44

Me despierto sobresaltada. El timbre está sonando. Irrumpe en mi casa junto con varios golpes en la puerta y gritos estridentes a tres voces. Mi nombre se repite constantemente desde el rellano. Cansada y furiosa por la escandalera, vuelo por el salón hasta girar las llaves y abrir la puerta.

Son ellas. Y las tres se me quedan mirando de hito en hito como si fuera un monstruo de tres cabezas.

—¿Pero quién eres tú y qué has hecho con Carla?

Me empujan sin miramientos y cierran la puerta tras ellas.

—Fijaos en lo que lleva puesto… —murmura Carmen.

Confundida, me echo un vistazo a mí misma y maldigo por lo bajo. ¡Mierda! ¡Mi Pequeño Pony! ¿Cómo no me he dado cuenta?

—¡Arg! ¡A la ducha!

Entre las tres, me inmovilizan y me llevan a rastras hasta el cuarto de baño. Forcejeo pegando cuatro gritos, pero ellas no desisten. Me quitan el pijama, me dejan en cueros y me estampan contra la mampara de la ducha. Por Dios, qué brutas son, me voy a romper los dientes con tanto meneo.

Carmen coge el teléfono de la ducha y me lo enchufa como a un presidiario. Chillo dando saltos de lo fría que está el agua.

—¡Pero qué estáis haciendo!

—¡Vamos a salir!

—¡No!

—¡Sí! —gritan a la vez.

Eva me tira del pelo para enjabonarlo, pero me zafo y le arrebato a Carmen el cable de la ducha. Esto es estúpido, sé ducharme yo solita. Si tan desagradable es mi aspecto, vale, me asearé, pero no pienso ir a ninguna parte. Ni hoy, ni en mucho tiempo.

Cuando termino y me cubro con una toalla, vuelven a la carga. Tiran de mí hasta la habitación y allí, entre todas, empiezan a fisgonear por mi armario. Carmen busca vestidos, Eva tira bragas por el aire y Vicky abre cajas de zapatos. Me levanto cogiendo carrerilla, pero me vuelven a sentar.

—Chicas no insistáis, no me apetece salir ¡esto es ridículo! —pataleo—. Si queréis pedimos algo y nos quedamos aquí, pero por favor…

—No hay “peros” —corta Carmen—. Cuando nos obligas a salir a nosotras, tampoco nos dejas protestar.

Miro a Vicky y finjo un puchero.

—Vicky, tú eres una mujer sensata…

—Y por eso te estoy ignorando.

Resoplo, me pico y no respiro.

Dejo de resistirme, es inútil. Son muchas contra mí, van a poder conmigo. El aire fresco no me vendrá mal y lo cierto es que tengo mucha hambre. Si ocurriese cualquier encuentro funesto, sé que ellas serían mi escudo y me protegerían así que me dejo convencer bajando los humos.

Entre todas, me ayudan a arreglarme. Carmen escoge un bonito vestido de Miriam Ocariz hasta media pierna. Tiene una lazada negra en la cintura y es bicolor. Por arriba champán y por debajo predomina un estampado floral. Tras subirme la cremallera y contemplar su elección, mi vista se clava en su vientre.

No lo puedo evitar. Lleva a alguien más ahí dentro, y lo va a seguir llevando los próximos siete meses. Idiotizada, poso mi mano sobre la tela de su vestido. Mi amiga se tensa a mi contacto, pero tampoco se aparta.

Mordisqueo mi labio consciente de la tontería que estoy haciendo. Es imposible que pueda notar algo pero aún así, no puedo retirar la mano.

—¿No tienes nada nuevo que decirme? —pregunto en un hilillo de voz.

No sé el motivo, pero me embarga la emoción. ¿Se me está despertando algún tipo de instinto maternal?

—¡Cómo lo sabes!

Su gritito me placa de tal modo que doy un paso atrás. Vicky y Eva también bajan la vista desconcertadas.

—Me he enterado por tu futura suegra. ¿Te parece bonito?

—¿Cómo que “futura suegra”? ¿De qué habláis?

Abro la boca y los ojos mitad espantada y mitad descojonada. No se lo ha dicho a ninguna…

Carmen pone los brazos en jarras y me reprende con la mirada. Doy por hecho que he estropeado su pequeña sorpresa.

—Lo siento, chicas, esto no es lo que tenía planeado. Pensaba decíroslo cuando fuerais por la cuarta copa, o la quinta… —dice encogiéndose de hombros—. Héctor y yo vamos a tener el bebé.

Eva deja caer toda la ropa al suelo.

—¡Ay, que me caigo muerta! ¡Tú estás zumbada!

Vicky, en cambio, hace un esfuerzo por esconder una sonrisa.

—¿No ibas a abortar? ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

—Lo he pensado mejor —admite Carmen—. Me sorprendió la reacción de Héctor. Evidentemente, no llegue allí y dije: “Hola, estoy embarazada, abortamos, ¿no?”. Simplemente dije: “Estoy embarazada” y él se quedó en shock. Pero un par de cervezas y de minutos en silencio más tarde, va y me dice: “Bueno, ¿y ahora qué hacemos? ¿Te vienes tú a Barcelona o voy yo a Madrid?”.

El resto nos miramos mudas de asombro.

—Ni siquiera dudó.

—Entonces es que está igual de zumbado que tú.

—No, Eva. Sencillamente es un hombre maduro y responsable. Está negociando la posibilidad de un traslado a las oficinas de Madrid.

Me río incrédula.

—¿Mi primo se va a venir a vivir aquí?

—Parece que sí —sonríe ella—. ¿Estás contenta? Vamos a ser familia.

Río emocionada y me lanzo a sus brazos.

Estar junto a mi primo en esta nueva aventura le va a sentar bien. Sé que le dará cariño y la apoyará. Además, me está brindando infinitas oportunidades para vacilarle a gusto durante el resto del embarazo.

Vicky se une a nosotras.

—Enhorabuena, cariño.

Se nos escapa alguna que otra lágrima. Esto sí que son novedades y el resto minucias.

—Lo importante es que lo tengas claro y estés satisfecha con tu decisión —opino achuchándola.

—Lo estoy.

—Entonces, también lo estaremos el resto —rumio mirando a Eva—. ¿Verdad?

—Qué fuerte, manudo paverío… ¡Que no se va a poner tetas, que va a ser madre!

Vicky le resta importancia animando a Carmen.

—Tú tranquila, ya se acostumbrará.

Eva pone cara de pena.

—¿Ya no vas a salir de fiesta nunca más?

—Ya estamos…

Poco después, hacemos nuestro pedido en Phuket Thai. Mis amigas ya habían hecho una reserva. Bebemos un trago de vino mientras Carmen hace lo propio con agua. Sonrío sin querer.

Cuando una amiga a nuestra edad te dice que está embarazada, te acojonas muchísimo. Te extrañas, no sabes si la extraterrestre es ella o lo eres tú. Sabes que las cosas van a cambiar, que lo harán para siempre. Pero de pronto y sin saber por qué razón, notas su entusiasmo y te lo contagia como si ese crío fuera parte de ti.

Eva no aparta sus ojos de Carmen. Creo que contiene los escalofríos. Le va a costar superar esto.

—Deja de mirarme, ¡petarda!

Vicky se echa a reír.

—Sí, a ver si va a ser contagioso.

—Lagarto-lagarto… —murmura Eva haciendo un gesto con los dedos.

—¿Qué es lo que estás haciendo aquí, Eva? —pregunto yo—. ¿Por qué estás en Madrid?

Ella se me queda mirando como si su respuesta fuera una obviedad.

—Porque ya no pinto nada en Stuttgart, Carla. Me despidieron.

Me llevo las manos a la boca. ¿Otra vez?

—¿Qué pensabas que iba a pasar? Ahora también soy famosa en Alemania, salí en todos los zapping. Merkel me ha declarado persona non grata.

Pobre mujer y todo para nada. No entiendo cómo no está totalmente derrumbada como la otra vez. Acaricio su espalda con afecto e intento reconfortarla ante su cara de circunstancia.

—¿Vas a volver a buscar trabajo fuera?

Eva sonríe mostrando los dientes.

—No, no me va a hacer falta. He pensado que quiero probar suerte con la escritura.

El resto nos miramos enarcando la misma ceja.

—¿Vas a escribir una novela?

—Algo así, pero basado en experiencias propias. Creo que tendrían filón y, además, tengo buenos contactos en ciertas editoriales… —asegura guiñándole un ojo a Carmen.

Como eso sea cierto, yo voy a ser la primera en comprárselo. Ya me imagino todo el historial de Eva aglutinado en un único libro haciendo uso de un personaje ficticio. Así hará balance de lo vivido. Le vendrá de perlas para desahogarse y recapacitar sobre lo recién ocurrido.

—Por cierto, Manu te manda besos. Quería acompañarnos, pero ya le dije que era noche de chicas.

Me giro a cámara rápida.

—¿Estáis juntos?

No veo guasa en su rostro, simplemente continúa sonriendo radiante.

—Sí. El sábado me mandó a la mierda por teléfono, pero el lunes hice otra de las mías. Estoy que me salgo últimamente.

Soy idiota. No voy a volver a recluirme en mi propia burbuja como lo he hecho. Pasan demasiadas cosas interesantes.

—¿Y tu vecino el vikingo?

Eva se encoge de hombros inocentona.

—Me lo inventé. La idea era que corriera la voz, llegara a oídos de Manu y al pensar que estaba con otro, fuera más fácil olvidarme.

Menudo desastre de mujer. Sí, puede que eso hubiera acelerado el proceso de olvido, pero también habría cooperado para que la odiase con saña.

—Lo que pasa es que después medité sobre lo que me dijiste —prosigue—. Y me di cuenta de que no quiero que Manu me olvide, ni yo tampoco quiero olvidarme de él.

—Dime qué ocurrió el lunes.

—Me presenté en McNeill por sorpresa —comenta cabeceando—. Pasé de la recepcionista olímpicamente y entré gritando “¡Manu, Manu, Manu!”, como una posesa, hasta que lo encontré.

Joder, ojalá me hubieran despedido este martes.

—Se levantó de un salto y yo empecé a declararme delante de un montón de gente otra vez.

—¿Y él qué hizo?

—Lo que hubiéramos hecho todos, ponerse como un tomate. Me cogió de la mano y me llevó a zancadas hasta el comedor. Cuando nos quedamos solos, me soltó un montón de reproches, me hizo prometer otro montón de cosas y… Y el resto te lo imaginas.

Carmen suelta un par de carcajadas.

—Le llevó un pan de jengibre en forma de corazón. Como los del Oktoberfest…

—¡Pero cállate!

El resto no aguantamos más y reímos a mandíbula batiente. Los comensales nos miran, pero es que esto es demasiado. Imaginaba que aún quedaba un poco de la antigua Eva en su interior y vaya que si quedaba. Declaraciones en directo por la tele, más declaraciones en mitad de una oficina abarrotada de gente, galletitas en forma de corazón… Si se ha molestado tanto, es que esta mujer está completamente loca por Manu.

Menos mal que ha reaccionado a tiempo. Era obvio que mi antiguo compi empezaba a perder la paciencia. Tienen que estar los dos como en una nube.

—¡No te reconozco! —chillo desternillándome.

—Ni yo…

—¿Buscamos fecha para la boda? —ríe Vicky.

—¡Ni hablar!

No podemos parar, nos ha dado un buen ataque a las tres. Eva se pone de todos los colores y bebe vino a sorbitos. Me empieza a doler el estómago de tanto reír.

—Venga, venga, menos cachondeo —nos reprende haciendo aspavientos—. Sois vosotras, que me habéis pegado la estupidez.

Encima la culpa la tenemos las demás. Le doy un par de palmaditas apiadándome de su escondida inocencia.

—Sí, sí, tú ríete, que lo tuyo sí que tiene miga. ¿Cuándo piensas dejar de castigar a Morales?

Se me corta la risa de golpe. Por un momento he visto lo positivo en salir a divertirme con mis amigas, pero ahora ya no veo la diversión por ninguna parte. Vicky y Víctor están arreglando sus diferencias, Eva y Manu vuelven a estar juntos y Carmen va a tener un hijo con mi primo.

Yo no tengo ni una sola buena noticia, por lo que prefiero que sigamos donde lo habíamos dejado y que ignoren mi vida durante los próximos… no sé… años.

—No quiero que hablemos de él esta noche —zanjo morruda—. Dadme tiempo, necesito un respiro.

—No, lo necesitas a él. Ese tío es una joya, no comprendo por qué te has puesto así.

Vicky sale en mi defensa.

—Oye, Eva, yo creo que tiene derecho a cabrearse…

—Pues que espabile y le levante el castigo que este el día menos pensado se va con otra. Y mira que un tío como él lo tiene bien fácil.

Sus palabras me dejan atónita.

—No digas eso, Eva. Dani no es así.

Ya no.

—Bueno, bueno, allá tú —despacha con las manos—. Pero que sepas que lo que ha hecho Morales es mucho más romántico que lo que haya hecho ningún otro hombre por ti en tu vida.

Vale, eso sí que me ha dejado de piedra. Si lo está haciendo para hacerme daño, es muy cruel. Yo tan solo me he reído de su repentina actitud enamoradiza y bobalicona.

Eva se me queda mirando esperando a que contraataque, pero no tengo claro cómo hacerlo ya que no parece que esté bromeando. Está muy seria. Echo un vistazo a las otras dos. Vicky frunce el ceño y Carmen asiente dando la razón a Eva.

Esto me parece muy fuera de lugar.

—¿De qué estás hablando?

Ella baja la voz y masculla:

—De la redada, gilipollas.

Parpadeo.

—¿Qué redada?

—La del Chains.

Aún con la boca abierta y la vista horrorizada, me giro mecánicamente y vuelvo al otro lado de la mesa.

—¿Qué dice esta loca? Eva, no entiendo nada.

Mi amiga cambia de expresión. Si pudiera verme en un espejo, sé que tendría exactamente la misma cara que está poniendo ella.

—Joder… ¿Tú por qué estás cabreada?

¿En serio? ¿A estas alturas?

—Porque Dani tuvo una recaída.

Ella se echa hacia atrás con desconfianza, igual que hizo Vicky el lunes.

—No puede ser… ¿cuándo?

—Cuando se le ocurrió ir a ver a su amigo Mario y le pidió coca. ¿Dónde coño ves tú el romanticismo en eso?

Eva se estampa las dos manos en la cara. Por cómo ha sonado ese bofetón, le ha tenido que escocer.

—Ay, Carla… Ay, Carla, que me parece que sois los dos a cada cual más bobo.

—¿Eva? —inquiere Vicky.

—Carla, Morales sí que fue a ver a Mario para que le pasara droga, pero no para él sino para joderle la vida a tu ex.