4
No he pasado muy buena noche. Dormir con un brazo custodiado en un cabestrillo es bastante incómodo y si a eso le sumamos el dolor y la inflamación del hombro, tenemos una duermevela asegurada.
Mis tíos han aparecido a primerísima hora de la mañana y esta vez lo han hecho con una enfermera que me ha inyectado más calmantes. Parece que el dolor se reduce, aunque no tanto como quisiera.
Lo cierto es que estoy deseando salir de aquí y volver a mi casa. Los hospitales no me traen buenos recuerdos y, por supuesto, no resultan un sitio agradable para nadie. Dani está haciendo lo que está en su mano para que la estancia me sea lo más cómoda posible. Se desvive en atenciones y cuidados que si bien en un principio me sorprendían, ahora me maravillan.
Casi todos ellos.
—Come.
—No.
—Carla, come —insiste señalando mi filete de hospital—. Llevas con suero intravenoso desde el viernes. Y recuerda lo que comiste el viernes. Porque lo recuerdas, ¿no?
Mis tíos cambian al mismo gesto de preocupación que el suyo pero es del todo innecesario.
—Que sí, no seáis pesados. Ya os he dicho que mi cabeza sigue igual que antes.
Dani se relaja y trincha un trozo de carne acercándomelo a la boca. Vuelvo a negar rotundamente.
—Venga, no seas cría.
Aprieto los labios conteniéndome para no decirle todo lo que quiero delante de mis tíos.
—Está muy seco.
—Espera, que les pido el menú ejecutivo a ver si tienen Black Angus.
—¡Que se me hace bola! —protesto—. ¡Pruébalo tú!
Dani pone los ojos en blanco pero obedece mi orden. Nada más comenzar a masticar, sus mohines obligan a mi tía a mirar hacia otra parte para aguantarse la risa.
—Esto es una jodida alpargata —masculla ceñudo—. ¿Te subo algo de la cafetería?
—Tampoco tengo mucha hambre…
—Ahora vuelvo.
Nos da la espalda y cuando abre la puerta, se topa de lleno con Manu. Sonrío, ya pensé que no vendría. Ambos se dan un breve abrazo y Dani desaparece por el pasillo.
Al verme, Manu sonríe a su vez y me abraza con cuidado. Emito un gritito entusiasta en cuanto me tiende una caja roja de bombones. Mucho mejor que la alpargata e incluso que el Black Angus.
—Mira, Manu. Te presento a mis tíos, Lidia y Pedro.
Los tres se saludan entre besos y apretones de mano.
—He de decirles que tienen ustedes una sobrina a la que se le va mucho la olla, y muy a menudo.
Le lanzo una mirada en la que apenas repara mientras mis tíos se echan a reír y salen por la puerta para dejarnos solos. Mi compañero acerca una silla hasta mi cama. Su rostro, en otras ocasiones de aspecto juvenil, denota tristeza y pocas horas de sueño.
—¿Cómo estás, Manu?
Él levanta las cejas sorprendido.
—¿Yo? Perfectamente. La que se ha estampado contra un autobús como si fuera un mosquito has sido tú.
—Sé que Eva y tú lo habéis dejado.
Manu borra su sonrisa. No me gusta ensombrecer su carácter, pero tenemos que hablar de ello. Yo les presenté y yo misma me he arrepentido alguna vez de hacerlo.
—No está por aquí, ¿no?
Meneo la cabeza.
—Creo que vendrá más tarde. ¿Has venido ahora para poder coincidir?
Asiente cabizbajo.
—Ir a su piso es inútil. Se está quedando en el de sus padres y no sé ni dónde viven.
De pronto, su semblante se ilumina y me mira con una esperanza renovada que me atemoriza.
—De eso nada, yo ahí no me meto —respondo apresurada—. Si ella no quiere verte, es vuestro problema. No quiero marrones con Eva.
Sé que mis palabras no son de su agrado, pero espero que las comprenda. Mi amiga me mataría. Puedo tratar de consolar a ambos, aconsejar hasta cierto punto, pero si cada uno ya ha tomado una decisión, no soy quién para facilitarle las cosas a uno y complicárselas al otro.
—Pues la esperaré aquí —decide encogiéndose de hombros—. Dentro de unos días se irá a Alemania y ahí sí que me quedaré sin oportunidades.
Doy un respingo.
—¿Cómo que a Alemania?
—¿No te lo ha contado? La cogieron en el puesto de Stuttgart y firmó el contrato el viernes —joder…—. No te creas que se lo ha pensado dos veces. Dice que es lo mejor que le ha pasado en todo el año.
Uy, uy, uy. Esta le ha contado lo que ha querido. Manu no tiene ni idea de que llegó a rechazarlo por él. Igual debería apiadarme y darle la dirección de sus padres. No sé qué hacer. ¿Eva dejaría de hablarme? Que no me hable aquí es soportable, pero desde tan lejos…
No, será mejor que me haga la tonta. Eva y yo somos amigas desde hace muchos años y aunque aprecio muchísimo a Manu, es a ella a quien le debo lealtad. No estaría bien que aireara sus sentimientos sin su consentimiento. A menos que sea por una buena causa.
—Manu…
Recapacito al momento. Esta no es mi prioridad. El verdadero problema aquí es que Eva se va a vivir a Alemania. Oh, Dios mío, ¡que Eva se va a Alemania!
Unos toquecitos en la puerta distraen a Manu de preguntar lo que fuera.
—Adelante.
Una elegante mujer de cabello rizado caoba y ojos verdes se adentra en mi habitación. ¡Susana!
—Oh, mi querida Carla. ¿Estás bien?
Con gesto preocupado, se acerca hasta nosotros con un gran ramo de rosas blancas en la mano. No acierto a decir mucho. Estoy muy sorprendida con esta visita.
No he vuelto ni a hablar ni a ver a Susana desde su boda y tampoco es que antes tuviéramos una relación excesivamente estrecha. Recuerdo que me llamó hace días, pero ni le devolví la llamada.
—Pero Susana… —tartamudeo—. ¿Cómo te has enterado de lo que ha pasado?
No creo haber salido en las noticias por esto.
Ella medio sonríe y deja las flores en mi regazo.
—Me lo ha contado Vicky. Casi me da un patatús del susto. ¿Te has roto el brazo?
Todavía parpadeando, me lo toco en un acto reflejo.
—No, solo me he dislocado el hombro…
—Mira qué carita —se apena tomándomela con las manos—. La tienes muy hinchada.
—Lo sé.
Arrugo el ceño y ella se percata sin necesidad de decir nada más.
—¡No te preocupes! En unos días volverás a estar preciosa.
Manu carraspea levantándose a mi lado. Del asombro, casi ni me acordaba de que no estaba sola.
—Susana, te presento a Manu. Es un compañero de la agencia. Manu, Susana y yo somos amigas de la universidad.
Mi amiga le hace un escaneo considerable antes de aceptar sus dos besos. Es obvio que Manu no sabe quién es. No tiene ni la menor idea de que es la razón por la que Eva sea incapaz de llevar una relación estable con ningún hombre.
Menos mal que no han coincidido las dos. Se podría cortar la tensión con un cuchillo de mantequilla.
—Gracias por las flores —comento rompiendo el extraño silencio—. Son muy bonitas.
—No se merecen.
—¿Qué tal la luna de miel? Vi algunas fotos en Twitter.
Cientos de ellas.
Susana se hincha de orgullo y felicidad.
—No tengo palabras. Fue algo… ¡colosal! Álvaro sí que sabe cómo conquistarme a diario.
Sonrío ante su entusiasmo. A pesar de su edad, a veces puede parecer muy infantil con ciertas actitudes.
—Por eso mismo te he estado llamando —continúa—. Quería que Vicky y tú vinierais a casa para ver las fotos de la boda y del viaje. Pero en cuanto Vicky me contó lo del accidente, vine a verte enseguida.
—Eres muy amable.
Tú y quienquiera que esté allá arriba y haya impedido que me tragara semejante sopor en su querida casa.
Charlamos un ratito más mientras aspiro el delicioso aroma de las rosas. Así hasta que Susana guarda silencio y echa un vistazo rápido a su alrededor. Al volver a mirarnos, sonríe medianamente insegura.
—Perdona la indiscreción, Carla, pero, ¿cómo es que no hay nadie más aquí contigo? ¿Sois pareja?
Manu y yo nos miramos alarmados.
—No, no. Somos amigos, además de compañeros de curro pero nada más —explica él.
—Ah, es que me extrañaba que después de un…
La puerta de mi habitación vuelve a abrirse y esta vez lo hace para dejarnos boquiabiertos a los siete que nos encontramos en ella. Manu, Eva, Víctor, Vicky, Susana, Dani y yo.
Joder.
Joder.
Dani, Susana. Susana, Dani. ¿Cómo voy a explicar esto?