7

Abro unos ojos más que somnolientos. La luz ilumina la habitación y yo intento desperezarme, pero un calambrazo en el hombro me recuerda cruelmente mi condición. Pego un grito y hago presión sobre mi clavícula, como si temiera que fuera a desencajarme una vez más. Compruebo que estoy rodeada de cojines por todas partes y que tengo puesto el cabestrillo, pero estoy desnuda de cintura para arriba. Tan solo llevo unas bragas. Esto es toda una novedad, bragas limpias en casa de Daniel Morales.

Me levanto y para no perder la tradición, lo hago sola. Aunque veo que antes de abandonar la cama, Dani me ha dejado un pequeño obsequio sobre su mesita. Mi violín de diamantes, aquel que me compró en San Francisco, el mismo que abandoné cuando discutimos, que me devolvió en Santander y que creí haber perdido en el accidente. Sonrío contenta de recuperarlo. Aunque no me lo puedo poner, tendré que esperar hasta que Dani regrese de trabajar. Hoy es lunes y dada la inclinación que tiene por el trabajo, imagino que volverá tarde.

Me encamino hacia el vestidor para ponerme algo encima y hacerme el desayuno. Ojalá me haya dejado comida preparada porque ayudándome de una sola mano voy a tardar siglos en comer. Cojo unos pantalones cómodos y una camiseta, pero desecho esta última al comprobar que es demasiado ajustada y me resulta muy difícil ponérmela. Decido arrebatarle la camiseta de La Fuga a Dani, es mucho más ancha. No obstante, sigue siendo complicado. Aburrida y obviamente dolorida, solo visto mi brazo bueno y ni me saco la larga cabellera del cuello. Menudo fantoche, ya lo intentaré de nuevo más tarde.

Bajo las escaleras bostezando y al llegar a la cocina, abro la nevera. Mi estómago ruge impaciente. Dejo un cartón de leche sobre la encimera y al cerrarla, pego el segundo chillido del día. Dani se arroja sobre mí antes de que me caiga del susto.

—Perdona, nena —se disculpa apurado—. No quería asustarte.

—¿Qué haces aquí? ¿No has ido a trabajar?

—Estoy trabajando desde casa. Tengo un despacho en esta planta.

Me abanico con la mano recuperándome del sobresalto.

—¿Lo haces por mí?

Él asiente risueño.

—No es necesario, trabajas a cinco minutos en coche.

—Prefiero quedarme aquí contigo —afirma dándome un beso—. Mira qué pintas me llevas. ¿Habrías pasado el día entero así hasta que regresara?

Me encojo de hombros. O más bien, de hombro.

—A ver, déjame ayudarte.

Con cuidado, me quita la camiseta y desabrocha el cabestrillo. Extiendo el brazo tanto como me permiten las vendas y, diría que por inercia, sus manos alcanzan mis tetas desnudas. Hipnotizado por mis dos amigas, me acaricia estimulando mis pezones. Su embelesamiento es tal que me siento extrañamente desatendida.

—¿Hola?

Dani carraspea volviéndolas a soltar.

—No te pongas celosa. Solo les estaba dando los buenos días.

Enfurruñada, dejo que me vista con minuciosidad, pero frena al reparar en algo que yo no había visto.

—Tienes el hombro hinchado y muy rojo —se lamenta al rozarlo—. ¿No te duele?

—¡Ay!

Dani me suelta horrorizado y tras adecentarme, saca una bolsa de hielo del congelador. Me conduce hasta un taburete y me pide que la sujete sobre mi lesión.

—Está frío.

—Sí, es lo que tiene el hielo, caliente no funciona.

Gruño sin obtener respuesta a cambio.

—¿Qué quieres desayunar?

—Algo light.

—Haré crepes —sonríe.

Sin poder ser de mucha ayuda, asisto a su demostración culinaria. Dani hace y deshace en su cocina preparando una fabulosa masa para crepes que huele a gloria. Me encanta cuando está así de relajado, me contagia su propia despreocupación.

Sigo un poco alucinada porque haya decidido quedarse en casa para atenderme en vez de ir a IA. En otro momento me habría parecido una actitud exagerada pero hoy, conociéndole, sé que es lo mínimo que puedo esperar de él. Su felicidad es visible y eso me llena tanto de asombro como de alegría.

Pero toda mi dicha se esfuma en cuanto advierto la multitud de pastillas que apelotona junto a mi plato.

—¿Tengo que tomarme todo esto?

Asiente.

—Y recuerda la crema para el moratón —apostilla sosteniendo mi mano izquierda—. Tienes los dedos algo hinchados, deberías usarla aquí también.

—¿Me la darás tú?

—Claro —asegura besándome la sien.

Tras extender las finas crepes sobre la isla, Dani se sienta para comer conmigo. Durante un rato silencioso, atiendo a sus miradas de soslayo, con desconcierto. Me llama la atención que no devore su desayuno y se limite a mordisquear el tenedor.

—¿Ocurre algo?

Dani enreda las manos en su pelo y me dirige una mirada angustiada.

—Estás así por mi culpa.

—Oh, no —suspiro—. No empieces, por favor.

—Hay algo de lo que no hemos hablado. Y no lo hemos hecho por mi culpa también. No dejé que te explicaras y tal vez, si me hubiera calmado…

—¿A qué te refieres?

—A Virginia —se lamenta—. Todavía estoy flipando. No puedo creer que fueras a sacrificar tu trabajo por mí.

Mastico lentamente y pensativa. Sí, es lo que iba a hacer y lo que he hecho. Pero aquí hay cierta desinformación y Dani detesta la mentira. No quiero que piense que le oculto cosas, ya no. Voy a hacer un esfuerzo por ser lo más sincera posible con él. Cuando haces copartícipe a alguien de tus secretos más recónditos, suele ocurrir lo siguiente: la sinceridad sale despedida de tu boca como un tren a toda velocidad. Bien puede seguir circulando toda tu vida, o bien lo haces descarrilar por bocazas.

—La verdad es que en un principio pensé en dejarte.

Los músculos de Dani se inmovilizan, ni siquiera pestañea. Creo que mi tren acaba de descarrilar.

—¿Fue en uno de tus arrebatos de locura o con premeditación?

Bebo un largo trago de café.

—En un arrebato de locura.

Dani esboza media sonrisa.

—Cuando te encuentras en ese estado no piensas con claridad.

Qué razón tiene.

—Me da rabia que no haya servido para nada —confieso en voz alta.

—¿Por qué dices eso?

—Virginia ya envió las fotos a Gerardo y…

—¡Qué! —vocifera colérico—. ¿Cuando te llamó ya las había enviado?

Asiento confusa. Pensé que mi ex homóloga se lo habría dicho cuando conversaron por teléfono.

—¡Joder, Carla! —blasfema poniéndose en pie—. ¡Hay que parar eso!

—¿Cómo? Es inútil.

Casi me entra la risa al hablar, no hay forma de echar marcha atrás en algo así.

—A ver, a ver… Vamos a pensar —propone dando vueltas ensimismado—. ¿Dónde se las habrá enviado? ¿A casa o al trabajo?

—Puede ser cualquiera de los dos sitios. No sé si sabe dónde vive Gerardo. ¿Qué…?

—Chissst. Estoy pensando.

Sí, sí, ya me callo. Por nada querría interrumpir los quehaceres de su “Mente Maravillosa”.

Dispuesta a ignorar sus cavilaciones, sigo desayunando pero poco después, Dani se saca el móvil del bolsillo y sale de la cocina sin decir ni mu. Extrañada, salgo tras él y cuando estoy a punto de llegar arriba, él sale de su cuarto vestido con vaqueros y cazadora.

—Vale, vale —dice al teléfono—. Voy a buscarte.

Cuelga y me planta un besazo en los labios.

—¿Dónde vas? —pregunto sin aire.

—Voy a dejarte un rato sola, pero voy a llamar a Eva para que te haga compañía, ¿vale?

—¡No! —protesto siguiéndole por las escaleras—. ¿Qué vas a hacer?

—Prometo volver lo antes posible.

A la carrera, llega a la puerta y antes de salir al exterior, me lanza una mirada de advertencia.

—No te muevas de aquí.

—Dani, no te vayas…

—Tengo que intentar algo. No pienso permitir que pierdas tu trabajo por mi culpa.

Me besa una última vez.

—Lo antes posible, nena. Te lo prometo.

Dani corre hasta un Jaguar negro y se escabulle en su interior sin mirar atrás. Cierro la puerta antes de congelarme. Tendría que haber insistido un poco más en conocer sus planes. Si lo que busca es meter la cabeza de Virginia en una papelera como hizo con Raúl, nos vamos a meter en un buen lío.

Llaman al timbre. Dejo de atiborrar al lavavajillas como puedo antes de abrir la puerta. Las pastillas que me he tomado durante el desayuno me han dejado un poco espesa y encima me he tenido que dar la dichosa crema yo sola. No es que haya sido un esfuerzo titánico, pero ya me había hecho ilusiones con que fueran otras manos las que me la aplicaran. Y que, por supuesto, esas manos hubieran concluido no muy lejos de mi cadera.

Eva me sonríe con cariño y yo respondo con la que debe de ser una cara de perro para salir corriendo. Ella, sin embargo, pasa de mi humor veleta y entra en el salón boquiabierta.

—Menudo casoplón que tiene el friki-maromo-parleño…

Su gesto me hace sonreír. La vida de Eva no está exenta de lujos, pero es muy cierto que la residencia de Dani es toda una mansión de diseño para lucir en “¿Quién vive ahí?”.

—¿Te imaginas la de fiestas que podríamos montar aquí?

Ya no me río. Recuerdo el mismo comentario que hizo Dani cuando llegué aquí por primera vez y sin querer, a mi mente acuden todo tipo de imágenes erótico-festivas que deseo borrar al momento.

—Venga, Carla, desenfádate de una vez. Fue un beso inocentón.

Quería cruzarme de brazos pero un trallazo en el hombro acaba de desaconsejármelo.

—Algún día besaré a Manu.

Eva desvía la mirada y se deja caer sobre el sofá.

—Me da igual.

—No, no te da igual. Sigues coladísima por él por mucho que nos abandones como a perras y te vayas a vivir a Stuttgart.

Mi amiga junta sus cejas compungida.

—¿Ya te has enterado?

—Me lo dijo él ayer.

—¡Mierda! Qué chismoso que es… Quería habértelo dicho yo.

—¿Cuándo te vas?

—El lunes que viene.

A punto de echarme a llorar, me siento junto a ella.

—¿Lo tienes claro?

—Muchísimo.

Eva me explica que el viernes llamó a la empresa preguntando si el puesto seguía libre. En cuanto se lo confirmaron, ella les informó de su cambio de opinión y ellos no pusieron pega alguna, al parecer solo la quieren a ella.

Estos días está en plena preparación de mudanza ayudada, por su familia y las chicas. Pasará unos días en Alemania instalándose antes de incorporarse al trabajo. No conoce muy bien la ciudad y quiere habituarse a ella.

—Voy a echarte muchísimo de menos —lloriqueo—. No sabes cuánto.

Eva me abraza sin importarle la torpeza del cabestrillo.

—Es una pena que haya sido tan repentino. Las dos podríamos haber disfrutado un tiempo de los lunes al sol como buenas veinteañeras en paro.

Otra vez ese tema. Me inquieta saber la que estará liando Dani por ahí fuera.

—Lo de mi paro aún esta por ver.

—¿Y eso por qué?

—Dani ha salido corriendo para evitar el desastre. No sé qué va a hacer pero estaba muy nervioso, me espero cualquier cosa.

—Sí, yo también —desconfía ceñuda—. Cuando me ha llamado tan solo me ha dicho, y cito textualmente: “Ven aquí echando mistos que yo tengo una urgencia”. No me ha dejado ni abrir la boca, dice que le debo un contenedor de favores después de lo del hospital.

Me muerdo el labio para no soltar una carcajada. En el fondo sé que la actitud de Eva le habrá molestado tanto como a mí. Y no porque le resultara desagradable, algo que dudo, sino por haberlo hecho delante de mis narices.

—¿Es verdad que querías dar celos a Manu con ese beso?

—No —parpadea—. O sí, no lo sé.

Está hecha un lío, se ve a kilómetros.

—Creo que es muy precipitado que te marches así…

—No, Carla —regaña deshaciendo el abrazo—, tú no. Tú no me des la charla.

—¿Carmen y Vicky ya lo han hecho?

—Sí, ya sabes cómo son.

Sonrío, por supuesto que lo sé.

—¿Y por eso me dejas sola con ellas?

—No, con ellas no. Con Vicky.

—¿Qué pasa con Carmen? —pregunto alarmada.

—Recuerda que quería largarse de aquí. Se va incluso antes que yo.

Si abro un poco más los ojos y la boca, me tienen que volver a llevar al hospital.

—¿Cuándo?

Eva pone carilla de pena.

—Este viernes.

¡Ay Dios mío, pero por qué me abandona todo el mundo!

—¡Dónde!

—Eso sí que tiene guasa.

—¡Dónde! —repito.

—A Nepal.

—¿Nepal? —profiero enajenada—. ¿Y qué se le ha perdido allí?

—Pues será su clon porque dijo que iba a encontrarse a sí misma.

Esto es del todo impensable. Entiendo que Carmen quiera pegarse un viajecito y distraerse de todo lo que le recuerde al estúpido de Raúl, pero se va demasiado lejos. Si yo le volví loco hasta el punto de querer arruinarme la vida, es comprensible que él la haya vuelto loca a ella y tenga la necesidad de “encontrarse a sí misma”. Pero, ¿qué pasa, no lo puede hacer aquí con sus amigas y un par de copas? ¡Terapia de ginebra de toda la vida!

—Resulta que se va a una especie de templo en no sé qué montaña y con no sé cuántos monjes. Se pasan un montón de horas al día en silencio y meditando.

—Madre mía, ¿pero eso qué es?, ¿una secta?, ¿cómo puede salir de una para meterse en otra?

—Carmen está muy tocada, te lo digo yo —asiente preocupada—. Esta vuelve emporrada y hablándonos de los chakras, ya lo verás.

Sin fuerzas para evitarlo, las lágrimas humedecen mis ojos. Eva cabecea y vuelve a estrecharme entre sus brazos.

—No os vayáis —suplico como una niña—. Vicky cada vez tiene menos tiempo para mí, se pasa el día con Víctor.

—Y tú ahora vives con Morales —ríe mi amiga.

—Pero es temporal, solo hasta que me quiten esta mierda.

Eva se aguanta la risa con visible esfuerzo y me guiña un ojo.

—No es tan malo, cielo. Ahora podréis salir en plan parejitas.

Muy confiadas veo yo esas palabras.

—Vicky escupiría el suelo por donde pisa Dani.

—No, ya no —mi mirada le insta a recapacitar—. Vale que no puede decirse que lo aprecia, pero sí que lo respeta. Está viendo cómo se está comportando contigo y eso le está abriendo los ojos. ¡Por fin!

Eso me pareció durante la estancia en el hospital. Me fijé en que Vicky había dejado de fruncir el ceño cada vez que Dani abría la boca o se me acercaba. Tampoco aprovechaba para meterse con él o gruñirle en cuanto se cruzaban sus caminos. Simplemente hubo cordialidad y educación.

—Así que aún hay esperanzas.

—Vicky es un encanto —constata Eva—. Acabará queriéndolo tanto o más que a ti.

Tampoco nos pasemos. No quiero que Vicky aprecie a ninguna pareja mía más que a mí.

—Nadie me había dicho que tú te ibas el lunes y Carmen el viernes —reprocho—. ¿Es que ni siquiera vamos a poder despedirnos en condiciones? ¿Cuándo pensabais vernos por última vez?

Eva levanta una ceja.

—En el aeropuerto, como todo el mundo.

—¿De verdad? ¿Ni una triste juerga de amigas?

—Tú no estás para juergas, Carla —acusa señalando mi brazo.

—Ya pero al menos aprovechemos la Nochevieja para corrernos una última fiestecilla juntas.

—¿Vas a salir en Nochevieja? —se escandaliza.

—¡Claro! ¿Por qué no?

—Venga, no me fastidies. ¡Mírate!

—Oye, con el maquillaje hago milagros —replico ofendida.

—Me refiero a todo el paquete, estás reventada. Te pondrías peor.

No puede estar echándome tan descaradamente de nuestra habitual quedada en Nochevieja. Todos los años cenamos en el piso de Vicky y después acudimos a la fiesta que organiza su familia en su casa de La Moraleja. Luego, nos dejamos llevar por lo que surja. Este año no quiero que sea diferente.

—Pero vosotras saldréis y os lo pasaréis bien y yo estaré aquí…

—Con Morales —interrumpe alzando las cejas con chanza—. Eso puede ser una buena juerga también.

Mi primera Nochevieja sin las chicas. También sería la primera con Dani. ¿La disfrutaría tanto como otros años? Junto a él, no lo dudo, pero confieso que no es lo que tenía en mente.

—Sinceramente, creo que yo este año no iré —Eva se encoge de hombros—. Mi familia quiere que esté con ellos. Es la última noche del año y en unos días me habré ido. Entiéndelo.

Vuelvo a echarme a llorar. Me estoy poniendo muy sentimental. No sé si es el batido de pastillas o qué, pero siento que mi grupo de amigas se dispersa peligrosamente. ¿Será la edad?

—Venga, movamos un poco el culo —propone Eva levantándome—. Enséñame la casa.

Me estoy dando cuenta de que conozco menos de la mitad de las habitaciones que tiene toda la casa de Dani. Es incluso más espaciosa de lo que parece por fuera y creo que después de todas las vueltas que hemos dado, aún nos habremos dejado algo.

He conocido el despacho del que me ha hablado antes del desayuno. Con muchísima luz, salida directa al exterior y una pared de pizarra en la que hay dibujados multitud de garabatos. Eva y yo hemos puesto la misma cara de circunstancia al verlos, no entendemos ni uno. En el centro de la mesa tiene un MacBook abierto y no se me ha escapado el detalle del libro “Leyendas”, de Gustavo Adolfo Béquer, y la pequeña bolsa de Cartier a su lado. Recuerdo que ese fue el último libro que le leyó a Cecilia antes de que muriera y la bolsa es la misma que abrí para descubrir mi violín de diamantes. Eva no ha comprendido ninguno de los dos objetos, los cuales desentonaban bastante con el lugar, pero al explicárselo ha sonreído con complicidad.

También he descubierto el gimnasio que tiene montado en la planta baja. Tiene unas cuantas máquinas y doy por hecho que es de lo primerito que mandó construir teniendo en cuenta lo traumática que fue su infancia con respecto a su físico. Supongo que lo visitará muy a menudo, aunque no le haga ninguna falta.

Al abrir la habitación de invitados, las revelaciones de Dani sobre este espacio han vuelto a mi cabeza como un golpe doloroso. Aquí es donde se follaba a toda fémina que entrara por su puerta. Ya fueran putas, compañeras de trabajo o mis ex homólogas. Aunque dudo que haya metido a Virginia en casa alguna vez. Eva ha notado mi incomodidad de inmediato, así que no nos hemos entretenido en el lugar. Por mí, como si se le ocurre sellarlo con Pattex.

Lo del piso de arriba sí que ha sido toda una sorpresa. Si el de abajo es de lo más aséptico, el otro es todo lo contrario. Por fin he descubierto lo que hay en el ala derecha, al otro extremo de su cuarto. No creo que aquí se aloje nadie, en todo caso lo habrá hecho Cecilia, pero seguro que nadie más.

Una de las habitaciones será, muy probablemente, el lugar donde Dani me contó que guardaba las pertenencias de sus familiares. Lo sé por las cajas apiladas que hay sobre la cama. Son los efectos personales de su abuela, los mismos que vi en la residencia, tanto los libros, como el joyero, la ropa, etc. A Eva le ha desconcertado este cuarto. Tiene su lógica pues parece que está habitado. Aquí sí que hay fotos enmarcadas, accesorios de belleza y el armario está lleno de ropa. Puede que fuera la habitación de Cecilia antes de que la ingresaran y seguramente muchas de estas cosas pertenecerán a Elisa, la madre de Dani.

Me fijo en algunas de las fotos. Eva está más interesada en los vestidos así que no repara en el niñito regordete que aparece en ellas. El mini-Dani sonríe junto a sus dos parientes en muchas de ellas y la verdad es que, fuera gordo o delgado, está para comérselo de lo dulce que parecía. La estancia está tan intacta y me parece algo tan íntimo y privado que no me he querido entretener demasiado. Me parecía abusar de algo en lo que Dani no me ha dado permiso.

Pero si lo de ese cuarto era revelador, lo del siguiente nos ha dejado estupefactas. Casi sin respiración.

—Joder… —murmura Eva—. Bienvenidos a frikilandia.

Exacto. Yo no lo podría haber dicho mejor. Eso es lo que es. Una pedazo de habitación friki repleta de cosas frikis y cuyo dueño es un friki empedernido.

Sobre una de las paredes hay una televisión plana inmensa, una Smart TV. Debajo hay un par de consolas. Una nueva de diseño moderno, creo que la PlayStation, y la otra mucho más antigua, descolorida y desgastada. Tiene un par de pufs para, imagino, sentarse a jugar, y a cada lado del sitio hay estanterías a rebosar de figuritas.

Las hay de todo tipo y solo reconozco unas pocas. Personajes de “La Guerra de las Galaxias”, “Alien”, “Terminator”, no podían faltar “Los caballeros del Zodíaco”, distingo también a Thor y a otros superhéroes, y unas cuantas mujeres ligeritas de ropa y de aspecto heroico. Me pregunto a cuál de todas estas habrá dicho que me parezco. Desde luego, veo a unas pocas con el pelo tan largo como yo.

También hay maquetas, doy por hecho que las habrá montado él. Veo que Eva ojea algunos cómics y yo me decanto por una considerable colección de CDs originales. Leo: Extremoduro, La Fuga, Sôber, Guns N’ Roses, Metallica, etc. Su colección de cintas VHS, DVDs y Blu-rays también es digna de mención. La mayoría son películas de acción, comedias ochenteras, ciencia ficción y cosas similares.

Sobre una mesa de madera blanca tiene un ordenador muy viejo, parecido al que yo tenía en Santander y que allí sigue abandonado. En las cajoneras abiertas hay varios juegos de ordenador antiguos y cacharros y cables que no sé ni para qué sirven.

En los huecos de las paredes que están libres, tiene varios pósters. Algunos son dibujos anime y otros, grupos música.

Eva y yo nos acercamos a las vitrinas de cristal que hay a un lado, tienen hasta luz interior. Parece que aquí guarda lo más valioso. Vemos un par de espadas, una es una catana que de tan solo verla, los ovarios se me suben hasta la garganta. Espero que sean de atrezo, aunque no tienen pinta. Alzando las cejas a la vez observamos a un Dani algo más joven en algunas fotos. En una sale junto a un hombre asiático. La lámina está firmada y pone algo así como Kojima. En otra foto firmada sale con Tim Burton, parece que en un restaurante, y también hay otra con un hombre de gafas y bigote que firma como Stan Lee.

Enderezo mi espalda resoplando. Me siento un pelín aturdida. Parece el cuarto de juegos de un adolescente atrapado en el tiempo. Solo faltan las revistas porno. Pensándolo bien, seguro que las tiene por alguna parte.

—¿Qué es todo esto? —clama Eva alzando los brazos.

—Y yo qué sé…

Ambas nos miramos y como tontas, nos echamos a reír a mandíbula batiente. Creo que se siente igual de perdida que yo. No sé si con este espacio Dani pretendía hacer una réplica de su cuarto de niño o qué. Puede que no, la mayoría de cosas parecen bastante caras, las habrá ido almacenando con el tiempo, como ha hecho con el dineral que gana en IA.

Estoy alucinada. Es como si hubiera querido separar al antiguo Dani del nuevo entre un piso y otro. Aquí tenemos al hombre más infantil y juguetón y abajo al empresario de aspecto formal. A mi mente acuden las sabias palabras de Antoine de Saint-Exupéry en “El Principito”: “Todas las personas grandes han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan)”. Dani lo recuerda muy bien, y lo más raro de todo es que me parece hasta tierno.

Es raro asimilar todo esto. Nunca he estado con un hombre con gustos tan arraigados, extravagantes y dispares. Estoy acostumbrada a que les guste el pádel, esquiar, navegar o, como mucho, pintarme. No a coleccionar semejantes excentricidades.

—A Manu le gusta jugar a la Play, pero lo de este es para mear y no echar gota.

Dejo de reír extrañada. Ella ni siquiera ha caído en su error.

—No hablas de Manu en pasado.

Eva abre la boca para dedicarme cualquier lindeza pero acaba por cerrarla. Se deja caer sobre un puf y con la mirada perdida por las estanterías, me abandona por momentos.

Por mucho que diga lo contrario, lo de Stuttgart se le va a hacer cuesta arriba. Voy a optar por distraerla como ella intenta conmigo. Necesito lavarme el pelo y no creo que hoy por hoy pueda levantar mi brazo izquierdo para enjabonarme como es debido. Pienso explotar su visita al máximo.

—Necesito una ducha —interrumpo sus pensamientos—. Ven a ayudarme.

Ella me mira asombrada.

—¿Te tengo que duchar yo?

Asiento.

—Y puedes hacer de todo menos una cosa.

—¿Cuál?

Sonrío con sorna.

—Enamorarte.

Al final, me he quedado sola. El hermano de Eva la ha llamado para informarla de que no tiene cajas para meter tantos zapatos y que todavía le queda repasar la mitad de su trastero. Enfurecida, se ha enfrascado en una discusión con él vía teléfono hasta que ha colgado echando chispas por los ojos. Le he repetido hasta la saciedad que se largara para ayudarle y al de cabo un rato, he conseguido que me hiciera caso.

Dani todavía no ha vuelto, pero no he hecho caso al móvil en todo el día. Rebusco en mi bolso hasta encontrarlo y descubrir desilusionada que no tengo noticias suyas. Bajo de vuelta al salón poniéndome cada vez más nerviosa. ¿Y si le ha pasado algo? Sabe kárate pero no es indestructible.

En cuanto me dispongo a llamarle, me percato de que ya tengo una llamada entrante. Sorprendida, veo que en la pantalla pone «Sandra Martín».

—¿Sí? —titubeo.

—¡Carla, hija! ¿Estás bien?

Su tono preocupado me resulta extrañamente desconocido en su voz.

—Sí.

—¿Pero qué ha pasado? En el correo solo dices que has tenido un accidente de tráfico.

—Me atropelló un autobús enfrente de casa. Estaba pensando en mis cosas y no miré por dónde iba —miento deprisa.

—¿Estás en el hospital?

—No, en casa. Al cuidado de mis amigas —prosigo.

—¡Qué susto me has dado! Me alegro de que estés bien.

—Gracias.

Supongo.

—Vi el pedido de Arcus pero, ¿pudiste hablar con Morales antes de irte de vacaciones?

Ahora entiendo esta llamada.

—No, Sandra. Lo siento.

—Pues la has cagado pero bien.

Ahí está. Ahí está la auténtica Sandra.

—Gerardo está muy entretenido con el chocolate de Bariloche ahora mismo, pero espera a que volvamos. Te va a caer la del pulpo.

¡Oh, joder! ¡Es verdad! ¡Dijo que se iban a Argentina!

—Llámale e intenta que te lo pase antes del miércoles.

—No, Sandra —no voy a aguantar esto más—. No voy a llamar a Morales por el contrato. Él también estará de vacaciones. Eso ya es pasarse.

—Ya sabes cómo es este mundillo —sisea—. Si no espabilas, se te comerán viva. Solo estás empezando, ¡pero es que ya lo estás haciendo mal!

—Oye, mira, estoy muy cansada. Voy a echarme un rato. Ya hablaremos, ¿vale?

—Allá tú, pero piénsatelo.

—Adiós, Sandra.

—Adiós, Carla —suspira—. Y Felices Fiestas.

Cuelgo tirando el móvil sobre la mesa de café. Pero antes de poder soltar un grito de frustración, otra voz me llega desde atrás.

—¿Qué contrato?

Dani ha vuelto y estoy tan contenta de que lo haya hecho que incomprensiblemente tengo ganas de correr y echarme a sus brazos. Pero su mirada desconfiada me lo impide así que continúo de pie sin inmutarme.

—¿De qué contrato hablabas con Sandra, Carla?

Sonrío sin saber cómo actuar.

—El del evento anual. Se te pasó enviármelo.

Dani arruga el ceño pensativo. No parece enfadado, más bien extrañado.

—Yo no tengo ningún contrato. Nunca olvido cosas así y menos si están relacionadas contigo.

—Pero si se lo envié a Juanjo y me dijo que lo firmarías…

—Pues siento decírtelo nena, pero se le ha pasado.

No me fastidies. No me digas que la culpa de todo esto es de Juanjo, que me caigo del soponcio.

—Hace unas semanas tuvimos problemas con el servidor de correo. Igual me lo envió pero no me llegó nunca.

—Oh… Mierda…

—¿Es muy urgente? —pregunta acercándose y tomándome de los brazos.

Urgente dice. Si supiera la de conversaciones que he tenido en McNeill sobre esto, sería yo quien tendría que sujetarle para que no se cayera de culo.

—Puedes enviarme lo que sea a mí. Lo firmaré ahora mismo.

Qué dispuesto es para todo. Me lo comía enterito y regurgitaba para repetir.

—Envíaselo a Sandra. Será más rápido.

—No —niega tajante—. Solo te lo enviaré a ti. No voy a dejar que se marque un tanto con esto.

—Como quieras. Pero ponla en copia.

Asiente no muy convencido.

—¿Y ahora me vas a decir a qué te has dedicado todo el día?

Dani sonríe y lo hace mostrándome su dentadura hollywoodiense. Se abre la cazadora y saca un sobre blanco.

—A sisar esto.

Chillo y salto emocionada.

—¿Cómo lo has hecho? ¡Ven! —tiro de su brazo hacia el sofá—. ¡Cuéntamelo todo! No te habrás metido en algún lío por mi culpa, ¿no?

—No, no, tranquila —apacigua dándome un breve beso en los labios—. Manu me ha ayudado a conseguirlo.

—¿Manu? ¿Has estado con él?

Dani asiente quitándose la cazadora.

—No sabía si Virginia las habría enviado a casa de Gerardo o a la oficina. He supuesto que no sabría dónde vivía así que he llamado a Manu para que me echara un cable en McNeill.

—¿Cómo?

—No ha sido tan difícil, pero sí arriesgado. Manu no sabía decirme si el correo para Gerardo se lo llevaban a su despacho o se quedaba en recepción.

—Yo tampoco lo sé.

—Pues se lo deben entregar en recepción porque estaba todo allí.

—Pero, ¿cómo lo has cogido?

Dani me arrastra hasta quedar sentada sobre su regazo y yo fisgoneo las fotos en el sobre. Son las mismas que sigo guardando en la guantera de mi coche.

—He llegado preguntando por ti, como si no supiera que estuvieras de vacaciones —relata—. Al decírmelo, he preguntado por Gerardo y me han dicho lo mismo. Por cierto, os organizáis muy mal en esto de los backups.

Pongo los ojos en blanco. Es que en McNeill se supone que no es necesario tener backup, es decir, alguien que lleve tu trabajo cuando tú estás ausente. Cuando quise poner mi Out of Office por primera vez, Gerardo me dijo que no era necesario porque nosotros estábamos siempre. Lo cual venía a decir que si un cliente me llamaba en vacaciones, debía atender la llamada quisiera o no.

—Sigue.

—Casualmente, Manu ha entrado poco después con la excusa de que se había dejado un libro que estaba leyendo e iba a recuperarlo. Mientras yo discutía con la recepcionista, volvió para pedirle ayuda porque no lo encontraba.

—Y te dejaron solo.

Asiente sonriente.

—Con la suerte de que, al ser vacaciones, la oficina estaba vacía y por allí no pasaba nadie. Encontré una valija con correo general y otra solo para Gerardo.

—¿Y cómo sabías cuál era el sobre?

—Esa es la cosa, que no lo sabía. Me he tenido que llevar todo lo que no tenía remite.

Tras hurgar en los bolsillos de su cazadora, me tiende varios sobres americanos y mal doblados.

—¿Qué es todo esto?

—Casi todo Christmas, no creo que note la ausencia.

Me aguanto las carcajadas mientras Dani me ayuda a abrir los sobres y veo un montón de tarjetas navideñas de empresa.

—¿Y después qué pasó?

—Cuando volvió la chica, yo hice como que estaba hablando por el móvil y me largué.

Le miro con unas ansias tremendas de besarle. De rociar su cuerpo entero a besos. Es todo un ángel de la guarda.

—Me ha llevado mi tiempo porque primero tuve que sentarme con Manu a urdir un plan en condiciones —explica disculpándose—. Siento haber tardado tanto.

Maravillada, agradecida y enamorada, beso su boca con adoración. Dani me corresponde encantado.

—No sientas nada —susurro junto a sus labios—. Gracias a ti vuelvo a tener trabajo.

—Y gracias a mí has estado a punto de perderlo.

Apenada, me retiro y contemplo su mirada contrariada.

—Esto es cosa de dos, nadie me obliga a seguir viéndote. Entiendo los riesgos y, aun así, voy a correrlos.

Parece que mi declaración relaja un poco su desasosiego. Decidí sacrificar mi puesto laboral por él y es algo que sigo teniendo muy presente. Si me volviera a suceder lo mismo, repetiría los hechos. Vale, puede que de una forma no tan traumática. Es más, creo que antes lo consultaría con él.

—Entonces, ¿estás contenta?

—¿Contenta? —sonrío hasta que me duele—. ¡Estoy eufórica!

Dani el tristón ataca de nuevo.

—Eso es que te gusta mucho tu trabajo… No vamos a poder llevar una vida normal mientras sigas siendo mi proveedor. Esto va a ser un coñazo, Carla.

“Coñazo” no habría sido la palabra que yo habría usado para definir lo nuestro. Me acaba de clavar una pequeña espina en mitad del pecho y él ni siquiera ha reparado en ello.

—¿Te gustaría trabajar en IA?

Sí, vamos. Esa sería la solución a todos mis problemas.

—¿Crees que trabajando para ti la cosa mejoraría?

—Soy buen jefe —sonríe.

—Eso lo tendrán que decir tus empleados, no tú. Además, tirarse a tu jefe tampoco está muy bien visto.

Dani arruga el ceño. Yo también sé tirar a dar.

Tras un silencio incómodo, acaricia mi brazo con su delicadeza habitual.

—¿Cómo estás? ¿Te duele mucho?

—Ahora sí —farfullo—. Antes estaba tan contenta que casi me olvido de que llevaba esto encima.

Mi friki-maromo-parleño bufa disgustado y nos levanta a ambos del sofá.

—Vamos, estoy cansado y tú achacosa. Nos daremos un baño.

—Me acabo de duchar —apunto.

—¿Tú sola? ¿Y cómo lo has hecho?

—Me ha ayudado Eva.

Dani se para en mitad del salón conmigo en brazos. Su cabeza se gira hacia mí como la de un robot.

—¿Te has duchado con Eva en mi baño?

Oh-oh…

—¿Qué pasa? ¿Estás celoso?

—No, cardíaco.

Sí, lo noto en el modo en que le late el corazón junto a mi pecho.

—¿Por ella? —espeto.

—No, nena —suaviza—. Por el simple hecho de que te hayas restregado mojada y desnuda con otra mujer.

—No nos hemos restregado, ¡so puerco!

Este hombre no entiende muy bien el concepto de lavar a una impedida como un auxiliar de enfermería.

—¿Opinarías lo mismo si fuera Manu el que lo hubiera hecho?

Vuelve a detenerse en lo alto de las escaleras.

—Le habría sacado los ojos.

Su actitud me desconcierta.

—Pero ahora es un hombre soltero, puede hacer lo que le dé la gana.

—Lo que me recuerda que tú ya no estás soltera —apunta enarcando una ceja.

—¿Me sacarías los ojos a mí?

—No me pongas en esa tesitura, por favor.

—Pensaba que no eras celoso —admito en voz alta.

—Tienes los ojos más bonitos que he visto nunca, Carla —sostiene cambiando hábilmente de tema—. Ya se me ocurriría otra cosa.

Dani nos lleva hasta su habitación y tras echar un rápido vistazo a la puerta del cuarto de baño en el que me he duchado, nos tumba sobre la cama.

—Es curioso —musito a su lado—. Yo pienso exactamente lo mismo de los tuyos. Me encantan.

—¿Eso ha sido un cumplido? —pregunta estupefacto.

Asiento y su sonrisa me derrite el corazón.

—Me gusta que me digas cumplidos.

—¿Y eso por qué?

—Porque no he tenido que usar la Visa para recibirlos.

Mi gozo desaparece en un estallido interno.

Mis propias palabras se vuelven contra mí. Hace ya tiempo, cuando me propuse ayudarle, le solté una “bordería” de la que todavía me arrepiento. Él me dijo algo bonito y yo le acusé de que los únicos halagos que había recibido en su vida habían sido de parte de todas las prostitutas con las que se acostaba.

—Perdona, me he pasado.

Vuelvo a mirarle con la sorpresa estampada en mi rostro. No he debido de escuchar bien.

—¿Que te has pasado?

—Sí —confiesa cabizbajo—. ¿No?

Mi cara ha tenido que pillarle desprevenido.

—Sí, pero normalmente no te disculpas por pasarte.

—¿Me paso mucho?

—A veces —confirmo—. Sí.

—Ya… Sé a lo que te refieres, pero es que todo esto es muy nuevo para mí. No sé cómo se supone que debo hablarte ahora que estamos juntos, de esta forma —nos señala a ambos—. Yo soy así y así he hablado siempre. Si tengo que hacer diferencias…

—No, no las hagas —interrumpo acercándome más a él—. En el fondo, me gusta que me hables con claridad.

Y lo que acaba de decirme me lo merecía y no estoy en posición de replicar. Dani nunca me habla mal, en todo caso me las devuelve y lo hace con todo el derecho del mundo.

—¿Entonces de qué te quejas? —se burla dándome una palmada en el culo.

Antes me molestaba un poco, e incluso me quejaba del modo en que Dani me hablaba en algunos momentos. Pero me he dado cuenta de que es muy probable que sea el único hombre que me ha hablado con total honestidad desde que me conoce.

—En serio, Carla —continúa—. Me gusta que de vez en cuando me digas algo agradable para variar.

Compungida, vuelvo a encogerme sobre el colchón, pero él desentumece mi cuerpo para que pueda mirarle a la cara.

—No soy muy cariñosa, ¿verdad?

—Antes lo eras.

—¿Antes de qué?

—Del accidente.

Escruto su expresión cayendo en la cuenta de lo que me está diciendo.

—¿Te refieres al de mis padres y mi hermana?

—Tu hermana nonata —apostilla—. Sí.

—¿Y tú cómo puedes saber cómo era?

—Me lo contaron tus tíos.

Me muerdo el labio avergonzada. A pesar de todo el tiempo que ha pasado, soy muy consciente de cómo era aquella niña antes de que mi familia desapareciera. Prácticamente, hoy soy otra persona distinta y dudo que eso pueda cambiarse a estas alturas.

—¿Saberlo ha hecho que cambies de parecer sobre mí? —pregunto en un hilillo de voz.

—Sí —sonríe con cariño—. Ahora te quiero todavía más.

Siento el rubor extendiéndose por mis mejillas.

—Yo también te quiero, Dani.

Su cara se ilumina.

—¿Qué pasa?

—Es la primera vez que te lo oigo decir.

—¿Te ha gustado? —pregunto con picardía.

—Mucho.

Me echo a reír tomando nota mental de su confesión. Aunque antes de que pueda seguir hablando, observo el modo en que sus ojos se desvían hasta su cuarto de baño otra vez. Sigo creyendo que todos los hombres son iguales en ciertas cosas.

Al notar mi mirada, reprime una carcajada.

—Vaya tela, Carla —suspira—. Vaya tela.