Capítulo 41

La voz de Raith nos llegó desde la oscuridad.

—Te veo perfectamente, mago —anunció—. Tengo que admitirlo, un ataque basado en la fuerza bruta no es lo que esperaba de ti.

Intenté orientarme siguiendo la voz de Raith, pero La Fosa tenía la acústica de… bueno, de una cueva.

—No tienes ni idea de la clase de hombre que soy, ¿verdad?

—Supuse que las enseñanzas del Consejo Blanco te harían un poco más predecible —admitió—. Estaba seguro de que vendrías a por mí con alguna artimaña mágica que no implicara derramamiento de sangre.

Me pareció escuchar algo muy cerca de mí e hice un barrido de izquierda a derecha con mi espada. Silbó al cortar el aire.

—Las manchas de sangre se van con un poco de agua con gas —dije—. Y la idea de derramar más de la tuya no supone ningún problema para mí. De todas formas es más bien rosa.

Murphy no hablaba, lo que quería decir que algo estaba haciendo. O utilizaba el sonido de mi voz para acercarse a mí y poder así luchar juntos o había logrado deducir cuál era la posición de Raith y lo estaba acechando desde las sombras para arrojarlo a las profundidades de la sima. En cualquier caso, lo mejor para nosotros era seguir con la conversación.

—Quizá podamos hacer un trato, Raith —intenté entretenerle.

El vampiro soltó una carcajada, lenta y segura.

—¿Ah, sí?

—No te conviene seguir adelante con esto —dije—. Ya te has comido una maldición de muerte. No hay razón para enfrentarte a otra.

Volvió a reír suavemente.

—¿Y qué propones?

—Quiero a Thomas —dije—. Y quiero a Madge. Detienes la maldición y dejas a Arturo en paz.

—Tentador —contestó—. Quieres que deje con vida a uno de mis enemigos más peligrosos, que te entregue a una aliada competente, y además debo permitir que Arturo continúe retando mi autoridad. Y a cambio, ¿qué consigo yo?

—Seguir vivo —dije.

—Caray, qué oferta más generosa —dijo Raith—. Debo suponer que todo esto no es más que una treta bastante torpe, Dresden, a no ser qué estés totalmente perturbado. Te haré una contraoferta. Corre, mago. O no mataré a la guapa agente. Me la quedaré, después de haber acabado contigo, por supuesto.

—¡Aaah! —dije—. En estos momentos no andas muy sobrado de fuerzas para que eso sea tan fácil de hacer como de decir —dije—. O no habrías permitido que me acercara a ti mientras intercambiábamos mentiras.

En respuesta, Raith no dijo absolutamente nada.

El estómago se me puso del revés.

Y la cosa iba mejorando porque el cántico de Madge cada vez sonaba más fuerte. Un remolino salvaje de viento se alzó en el centro del círculo, enredándose en su pelo y extendiéndolo en una nube de mechones negros y plateados. Al mismo tiempo, la cadencia de sus palabras cambió y pasó de aquella lengua extraña al inglés.

—¡Mientras aquí aguardamos, oh, Cazador de Sombras! ¡Nosotros los que anhelamos que tu sombra caiga sobre nuestro enemigo! ¡Nosotros que suplicamos tu fuerza, oh, Señor del Terror Lento! ¡Qué tu mano derecha sea con nosotros! ¡Mándanos tu capitán de destrucción! ¡Al Maestro Artesano de la muerte! ¡Deja que nuestra necesidad se convierta en el camino del viajero, el recipiente de Aquel Que Camina Detrás!

Tras oír aquello, el estómago me hizo un doble mortal hacia atrás y por un segundo pensé que mi sentido común y mi lógica se habían esfumado de puro miedo.

Aquel Que Camina Detrás.

Joder, joder, joder, joder, joder y joder.

Aquel Que Camina Detrás era un demonio. Bueno. No exactamente un demonio. El Caminante se parecía a un demonio lo que uno de esos asesinos en serie enmascarados de las pelis al abusón del colé que se metió conmigo una vez para quitarme el dinero de la comida. Justin DuMorne mandó al Caminante tras de mí cuando nos peleamos y casi no vivo para contarlo. Le hice un buen destrozo, pero aun así Aquel Que Camina Detrás me dejó unas cuantas e inquietantes cicatrices.

Y con el ritual que Madge estaba utilizando, lo estaba invocando otra vez.

Madge cogió el cuchillo ceremonial y el cuenco de plata. El remolino de viento se convirtió en una nube de tormenta en miniatura que se cernía lentamente sobre el triángulo donde Thomas permanecía inmovilizado.

—Contempla nuestra ofrenda que te hará más fuerte. Carne y sangre tomadas por la fuerza a alguien que desea vivir. ¡Bendice este ruego! ¡Acepta esta ofrenda de poder! ¡Sea con nosotros tu mano y lucha con nosotros contra nuestro mutuo enemigo, Harry Dresden!

—¡Murphy! —grité—. ¡Sal de aquí! ¡Vamos! ¡Corre!

Pero Murphy no corrió. Mientras Madge alzaba el cuchillo, Murphy apareció en la luz de las velas, entró en el círculo con un cuchillo entre los dientes, la pistola en una mano y en la otra… las llaves que le había cogido a la guardaespaldas. Se arrodilló mientras Madge enunciaba a gritos las últimas palabras del ritual sumida en un éxtasis de energía. Murphy había atravesado el círculo alrededor del ritual. Lo había roto. Eso significaba que la magia que estaba invocando Madge podría escapar de él sin ningún problema en cuanto Madge le ofrendara una vida a la presencia que estaba dando forma a Aquel Que Camina Detrás. Murphy dejó la pistola en el suelo e intentó abrir las esposas de Thomas con una llave. Luego con otra.

—¡Madge! —la avisó Raith a gritos. Escuché un ruido a metro y medio a mi derecha y luego desapareció en dirección al círculo.

Madge abrió los ojos y miró hacia abajo.

Murphy encontró la llave, y el brazalete de acero de la mano derecha de Thomas se abrió.

Madge siguió cantando a gritos, le dio la vuelta al cuchillo y se dispuso a clavárselo a Thomas en el pecho.

Thomas cogió la mano de Madge por la muñeca y de repente su piel relució pálida y brillante. Madge echó su peso sobre el cuchillo, gritando, pero Thomas la sostuvo ahí con un solo brazo.

Murphy cogió la pistola, pero, antes de poder apuntar a Madge, apareció una sombra, Murphy giró la cabeza hacia un lado bruscamente y cayó al suelo donde quedó inmóvil. Raith la observó, se inclinó con pragmática rapidez para quitarle el cuchillo y luego fijó su atención en Thomas.

Entorpecido por la prisa, cogí la funda de mi bastón espada del cinturón, y me aferré con fuerza a mi voluntad en un intento por reunir energía a través de la nube de puro terror que cubría todos mis pensamientos. Lo conseguí. Normalmente las runas invisibles que cubren todo el bastón se encienden con una luz azul plateada. Cuando toqué con el bastón la energía que debía canalizar, las enormes y peligrosas fuerzas de la magia terrenal, se produjo un profundo zumbido. Tan grave que lo sentí, más que oírlo.

Busqué a través del bastón a lord Raith…

Y no sentí nada. Ni siquiera aire hueco o polvo en suspensión, nada. Un vacío frío y hambriento ocupaba el lugar donde debería estar él. Detecté algo parecido una vez, cuando estuve frente a una mota de una de las substancias más letales que ningún mundo, carnal o espiritual, jamás haya conocido. Mi poder, mi magia, el vaporoso espíritu de la vida desapareció en él sin ni siquiera acercarse a Raith.

No podía tocarlo. El vacío a su alrededor era tan absoluto, que tuve la certeza de que no había nada en mi arsenal de poderes arcanos que pudiera afectarlo.

Pero Madge no tenía semejante protección.

Redirigí mi energía y encontré fácilmente el cuchillo en la mano de Madge. Ya no contaba con la protección del círculo, así que no había nada que pudiera hacer para evitar que le arrebatara el arma. Con la ayuda de las invisibles manos de la fuerza terrestre; el magnetismo, mandé el cuchillo lejos de su alcance, al abismo que se abría junto a ellos.

—¡No! —gritó Madge mientras contemplaba aterrada el remolino de energía oscura.

—¡Sujétalo! —gritó Raith.

Madge se arrojó sobre el brazo de Thomas, y aunque él era muy fuerte, tenía tres miembros encadenados y ni siquiera la fuerza sobrenatural puede sustituir a un buen punto de apoyo. No solo eso: además, Madge estaba desesperada. Consiguió bajar el brazo de Thomas y aunque era evidente que no podría contenerlo por mucho tiempo, si lo hizo el suficiente. Lord Raith se dispuso a clavar su cuchillo en el pecho de Thomas.

Thomas aulló de frustración y dolor.

Reuní más energía a través del bastón y detuve el puñal justo en el instante en que la punta hirió a Thomas y un hilo de sangre rosa comenzó a manar de la puñalada superficial. Raith me miró furioso y presionó hacia abajo mientras su propia piel resplandecía. Empujaba con la fuerza de una máquina perforadora. No tenía ninguna oportunidad de detenerlo, ni siquiera sin ese vacío que lo rodeaba y que convertía mi magia en nada, así que redirigí mi fuerza y la apliqué en ángulo recto, en lugar de enviarla directamente contra Raith. El cuchillo se desvió a un lado justo cuando Raith volvió a presionar. En su camino, dibujó un surco sobre la carne de Thomas de unos siete centímetros de profundidad, pero entonces la propia fuerza de Raith hizo que el cuchillo se golpeara contra el suelo de piedra de la cueva y se hiciera añicos.

Thomas consiguió liberar la mano y golpeó a Madge; un bofetón con el dorso de la mano que la dejó sin sentido a la luz de las velas negras.

—¡Harry! —gritó—. ¡Rompe las cadenas!

Pero no podía. Mis pequeñas demostraciones de magia terrestre estaban muy lejos de romper cadenas. Pero hice otra cosa que tampoco estuvo mal.

Raith tuvo que apartarse por un segundo, porque se le había clavado en la mano una esquirla del cuchillo roto. Se la arrancó con un gruñido y luego se volvió hacia Thomas, pero mientras lo hacía atrapé las llaves de la guardaespaldas con energía magnética y las lancé con fuerza contra el rostro de lord Raith.

Las llaves son un arma arrojadiza muy traicionera, eso lo sabe cualquier matón de barrio. Haz la prueba, solo por curiosidad. Coge un cartón de leche y arroja contra él un llavero. Ni siquiera hay que hacerlo con mucha fuerza. Lo más seguro es que el cartón acabe con unos cuantos agujeros y la leche desparramada por todas partes.

Los párpados son mucho más finos que los cartones de leche.

Raith se vio con un llavero en la cara que lo golpeó lo bastante fuerte como para hacerle gritar. Las atrapé de nuevo cuando rebotaron y se las volví a lanzar, como si estuvieran sujetas a una goma atada a su nariz. Da igual lo increíblemente sexi que seas, si eres un bípedo verticalmente simétrico, no tienes más remedio que reaccionar cuando algo pretende destrozarte los ojos.

Seguí atizándolo con las llaves hasta que se apartó de la luz de las velas negras, después se las tiré a Thomas. Justo en ese momento, grité su nombre y él las cogió al vuelo con la mano que tenía libre. Separó una del resto y comenzó a liberarse.

Justo entonces el remolino de nubes que se cernía sobre el triángulo comenzó a adquirir la vaga forma de un rostro inhumano, un rostro que conocí en mi pasado más oscuro y que desde entonces vive en mis pesadillas. Su boca demoniaca se abrió en un extraño grito sordo, como si hubiera creado un repentino vacío de sonido en lugar de lo contrario. Aquel rostro repugnante se volvió hacia la vela que quedaba encendida, hacia Madge. La nube descendió y se movió hacia delante al tiempo que a su alrededor aparecían varias filas de espinas parecidas a colmillos. Madge se sentó y alzó los brazos en un inútil gesto defensivo. La nube demoniaca entró en ella a través de la boca. Las espinas comenzaron a desgarrarla y aunque Madge hizo todo lo posible para liberarse, de nada sirvió. Pero no fue una muerte rápida. Tuvo mucho tiempo para sentir cómo el asesino demoniaco, la mente perversa que había estado detrás de la maldición entrópica, entraba en estado gaseoso por su boca, garganta y pulmones, le clavaba aquellas terribles espinas y la destrozaba por dentro.

Madge ni siquiera consiguió gritar antes de morir.

Aunque no fue porque no lo intentara.

Thomas consiguió liberarse y se levantó, pero se quedó aterrado mientras contemplaba a Madge, o para ser más exactos, a la nube con espinas que seguía mutilando su cadáver desde el interior.

Raith golpeó a Thomas por la espalda con un movimiento tan rápido que apenas lo vi.

Todo ocurrió en un segundo, pero pude distinguir claramente como Raith cogía a Thomas por el hombro y la barbilla, y, con un movimiento brusco, le rompía el cuello.

Thomas se desplomó sin más.

—¡No! —grité.

Raith se volvió hacia mí.

Tiré la espada, azoté el aire con mi bastón y mi voluntad, y la pistola que Murphy le había quitado a la guardaespaldas voló hasta mi mano.

El rostro de Raith estaba magullado y arañado. Gruesas gotas de sangre rosa salpicaban sus castigadas facciones y su camisa oscura. Sonrió mientras avanzaba hacia mí y de repente desapareció en las sombras que había entre las velas y mi bastón.

Apunté hacia donde creí que estaba y disparé. El fogonazo de luz lo iluminó por un instante. Utilicé esa imagen para volver a apuntar y disparar otra vez. Y otra. Y otra. El último disparo me mostró a Raith, a solo dos o tres metros de distancia, con expresión de sorpresa. Con el siguiente tiro lo vi de rodillas, agarrándose el estómago, donde un surtidor de sangre rosa lo empapaba.

La pistola dejó de tronar, ya no quedaban balas.

Entonces la carne de Raith comenzó a brillar. Su camisa estaba hecha jirones y se la arrancó con desgana. Su piel comenzó a relucir con una pálida luz y vi como su carne ondulaba de forma extraña alrededor del agujero que tenía abierto en el abdomen. Se estaba curando.

Lo contemplé con cansancio durante un minuto y luego me agaché para recoger mi espada.

Raith soltó una carcajada.

—Dresden. Espera ahí un momento. Te despacharé como he hecho con Thomas.

—Era de mi sangre —dije en voz baja—. Era mi única familia.

—Familia —escupió Raith—. Un mero accidente del destino. Una consecuencia fortuita del deseo y el azar. La familia no significa nada. No es más que la llamada de la sangre para perpetuarse. Una arbitraria combinación de genes. Algo completamente insignificante.

—Tus hijos no piensan lo mismo —dije—. Para ellos la familia es importante.

Rió.

—Claro que lo piensan. Porque yo se lo he enseñado. Es una forma sencilla y práctica de controlarlos.

—¿Y nada más?

Raith se levantó mientras me miraba con seguridad e indiferencia.

—Nada más. Baja la espada, Dresden. No hay razón para que salgas herido.

—Paso. No te puede quedar mucha energía —argumenté—. Te he dado una paliza capaz de matar a tres o cuatro personas. Acabarás cayendo, antes o después.

—Me queda energía suficiente para enfrentarme a ti —dijo con una sonrisa—. Y después, todo cambiará.

—Debe de haber sido muy duro —dije—. Todos estos años de comedimiento, intentando no acabar con las reservas. Sin poder siquiera mancharte las manos por temor a que alguien viera que no puedes hacer lo que todos los de tu especie hacen: alimentarse.

—Fue molesto —contestó Raith después de una medida pausa. Dio un paso hacia mí para comprobar mi reacción—. Pero me sirvió como lección de humildad y de paciencia. Jamás le conté a nadie cómo me afecto la maldición de Margaret, Dresden. ¿Cómo lo averiguaste?

Seguí apuntando con la punta de la espada a su pecho y dije:

—Mi madre me lo dijo.

—Tu madre está muerta, hijo.

—Y tú eres inmune a la magia. Supongo que no respetaba mucho las reglas. Su rostro se oscureció y se convirtió en una máscara fea y asesina.

—Está muerta.

Le sonreí con desprecio mientras describía circulitos con la punta de mi espada.

El brillo de su piel comenzó a apagarse y la oscuridad se cernió sobre nosotros con las peores intenciones.

—Ha sido un placer charlar contigo, pero ya estoy totalmente recuperado, mago —dijo con gesto feroz—. Me vas a suplicar que te mate. Y mi primera comida en décadas será la pequeña policía.

En ese momento, se encendieron todas las luces de la cueva al mismo tiempo, devolviéndole al lugar ese toque melodramático que tan bien le iba.

Lara salió de detrás del biombo con su ondulante falda roja y su espada a la cadera y murmuró:

—Eso me gustaría verlo, padre.

Raith se detuvo. La miró fijamente con el rostro endurecido.

—Lara. ¿Qué crees que estás haciendo?

—Sufrir una amarga decepción —repuso—. No me quieres, papá. A mí, a tu pequeña Lara, a tu devota hija.

Raith dejó escapar una áspera carcajada.

—Pero eso ya lo sabes. Tienes más de un siglo.

Su hermoso rostro adoptó una expresión distante. Luego dijo:

—Sí, lo sabía con la cabeza, pero mi corazón esperaba que no fuera así.

—Tu corazón —dijo Raith con sorna—. ¿Qué es eso? Ataca al mago. Mátalo.

—Sí, papá —respondió—. Dentro de un momento. ¿Qué le ha pasado a Thomas?

—El hechizo —dijo—. Madge perdió el control cuando lo liberó contra Dresden. Tu hermano murió intentando protegerlo. Esclavízalo, cariño. Y luego mátalo.

Lara sonrió y me pareció la expresión más fría y gélida que jamás había visto. Y eso que he visto algunas de las mejores. Dejó escapar una risilla burlona y sarcástica.

—¿Todo este teatro ha sido en mi honor, mago?

—Ha resultado un poco desagradable —dije—, pero creo que el mensaje ha quedado claro.

—¿Cómo sabías que estaba observando? —preguntó.

Me encogí de hombros.

—Alguien tuvo que contarle a Raith la mentira del accidente con la pistola —repuse—. Tú eras la única capaz de hacerlo. Y como este enfrentamiento iba a ser crucial para tu futuro, independientemente de cómo acabara, habrías sido tonta si te lo hubieras perdido.

—Muy listo —dijo de nuevo—. Mi padre no solo se ha quedado sin reservas, sino que ya no podrá recuperarse jamás. —Bajó los párpados y sus ojos brillaron como hielo plateado cuando sentenció—: Ahora es bastante inofensivo.

—Pues ya lo sabes —apostillé.

Miré a Raith y le dediqué una sonrisilla.

La expresión del vampiro se retorció para convertirse en algo a medio camino entre la rabia y el terror. Se apartó un paso de Lara, mientras su mirada iba de Lara a mí y de nuevo a Lara.

Lara acarició con los dedos la espada que colgaba junto a su cadera.

—Me has utilizado, Dresden. Y sin embargo me hiciste creer que yo tenía todas las de ganar. Me has vencido en mi propio juego, y muy hábilmente. Yo te creía incapaz de esta clase de argucias. Evidentemente te subestimé.

—No te flageles demasiado —le concedí—. Tampoco parezco muy espabilado.

Lara sonrió.

—Tengo una pregunta más —dijo—. ¿Cómo supiste que la maldición no le permitía alimentarse?

—No lo sabía —respondí—. No con toda seguridad. Solo pensé en lo peor que podría haberle hecho. Y no era matarlo. Sino robarle. Arrebatarle todo su poder y obligarlo a enfrentarse a sus enemigos sin nada. Así que supuse que mi madre quizá pensó algo parecido.

Raith contempló a Lara con desprecio.

—Tú no puedes matarme —dijo—. Sabes que los otros señores jamás dejarían que lideraras la Corte. Son leales a mí, Larita. No a la figura de jefe de la Casa Raith.

—Eso es cierto, padre —dijo Lara—. Pero ellos no saben lo debilitado que estás, ¿verdad? Ni que eres impotente. Y así debe ser, porque seguirás guiándolos como si nada hubiera pasado.

Alzó la barbilla en un gesto de arrogante desprecio.

—¿Y por qué iba a hacerlo?

La luz plateada de los ojos de Lara se extendió a su alrededor. Fluyó por su pelo, se derramó por su piel, se agitó en su ropa y deslumbró hasta al mismo aire que la rodeaba. Dejó que el cinto del que colgaba su espada cayera al suelo y sus ojos plateados, enfadados y hambrientos se posaron sobre lord Raith.

Lo que estaba haciendo estaba dirigido exclusivamente a él, pero a mí me llegó de refilón y de repente noté como mis pantalones encogían cinco tallas. Sentí una sencilla, repentina y deliciosa necesidad de acercarme a ella. Posiblemente de rodillas. Posiblemente para quedarme en esa postura.

Me entró el pánico y di un paso atrás mientras me esforzaba por escudar mis pensamientos del poder seductor de Lara. Tras unos segundos casi logré volver a pensar con claridad.

—Mago —dijo—. Sugiero que te lleves a tu amiga de aquí. Y a mi hermano, si aún sigue con vida. —Su falda cayó junto al cinturón y yo hice un esfuerzo por no mirar—. Mi padre y yo —ronroneó Lara—, vamos a renegociar los términos de nuestra relación. Seguro que será interesante, pero es posible que no podáis marcharos una vez haya empezado.

Raith se apartó de Lara con los ojos desorbitados por el miedo. Y por el deseo. Se había olvidado por completo de mí.

Me puse en marcha a toda prisa. Iba a coger a Murphy en brazos, pero conseguí que se levantara ella sola, a pesar de que aún estaba medio inconsciente. Tenía el lado derecho de la cara amoratado del golpe. Así que me concentré en Thomas. No era tan alto como yo, pero era más musculoso y pesaba lo suyo. Entre resoplidos de esfuerzo conseguí echármelo a la espalda y al hacerlo, le oí respirar con dificultad.

Mi hermano no estaba muerto.

Al menos, todavía no.

Recuerdo tres cosas más de aquella noche en La Fosa.

Primero el cuerpo de Madge. Cuando me di la vuelta para marcharme, de repente se sentó. De su piel sobresalían espinas, junto con lentos regueros de sangre muerta. Su rostro era una masa deforme, pero adoptó los rasgos del demonio llamado Aquel Que Camina Detrás y de su garganta salió una voz inhumana, suave y dulce:

—He vuelto, hombre mortal —dijo el demonio a través de los labios muertos de Madge—. Y te recuerdo. Tú y yo tenemos un asunto pendiente.

Entonces se produjo un siseo burbujeante y el cadáver se desinfló como un globo.

Lo segundo que recuerdo ocurrió mientras avanzaba dando tumbos hacia la salida con Thomas y Murphy. Lara dejó caer su camisa blanca al suelo y se enfrentó a Raith, hermosa como la misma hija de la Muerte, como una fuerza real e irresistible. Atemporal. Pálida. Implacable. Detecté el sutil perfume a jazmín silvestre de su pelo y casi caigo de rodillas allí mismo. Tuve que esforzarme para seguir caminando, para sacar a Thomas y Murphy de allí. No creo que ninguno de nosotros hubiera escapado de la cueva con el libre albedrío intacto si no hubiera proseguido mi camino.

Lo último que recuerdo fue que me derrumbé sobre la hierba del exterior de la cueva con Thomas aún en brazos. Pude ver su rostro a la luz de las estrellas. Había lágrimas en sus ojos. Cogió aire en un estertor. Su cabeza y cuello colgaban en un ángulo imposible con respecto a los hombros.

—Dios —susurré—. Debería estar muerto.

Su boca se movió con un rápido temblor. No sé cómo lo hice, pero comprendí que intentaba decir que era mejor así.

—Y una mierda —repuse. Me sentía muy cansado.

—Te haría daño —casi susurró—. Quizá te mataría. Como a Justine. Hermano. No quiero.

Lo miré incrédulo.

No lo sabía.

—Thomas —dije—. Justine está viva. Ella nos dijo dónde estabas. Sigue viva, majadero suicida.

Abrió los ojos desorbitadamente y un pálido brillo se extendió por su piel con un escalofrío. Un momento después respiró con un sonido ronco y tosió mientras se revolvía débilmente. Tenía los ojos hundidos y su aspecto era horrible.

—¿Qu-qué? ¿Está qué?

—Tranquilo, tranquilo, o acabarás vomitando —dije mientras intentaba sujetarlo—. Está viva. No está bien, la verdad, pero no está muerta. Sigue con nosotros. No la mataste.

Thomas pestañeó varias veces y luego pareció perder el conocimiento. Se quedó allí, respirando en silencio mientras por sus mejillas se deslizaban lágrimas resplandecientes.

Mi hermano se iba a poner bien.

Pero entonces se me ocurrió una idea.

—¡Joder!

—¿Qué? —dijo Murphy mirándome con curiosidad a pesar de la confusión.

Yo alcé la vista hacia el cielo nocturno y pregunté:

—¿Cuándo es martes en Suiza?