17
Necesitamos un descanso. Llevamos media mañana entrando y saliendo de salas como si entendiéramos algo de lo que se dice en alguna de ellas. Pero me lo estoy pasando bien. Toda la feria es fascinante hasta el más mínimo detalle. La gente es muy amigable y no hay tiempo de aburrirse.
No obstante, la hora de Frank Miller ha llegado así que nos disponemos a acercarnos a la zona cuando nos frena una inmensa hilera de gente que va en la misma dirección. Vicky y yo nos comunicamos con la mirada y ambas nos decimos lo mismo.
No puede ser.
—¿Toda esta cola es para Frank Miller?
Un chico se vuelve hacia nosotras.
—Sí, guapa, sí. Empieza allí detrás.
Es imposible. Mi vista ni siquiera alcanza a ver dónde señala su dedo. Echamos a andar recorriendo la cola en paralelo hasta no sé cuántos metros más. Es muy desmoralizador, tengo ganas de llorar.
—Carla, ¿cuántas horas nos vamos a tirar aquí?
Sí, es la misma pregunta que me estaba haciendo yo. Mi hombro demanda medicación y no la llevo conmigo. Tenía pensado conocer a este señor y marcharnos ya, pero me da que nos vamos a hacer viejas esperando a verle.
La cola avanza tan lento que hay un montón de gente sentada en el suelo. Compungida, hago lo mismo y Vicky me imita. Quedamos flanqueadas por Pikachu e Indiana Jones.
—Tendremos que buscar algo para entretenernos.
Y a eso me dedico. A jugar al Pac-Man en el iPhone hasta que me sangran los dedos porque mi amiga ya se ha cabreado y no está por la labor de volver a dirigirme la palabra.
Los minutos van pasando y yo dejo de jugar con el móvil. Me estoy comiendo toda la batería. Parece que estamos un pelín más cerca de conseguir el deseado autógrafo, pero Vicky se desespera.
—Me voy a ver a Charlize Theron —anuncia levantándose—. A ver si lo de las revistas es Photoshop o realidad.
—Te lo puedo decir yo sin ir a verla.
—Serán diez minutos.
Obviamente, pasa casi media hora y Vicky no vuelve. Dudo que acercarse a esa mujer en un sitio como este resulte fácil.
Mi ánimo se recupera cuando ya visualizo al ilustrador. Es algo más mayor de lo que he visto en internet y de aspecto huraño. Lleva un sombrero negro de ala ancha y traje del mismo color. Es un hombre de piel excesivamente pálida y con una cara de mal genio que, sinceramente, no invita a acercarse allí en absoluto.
Pero todo sea por Dani. La entrada, las horas de cola y la mirada asesina que me lanza este hombre en cuanto llego a su mesa.
Sonrío tanto que si me tiñeran el pelo de verde, podrían confundirme con Joker. Mis ojos son incapaces de abandonar el bloc entre mis manos. Es, sencillamente, fantástico. O por lo menos eso es lo que a mí me parece, habrá que ver la cara de Dani cuando lo vea mañana.
—¡Carla!
Levanto la vista del papel, Vicky corre en mi dirección sonriente. No creo que eso sea por haber visto a Charlize Theron.
—No te veía. ¿Ya lo has conseguido?
—Sí, ¡por fin!
—Magnífico —opina tirando de mí—. Guárdalo como oro en paño y acompáñame a la sala dieciocho. Mira quién está saliendo de allí.
Por supuesto, ¿quién iba a ser si no? Jeremy Renner.
Como una adolescente que tiene sueños húmedos con Justin Bieber, Vicky me estampa su móvil en el pecho para que le haga una foto con el actor. Tenemos que esperar otro rato para esto también. Aun así, mi amiga lo consigue y yo inmortalizo el momento riendo por lo bajo.
Nos apartamos un poco para que el resto de féminas siga acosándole. Mi amiga suelta un gritito del subidón al ver la foto.
—No sé qué le ves, es un poco chiquitajo…
—Desde que lo vi en “Tierra Hostil” me enamoré de él.
Nuestros gustos para los hombres son como la noche y el día.
—Tú misma.
—¿Tú quieres otra?
¿Yo? Ni loca. Sacarse fotos con famosos es tan cutre. ¿Para qué quieres esa foto luego? Qué ridículo.
Espera, ¿ese…?, ¿ese es…?
—¡Ay, Dios mío! —grito—. ¡Jason Momoa! ¡Corre! ¡Corre!
Vicky me saca del tumulto casi a codazos. Faltan babas y pancartas de corazones para que la sala parezca un concierto de Ricky Martin. Tras la foto de turno, se ha puesto a hablar por el móvil y me he quedado unos segundos sola hasta que me he dado cuenta de que estaba en mitad de un enjambre de mujeres desenfrenadas y con las bragas encharcadas.
—Víctor me preguntaba si seguíamos juntas. Le ha llamado Morales. Al parecer, te ha llamado a ti pero lo tienes apagado.
Saco el móvil del bolso y corroboro lo dicho.
—Mierda, me he quedado sin batería. ¿Le has dicho que estábamos bien?
—Sí —afirma sonriente—. Víctor le dirá que hemos ido a comer y seguimos de compras por ahí.
Perfecto. Así no sospechará.
—Hablando de comer, deberíamos pensar en comprarnos un sándwich o lo que den por aquí.
Mi amiga no me presta mucha atención. Sigue igual de atontada mirando su foto en el móvil.
—Así, visto en persona, no tiene tanta gracia, ¿verdad? Víctor me parece más guapo.
—Es que lo es.
—Nunca te ha gustado Jeremy. ¡Mira! Ahí tienes a tu Thor.
—¡Corre! ¡Corre!
Y así, sucesivamente. Sin parar y perdiendo la noción del tiempo.
—Venga, vamos a hacernos una con Fassbender. Eva se va a echar a llorar.
El móvil de Vicky está hasta arriba de fotos con un montón de tíos. Con el de “Arrow”, con el de “Vikings”, con el de “Bella y bestia”… Creo que ya me las hago por hacer. Qué ida de olla, por favor. Me siento como una grupi.
Repasamos el plan mientras picamos algo cerca de casa de Vicky. Están preparando el marco y ya hemos comprado los M&Ms. Todo está en marcha y yo ya estoy eufórica por que llegue mañana. Dani se va a caer de culo.
Vicky y yo recordamos los mejores momentos del día. Ella lo hace con una media sonrisa y yo desternillándome. Me lo he pasado realmente bien. Aunque me percato de que mi amiga no ha aprovechado para comprarle nada a su pichurrín. Cuando estuvimos en la tienda de cómics, le llevó una taza de “Fringe”, una serie que le gusta mucho. Pero hoy no se ha esforzado mucho por repetir el gesto.
Me extraña. Vicky es una mujer muy detallista. Voy a salir de dudas.
—¿Va todo bien entre Víctor y tú? En Nochevieja parecíais un poco distantes. Sobre todo tú.
Vicky menea la cucharilla de su capuchino. Sus disensiones amorosas no suelen ser secretos para mí. Siempre se abre con facilidad a menos que tenga que ver con la cama. Eso nunca cambiará y tampoco me molesta. Más bien, creo que lo prefiero así.
—Me ha pedido que deje algunas de mis cosas en su casa.
No me parece raro.
Se ven casi todos los días y en algún momento tendrán que sucumbir a las comodidades de dejarse unas bragas y un cepillo de dientes en casa del otro. Pero no me sorprende la reacción de Vicky.
—Ya veo…
—¿Qué ves? —pregunta molesta.
—Nada.
—Carla, dímelo.
Suspiro consciente de lo que ocurre. Es la misma historia de siempre en todas sus relaciones.
—Siempre haces lo mismo, Vicky. Tu pareja da un paso adelante y tú te achantas.
—¡Yo no hago eso!
—Sí que lo haces. En cuanto tu primer novio te presentó a su familia, te cagaste encima —le recuerdo—. Y en cuanto te fuiste a vivir con el último, duraste menos de un mes. Yo no sé si es que tienes poca paciencia, si te cansas pronto de los tíos, o si te enamoras a lo loco, o si tienes miedo, o si…
—Eso —me corta.
—¿Qué?
Sus ojos me miran apagados y entristecidos.
—Tengo miedo, Carla.
Comprendo.
Aunque no sé cómo darle ánimos en una situación así. Vicky cree que las películas románticas pueden reproducirse en la realidad. Es la regla por la que se ha regido toda su vida para salir con hombres. Por eso es tan rematadamente exigente. Pero en cuanto las cosas se ponen serias, está visto que se me acojona.
—Eso nos pasa a todos, Vicky. Siempre que comienzas una relación te cuestionas el futuro y más si das un paso tan importante como trasladarte con él. Pero es que es lo normal.
Mi amiga se muerde el labio abatida.
—Tengo miedo de ir demasiado rápido y que nos apaguemos enseguida.
—Te refieres al romanticismo y al sexo interminable, ¿no?
—Sí.
Cierro la boca. No sé qué contestar a eso. Sobre todo porque también pienso que se acaba demasiado pronto.