13

Tras el champán vienen los copazos, pero yo bebo una tónica imaginándome el sabor de la ginebra que no la acompaña. Las chicas pasamos un buen rato rodeando a Eva y acosándola a preguntas. Sutiles e indiscretas, de todo tipo. Mas ella las esquiva casi todas. Me hubiera gustado que disfrutara de esta noche tanto como yo, pero no la ha empezado con buen pie.

Los chicos, a su vez, rodean a Manu. Esto me recuerda irremediablemente a las escenas del “Summer nights” de Grease. Solo que Eva no habla precisamente bien de Manu y dudo que Manu diga algo bonito sobre ella.

—Todo esto es culpa tuya —hostiga Vicky—. Solo a ti se te pueden ocurrir semejantes estupideces. Una pareja abierta… ¿En qué pensabas?

Eva se tira de los pelos.

—Deja de comerme la cabeza, no sabéis de lo que estáis hablando.

—Pues explícanoslo —pide Carmen.

—No es necesario, está bien claro —sigue Vicky—. Ella le dice que se acueste con otras y cuando Manu lo hace, se coge una pataleta.

—¡No fue así! No lo entiendes. Yo propuse ir más despacio, darnos tiempo… Habían pasado muchas cosas. Yo no me encontraba bien, Vicky.

Eso es verdad. Eva acababa de salir en todas las portadas de la prensa rosa del país por haberse tirado a un famosillo, un marqués venido a menos. Aquello acabó con su carrera en televisión y con su reputación laboral. De ahí que se largue a Alemania.

—Pero le propusiste ver a otras.

—Le dije que no se atara a mí —corrige Eva—. Y no protestó. ¿Me quieres contar por qué no lo hizo si no estaba de acuerdo?

Ahí todas pensamos lo mismo. Carmen añade:

—Tendríais que haberlo hablado.

—Pero él se negó y ahora dice que se arrepiente —Eva monta en cólera—. ¿Qué mierdas me estás contando? ¿Cómo que te arrepientes? ¡No haberlo hecho! ¡Haber hablado conmigo!

—¿No dijo nada?

—¡No! Se cabreó, se le pasó y después me enteré de que se estaba tirando a su ex a la vez. Si hubiera sido yo, no se me habría ocurrido ni hacerlo ni llevarlo así.

Los chicos siguen conversando entre ellos. Menos César. No parece muy integrado. Se ha pegado tanto a Noe durante toda la noche que no es de extrañar que ahora no tenga de qué hablar con los demás. Son mis tíos los que le están dando palique.

—¿Te atreves a dejarle solo con tus padres sueltos? —pregunto a mi prima con guasa.

Ella sonríe atolondrada.

—Las cosas han cambiado desde que te fuiste.

Me toma del brazo y nos aparta un poco de la escabechina entre mis amigas.

—Con lo que te pasó en Santander y el accidente que tuviste en Madrid, mamá ha tenido otras cosas en qué concentrarse.

Me apena pensar en mi tía hecha polvo por mi culpa. La semana pasada coincidí en un pub con el culpable de la muerte de mis padres y yo entré en un estado de nervios de psiquiátrico. Estuve a punto de matarle. Cuando me fui de la ciudad, ni siquiera tuve agallas para despedirme de mis tíos. Me sentía muy avergonzada y una vez más, esquivaba hablar del tema que tanto daño me hace recordar.

Después, un autobús me atropelló y estuvo a punto de dejarme en coma, y ellos corrieron para auxiliarme. Sé que me quieren. Se desviven por mí si es preciso, pero yo soy una triste y malcriada desagradecida con los dos.

—César y yo hemos tenido tiempo para decirnos lo que pensamos y lo que sentimos… Y yo seguí tu consejo.

—¿Cuál?

—Pensar en mí, en lo que yo quiero —sonríe—. Y lo que quiero es intentarlo.

Asiento satisfecha.

—Eso me parecía. Se os ve mucho más compenetrados.

—No voy a ocultarlo o disimularlo —protesta—. César tiene que volver a Múnich tras las fiestas y pienso aprovechar todo el tiempo que tenemos para adorarle.

Qué niña tan dulce.

—¿Los tíos lo han aceptado sin más?

—Como mamá estaba más calmada, papá pudo hablar con ella. Resulta que papá está muy contento con esta relación.

—¿Perdona?

—Al principio le chocó porque no podía creérselo. Me dijo que éramos tan diferentes que le resultaba inverosímil, pero que también reconocía que los polos opuestos se atraen y que César era un buen hombre para mí.

Sospecho que lo que quería decir es que él puede amansarla como no lo ha conseguido nadie. Tiene su lógica teniendo en cuenta que César es un hombre con integridad, un buen trabajo, las ideas claras y un montón de bienes recién heredados.

—Ellos también tuvieron una pequeña conversación, pero César se niega a confesar lo que se dijeron.

Me pregunto si mi tío también quiere hacer cocido montañés con el germano.

—¿Y la tía?

Mi prima se aflige un poco.

—Todavía lo está sopesando, pero gracias a mi padre podemos sentarnos los cuatro a la mesa sin que nos eche una maldición.

Es un buen logro. No es de extrañar que lo estén celebrando con tantos arrumacos. De hecho, César ya viene de camino. Demasiados minutos alejados el uno del otro.

—Me alegro por ti si es lo que quieres, Noe.

—Gracias.

—¿Cómo vais a hacer para veros cuando él se marche?

Ella sonríe mientras César se la lleva de la mano.

—Tendré que abrirme una cuenta en Skype.

Aparto la vista en cuanto la besa apasionadamente olvidándose del resto del mundo. No voy a quejarme más. Si mi pareja fuera a abandonarme en los próximos días y quedáramos relegados a una relación online, yo también desearía que me hiciera suya en cualquier esquina.

—Me da mucha envidia lo que vais a hacer el viernes vosotras dos.

Víctor aparece a mi espalda y yo giro la cabeza de un lado a otro muy asustada.

—Carla, está a diez metros y la música bien alta. No hay forma de que nos oiga.

Cierto. Dani sigue hablando con Manu, pero noto que de vez en cuando sus ojos buscan los míos.

—Estás seguro de que le gusta Miller, ¿verdad? Tiene esas novelas en la habitación. Eso querrá decir algo, ¿no?

—Le chifla —me calma guiñando un ojo—. Ojalá pudiera acompañaros para haceros de Cicerón, pero el trabajo no me lo permite.

—Dura todo el fin de semana, puedes ir el domingo también.

Víctor resopla.

—Ya se lo propuse a Vicky, pero estuvo a nada de comerme con los ojos. Básicamente me decían algo así como: “Despídete de mi cara si me haces volver allí una segunda vez”.

Pestañeo repetidas veces.

—Lo siento.

—No pasa nada.

Lo dice muy resignado. El día que Vicky le proponga ir de compras o al ballet, este le va a hacer una peineta bien hermosa.

—¿Cómo ves al casi cumpleañero?

Al buscar a Dani, nuestras miradas se vuelven a cruzar. No sé si quiere leernos los labios, si sabe de lo que estamos hablando o si sencillamente le apetece mirarme. Piense lo que piense, sé que se está divirtiendo. Seguro que él tampoco se imaginaba una Nochevieja así hasta que se le ocurrió la idea pensando en mí. Al final, resulta que él está disfrutando tanto o más que yo y eso me complace muchísimo.

—Parece feliz.

Víctor también le observa por unos segundos.

—Yo creo que lo es.

—Es alucinante que haya hecho esto. Aún me cuesta creerlo.

—A mí no —replica—. Acabaría por hacerlo más tarde o más temprano.

—¿Y eso?

Víctor parece asombrado.

—¿Tengo que explicártelo? Morales habla constantemente de ti. Sé mil cosas tuyas y no precisamente por Vicky…

—¿Qué cosas? —inquiero confundida.

—Veamos… Sé que te encantan las crepes con Nutella, la mermelada de arándanos, dormir hasta tarde, los bolsos de vieja, la música electrónica…

—¡Los bolsos de vieja!

Él rompe a reír y yo taladro a un Dani confuso con la mirada.

—No se lo tengas en cuenta, los hombres no entendemos de esas cosas.

Desde luego que no. Si así fuera, ya se habría encargado de construirle un altar en su vestidor.

—Imagino que Vicky ya te habrá dicho que he intentado por todos los medios que Morales dejara de tener fijación por el perfeccionismo en el trabajo —continúa—. Nunca he conseguido gran cosa pero desde que está contigo, se lo toma con más calma. O por lo menos, a mí me parece que es así.

Claro, Víctor. Es que yo tengo vagina y tú no. De hecho, por la forma en que me está mirando Dani en este momento, podría jurar que está pensando en ella concienzudamente.

—Pensé que nunca llegaría el día en que se despegaría de gente como Mario, pero apareciste tú y ellos se desintegraron por arte de magia.

Dani sigue paseando sus ojos por mi cuerpo ajeno a nuestra conversación. Aunque también a la suya con Héctor y Manu. Está completamente ligado a mí. Me ruboriza un poco su descaro. Esa mirada suya enciende mi deseo como un fósforo. En este momento Dani es un gato preparado para saltar sobre el ratón cuando menos te lo esperes.

—¿Tanto se veían? —pregunto sin dejar de observarle.

—No, pero era su compañero de juergas. Intenté hacerle ver que desfasar tanto no le convenía. Cuando volvía a IA lo hacía más agobiado y más acelerado.

Dani se afloja el nudo de la corbata. Su mano despeja su rostro de cabello desmelenado. En cuanto me ha piropeado al verme el vestido, sabía que este momento llegaría. Está sufriendo lo indecible y lo peor es que me está contagiando.

—Mario sigue llamándole.

—Pero no le coge las llamadas. Ya me lo dijo. Hace poco se presentó en IA, pero Morales estaba reunido fuera de la oficina.

Corto la conexión visual.

—Eso no lo sabía.

Víctor ensancha su sonrisa.

—Buena señal. Significa que no le ha dado importancia.

Ya. O que pasa de más confrontaciones conmigo. No sé si esa omisión de información es buena o mala para nosotros. Cuando Dani ignoró la llamada de Mario en Cercedilla pensé en solucionar el problema por mi cuenta e igual es algo que debo retomar.

—¿Crees que debería ir a hablar con él?

—Cariño, nosotros nos vamos ya.

Mis tíos se acercan con gesto cansado. Víctor opina que sobra y, educadamente, nos deja a solas y sin contestar a mi pregunta.

—¿Tan pronto?

—Aquí estamos de más —opina mi tío—. Estas son horas para la juventud.

—Yo ya no aguanto tanto —bosteza ella—. Estoy soñando con la cama del hotel.

—Como queráis.

—Nos ha encantado verte esta noche —me abraza—. Ya nunca pasamos la Nochevieja juntos.

—Podríamos volver a intentarlo el año que viene.

Mi tía se aparta lentamente. Tanto ella como él me miran estupefactos. Mi cerebro da marcha atrás. Sí, mis palabras les han tenido que sorprender. A mí también.

—¿En serio?

Qué vergüenza. No tendrían que estar preguntándome algo así.

—Si os parece bien…

—¡Por supuesto que sí!

Ya no hay forma de rebobinar y borrar mis intenciones. Tampoco quiero hacerlo. Podría incluir esto en mi lista de propósitos para este año. Intentar ser más permisible y accesible con y para mi familia. Siento que hay mucho tiempo perdido por recuperar con ellos y, obviamente, deseo que lo retomemos en Madrid y no en Santander. Ese es un paso todavía lejano para mí.

Les acompaño a la puerta pensando en el cambio del curso de los acontecimientos. Lanzo una miradita a Dani. Su lengua imaginaria se pasea por todo mi cuerpo. Se me hace un nudo en la entrepierna y mi corazón bombea desatado en mi pecho.

—Te llamaremos para que nos cuentes cómo evolucionas, ¿vale?

—Ok, ok.

—O podemos venir a visitarte y lo comprobamos de primera mano.

—También, también.

Silencio. Siguen alucinando. Yo sigo sofocada y empiezo a sudar como un pollo.

—¿A ti no te importa?

—No, no.

Mi tío sonríe ajeno a mi subidón.

—No se hable más. Nos tendrás aquí en cuanto cojamos unos días libres.

Me obligo a sonreír. Si no lo hago, pensarán que estoy infartando. Mi tía arruga el ceño y hace amago de comprobar mi temperatura, pero la aparto con elegancia y decisión.

Cuando consigo que se vayan tranquilos, voy derecha al cuarto de baño. A refrescarme otra vez. En el hilo musical se escucha el “So easy” de Röyksopp. Sí… siempre he querido follar con esta canción.

Digo… ¡no! No quiero escuchar esto ahora, quiero volver a la fiesta sin que me tiemblen las piernas y sin que Dani me folle con la mirada.

Pero eso no va a pasar.

Lo adivino en cuanto él mismo aparece a mi lado, me acorrala en una esquina del pasillo y me sube a una cómoda de un movimiento.

—¿Qué haces? —pregunto mirando alrededor.

Dani me sostiene de la cintura y baja su brazo hasta mi sexo hinchado y palpitante.

—No aguanto más —susurra—. Necesito meterte mano, ¡ya! Oh, sí… estás igualita que yo…

Madre mía. Estoy muy pero que muy pringada.

—Suéltame, nos va a ver alguien.

—No, nena. El baño está justo antes. Nadie viene hasta aquí.

Menos mal porque ya no hay quien pueda pararme.

Sus hábiles dedos se cuelan entre mis pliegues y patinan entrando y saliendo con soltura. Tiro de su corbata para besar su boca y silenciar mis gemidos entre sus labios. Su mano se mueve con premura, ansiosa por recibir lo que ha venido a buscar.

Jadeo embobada en cuanto los dedos desaparecen. Dani se despega de mi cara y paladea su postre.

—Mmm… Hubiera cambiado toda la cena por una cucharada de esto.

La mano vuelve a su lugar original.

—Cerdo.

—Un cerdo que te está metiendo los dedos y que puede parar en cualquier momento.

—Cerdo encantador.

Dani asiente sonriente.

—Nos vamos entendiendo.

Mi vagina sí que se entiende bien con sus dos dedos. Ambos buscan el calor y la estrechez de mi interior con su danza. La presión se hace más fuerte entre mi bajo vientre y mi pecho. Me contraigo de placer y cierro las piernas por inercia.

—No —dice él volviéndomelas a abrir—. Quiero olerte.

Joder.

Mi piel es un tejido rojo pardusco. A él le gustará oírme pedir que me folle con todas las letras, pero a mí me enciende todos los pilotos cuando se vuelve tan físico.

—Da gracias a que me estoy controlando. Si estuviéramos solos, ya te habría arrancado este vestido con los dientes…

Mi respiración traquetea. Como si cantara circulando y botando sobre piedras.

—Chissst… Te pueden oír, baja un poco el tono.

No puedo. Cada día me corro más rápido, voy a batir un récord con él.

—Respira, respira… Eso es.

Echo la cabeza hacia atrás y Dani muerde mi garganta. Si no me sujetara, me abriría el cráneo contra el suelo.

—Joder… Mira cómo estoy.

Sin dejar de magrearme, se adhiere a mí. Su polla endurecida aplasta la cara interna de mis muslos.

Sonrío y pongo mi mano sana a trabajar. Es tal el ímpetu con el que maniobro, que sus pantalones caen al suelo y le dejo en calzoncillos. Agarro la firmeza de su bate y froto arriba y abajo. Lo agarro tan fuerte que no se cómo no explota en segundos. Pero no me puedo contener. La rigidez del músculo comparada con la suavidad de su fina piel me embelesa. Deseo encarecidamente metérmelo enterito entre las piernas, pero no hay tiempo material.

Nuestras lenguas se enredan encontrándose en el aire. Toman cobijo en nuestras bocas sin soltarse y trasladan el deseo por un montón de recovecos distintos. Nos masturbamos el uno al otro como dos críos de instituto en vez de copular como animales. Y todo por no poder controlarnos con una sola mirada.

Mi corazón se ensancha consciente de la joya que se ha adjudicado. Espero que momentos como este perduren por mucho tiempo. Ya no sabría vivir sin esta espontaneidad y este descontrol. Me hacen sentir querida, deseada y ante todo, viva.

Dani se va a correr. Me atosiga cada vez con más fuerza y su lengua vacila por unos instantes.

Ya estoy. Ya llego. El éxtasis me pide paso y yo le doy vía libre con una sonrisa de oreja a oreja.

Primera ráfaga. Destellos.

Segunda. Fulgor.

Tercera. Quemazón.

Y a la cuarta, ceguera.

Me desintegro en orgasmo puro. Dani también. Su leche sale despedida como en una fuente. Me aparto por instinto y entonces ocurre lo imprevisto.

—Oh. Dios. Mío.

Alzo la vista por encima del hombro de Dani y él se gira horripilado.

Carmen se apoya en la esquina, con ojos y boca exageradamente abiertos.