Capítulo 8

Abrí la puerta de golpe y entré en una habitación del tamaño de mi apartamento llena de espejos de pie, mesas plegables y sillas. Una nube de energías pérfidas me golpeó el rostro. Bobby estaba a mi derecha con expresión de sorpresa y confusión. A mi izquierda, vi por el rabillo del ojo a una mujer prácticamente desnuda. No me detuve a hacerle la ficha, en su lugar atravesé la habitación hacia una segunda puerta. Estaba entornada y se cerró sola.

La abrí y me encontré en un baño tan grande como mi dormitorio, lo que tampoco es decir gran cosa. El aire era caliente, húmedo y olía a jabón fresco. El grifo de la ducha estaba abierto y el cristal de la mampara roto y con los bordes dentados. El suelo estaba cubierto por más cristales rotos, un poco de agua y mucha sangre. También había dos cuerpos rígidos e inmóviles.

Mi instinto me puso en alerta y justo antes de pisar la piscina de agua ensangrentada, di un salto. Me golpeé en las espinillas con el lavabo y perdí el equilibrio. Me agarré al grifo e intenté incorporarme. Las espinillas me dolían como el demonio, pero por lo menos había conseguido no pisar el suelo. Mi cerebro por fin alcanzó a mi intuición y vio lo que estaba pasando. Las dos personas tiradas en el suelo no estaban inmóviles, estaban atrapadas en un espasmo de dolor.

Vi unas chispas en una esquina del cuarto. Una pesada lámpara de alto voltaje se había desprendido del techo y se había caído, arrastrando con ella los cables que ahora yacían sobre la fina capa de líquido rojo del suelo.

Como ya había dicho, no me llevo bien con la tecnología cuando intento utilizarla. Ahora bien, cuando se trata de escacharrarla, no tengo rival. Acerqué la mano derecha a la lámpara, murmuré algo incomprensible y lancé mi poder en bruto hacia la amenaza eléctrica como si fuera una bola de derribo invisible. El hechizo onduló en el aire y los enchufes explotaron en arcos azules de electricidad durante unos dos segundos.

Después se fue la luz. En todo el puñetero edificio.

¡Huy!

Escuché los gritos ahogados de las personas que estaban en el suelo, posiblemente Jake y una mujer llamada Giselle. Luego saqué mi pentáculo.

—¿Qué pasa? —El tono de Bobby era de desconfianza. Joder, menudo imbécil—. Eh, gilipollas, ¿qué crees que estás haciendo?

—¿Dónde están las puñeteras luces de emergencia? —dijo una voz de mujer con tono de fastidio. Una luz parpadeó en el camerino y Joan apareció en la puerta del baño sosteniendo una linterna de bolsillo unida a su llavero—. ¿Qué pasa?

—Llama a urgencias —dije—. Rápido, están sangrando.

—Necesitas una luz —me indicó Joan.

—Ya la tengo. —Canalicé mi energía a través del pentáculo de plata. Parpadeó y comenzó a brillar con una luz constante y azul que hacía que la sangre pareciera negra—. Rápido, y cuando vuelvas, trae todo el hielo que puedas.

Joan desapareció por la puerta. La oí decir:

—Quítate de en medio, atontao —y sus pasos se perdieron por el pasillo. Me bajé del lavabo, salté sobre el agua y me arrodillé junto a los dos cuerpos.

Jake, desnudo de cintura para arriba, se estremeció.

—¡Oh! —dijo con voz ronca— …¡Oh!

—¿Estás bien? —pregunté.

Se sentó, temblando un poco.

—No te preocupes por mí. Giselle debió de resbalarse en la ducha. Yo entré para ayudarla.

Dirigí mi atención a la mujer. Era joven y demasiado huesuda para mi gusto, toda piernas, brazos y pelo largo. Le di la vuelta. Tenía un corte que le recorría todo el cuello, desde la base de la oreja hasta la clavícula. La sangre brillaba sobre su piel, tenía la boca entreabierta y sus ojos oscuros estaban vidriosos.

—Mierda —dije. Cogí una toalla de una gran estantería donde había varias y presioné con fuerza sobre la herida.

—Jake, necesito que me ayudes.

Me miró con los ojos brillantes por las lágrimas.

—¿Está muerta?

—Lo estará si no me ayudas. Sostén esto con mucha fuerza. Mantén la presión sobre la herida.

—Vale. —Parecía todavía confuso, pero apretó los dientes e hizo lo que le pedí. Mientras yo le elevaba un poco los pies con una toalla enrollada, Jake dijo—: No le encuentro el pulso. No respira.

—Joder. —Eché hacia atrás la cabeza de la mujer y comprobé que no tenía nada en la boca. Puse mis labios sobre los suyos y soplé con fuerza. Luego me aparté y coloqué la base de mis manos cerca de su esternón. No estaba seguro de cuánta fuerza debía aplicar. El muñeco de prácticas de la clase de primeros auxilios no tenía costillas que se pudieran romper. Hice lo que pude y deseé que saliera bien. Cinco compresiones torácicas y una insuflación. La luz azul de mi amuleto se mecía y balanceaba, haciendo que la sombras temblaran y bailaran.

Que conste que practicar la maniobra de resucitación durante un rato es muy cansado. Yo estuve unos seis o siete minutos, y empezaba a verlo todo borroso del mareo cuando Jake se ofreció a relevarme. Y eso hizo. Joan volvió con una gran palangana de acero llena de hielo. Le dije que lo envolviera en una toalla y luego presioné con ella sobre la herida.

—¿Qué haces? —preguntó Joan.

—Tiene un corte profundo. Si conseguimos que su corazón vuelva a latir, se desangrará —dije entre jadeos—. El frío hará que sus venas se contraigan y la hemorragia se detendrá poco a poco. Es una forma de ganar tiempo.

—¡Ay, Dios! —murmuró Joan—. Pobre chica.

Me incliné para estudiar su cara. La piel del lado izquierdo y de la garganta estaba cubierta por manchas de color rojo oscuro.

—Mira, quemaduras.

—¿De la electricidad? —preguntó Joan.

—Su cara no tocó el suelo —dije. Miré lo que había entre la chica y la ducha—. El agua —dije—, el agua la abrasó. Se quemó y cayó a través del puñetero cristal.

Joan se estremeció como si le hubieran clavado un puñal y su rostro se puso gris.

—Dios mío. Es culpa mía. Yo fui quien instaló la caldera.

—Menudo gafe —dijo Bobby desde el camerino—. Esta peli está gafada. Estamos jodidos.

Joan parecía mantener la calma, pero de su barbilla cayeron varias lágrimas sobre la chica desnuda. Seguí aplicando presión sobre la herida.

—No creo que sea culpa tuya. Quiero que salgas e indiques el camino a los de la ambulancia cuando lleguen.

Con el rostro todavía del color de la ceniza, se puso en pie y salió sin mirar atrás. Jake siguió con el boca a boca como si supiera lo que estaba haciendo. Yo aún jadeaba y aplicaba presión con la toalla con hielo, cuando por fin aparecieron los de urgencias con pesadas linternas y llevando entre los dos una camilla con ruedas.

Les expliqué lo que le había pasado a la chica y me quité de en medio. Me senté en la esquina de una encimera que recorría toda la pared llena de espejos. Jake se sentó a mi lado un minuto después.

—Me ha parecido sentir que respiraba —dijo entre jadeos y con un hilo de voz. Observamos cómo trabajaban los sanitarios—. Dios, qué desgracia. ¿Qué probabilidades hay de que pase algo así? Es increíble.

Fruncí el ceño y cerré los ojos mientras proyectaba mis sentidos por toda la habitación. De alguna manera, entre los nervios y el pánico, la nube asfixiante de magia destructiva se había disipado. Apenas quedaba una tenue traza. Pasado ya el peor momento y sin nada en lo que ocupar la mente, las manos me empezaron a temblar y vi estrellas por el rabillo del ojo. Una fantasmagórica oleada de pánico me disparó el pulso, así como el ritmo de la respiración. Incliné la cabeza y me di un masaje en la nuca, mientras esperaba que se me pasase. Los de urgencias manejaban unas linternas bastante antiguas, pero aun así oculté mi amuleto y dejé que la luz azul se apagara.

—¿Estás bien? —preguntó Jake.

—Lo estaré en un minuto. Espero que la chica se recupere.

Jake asintió con la cabeza sin dejar de fruncir el ceño.

—Quizá Bobby tenga razón.

—¿Sobre el gafe?

—Quizá. —Me miró fijamente durante un segundo con desconfianza—. ¿Cómo lo supiste?

—¿Saber qué?

—Que estábamos en apuros. O sea, creía que estabas en el set. Yo entré un par de segundos después de oír como se caía, y estaba solo a unos metros. Tú entraste unos pocos segundos después. ¿Cómo lo supiste?

—Cuestión de suerte. Acabábamos de montar las cámaras y Joan me trajo hasta aquí para presentarme a la gente, supongo.

—¿Y la luz?

Me encogí de hombros.

—Me lo regaló el hijo de un amigo. Es una cosa nueva que llevan ahora los chavales. Joyas con luz para lucir en discotecas y fiestas.

—Ahora se llaman rave parties.

—Ah, pues eso.

Jake me observó durante un momento y luego negó con la cabeza lentamente.

—Perdona. Estoy un poco paranoico.

—Te entiendo. No pasa nada.

Asintió y se puso de pie con visible esfuerzo.

—Pensé que era hombre muerto ahí dentro. Gracias.

Pensé que lo más inteligente era mantener mi identidad de mago en secreto durante el mayor tiempo posible. Alguien estaba jugando con energías malignas así que no tenía ningún sentido desvelar que era mago del Consejo Blanco.

—No hice más que entrar corriendo —dije—. Menos mal que se fue la luz.

—Sí.

Los sanitarios se incorporaron, subieron a Giselle a la camilla y la alzaron. Jake y yo nos pusimos de pie al momento.

—¿Se va a poner bien? —preguntó.

Los de urgencias no redujeron la marcha, pero uno de ellos dijo:

—Quizá. —El hombre me señaló con una inclinación de cabeza—. Sin el hielo ahora no tendría ni eso.

Jake frunció el ceño y se mordió el labio evidentemente preocupado.

—Cuidadla bien.

Los de urgencias se prepararon para ponerse en camino con gestos rápidos y firmes. Antes de marcharse se dirigieron a Jake:

—Señor, será mejor que nos acompañe al hospital para que los médicos le echen un vistazo.

—Estoy bien —dijo Jake.

Los dos hombres pasaron por delante de nosotros, pero el segundo se giró y dijo:

—La electricidad puede provocar daños bastante graves y quizá no lo note. Vamos, acompáñenos.

Pero Jake no se movió de donde estaba. Los dos técnicos de urgencias cogieron sus linternas y se marcharon, dejando el vestuario a oscuras por un momento, hasta que Joan volvió con su linterna.

—Guffie, mete ese culo prieto en la ambulancia.

Jake se miró en la pared cubierta de espejos. Tenía el pelo de punta, disparado en todas direcciones.

—Aunque parezca que acudo al mismo estilista que Einstein, la novia de Frankenstein y Don King, me siento bien. No te preocupes por mí.

—Supuse que dirías eso —dijo—. Vale. Te llevaré yo misma. Que todo el mundo se marche y no vuelva hasta que compruebe que la electricidad de este sitio no va a matar a nadie. Bobby y Emma ya están fuera. Harry, vuelve a las tres, ¿de acuerdo?

—¿Por qué? —pregunté.

—Para comenzar a rodar.

—El rodaje —balbució Jake—. ¿Después de esto?

Joan torció el gesto.

—No podemos parar. Que todo el mundo salga, tengo que cerrar. Guffie, sube a mi coche y no me discutas. Nos encontraremos con Arturo en el hospital.

—Vale —dijo Jake. No me pareció que le importara ceder—. ¿Y qué pasa con Bobby y Emma? ¿Tienen coche?

—Creo que no.

Jake cogió su bolsa de deporte, rebuscó en su interior y sacó un llavero.

—Toma. Dáselas a Emma, ¿vale?

Las cogí y nos dispusimos a salir del edificio.

—Vale —convine.

Joan suspiró.

—Quizá estemos gafados. Cualquiera diría que nos ha mirado un tuerto.

—Desde luego, esto es muy raro —añadió Jake.

Abracadabra pata de cabra. No dije nada, pero estaba seguro de que las cosas todavía empeorarían mucho más.

Pero que mucho más.