdas de algo concreto, alguien del sueño que no habría actuado como tú pensabas que debería haberlo hecho?

—Sí —dije. Mis manos temblorosas agarraron el vientre buscando marcas de dientes—. Madre mía, estuve soñando con esa redada hace un par de meses, cuando cogimos a Kravos.

—Ese brujo —musitó Bob—. Vale, esto podría ser importante. ¿Qué pasó?

Tragué saliva intentando no vomitar.

—Esto. Todo fue mal. Ese demonio al que había invocado. Era más fuerte de lo que lo había sido en vida.

—¿El demonio era?

Pestañeé.

—Bob, ¿es posible que un demonio deje un fantasma?

—Ah —dijo Bob—. No lo creo, a menos que muriera allí en realidad. Me refiero a que esté muerto para siempre, no solo que haya perdido al ser en el que estaba.

—Michael lo mató con Amoracchius —dije.

La calavera de Bob se estremeció.

—Ah —dijo—. Amoracchius. Entonces no estoy seguro. No lo sé. Esa espada podría matar un demonio, incluso atravesando su capa física. La magia de la fe tiene un gran poder.

—Entonces, de acuerdo. Podría tratarse del fantasma de un demonio —dije—. Un demonio que murió mientras estaba entusiasmado luchando. Puede que eso fuera lo que lo convertía en algo tan… malo.

—Podría ser —asintió Bob con alegría.

Negué con la cabeza.

—Pero eso no explica las maldiciones del alambre de espino que hemos estado encontrando en esos fantasmas y en esas personas. —Abordé el problema, los hechos que estaban interconectados, con desesperación, en silencio, como un hombre que está a punto de ahogarse y no puede malgastar el aliento gritando. Aquello me ayudó a ponerme en marcha.

—Puede que las maldiciones sean trabajo de otra persona —dijo Bob.

—Bianca —dije de repente—. Ella y sus lacayos estaban involucrados en esto en cierta medida. ¿Te acuerdas que secuestraron a Lydia? Y estaban esperándome esa primera noche, cuando volví de la comisaría porque me habían detenido.

—No creo que por entonces ella fuera una profesional —dijo Bob.

Me encogí de hombros.

—Desagraciadamente, no lo era. Pero acaban de ascenderla. Puede que lo haya estado estudiando. Siempre ha tenido más de un sucio truco de vampiro guardado en la manga, y si eso fue en el Más Allá, ahora será más fuerte.

Bob silbó por entre los dientes.

—Sí, eso podría ser. Bianca remueve todo al torturar a un grupo de espíritus, consigue que se ponga en marcha toda la turbulencia para poder azuzar a la Pesadilla contra ti. Después la deja suelta, se sienta y disfruta con el espectáculo. ¿Tenía un motivo?

—La venganza —dije, recordando una nota que leí hace más de un año—. Me culpa de la muerte de uno de los suyos, Rachel. Quiere que me arrepienta.

—Bien —dijo Bob—. ¿Y podría haber estado en todos los sitios en cuestión?

—Sí —dije—. Sí podría haberlo estado.

—Medios, oportunidad, motivo.

—Maldita lógica. Pero en cualquier caso no es nada que yo pueda justificar ante el Consejo con el fin de conseguir su apoyo. No tengo ninguna prueba.

—¿Y? —dijo Bob—. Pues venga, ve a matarla y problema resuelto.

—Bob —dije—. No puedes ir por ahí matando a la gente.

—Lo sé. Por eso deberías hacerlo.

—No, no. No, y aunque fuera así, tampoco puedo ir por ahí matando a la gente.

—¿Por qué no? Ya lo has hecho antes. Y tienes un arma nueva y todo.

—No puedes acabar arbitrariamente con la vida de alguien por algo que es posible que hayan hecho.

—Bianca es un vampiro —adujo Bob alegremente—. No está viva en sentido estricto. Me meteré dentro de Mister e iré a conseguir las balas y…

Suspiré.

—No, Bob. Está rodeada de mucha gente. Es probable que hubiera que matar a alguno de ellos para llegar hasta ella.

—Ah, maldita sea. Esto es una de las situaciones en las que hay que elegir entre el bien y el mal, ¿verdad?

—Sí, lo es.

—Estoy algo confundido con este tema de la moralidad, Harry.

—Únete al club —murmuré. Di un suspiro tembloroso y me eché hacia delante para pasar mi mano por encima del círculo y deseé con todas mis fuerzas que se rompiera. Casi me estremecí cuando su escudo protector desapareció de mi alrededor pero me esforcé por no hacerlo. Mi recuperación dependía de las ganas que tuviera de conseguirlo. Tenía que concentrarme en el trabajo.

Me levanté y caminé hasta mi mesa de trabajo, los ojos ya se habían adaptado a la luz tenue. Cogí la vela más cercana, pero no había cerillas a mano así que la señalé con mi dedo, fruncí el ceño y pronuncié las palabras.

Flickum vicus.

Mi hechizo, uno minúsculo que había utilizando miles de veces, fue dando trompicones y salió, la energía salió de un tirón en lugar de fluir. La punta de la vela humeó pero no se encendió.

Fruncí el ceño, cerré los ojos, me esforcé un poco más y repetí el conjuro. Esta vez, sentí un pequeño mareo y la vela se encendió. Puse una mano en el borde de la mesa.

—Bob —pregunté—. ¿Has visto eso?

—Sí —dijo Bob con un tono de desaprobación.

—¿Qué ha pasado?

—Esto… La primera vez no cargaste el conjuro con la cantidad suficiente de magia.

—He puesto la misma de siempre —protesté—. Venga ya, he hecho ese conjuro un millón de veces.

—Mil setecientas cincuenta y seis veces que yo sepa.

Le ofrecí una burda versión de mi forma habitual de fruncir el ceño.

—Ya sabes a lo que me refiero.

—Sin suficiente energía —dijo Bob—. Lo digo como lo siento.

Me quedé mirando fijamente a la vela un segundo. Después murmuré para mis adentros.

¿Por qué tuve que hacer un esfuerzo para encenderlo?

—Probablemente porque la Pesadilla te quitó una buena parte de tus poderes, Harry.

Me di la vuelta muy lentamente para mirar a Bob pestañeando.

—¿Qué hizo qué?

—Cuando te atacó en tu sueño, ¿quería alcanzar alguna zona concreta de tu cuerpo?

Me puse la mano en la base del estómago, apretando y sentí que mis ojos se abrían más.

Bob se estremeció.

Aaaaah, el tema del chakra. Eso no es bueno. Te ha dado justo en el chi.

—Bob —susurré.

—Menos mal que no iba detrás de tu magia, ¿verdad? Me refiero a que tienes que ver lo bueno de esto…

—Bob —dije en voz alta—. ¿Quieres decir que… que se comió mi magia?

Bob puso cara de estar a la defensiva.

—Toda no, porque yo te desperté tan rápido como pude. Harry, no te preocupes por ello, te curarás. Seguro, puede que estés algo bajo unos meses. O quizá años. Bueno, probablemente décadas, pero solo hay una posibilidad muy remota…

Le interrumpí con un golpe de mi mano.

—Se comió parte de mi poder —dije—. ¿Eso significa que la Pesadilla es ahora más poderosa?

—Bueno, pues…, claro, Harry. Eres lo que comes.

—Maldita sea —gruñí, apretándome la frente con una mano—. Vale, vale. Tenemos que encontrar ya a este ser. —Empecé a moverme de un lado para otro—. Si está utilizando mi poder, me convierto en responsable de lo que haga.

Bob se burló.

—Harry, eso es irracional.

Le eché una mirada.

—Eso no hace que sea menos verdad —dije bruscamente.

—Vale —dijo Bob dócilmente—. Acabamos de salir del cruce entre la Cordura y la Locura. Próxima parada el Pueblo de los necios.

Aaaah —dije mientras seguía moviéndome—. Tenemos que averiguar donde va a atacar a continuación. Tiene toda la noche por delante para moverse.

—Seis horas y trece minutos —me corrigió Bob—. No será difícil. Mientras tú dormías he estado leyendo todos esos diarios que cogiste de casa del ectomante. Ese ser puede aparecer en las pesadillas pero todo tendrá una relación. Los fantasmas solo pueden tener el tipo de poder que tiene esta Pesadilla mientras actúan dentro de los parámetros de su zona concreta de influencia.

—¿Su qué?

—Míralo de esta forma, Harry. Un fantasma solo puede afectar a algo que esté relacionado en cierta medida con su muerte. Agatha Hagglethorn no podría haber aterrorizado a un conjunto de jóvenes exploradores. No es ahí donde está su poder. Podía causar problemas en temas relacionados con niños, con maridos que insultan, puede que incluso con mujeres que hayan sufrido malos tratos…

—Y con magos entrometidos —murmuré.

—Seguro que te pusiste en la línea de tiro —dijo Bob—. Pero Agatha no podía salir corriendo hacia ningún sitio así por las buenas y causar un desastre.

—La Pesadilla tiene que estar jugándose algo personal —dije—. ¿Es eso lo que quieres decir?

—Bueno, en cierta medida tiene que estar relacionado con su fallecimiento. Bueno, sí, supongo que eso es lo que quiero decir. Más concretamente, es lo que decía Morty Lindquist en sus diarios.

—Y yo —dije—, y Lydia y Micky Malone. ¿Qué relación tenemos nosotros con esto? No había visto a Lydia en toda mi vida. —Fruncí el ceño—. Al menos, no lo creo.

—Ella es un bicho raro —asintió Bob—. Déjala un momento fuera del planteamiento de esta ecuación.

Lo hice, y me pareció tan obvio como la luz del sol.

—Maldita sea —dije. Me di la vuelta y corrí hacia las escaleras sobre mis inestables piernas, y empecé a correr hacia el teléfono.

—¿Qué? —me dijo Bob—. ¿Qué, Harry?

—Si ese ser es el fantasma del demonio sé lo que quiere, es venganza —grité por las escaleras—. Tengo que encontrar a Murphy.