12
Inmediatamente, mi cabeza se gira buscando a Dani a mi lado. Él también sonríe, pero no del todo. Parece estar calibrando mi reacción. A mí, como una boba, no se me ocurre otra cosa que echarme a llorar. Adiós a una hora de maquillaje para nada. Ni siquiera es waterproof, voy a parecer un emo mal trasnochado.
Las lágrimas me impiden ver con nitidez y mis propios sollozos casi ahogan un “oooohhhh” que proviene de alguien del público. Dani coge mi cara entre sus manos y comienza a limpiarme las lágrimas en un gesto preocupado.
—Dime que son lágrimas de felicidad.
—Claro que lo son —balbuceo.
¿De verdad esto está pasando? Me estaba preparando para mi primera Nochevieja en la intimidad, no para esta encerrona. Menuda sorpresa, ¿cuánto tiempo ha dedicado Dani a organizar esto?
—Te tengo calada —asegura sonriente—. En el fondo eres una sensiblera.
Madre mía, sí que lo soy.
Sigo llorando sin parar. Menos mal que él está paliando los daños. No sé qué pensarán los de ahí abajo, que me he vuelto loca tal vez. Me es difícil encontrar las palabras de agradecimiento a todos ellos por haber desestimado sus planes y preferir acompañarme en la última noche del año.
—Tranquila —susurra Dani adecentándome la cara—. Tranquila que los estás acojonando.
Suelto una risilla.
Me trago los hipidos y parpadeo aclarándome la vista. Cuando reparo en mi friki-maromo-parleño, algo insólito llama mi atención.
—¡Me has mentido!
Dani está espantado.
—¡Qué!
—Dijiste que estaríamos solos. Me has mentido.
—No, nena —sonríe—. Dije que era lo que quería hacer, que esos eran mis planes. No que finalmente fuera a suceder.
Frunzo el ceño.
—No lo maquilles.
—Y tú no te inventes historias.
No hay forma, no lo pillo ni a tiros.
—Sea como sea, esto que has hecho es maravilloso —admito besándolo con cariño—. Muy digno de ti. Gracias.
Dani baja la vista, puede que medio avergonzado. Digo yo que será por el público.
—¿Estás contenta?
—Mucho. Eres un hombre muy atento y muy detallista, Dani. No te infravalores nunca. Eres la mejor medicina para un corazón en desuso.
Cojo su mano y le incito a que bajemos las escaleras. Mis amigas ya las suben de dos en dos y él parece ligeramente abstraído. Por eso no advierte la forma en que casi me tiran al suelo con su abrazo múltiple.
Todas chillamos entre risas y descendemos hasta el salón. Me fijo en que empiezan a salir algunos camareros con bandejas de la cocina y alguien activa el hilo musical. Se escucha un tema tipo chill-out y vuelvo la cara hacia Dani, quien saluda a Víctor. Todo parece planificado al milímetro.
—Estás flipando, ¿eh? —dice Eva.
—Qué callado que os lo teníais. Me habéis engañado como a una tonta.
Carmen se echa a reír.
—Pero ha merecido la pena solo por ver la cara que has puesto.
Vicky se retira unas lágrimas disimuladamente. Se me ha emocionado la pobrecita.
—Ven aquí.
Vuelvo a abrazarla con un único brazo.
—Pensé que nunca volvería a esta casa —solloza junto a mi oído—. Pero después de que Morales nos contara la idea, no podía negarme. Es un detallazo precioso.
Echo un vistazo rápido a nuestro alrededor y bajo la voz.
—¿Tienes las entradas?
—Sí. Las compré ayer, pero en reventa. Al final estaba todo vendido.
Eso le habrá tenido que escocer.
—Ya verás como merece la pena. Será bueno hacer algo diferente por una vez.
—No hace falta que sigas convenciéndome. He visto que va Jeremy Renner. ¡Tienes que hacerme una foto con él!
Ambas nos reímos por lo bajo.
—Víctor dice que Morales es muy fan de todo lo que hace Frank Miller. Vas a quedar muy bien.
Eso espero.
—¡Vaya par de piernas, Carlita!
Desconcertada, me giro para chocarme con Manu. Él me abraza con mucha efusión.
—¡Estás que te sales!
Acepto su gesto sin apartar mis ojos de una Eva muy entretenida con los canapés y una copa de vino.
—¿Qué haces? —murmuro con cuidado—. ¿Encelarla?
—¿Funciona?
—No.
—Mierda —masculla apartándose—. Empiezo a quedarme sin cartuchos.
—¡Prima!
Por suerte, puedo abandonar esa conversación sin futuro y saludar a Noelia con cariño. César está con ella, aunque se mantiene en un segundo plano. Busco a mis tíos con la mirada, quienes charlan animadamente con Carmen. Me sorprende que hayan permitido que César les acompañara a esta fiesta. Pensé que mi tía le había repudiado.
Cuando mis tíos descubrieron que Noelia y César mantenían una especie de relación en secreto, a él lo mandaron a un hotel durante su estancia en Santander y a ella la encerraron en casa. Me resulta chocante verlos juntos de nuevo.
—¿Cómo estás? Tenía muchas ganas de verte. Te fuiste así, tan de repente y luego pasó esto… —comenta tocando mi brazo—. Pobre…
—Estoy muy bien, Noe. ¿No lo ves? —sonrío señalando a nuestro alrededor—. Me tienen como a una reina.
Mi prima sonríe entusiasmada. Estoy contenta de verla con esta actitud. La última vez que salí con ella, era un despojo humano víctima del desamor. Ahora parece la misma de siempre.
—Tengo que contarte un par de cosas…
Pero mis tíos aparecen en escena.
“Después”, leo en sus labios.
—Hola, pequeña. ¿Cómo va esa recuperación?
Converso con todo el mundo. Todos quieren saber cómo me encuentro y se deshacen en sonrisas. Son muchas atenciones. Demasiadas. No estoy acostumbrada a fiestas sorpresa y creo que sigo medio emocionada, medio embobada. Este gesto significa mucho para mí. Puede que estas sean las primeras navidades en las que lloro de emoción y no de dolor en mucho tiempo.
Es todo un avance.
Disfrutamos de una sabrosa cena en el comedor. La gran mesa ovalada permite que nos sentemos todos juntos. Su dueño la preside en una punta y Manu lo hace en la otra. Yo estoy sentada justo al lado de Dani y de frente tengo a mi tía. Me doy cuenta de que mi tío se ha interpuesto entre ella y Noe. Normalmente siempre se sientan una al lado de la otra así que me da a mí que las cosas no han cambiado tanto como pensaba.
A la hora de comer la carne, tengo mis dificultades para usar el cuchillo y el tenedor. Escucho que algunos de mis amigos se ríen entre dientes y mi tía se dispone a ayudarme. Pero Dani se le adelanta y me parte el solomillo en trocitos como a una niña pequeña. Me pongo como un tomate. Mi tía me guiña un ojo y yo cabeceo avergonzada.
—Ya me han dicho que te informaron de mi marcha a La India y Nepal —comenta Carmen.
—Ah, sí… Muy bonito —farfullo—. Gracias por avisarme.
Ella pone mala cara.
—Iba a contártelo el viernes pasado por teléfono, pero me colgaste.
Sí, lo recuerdo. Fue cuando me contó la historia de Dani enzarzándose con Raúl en el club de golf. Estaba demasiado enfadada como para seguir hablando, quería explicaciones y no por su parte.
—Cuando te volví a llamar, ya no contestabas. Como supondrás, luego fue cada vez más complicado contarte algo así.
—¿Cuándo vuelves?
Carmen se encoge de hombros.
—No lo sé, solo tengo billete de ida.
Mastico muy lentamente. Tiene muy mala pinta.
—¿Pero hablamos de semanas, meses…?
—Me han dado el año sabático en la editorial.
—¡Un año! —critico—. ¡Cuando te vuelva a ver ya habrás hasta crecido!
Carmen suelta sus cubiertos y me dedica una sonrisa tomando mi mano sana.
—No exageres, tonta. Voy a vivir una experiencia para volver con las ideas más claras. Lo necesito.
—Mientras sea con eso y no con la cabeza llena de pájaros… —interviene Eva.
—¿Cuál es tu problema con La India? Es un lugar fascinante.
Ella pone los ojos en blanco.
—Lo único bueno que ha salido de ahí ha sido el Kamasutra y el tikka masala.
—Pues anda que de Alemania… —bufa Carmen—. De ahí solo han salido nazis.
—Y salchichas —apunta Eva—. No te olvides de las salchichas.
—Ni de Rammstein —añade Dani.
Carmen no hace caso ni a uno ni a otro.
—La India al menos ha exportado cosas útiles como el budismo, el yoga… Y los saris.
—Y Freida Pinto —continúa Dani.
—¿Quién?
—Nadie —contesta volviendo a conversar con mi tía.
—Yo ya le he hecho un encargo —interrumpe Vicky—. Un bonito tapiz para ponérmelo como cabecero de cama.
Víctor arruga la nariz.
—No creo que eso encaje mucho con la decoración de mi piso.
Inmediatamente, cuatro cabezas femeninas se giran en su dirección.
—Quiero ponerlo en mi casa —asegura Vicky algo acalorada—. No en la tuya.
Víctor escruta a su chica con la mirada, pero ella no le corresponde ni de reojo. Se le ve sutilmente dolido. Las chicas nos miramos confundidas y acto seguido, nuestros ojos se posan sobre Dani. Pero no podemos interrogarle como quisiéramos.
Es más, me fijo en que no aparta sus brillantes amazonitas de mis tetas. No se molesta ni en disimular. Aunque sí que lo hace cuando se recoloca los pantalones. ¿Qué significa eso? ¿Se está empalmando?
—Eva —llama mi tío—, Noelia nos ha dicho que has encontrado empleo en Alemania. Lidia y yo nos alegramos mucho por ti.
—Muchas gracias, Pedro —sonríe ella.
—¿Se puede sintonizar el canal en el que trabajes aquí? Así te vemos.
—¡Sí! —aplaude Noe—. Podría practicar el idioma contigo.
—O conmigo, schatz —propone César—. Cuando me mudé estuve dando clases a españoles en Múnich.
—Yo que tú, hermanita, me apuntaba a chino mandarín —apostilla Héctor—. Eso sí que es el idioma del futuro.
—Pues yo me he matriculado en una academia de alemán.
Unos cuantos pares de ojos se fijan en Manu. Incluidos unos grises y muy sorprendidos.
Yo oculto la risa como puedo. Se está quedando sin cartuchos y sin imaginación. Dani me reprende con la mirada. Se han hecho muy amiguitos en muy poco tiempo, creo que con este tema siente lástima por él.
—¿También estás pensando en marcharte?
—No, no quiero irme a ninguna parte, pero allí hay algo que me importa mucho y estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para conseguirlo.
Mi tío se pierde con su discurso.
Al volver a mi plato me percato de que tengo el doble de carne que antes. Miro a mi alrededor, todo el mundo parece muy interesado en Manu. Me encojo de hombros y continuo comiendo.
—¿Trabajo?
—Una mujer.
Más de la mitad de la mesa dirige su atención a Eva, quien aguanta la respiración. Después, se humedece los labios en un tinte amenazadoramente dramático y pregunta:
—¿Le has preguntado a ella si le interesa que aparezcas por allí?
—No es necesario —responde lacónico—. Ya sé que quiere que lo haga.
—Estás muy seguro de ti mismo.
—Porque lo que hemos vivido ha significado mucho para los dos.
Nuestras cabezas se mueven de un lado a otro en un mutismo cardíaco.
—¿Y si ya es demasiado tarde? —pregunta Eva sin levantar la vista del mantel.
—No lo es —asegura él concentrado plenamente en ella—, nunca lo será.
Mi amiga traga saliva. Todos hemos sido testigos del sonido ahogado de su garganta.
—Le hiciste daño…
—Nunca fue mi intención. Me limité a seguir sus órdenes.
—¡No fueron órdenes! —grita ella soltando los cubiertos de golpe—. ¡Deja de justificarte!
—La quiero.
Silencio máximo.
Alguna que otra boca abierta. Algunos ojos como platos pero cero sonidos. Ni una mosca.
—Y ella también me quiere a mí.
Eva contrae su gesto. Toda la mesa espera una respuesta mientras su piel está a un paso de transformarse en rojo fuego.
—Vete a la mierda.
Genial.
Víctor carraspea incómodo.
—Morales, ¿qué hay de postre?
Si ponerse este vestido con una sola mano es una proeza, lo de orinar es ya cosa fina. Debo de llevar media hora en el baño. Me extraña que nadie haya llamado a los bomberos todavía. Vale, igual estoy exagerando, pero es que el dolor del hombro al ayudarme de mi brazo enfermo ha sido tal, que hasta me he mareado.
Me refresco un poco las sienes y la nuca en el lavabo y salgo en un par de trompicones. Y eso que no he bebido nada, Dani no me deja. Al estar medicándome, no admite ni un solo trago de vino. Lo acepto, pero con resignación.
Camino un poco cuando siento que algo roza mi pecho y cae al suelo. Un pendiente. Me agacho un pelín aparatosa para volvérmelo a poner. Lo habré aflojado al mojarme el cuello.
—Prima, córtate un poco que se te ve la pechuga.
Suelto un gritito del susto y él se echa a reír.
—Espera, yo te ayudo.
Héctor rescata mi pendiente y aprovecha para ponerme derecha. Le doy un pescozón por asustarme y por hablar en voz alta de las pechugas de su prima. Que vergüenza, por Dios.
—¿Cómo estás? No he tenido ocasión de preguntarte. ¿Te sientes… a gusto aquí?
Río desganada. No se me olvida la poca estima que le tiene a Dani. Tiene que resultarle irónico haber acabado celebrando la Nochevieja en su casa. No han cruzado ni dos palabras en lo que llevamos de velada y tan solo quedan diez minutos para las uvas. Si ha venido está claro que ha sido por mí. En Nochebuena se alegró cuando supo que habíamos cortado, pero volvió a ponerse a la defensiva en cuanto el madrileño apareció por la puerta. Enterarse de la historia de su hermana con César lo empeoró todo y ya veo que sigue sin aprobar ninguna de las dos relaciones.
Me gustaría preguntarle si sabe cómo aprobó Raúl que Carmen le pusiera los cuernos con él. Opinar sobre otras parejas es fácil. Pero hacerlo con la conciencia limpia es casi imposible y más en el caso de Héctor.
—Sí —respondo—, ya lo estás viendo. Dani me trata muy bien.
—Dani… —repite extrañado—. ¿Eso que creo es amor?
No sabía que por llamar a una persona por su nombre se daba por hecho que estás colgada por ella.
Asiento en silencio y él me imita jugueteando con una pelusilla imaginaria.
—Supongo que lo suyo también. No se hubiera tomado tantas molestias con esta fiesta de no ser así, ¿no?
Creo que está hablando más consigo mismo que conmigo.
—¿Qué pasa con tu trabajo? ¿No tienes miedo de perderlo?
Después de lo que hicieron el otro día por mí, me siento más segura que nunca respecto a ese tema.
—Tu padre ya se encargó de amenazar a Dani con eso. Si lo pierdo, irá derechito a por él.
—Apoyo la moción —ríe.
—No deberías —amonesto muy seria—. Os está demostrando de sobra la clase de persona que es. Confía un poco en él. Creo que podríais llevaros muy bien.
Héctor levanta las manos a la defensiva.
—Eso ya se verá. De momento acepto tomar una copa y hablar de fútbol.
—No creo que Dani sea del Racing.
Él sacude los hombros.
—Lo entiendo, es muy sufrido.
El Rey de Roma aparece al fondo del pasillo para meternos prisa. Ya están todos preparados para las campanadas y nos están esperando. Héctor se mete en el baño y Dani no me da tregua. Me coge de la mano y me lleva casi volando hasta donde está el resto de la gente.
Él y yo nos sentamos algo más alejados en el sofá y Víctor nos entrega un cuenco a cada uno. En breve empiezan los cuartos y Héctor entra corriendo en el salón. Carmen le da sus uvas. Echo un vistazo a mi compañía. En toda su plenitud. Esta es una noche mágica para mí. Una en la que todos mis seres queridos están presentes, sin excepción.
Hablo de los vivos. El resto ya tengo asumido que jamás volverán. Pero puede que ya vaya siendo hora de abrirle la puerta a un futuro prometedor. Soy muy afortunada por tener a esta gente en mi vida. He sido una lerda por portarme como me he portado con alguno de ellos. Su paciencia me deslumbra. No debería ponerla a prueba como lo hago en ciertas, muchas, ocasiones. De la misma forma que un día Dani me dejó, mis tíos podrían cruzarme la cara y con razón.
Primera campanada.
Es la única uva que logro pasar con facilidad. El resto se me van acumulando. Esto siempre va demasiado rápido para mí. Encima tienen pepitas, qué asco, yo siempre se las quito. Alguien se ríe y los demás no tardamos en hacer lo mismo.
Vuelvo a prestar atención a mi gente. Eva mastica con cara de mala leche y Manu se apoya en un reposabrazos alicaído y comiendo más obligado que ilusionado. César le mete una uva a mi prima en la boca. Madre mía, que se controlen un poco.
Estupendo, Dani empieza a ponerme caras y yo cierro la boca mientras me río. En cuanto se pone bizco con los carrillos llenos, casi me ahogo procurando no escupirle todas las uvas.
—¡Feliz año nuevo!
¿Ya?
Tengo la boca llenísima pero a Dani le da igual. Me planta un besazo con el que estoy a puntito de morir asfixiada. Me atraganto y él me da palmaditas en la espalda.
—Traga, traga —dice comiéndose mi pecho con los ojos—. Trágatelo todo…