Capítulo 15

Lo primero que pensé fue: Uau, ¡qué voz más sexi! Lo segundo: ¿Cómo demonios nos ha alcanzado tan rápido?

Ah, y entre uno y otro pensamiento mi lado más práctico introdujo otra idea: No es bueno que te disparen.

Pero lo que en realidad salió de mi boca fue:

—¿De verdad te apellidas Romany?

No oí pisadas, pero su voz sonó más cerca cuando dijo:

—Es mi nombre de casada. Duró poco tiempo. Ahora por favor, apártate de mi hermano pequeño.

Toma ya, ¿era su hermana? Demencia familiar. Quizá no reaccionara de forma lógica ante una amenaza. Respiré hondo y me recordé a mí mismo que en semejantes circunstancias había que ser muy idiota para tensar más la cuerda con Lara Raith.

—Supongo que cuando lo haga, bajarás las armas —consulté.

—Mejor considera que si no lo haces, te pegaré un tiro.

—¡Oh, por amor de Dios! —Thomas suspiró—. Lara, ¿por qué no te relajas? Estábamos hablando.

Chasqueó la lengua y aquello casi sonó a reprobación maternal.

—Tommy, Tommy. Cuando dices chorradas como esa, tengo que esforzarme por recordar que mi hermano pequeño no es tan idiota como nos quiere hacer creer.

—¡Oh, venga! —dijo Thomas—. Esto es una pérdida de tiempo.

—Cállate —dije con un movimiento de varita no muy afortunado. Miré de reojo a Lara. Llevaba algo negro con medias y tacones…

¿Cómo coño nos había alcanzado con esos taconazos? Incluso para un mago, hay cosas que simplemente son increíbles.

Pero además sostenía en ambas manos dos pistolas. Seguramente no utilizaban la munición de gran calibre de armas más pesadas, pero hasta una balita pequeña me podría matar sin problemas. Las sostenía como si supiera lo que hacía. Salió lentamente de las sombras. Su piel brillaba. Llevaba poca ropa. Y estaba impresionante.

Apreté los dientes y luché contra el repentino impulso de hincarle el diente a las voluptuosas curvas de su vientre y muslos, y mantuve la varita encendida, apuntando a Thomas.

—Atrás, guapa. Baja las armas, corta el rollo hechicero superseductor y hablemos.

Se detuvo entre un paso y el siguiente, con expresión de contrariedad en el rostro. Entornó los ojos y su voz se deslizó por el aire como la miel y la heroína.

—¿Qué has dicho?

Luché contra la presión de aquella voz y gruñí:

—Atrás. —El Quijote que llevo dentro todavía resistía y añadí—: Por favor.

Me miró durante un momento, y luego pestañeó lentamente, como si de repente me viera por primera vez.

—¡Vaya por Dios! —murmuró con el tono de alguien que maldice—. Eres Harry Dresden.

—No te fustigues. En un alarde de ingenio se me ocurrió camuflar mi identidad bajo la de Harry, el ayudante de producción.

Apretó los labios (en un gesto igualmente delicioso) y dijo:

—¿Por qué te has lanzado a por mi hermano?

—La cosa estaba muy parada y todos los demás tenían cosas que hacer.

Ni siquiera me avisó. Una de las pistolitas disparó, sentí un fogonazo de dolor escarlata en la cabeza y caí sobre una rodilla.

Sin dejar de apuntar con mi varita a Thomas me llevé una mano a la oreja. Cuando la aparté estaba manchada de sangre, pero el dolor ya había empezado a desvanecerse. Lara alzó una de sus delicadas cejas. Caray. La bala pasó rozando la oreja. Con semejante puntería, no le sería difícil meterme una bala entre ceja y ceja.

—Normalmente apreciaría esa clase de réplica ocurrente —dijo con un murmullo aterciopelado, probablemente porque pensaba que daba más miedo que hablar en voz alta—. Pero cuando está en juego la vida de mi hermano, no estoy de humor para jueguecitos.

—Entendido —dije con voz temblorosa. Bajé la varita mágica hasta que dejó de apuntar a Thomas y dispersé la energía que había concentrado en ella. El fuego de su extremo se apagó.

—Estupendo —dijo Lara, y dejó de apuntarme. La fría brisa del otoño enredó su oscuro y brillante pelo alrededor de la cabeza y sus ojos verdes brillaron como la plata a media luz.

—Harry —dijo Thomas—, te presento a mi hermana mayor, Lara. Lara, Harry Dresden.

—Un placer —susurró—. Thomas, quítate de detrás del mago. No quiero que te alcance un disparo que lo atraviese.

El estómago se me encogió. Aún sostenía mi varita mágica en la mano, pero Lara tardaría menos en apretar el gatillo que yo en apuntar y descargar sobre ella.

—Espera —dijo Thomas. Se incorporó sobre una rodilla y se interpuso entre la vampiresa blanca y yo—. No lo mates.

Aquella reacción hizo que su hermana arqueara una ceja, pero en su boca había una media sonrisa.

—¿Por qué no?

—Para empezar, es posible que tuviera tiempo de liberar su hechizo de muerte.

—Cierto, ¿y?

Thomas se encogió de hombros.

—Y por otras razones personales. Te agradecería que primero habláramos del tema.

—Yo también —apostillé.

Lara mantuvo aquella cruel sonrisa en sus labios.

—Lo cierto es que me gustas, mago, pero… —suspiró—. No hay muchas posibilidades de negociación, Thomas. La presencia de Dresden aquí es inaceptable. La aventura empresarial de Arturo es un asunto interno de la Corte Blanca.

—No estoy aquí para interferir con la Corte Blanca —afirmé—. Esa no era mi intención en absoluto.

Lara me contempló un momento.

—Todos sabemos lo que valen las intenciones. Pues ¿por qué estás aquí, mago?

—Esa es una buena pregunta —dije volviéndome hacia Thomas—. Y me encantaría contestarla.

Thomas, de repente, parecía asustado. Miró a Lara y me dio la impresión de que se estaba preparando para lanzarse contra ella.

Lara frunció el ceño y se dirigió a su hermano:

—¿Thomas? ¿De qué está hablado?

—Esto es como matar moscas a cañonazos, Lara —respondió Thomas—. No es nada, de verdad.

Lara abrió los ojos como platos.

—¿Tú lo metiste en esto?

—Eh… —comenzó a decir Thomas.

—Pues claro que me metió él —corroboré—. ¿Qué pensabas? ¿Qué había venido a pasar el rato?

Lara miró a Thomas boquiabierta.

—¿Cómo se te ocurre meterle en esto justo ahora?

Thomas apretó los labios durante unos segundos, después se levantó lentamente. Puso cara de dolor y se llevó una mano a los riñones.

—Pues ya ves.

—Te matará —dijo Lara—. Te matará, o algo peor. No tienes ni una décima parte de la fuerza necesaria para ser una amenaza.

—Eso depende —dijo Thomas.

—¿De qué? —preguntó.

—De a quién apoyen los restantes miembros de la casa.

Lara dejó escapar una corta risotada de incredulidad.

—¿Crees que alguno de nosotros te apoyará en este asunto?

—¿Por qué no? —dijo Thomas con calma—. Piénsalo. Padre es fuerte, pero no invencible. Si consigo dominarlo con mi influencia, me dejará al cargo, y yo soy mucho más fácil de derrocar que él. Pero si pierdo, siempre puedes alegar que te hipnoticé o que te esclavicé. Sería el chivo expiatorio perfecto. La vida seguiría para ti y el único que pagaría sería yo.

Entornó los ojos.

—¿Has estado leyendo a Maquiavelo otra vez?

—Sí, a Justine, en la cama.

Lara guardó silencio durante un momento con expresión pensativa.

—No es una buena idea, Thomas.

—Pero…

—Y no podías haber escogido peor momento. La posición de Raith ya es precaria entre las Casas. La inestabilidad interna ahora podría hacernos vulnerables a Skavis, Malvora o a gente del estilo. Si detectan la más mínima debilidad, no dudarán en destruirnos.

—Papá no está bien —replicó Thomas—. Hace años que no lo está y todos lo sabemos. Se está haciendo viejo. Es solo cuestión de tiempo que otro decida ocupar su puesto, y cuando eso ocurra, todos caeremos con él.

Lara negó con la cabeza.

—¿Sabes cuántos hermanos y hermanas me han dicho esas palabras en todos estos años? Acabó con todos ellos.

—Se alzaron contra él en solitario. Yo hablo de que trabajemos juntos. Podemos hacerlo.

—¿Pero por qué precisamente ahora?

—¿Por qué no?

Lara torció el gesto y lo miró fijamente durante más de sesenta segundos. Después se estremeció, respiró hondo y me apuntó con una pistola a la cabeza. Con la otra encañonó a Thomas.

—Lara… —protestó.

—Pon esa mano donde pueda verla, vamos.

Thomas se puso tenso, pero apartó la mano de la espalda; estaba vacía. Alcé la vista y vi un bulto en su camisa a la altura del cinturón.

Lara asintió.

—Lo siento, Tommy. Te tengo mucho cariño, pero no conoces a padre como yo. No eres el único Raith que saca provecho de que los demás lo subestimen. Padre sospecha que te traes algo entre manos, y si piensa por un momento que estoy de tu lado, me matará. Sin dudarlo.

La voz de Thomas sonó desesperada.

—Lara, si nos unimos…

—Moriremos juntos. Si no nos mata él, lo hará Malvora o gente de esa calaña. No tengo otra elección. No voy a disfrutar matándote.

—¡Pues no lo hagas! —exclamó.

—¿Y dejarte a merced de padre? Hasta yo tengo mis principios. Te quiero como la que más, pero no he sobrevivido tantos años corriendo riesgos innecesarios.

Thomas tragó saliva. No me miró, pero se inclinó ligeramente hacia un lado y su camisa se deslizó lo suficiente para mostrarme la empuñadura de una pistola que llevaba oculta a la espalda, sujeta con la cinturilla de los vaqueros. No lo miré. No habría tenido tiempo de cogerla y disparar antes de que Lara me matara, pero si Thomas la distraía un momento, quizá tuviéramos una oportunidad.

Thomas respiró hondo y dijo:

—Lara.

Algo en su voz había cambiado. El tono parecía el mismo, al menos en la superficie, pero había algo por debajo que hacía que el aire restallara con un soterrado poder de seducción. Demandaba atención. Qué cojones, demandaba un montón de cosas y era espeluznante escuchar aquello de su boca. Me alegré de que Thomas no se dirigiera a mí, porque habría resultado muy confuso.

—Lara —dijo de nuevo. La vi balancearse ligeramente—. Déjame hablar.

Evidentemente aquel balanceo se debía más a la fría brisa de la noche y los tacones que a la voz de Thomas.

—Me temo que lo único que tienes que decir es adiós, hermanito. —Lara amartilló las dos pistolas con expresión tranquila y ausente—. Y ya te puedes ir despidiendo del mago también.