Capítulo 19

Lord Raith miró a Lara de arriba abajo.

—Ese modelito que llevas es muy moderno.

—Hemos tenido una noche movida.

Raith asintió y se acercó a Inari. Le acarició con suavidad el hombro mientras contemplaba el brazo que llevaba en cabestrillo.

—¿Qué te ha ocurrido, hija mía?

Inari lo miró con ojos llenos de dolor y cansancio, y se explayó:

—Nos han asaltado. O algo así. Yo creo que era una banda. ¿Qué iba a ser si no?

Raith no dudó ni un segundo.

—Cierto, claro. —Clavó los ojos en Lara y le recriminó—: ¿Cómo has permitido que le pase esto a tu hermana pequeña?

—Perdóname, padre —dijo Lara.

Raith agitó una mano para quitarle importancia.

—Tiene que verla un médico, Lara. Creo que en los hospitales hay muchos.

—Bruce está aquí —respondió Lara—. Seguro que él se puede encargar.

—¿Qué Bruce?

Habría esperado detectar fastidio en la respuesta de Lara, pero si lo sentía lo supo disimular bien.

—El médico.

—¿Ha venido contigo desde California? Qué casualidad.

Yo ya no tuve más remedio que saltar.

—Bueno, ya está bien. Se acabó la charla. Esta chica está a punto de desmayarse y Thomas se está muriendo. Así que callaos los dos y ayudadlos.

Raith se volvió hacia mí y me miró con ojos asesinos. Su voz sonó tan fría que me hizo comprender los fundamentos físicos de la escala Kelvin.

—A mí no me da órdenes nadie.

Apreté los dientes y dije:

—Callaos los dos y ayudadlos. Por favor.

Y luego dicen que no tengo tacto.

Irritado, Raith agitó una mano en dirección a la brigada sujeta velas. Los barbies y kens guardaespaldas desenfundaron sus pistolas al mismo tiempo y me apuntaron.

—¡No! —dijo Lara colocándose delante de Thomas y de mí—. No puedes.

—¿Ah, no? —se sorprendió Raith. Su voz sonó peligrosamente suave.

—Podrían herir a Thomas.

—Confío en su puntería. No le darán —dijo Raith en un tono que daba a entender que si lo alcanzaban tampoco iba perder el sueño.

—Son mis invitados —repuso Lara.

Raith la miró fijamente durante un momento y luego, en el mismo tono de voz suave preguntó:

—¿Por qué?

—Hemos acordado una tregua de veinticuatro horas mientras nos ayudaba —contestó Lara—. Si no fuera por él, probablemente todos estaríamos muertos.

Raith inclinó la cabeza a un lado. Me miró durante un rato y luego sonrió. En cuestión de sonrisas, Thomas le ganaba de cabeza. La sonrisa de Thomas estaba tan llena de vida que casi la podías sentir. La de lord Raith me recordaba a tiburones y calaveras.

—Supongo que sería una grosería no reconocer que estoy en deuda contigo, joven. Respetaré la tregua, así como la invitación y la hospitalidad de mi hija. Gracias por tu ayuda.

—Vale —contesté—. ¿Podríais callaros de una vez y ayudarlos, por favor? Porfa, porfa, please.

—Yo antes admiraba ese tipo de cabezonería monolítica. —Raith volvió a agitar la mano, aunque su mirada seguía siendo igualmente fría. Los matones guardaron las armas. Un hombre y una mujer se acercaron a Inari, y la ayudaron a entrar en la casa—. Lara, lleva al médico a su cuarto, por favor. Suponiendo que todavía tenga la mente lo bastante clara como para atenderla.

Lara inclinó la cabeza una vez más, aunque algo me dijo que no le resultó fácil.

—Os espero a Thomas y a ti en mis aposentos al amanecer para que me informéis de lo que ha sucedido. Y en cuanto a usted, mago Dresden…

El rey de la Corte Blanca me reconoció al momento. Esto se ponía cada vez mejor.

—Lara lo conducirá hasta el cuarto de Thomas. Su chica está allí, imagino. —Y a continuación, lord Raith entró en la casa seguido de su guardia personal.

Según mis cuentas, quedaban dos guardaespaldas disponibles para llevar a Thomas a cuestas, pero gruñí como un tío duro y me propuse hacerlo yo solo. Comenzamos a caminar hacia la casa.

—Un tío muy majo —le comenté a Lara entre jadeos—. Y pensar que me preocupaba conocerlo…

—Ya —murmuró Lara—. La verdad es que se ha mostrado muy amable.

—Pero en sus ojos no había amabilidad —dije.

Lara me miró de nuevo y en su expresión vi algo parecido al respeto.

—Te has dado cuenta.

—Pues sí, a eso me dedico.

Asintió.

—Entonces, por favor, créeme cuando te digo que nosotros nos dedicamos al engaño, mago. A mi padre no le gustas. Sospecho que desea tu muerte.

—Me pasa mucho.

Lara me sonrió y sentí como me invadía otra oleada de lujuria, aunque esta vez no estaba provocada por su hechizo de seducción. Era una mujer lista, dura y muy valiente. Y eso lo tenía que reconocer. Pero además caminaba a mi lado vestida solo con un escasísimo conjunto de lencería negra. La verdad es que la sangre y el icor daban un poco de grima, pero así pude mirarla bien de arriba a abajo.

Subimos por una estrecha escalera en curva y luego recorrimos un largo pasillo. Intenté memorizar cosas concretas para reconocer el camino de vuelta si tenía que salir de allí por piernas. Por un momento no pude ver con claridad, y el pitido de mis oídos aumentó de volumen. Respiré hondo y me apoyé contra la pared.

—Espera —me pidió Lara. Se volvió hacia mí y cogió a Thomas. Y, o era más fuerte que yo o se le daba muy bien fingir que aquello estaba chupado. Probablemente ambas cosas.

Roté un par de veces los hombros doloridos con gran alivio.

—Gracias. ¿Cómo está?

—Las balas no lo van a matar —dijo—. Porque si no, ya habría muerto. El Hambre quizá sí.

Alcé una ceja inquisitiva.

—El Hambre —repitió—. Nuestra necesidad de alimento. El ángel de nuestra naturaleza más oscura. Podemos recurrir a él para que nos proporcione fuerza extra, pero es como el fuego. Se puede volver contra ti si no lo mantienes bajo control. Ahora mismo, Thomas tiene tanta hambre que no puede ni pensar. No se puede mover. Pero en cuanto se alimente, estará bien.

Sentí un cosquilleo en la nuca y miré hacia atrás por el rabillo del ojo.

—La conductora de tu padre nos está siguiendo.

Lara asintió con la cabeza.

—Ella se deshará del cuerpo.

La miré atónito.

—¿No has dicho que se iba a poner bien?

—Él sí —dijo Lara, con tono cuidadosamente neutro—. Justine, no.

—¿Qué?

—Demasiada Hambre —explicó Lara—. No podrá parar.

—Y una mierda —le espeté—. No lo voy a permitir.

—Entonces el que morirá será él —dijo Lara con voz cansada—. Esta es la puerta de su cuarto.

Se detuvo delante y le abrí la puerta sin pensar, como si llevara el piloto automático puesto. Entramos en una habitación bastante grande dominada por una especie de foso. La alfombra que cubría el suelo era de un rojo oscuro y sensual. Había almohadones por todas partes y un brasero humeante en el centro del foso. El aire era pesado y olía a incienso. Una suave música de jazz flotaba sobre nuestras cabezas, procedente de altavoces ocultos a la vista.

Al otro lado de la habitación algo se movió detrás de una cortina que servía para separar esa estancia de otra contigua. Y entonces apareció Justine. Su pelo oscuro y largo estaba adornado con mechones en color azul oscuro y morado. Llevaba un albornoz varias tallas mayor de la suya y parecía que acabara de despertarse. Pestañeó varias veces y nos miró con ojos todavía adormilados. Pero de repente ahogó un gritó y se acercó corriendo a nosotros.

—¡Thomas! ¡Dios mío!

Miré hacia atrás disimuladamente. La conductora permanecía fuera, en el pasillo, hablando en voz baja por su teléfono móvil.

Lara llevó a Thomas hasta el foso y lo dejó con cuidado sobre las almohadas y los cojines, Justine no se apartó de su lado. En el rostro de la joven había preocupación.

—¡Harry! ¿Qué le ha pasado?

Lara me miró y dijo.

—Tengo que asegurarme de que están atendiendo a Inari. Así que si me perdonas… —Yo no la perdoné, pero se marchó de la habitación de todas formas.

—Lara le disparó —dije en voz baja—. Y luego unos gorilas de la Corte Negra se nos echaron encima.

—¿Lara?

—No me pareció que la idea le hiciera mucha gracia, pero apretó el gatillo de todas formas. Dice que se ha quedado sin reservas tras la lucha y que morirá si no se alimenta.

Los ojos de Justine se fijaron en la puerta, donde esperaba la conductora y se puso pálida.

—¡Oh! —susurró.

Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¡Oh, no! No, no —gimió—. Mi pobre Thomas.

Di un paso hacia delante.

—No tienes por qué hacerlo.

—Pero si no lo hago, morirá.

—¿Crees que él te lo permitiría?

Le temblaron los labios y cerró los ojos por un momento.

—No lo sé. Pero lo he visto. Sé que hay algo dentro de él que lo desea.

—Y hay otra parte que no —respondí—. Otra parte que quiere que sigas viva y feliz.

Se sentó sobre sus talones junto a Thomas, mirándolo fijamente. Le acarició la mejilla y el vampiro se movió por primera vez desde su enfrentamiento con Uniorejo. Giró la cabeza y besó con suavidad la mano de Justine.

La joven se estremeció.

—Quizá no necesite mucho. Siempre intenta controlarse. No quiere hacerme daño. Quizá consiga parar.

—¿De verdad lo crees?

Justine guardó silencio por un momento y luego añadió:

—No importa. No voy a dejarlo morir cuando sé que puedo ayudarlo.

—¿Por qué no?

Alzó la vista y me miró con ojos tranquilos.

—Lo quiero.

—Eres adicta a él —la corregí.

—Eso también —admitió—. Pero tampoco cambia nada. Lo quiero.

—¿Aunque te acabe matando? —pregunté.

Asintió con la cabeza mientras acariciaba con dulzura la mejilla de Thomas.

—Por supuesto.

Me disponía a refutar su razonamiento cuando, justo en ese momento, el subidón de energía procedente de la hebilla de mi cinturón se desvaneció. Comencé a temblar con violencia. El dolor de mis heridas regresó de golpe. El cansancio cayó sobre mí como una mochila llena de plomo. El cerebro se me hizo papilla.

Luego recuerdo vagamente que Justine me ayudó a mantenerme en pie y me condujo hasta un cuarto profusamente decorado que se escondía tras las cortinas. Me ayudó a recostarme en la cama y se dirigió a mí:

—¿Se lo dirás, verdad? —dijo entre lágrimas—. ¿Le dirás lo que te he dicho? ¿Qué lo amo?

La habitación me daba vueltas, pero le prometí que lo haría.

Me besó en la frente y me sonrió con tristeza.

—Gracias Harry. Siempre nos has ayudado.

Mi visión se convirtió en un túnel gris cada vez más estrecho. Intenté levantarme, pero apenas podía girar la cabeza.

Así que lo único que pude hacer fue contemplar como Justine se quitaba el albornoz y acudía a ayudar a Thomas.

Y a una muerte segura.