Capítulo 34
Mientras Ebenezar conducía, yo comencé a sentir que me sumergía en una especie de estado contemplativo. Bueno, no era exactamente eso, se parecía más bien a un estado de mente en blanco o anticontemplativo, pero no me quejé. Mi boca no quería trabajar y en cierto sentido, era consciente de que aquel aturdimiento era mejor que el dolor agónico. Me pareció oír de fondo como Murphy y Ebenezar se ponían de acuerdo acerca de algo y supongo que debimos de dejar a los niños con el padre Forthill, porque cuando por fin salí de la camioneta, en la parte de atrás ya no había nadie.
—Murphy —dije con el ceño fruncido—. He estado pensando. Si la policía me está buscando, quizá no deberíamos volver a mi casa.
—Harry —dijo—, llevamos aquí más de dos horas. Estás sentado en tu sofá.
Miré a mi alrededor. Tenía razón. Alguien había encendido el fuego, Mister estaba en su lugar favorito, sobre la estantería de la chimenea y el cachorro de la oreja mellada se había tumbado a mi lado en el sofá, con la cabeza apoyada sobre mis piernas. Tenía un regusto a güisqui en la boca, era uno de los que hacía Ebenezar, pero no recordaba haberlo bebido. Joder, debía de estar peor de lo que creía.
—Pues es verdad —tuve que admitir—. Pero eso no significa que haya dicho una tontería.
Murphy había colgado mi abrigo en el perchero, al lado de la puerta, y llevaba uno de mis pantalones cortos de deporte. Le llegaban hasta media pantorrilla. Se había atado el cordón a la cintura con un gran nudo para evitar que se le cayeran, pero al menos no iba por ahí en bragas. Mierda.
—No creo que te busquen —dijo—. He hablado con Stallings. Dice que hay una orden de búsqueda para un fulano que coincide con tu descripción, pero tu nombre no ha salido a relucir. Solo se requiere la presencia del sospechoso para interrogarlo y se sabe que quizá utilice el alias de Larry o Barry. No había huellas en el arma, pero estaba registrada a nombre de una testigo. —Negó con la cabeza—. No sé qué ocurrió, pero si no te conociera mejor, diría que has tenido mucha suerte y también que estás a punto de hacer uno de tus comentarios de sabiondo.
Dejé escapar una carcajada rota.
—Sí —dije—. Joder, Trixie Vixen tiene que ser la mala más superficial, engreída, mezquina, ruin y egocéntrica con la que me he topado jamás. Eso es lo que ocurrió.
—¿Qué? —preguntó Murphy.
—Pues eso —dije, riendo entre dientes—. Que jamás se enteró de cómo me llamaba. La pava no pilló mi nombre. No creo que le interese lo más mínimo la existencia de otros seres si eso no le reporta beneficio alguno.
Murphy alzó una ceja.
—Pero allí había más gente, ¿no? Seguro que alguno sí que sabe cómo te llamas.
Asentí.
—Arturo, por supuesto. Probablemente Joan. Pero todos los demás solo me conocen por el nombre de pila.
—Pero alguien tuvo que borrar tus huellas de la pistola. Te están encubriendo —dijo Murphy.
Apreté los labios, sorprendido. No tanto porque Arturo y su gente me estuvieran ayudando, sino por el efecto que eso tuvo en mí; sentí un calorcillo especial en mi interior que me resultaba casi desconocido.
—Es verdad —dije—. Dios sabrá por qué lo hacen, pero así es.
—Harry, le salvaste la vida a varios de los compañeros. —Murphy negó con la cabeza—. Dedicándose a lo que se dedican, dudo mucho que la policía de Chicago les haga sentir como valiosos miembros de la comunidad. Ese tipo de aislamiento hace que los que lo sufren se unan más. Te convierte en uno de ellos cuando surgen problemas.
—Me convierte en parte de su familia —resumí.
Murphy sonrió y asintió.
—Bueno, ¿sabes ya quién lo hizo?
—Trixie —dije—. Probablemente con dos más. Yo creo que todas pertenecen al club de las ex de Genosa, pero es solo un pálpito. Y creo que alguien las ha ayudado.
—¿Por qué dices eso?
—Porque Trixie estaba recibiendo instrucciones por teléfono mientras me apuntaba con la pistola —respondí—. Y han invocado la maldición con un ritual. A no ser que alguien de allí tenga talento de verdad, se necesitan dos o tres personas para reunir la energía necesaria. Y seamos sinceros, tres brujas cacareando en torno a un caldero es una imagen que ya forma parte del acervo popular.
—Macbeth —dijo Murphy.
—Sí. Y esa película en la que Jack Nicholson hacía de demonio.
—¿Te puedo preguntar una cosa?
—Claro.
—El otro día me hablaste de los rituales, dijiste que eran como máquinas expendedoras cósmicas, ¿no? Un poder externo se ofrece a darte algo si tú realizas una serie de actos en un orden concreto.
—Sí.
Murphy negó con la cabeza.
—Es aterrador. Uno se marca un baile y alguien muere. Quiero decir que lo puede hacer cualquiera. ¿Qué ocurre si alguien publica un libro sobre eso?
—Pero si ya se ha hecho —dije—. Montones de veces. El Consejo Blanco ha propiciado la publicación de varios, como el Necronomicón. Es una forma razonablemente eficaz de conseguir que algunos rituales no funcionen.
Frunció el ceño.
—No lo entiendo, ¿por qué?
—Oferta y demanda —le expliqué—. Hay límites a lo que las fuerzas externas pueden proporcionar al mundo mortal. Imagina que la energía es agua que fluye por una tubería. Si un par de personas la utilizan para realizar un rito una vez cada dos semanas, o cada pocos años, no habrá problemas de abastecimiento y siempre habrá magia suficiente para que esos rituales funcionen. Pero si cincuenta mil personas intentan realizar un rito al mismo tiempo, no habrá suficiente energía para todos, y lo único que conseguirán será un chorrito de baba que sabe mal y huele raro.
Murphy asintió y concluyó:
—Así que la gente que conoce ciertos rituales no los quiere compartir.
—Exacto.
—Y un libro sobre magia negra ritual no es precisamente lo que tu superficial estrella del porno compraría en el centro comercial. Alguien la está ayudando.
—Sí —dije con el ceño fruncido—. Y esa última maldición tenía un tufillo profesional.
—¿Por qué lo dices?
—Para empezar porque fue mucho más rápida y letal. Se precipitó con tal velocidad que no tuve tiempo de apartarla de la víctima y eso que sabía que estaba al caer. Además fue más fuerte. Mucho más fuerte, como si alguien que conocía el negocio se hubiese tomado la molestia de potenciarlo o amplificarlo de alguna manera.
—¿Y qué puede hacer algo así? —preguntó Murphy.
—El trabajo en equipo de magos con talento —dije—. ¡Ah!, a veces se utilizan ciertos objetos o materiales para potenciar la magia. Suelen ser carísimos. A veces también ayuda estar en un lugar especial como Stonehenge, o la posición de ciertas estrellas en una noche del año. Y luego está lo más socorrido.
—¿El qué? —preguntó Murphy.
—La sangre —respondí—. La destrucción de vida. El sacrificio de animales o personas.
Murphy se estremeció.
—¿Y crees que el siguiente serás tú?
—Sí —contesté—. Soy un estorbo para ellos. Tienen que matarme si quieren salirse con la suya.
—¿Y con todo el dinero del fondo intacto?
—Sí —contesté.
—Me parece demasiado radical para que el móvil sea solo el dinero —observó Murphy—. No tengo nada en contra de la avaricia como motivación, pero venga ya. Es como esa gente que no comprende que no están solos en este mundo, que lo comparten con otros.
—Sí —dije con un suspiro—. Pero esta vez dio la casualidad de que tres de esas personas coincidieran en un mismo lugar.
—Ya —dijo Murphy—. Y a saber qué clase de mala suerte diabólica puso en contacto a las tres ex mujeres. En fin, tampoco es que sea algo muy normal, ¿no?
Me incorporé en el sofá. Murphy había puesto el dedo en la llaga.
—Joder, tienes razón. ¿Cómo se me pudo pasar?
—¿Porque has estado un poco ocupado? —sugirió Murphy.
Sentí como se me aceleraba el corazón. Y noté los latidos como una suave presión en la mano. Todavía no me dolía, pero ya llegaríamos a eso.
—Vale, vamos a pensar un poco. Arturo no ha dicho nada de que se vaya a volver a casar. O sea, yo lo descubrí porque alguien que lo conoce bien lo intuía. Y dudo que las ex mujeres se enteraran de primera mano. De hecho, estoy casi seguro de que lo supieron por una tercera persona.
—¿Por qué? —preguntó Murphy.
—Porque si quieres lanzar una maldición sobre alguien, tienes que creer en ella. Tienes que desearlo. Si no, simplemente se desinfla. Eso significa que quieren a alguien muerto. Sin tapujos, muerto, muerto.
—Porque cuando se enteraron se llevaron una desagradable sorpresa —dijo Murphy—. Quizá, quien se lo dijo, manipuló los hechos antes de que las ex se enteraran. Para que se cabrearan más, para enfurecerlas de verdad. No sé, Harry. Se necesita a una cuarta persona interesada en que no se produzca la cuarta boda para que ese argumento se sostenga.
—Sí —admití; y entonces abrí los ojos—. A no ser que ese no fuera el objetivo, Murph. No creo que el móvil sea el dinero.
—No lo entiendo.
—Genosa está enamorado —dije. Me incorporé—. Qué hijo de puta, lo he tenido delante todo este tiempo.
Murphy frunció el ceño, se levantó también y posó una mano sobre mi brazo sano.
—Harry, tienes que sentarte, ¿vale? Estás herido. Tienes que sentarte hasta que vuelva Ebenezar.
—¿Qué?
—Ebenezar. Cree que quizá pueda salvarte la mano, pero ha ido a coger unas cosas.
—¡Ah! —dije. La cabeza me daba vueltas. Murphy me tiró del brazo y me senté—. Pero ya lo tengo.
—¿Qué tienes?
—Trixie y las otras stregas son solo armas para liquidar a una cuarta persona. Genosa está enamorado. Por eso no reaccionó ante la presencia de Lara como el resto. No lo pueden tocar. Ahí está el quid del asunto.
Murphy frunció el ceño.
—¿A qué te refieres? ¿Quién las está utilizando como armas?
—La Corte Blanca —contesté—. Lord Raith y la Corte Blanca. No es una coincidencia que él y su segunda al mando estén en Chicago este fin de semana.
—¿Qué tiene que ver que Genosa esté enamorado con todo eso?
—Los vampiros de la Corte Blanca pueden controlar a las personas. Es decir, las seducen, las someten y antes de que se den cuenta acaban totalmente dominadas. Pueden convertir en esclavos a las personas de las que se alimentan, y todo eso haciéndolas disfrutar durante el proceso. Esa es la fuente de su poder.
Murphy arqueó una ceja.
—¿Pero si uno está enamorado, no?
Dejé escapar una risa débil.
—No. Incluso lo dijeron delante de mí. Era un asunto interno. Joder, pero si casi fue la primera cosa que dijo de él. Que Arturo siempre se estaba enamorando.
—¿Quién lo dijo?
—Joan —repuse—. Joan, la sencilla y práctica Joan, amante de las camisas de franela y los donuts. Y Lara, la superzorra. Aunque no sé si en ese orden, pero estoy seguro.
Murphy arrugó el morro.
—Por Júpiter, Holmes. Tendrás que situarme en un contexto para que comprenda algo de lo que dices.
—Vale, vale —dije—. El contexto es el siguiente, ¿vale? Raith es el líder de la Corte Blanca, pero durante los últimos años ha perdido influencia. La base de su poder personal se ha ido degradando.
—¿Por qué?
—Por Thomas, principalmente —dije—. Raith, según parece, asesina a sus hijos cuando empiezan a pensar en cómo derrocarlo para hacerse con el negocio familiar. Envió a Thomas a un baile de disfraces organizado por otros vampiros para que muriera allí, pero él se nos unió a Michael y a mí, y salió de aquello con vida. El año pasado, Raith mandó a Thomas al duelo con Ortega, pero también se libró. Y por lo que he podido deducir, papá Raith ya no inspira tanto miedo a sus vástagos como antes.
—¿Y qué tiene que ver todo eso con Genosa? —preguntó.
—Genosa desafió públicamente la autoridad de Raith —expliqué—. Arturo me contó que alguien estaba comprando las empresas del porno y manipulando cosas desde las sombras. Sigue la estela del dinero y te apuesto lo que quieras a que Raith es el propietario de Silverlight. Al dejar los estudios Silverlight y romper los estereotipos grabando sus propias películas, Genosa desafiaba públicamente la autoridad de Raith.
—¿Estás diciendo que la Corte Blanca controla la industria del sexo?
—Al menos un buen porcentaje —confirmé—. Piensa en ello. Pueden influir en la opinión de la gente sobre toda clase de cosas: qué es bello, qué es sexo, cómo hay que reaccionar ante la tentación, qué comportamiento es aceptable en las relaciones íntimas. Dios, Murphy, es como entrenar a un ciervo a que vaya a comer a un lugar en particular, para que acecharlo y cazarlo sea más fácil.
Me miró con la boca abierta por un momento.
—Dios, eso es… aterrador. Y muy grande.
—Y ladino —dije—. Nunca pensé que algo así pudiera pasar. O quizá sea más exacto decir que algo así esté pasando. Quizá solo le está arrebatando el negocio a otro miembro de la Corte Blanca.
—Así que cuando Genosa plantó a Silverlight, dejó a lord Raith en una situación aún más precaria.
—Sí —dije—. Un simple humano desafiando al rey blanco. Y Raith tampoco podía utilizar a Lara para controlarlo, porque Genosa está enamorado.
—¿Y?
—Y la Corte Blanca no puede tocar a alguien que esté enamorado —repuse—. Si es amor de verdad. Alimentarse de alguien que está enamorado, les provoca un dolor muy intenso. Es… es como el agua bendita, por así decirlo. Su bala de plata. Les aterra.
Los ojos de Murphy brillaron y asintió.
—Raith no podía controlar a Genosa, así que tuvo que encontrar otra forma de destruirlo para no sufrir más humillaciones.
—Y perder su posición de poder para siempre. Exacto.
—¿Y por qué no le pegó un tiro?
Negué con la cabeza.
—La Corte Blanca según parece se enorgullece de ser especialmente elegante en lo que concierne a los juegos de poder. Thomas me contó que cuando los blancos se declaran la guerra entre sí, luchan de forma indirecta. Siempre por mediación de otros. Y con el mayor disimulo posible. Creen que la inteligencia y la manipulación son mucho más importantes que la fuerza bruta. Si Raith hubiese liquidado a Arturo de un balazo, la humillación sería todavía mayor, así que…
—Así que buscó a alguien a quien sí pudiera controlar —dijo Murphy—. Las pone en el buen camino para que averigüen que la nueva esposa pondrá en peligro su posición y lo hace de la peor manera posible para que las mujeres se decidan a entrar en acción. Incluso les proporciona el arma, un potente, nefasto y oscuro ritual. Pero como no está seguro de quién es la nueva amante, les dice que se libren de la mujer con la que Genosa se ha prometido en secreto. Tienen los medios, el motivo y la oportunidad. Seguro que ni en los círculos mágicos será fácil demostrar que fue Raith quien ideó el asesinato de la prometida de Arturo.
—Y de la que está enamorado —dije—. Para lord Raith todo son ventajas. Si matan a la prometida, desestabilizarán a Genosa y pondrá en peligro la producción de sus películas. Joder, quizá el plan de Raith era esperar a que cayera en una depresión y enviar a una de sus ex mujeres para consolarlo, seducirlo y dejarlo más vulnerable al control de Lara. Y si no consiguen matar a su novia, por lo menos provocarán caos y confusión suficiente para perjudicar el trabajo de Genosa.
—Y si alguien consigue descifrar quién está detrás de todo esto, Raith ha ocultado tan bien sus huellas que no hay nada que lo relacione con los crímenes.
—Sí —dije—. Mientras tanto, Arturo vuelve al redil y Raith habrá conseguido fortalecer su base de poder. Fin de la historia.
—Pero no será así si tú te entrometes y le paras los pies.
—No será así si yo me entrometo y le paro los pies —concluí—. Así que, en cuanto se corre la voz de que estoy metiendo las narices en su negocio, Raith llama a Lara para que me vigile y me quite de en medio, si puede.
—O te someta —dijo Murphy—. Si ese tío es tan manipulador como dices, lo mejor para él sería que Lara te hiciera su esclavo.
El cachorro se agitó inquieto. Yo me estremecí y lo acaricié.
—¡Aja! —dije—. Pero no funcionó y estoy a punto de destapar todo el asunto. Así que ahora tendrá que probar conmigo e intentar quitarme de en medio.
Murphy gruñó.
—Cobarde hijo de puta. Mira que aprovecharse así de la gente.
—Es listo —dije—. Si de verdad está debilitado, no querrá enfrentarse directamente a un miembro del Consejo Blanco. Solo un tonto confrontaría a un enemigo más fuerte que él cara a cara. Por eso Thomas hizo lo mismo con su padre… y solicitó mis servicios para detenerlo.
Murphy silbó.
—Tienes razón. ¿Y por qué te relacionas con esa gentuza?
—Por mi estilo de vida —dije.
—Deberías mandar a Thomas a hacer puñetas —sentenció Murphy.
—No puedo.
—¿Por qué no?
La miré en silencio.
Abrió los ojos como platos. Lo había comprendido.
—Es él. Es familia.
—Hermanastro —dije—. Nuestra madre frecuentaba a lord Raith.
Murphy asintió.
—Bueno, ¿y qué vas a hacer?
—Sobrevivir.
—Me refiero con respecto a Thomas.
—Ya pensaré en ello cuando llegue el momento.
—Muy bien —dijo Murphy—. ¿Y cuál va a ser tu próximo movimiento?
—Hablar con Thomas —dije—. Pedirle ayuda. —Bajé la vista hacia mi mano vendada—. Necesito un coche y un conductor.
—Hecho —dijo Murphy.
Fruncí el ceño mientras pensaba.
—Y quizá necesite otra cosa de ti esta noche. Y será difícil.
—¿Qué?
Se lo dije.
Ella me miró en silencio durante un rato y luego dijo:
—¡Joder, Harry!
—Lo sé. Y odio tener que pedírtelo. Pero es nuestra única oportunidad. No creo que podamos salir de esta a tiro limpio.
Se estremeció.
—Está bien.
—¿Seguro? No tienes que hacerlo.
—Estoy contigo en esto —dijo.
—Gracias, Karrin.
Me dedicó una media sonrisa.
—Al menos esta vez tendré la sensación de que soy de alguna ayuda.
—No digas tonterías —protesté—. La imagen de la teniente Murphy pegando tiros en bragas me va a infundir moral durante unos años.
Me dio una patada con suavidad en la pierna, pero su sonrisa me pareció algo forzada. Bajó la mirada para fijarse en el cachorro que enseguida se puso bocarriba y comenzó a morderle los dedos.
—¿Estás bien? —pregunté—. Te has quedado muy callada.
—Sí, muy bien —dijo—. Bueno, es solo que…
—¿Qué?
Negó con la cabeza.
—Ha sido un día un poco estresante en lo tocante a las relaciones personales.
Sé lo que quieres decir, pensé.
—O sea, primero el gilipollas de Rich con Lisa. Y… —Me miró y sus mejillas se sonrojaron—. Y luego lo de Kincaid.
—¿Te refieres a cuando te quitó los pantalones?
Murphy puso los ojos en blanco.
—Sí. Hace mucho… bueno, hace mucho, mucho tiempo que un tío guapo no me quita los pantalones, y se me había olvidado cuánto me gustaba. Y bueno, ya sé que será una reacción al peligro, la adrenalina y todo eso. Pero nunca había sentido nada tan intenso con un simple roce.
—¡Ah! —dije.
Suspiró.
—Bueno, tú me has preguntado. Me distrajo un poco, eso es todo.
—A título informativo te diré que dudo de que sea humano. De hecho creo que es más bien de los malos.
—Sí —dijo Murphy molesta—. Los malos siempre son los que más nos ponen a las chicas.
Vaya por Dios.
—¡Ah! —fue lo único que pude decir.
—Pediré un taxi —dijo Murphy—. Quiero vestirme y coger la moto. El coche todavía está en el parque y quizá aún quede familia allí. Dame una hora y estaré lista para llevarte adónde tengas que ir, si te ves con fuerzas.
—No tengo más remedio —dije.
Murphy llamó a un taxi y, justo cuando llegó, apareció Ebenezar en la puerta con una bolsa marrón de papel. Lo miré con una mezcla de emociones: alivio, afecto, sospecha, decepción, traición… Estaba hecho un lío.
Ebenezar vio esa mirada. Se detuvo en la puerta y dijo:
—Hoss, ¿cómo tienes la mano?
—Empiezo a sentir algo —dije—. Pero supongo que me desmayaré antes de recuperar toda la sensibilidad.
—Quizá te pueda ayudar, si me dejas.
—Ahora hablaremos de eso.
Murphy se había dado cuenta de la tensión que había entre nosotros ya en el albergue, así que dijo con voz y expresión neutrales:
—Ya está aquí mi taxi, Harry. Hasta dentro de una hora.
—Gracias, Murph —dije.
—Ha sido un placer, señorita Murphy —intervino Ebenezar, pero se corrigió casi al instante—. Teniente Murphy.
Murphy casi sonrió. Después me miró como preguntándome si estaría bien dejarme a solas con el viejo. Yo asentí con la cabeza y ella se marchó.
—Cierre la puerta —le dije a Ebenezar.
Obedeció y se giró hacia mí.
—Bueno, ¿qué quieres que te cuente?
—La verdad —contesté—. Quiero la verdad.
—No, eso no es cierto —dijo Ebenezar—. O al menos, ahora no. Harry, vas a tener que confiar en mí.
—No, de eso nada —respondí. Mi voz sonó dura y áspera—. He confiado en ti durante años. Ciegamente. Creo que con eso vale. Me lo debes.
Ebenezar aparcó la mirada.
—Quiero respuestas. Quiero la verdad.
—Te va a doler —dijo.
—Es lo que pasa a veces con la verdad. No me importa.
—A mí sí —dijo—. Hijo, no hay nadie en este mundo, nadie, a quien quisiera proteger tanto como a ti. Y esta carga es demasiado pesada para dejarla sobre tus hombros, sobre todo ahora. Podría matarte, Harry.
—Eso no depende de ti —dije en voz baja. Me sorprendió lo tranquila que sonó mi voz—. Quiero la verdad. Dímela. O vete de mi casa y no vuelvas más.
Vi frustración e incluso rabia genuina en el rostro del viejo. Respiró hondo y luego asintió. Dejó la bolsa de papel sobre la mesita de café y cruzó los brazos con la mirada perdida en mi chimenea. Las arrugas de su cara parecían más profundas. Sus ojos se centraron en el fuego o en algo detrás de las llamas. Su mirada era dura, y de alguna manera inspiraba miedo.
—Está bien —dijo—. Pregunta. Y contestaré. Pero esto podría cambiarlo todo para ti, Harry. Podría cambiar tu forma de pensar y de sentir.
—¿Sobre qué?
—Sobre ti mismo. Sobre mí, sobre el Consejo Blanco. Sobre todo.
—Lo soportaré.
Ebenezar asintió.
—Está bien, Hoss. No digas que no te lo advertí.