Capítulo 3

Los sentidos de Thomas evidentemente no podían compararse con los míos porque el vampiro de la Corte Negra tenía ya medio cuerpo dentro del Escarabajo cuando por fin exclamó atónito:

—¡Joder!

Intenté golpearlo en la cara con el codo izquierdo. Sabía que no podía herirlo, pero quizá así ganara algo de tiempo. Le di de lleno y conseguí que girara la cabeza hacia un lado. Mientras tanto con la otra mano busqué una caja situada en el suelo, entre los dos asientos, justo al lado del freno de mano. Dentro guardaba el arma que quizá evitara que me hiciera cachitos. El vampiro se aferró a mí con sus manos esqueléticas, sus uñas se clavaban como garras. Si no hubiera protegido mi guardapolvos con varios conjuros, me habría destrozado el pecho y me habría sacado el corazón con una sola mano. Pero gracias al potente hechizo que reforzaba el cuero, mi abrigo aguantó durante uno o dos segundos, el tiempo suficiente para que yo contraatacara.

Los vampiros de la Corte Negra existen desde el albor de la memoria humana. Tienen todos los poderes que describe Stoker en su libro, pero también todas las debilidades: ajo, símbolos de fe, la luz del sol, agua en movimiento, fuego, decapitación. El libro de Bram Stoker sirvió para que todo el mundo supiera cómo acabar con ellos, y casi fueron exterminados a principios del siglo XX. Solo sobrevivieron los más inteligentes, los más rápidos, los más despiadados de su especie, aquellos con siglos de experiencia en asuntos de vida y muerte. Sobre todo en asuntos de muerte.

Pero a pesar de su longevidad, dudo mucho que a ninguno de ellos lo atacaran con un globo lleno de agua.

O al menos no con un globo lleno de agua bendita.

Siempre llevo tres a mano en el coche, dentro de una caja. Cogí uno, lo escondí en la palma de la mano y se lo arrojé con fuerza a la cara. El globo se rompió y el agua bendita se esparció por toda su cabeza. Cuando alcanzó al vampiro, se produjo un fogonazo de luz plateada y la carne muerta de repente apareció envuelta en unas llamas blancas y frías, tan brillantes como una bengala de magnesio.

El no muerto dejó escapar un grito ronco y rancio, y comenzó a convulsionar de dolor. Después se apartó, moviéndose como un bicho medio muerto. Golpeó sin querer el volante con un brazo y el metal se dobló con un crujido.

—¡Thomas! —grité—. ¡Ayúdame!

Ya se había puesto en marcha. Se arrancó el cinturón de seguridad, subió las rodillas a la altura del pecho y giró a la izquierda. Con un grito lanzó ambos pies contra la cara del vampiro. Thomas no era rival para un no muerto de la Corte Negra, pero aun así, seguía siendo muy fuerte. La patada sacó al vampiro del coche y lo empotró contra la pared de madera de la caseta del guarda.

El agudo y burbujeante gruñido se convirtió en una serie de pequeños aunque feroces ladridos mientras el vampiro se revolvía débilmente. Intentó levantarse, con los ojos totalmente desorbitados y cubiertos de legañas blancas. Le faltaba un cuarto de su cabeza, aproximadamente, desde la oreja izquierda hasta la comisura de la boca. Los bordes de las quemaduras producidas por el agua bendita brillaban con una tenue llama dorada. Asquerosos cuajarones de un fluido blanco y grumoso salían de sus heridas.

Cogí otro globo de agua y alcé el brazo para lanzárselo.

El vampiro dejó escapar un sibilante alarido de rabia y terror, tras el cual se dio media vuelta y atravesó la pared negra de la caseta sin que le supusiera un gran esfuerzo. Se alejó corriendo por la calle.

—Se escapa —dijo Thomas mientras intentaba poner en marcha el coche.

—No —grité por encima de los ladridos—. Es una trampa.

Thomas pareció dudar.

—¿Cómo lo sabes?

—Sé quién es ese tío —repuse—. Estuvo en la fiesta de Bianca. Solo que entonces estaba vivo.

Thomas empalideció aún más, si eso era posible.

—¿Es uno de los que convirtió esa zorra chalada de la Corte Negra? ¿La que iba vestida como el psiquiatra de Hamlet?

—Se llama Mavra. Y sí.

—Mierda —murmuró—. Tienes razón. Es una trampa. Probablemente esté escondida por aquí, observándonos, esperando a que salgamos corriendo hacia algún callejón oscuro.

Intenté mover el volante. Estaba un poco duro, pero aún funcionaba. Bendito y todopoderoso Escarabajo azul. Encontré una plaza de aparcamiento y detuve el coche. Los ladridos del cachorro de nuevo se transformaron en feroces gruñidos.

—Mavra no necesita un callejón oscuro. Tiene mucho talento para los velos. Podría estar sentada en el capó y no la veríamos.

Thomas se humedeció los labios sin apartar la vista del aparcamiento.

—¿Crees que ha venido a por ti?

—Claro, ¿por qué no? Conseguí con engaños que no destruyera la espada Amoracchius y fue aliada de Bianca hasta que me la cargué. Además, estamos en guerra. Me sorprende que haya tardado tanto en aparecer.

—¡Joder, Harry! Esa tía me pone los pelos de punta.

—Y a mí. —Me agaché y metí una mano por debajo del asiento del conductor. Sentí un rabo peludo, lo agarré y saqué al animalito con todo el cuidado que pude. Era el perrito chalado de la oreja mellada. No me miró, pero seguía gruñendo y moviendo la cabeza de un lado a otro con violencia—. Menos mal que teníamos a este polizón. Si no el vampiro nos podría haber comido a los dos.

—¿Qué lleva en la boca? —preguntó Thomas.

El cachorro soltó lo que estaba mordiendo y cayó al suelo del Escarabajo.

Puaj —dije—. Es la oreja del vampiro. Se le habrá caído cuando le arrojé el agua bendita.

Thomas contempló la oreja en el suelo y se puso un poco verde.

—Se está moviendo.

El cachorro enseñaba los dientes y gruñía dando saltitos con la vista fija en la oreja podrida. La cogí con dos dedos y la tiré. El cachorro gris y negro pareció quedar muy satisfecho con el resultado final. Se sentó y abrió la boca con una sonrisa perruna.

—Menudos reflejos, Harry —dijo Thomas—. Cuando el vampiro se lanzó a por ti, quiero decir. Apabullantes. Eres más rápido que yo. ¿Cómo lo has conseguido?

—No ha sido para tanto. Había oído sus gruñidos y estaba buscando al pesado del chucho cuando sentí como el vampiro se acercaba unos segundos antes de que saltara sobre mí.

¡Uau! —dijo Thomas—. Pues has tenido mucha suerte.

—Sí. Creo que es la primera vez que me pasa.

El cachorro se giró de repente y se quedó mirando el camino por el que se había marchado el vampiro. Volvió a gruñir.

Thomas se puso rígido.

—Oye, Harry, ¿sabes qué?

—No, ¿qué?

—Creo que deberíamos entrar.

Cogí al cachorro y escruté la oscuridad, pero no vi nada.

—Lo mejor de no haber muerto desangrados es que podemos elegir ser prudentes —dije—. Vamos allá.