25

Tengo una perdida de Susana. La he visto nada más desayunar pero según el móvil, hacía más de una hora que había llamado. He intentado localizarla, pero no me ha devuelto las llamadas. Susana no está trabajando actualmente, lleva tiempo inactiva, no sé qué estará haciendo para no escuchar el móvil. Supongo que querrá saber cómo evoluciono o tal vez quiere que vaya a ver las fotos de la boda con Vicky.

Mejor desisto.

Continúo trabajando en mi proyecto concienzudamente desde el sofá de Dani. La idea de buscar un local para músicos no profesionales cada vez me gusta más. Incluso podría fusionarlo con algún tipo de academia. Se enseñarían todo tipo de instrumentos y podría generar un espacio en el que músicos con gustos similares se juntasen para crear su propio grupo. Igual acabo siendo testigo de la germinación de alguna futura banda importante. Todo puede ser.

No obstante, elaborar un plan de negocio de algo así es complicado para alguien volcado únicamente en la comunicación. Voy a necesitar asesoramiento. Automáticamente pienso en Dani. Lleva horas metido en su despacho, va a acabar echando raíces. Será mejor que lo rescate aunque sea con esta excusa.

Llamo a la puerta con los nudillos y entro sin esperar respuesta. Dani está repantingado sobre su silla con la vista fija en el vacío y el pelo alborotado. Es la viva imagen del derrotismo más melodramático.

—¿Malas noticias?

Extiende un brazo que pide en silencio que vaya hasta él. Al sentarme en su regazo, Dani me abraza estrechándome contra su pecho.

—Acabo de cerrar las oficinas de Lisboa.

Ya veo. Me temía que ocurriera algo así, pero no me sorprende. Lleva mucho tiempo arrastrando esta problemática sin atajarla como es debido.

—¿Has despedido a mucha gente?

Asiente con la cabeza.

—No valgo para eso. Es una de las peores partes de este trabajo.

—Lo siento.

—Podría haberlo evitado —suspira apesadumbrado—. Si me hubiera esforzado más, seguro que no habría llegado a este extremo.

Si empezamos así, la vamos a tener.

—No es verdad. Te has preocupado mucho por Portugal últimamente.

—No lo suficiente.

—Basta, Dani —reprendo levantándome—. ¿Qué me quieres decir? ¿Que si te hubieras machacado hasta la sobredosis no habrías aumentado la cola del paro portugués?

Aún con los brazos abiertos, sus ojos me observan afligidos. No puede defender su postura en este tema y tampoco podemos seguir teniendo esta discusión cada dos por tres.

Resoplo desandando mi camino.

—Los yuppies que consumen anfetas o coca para ser el número uno en cualquier cosa solo acaban de dos formas posibles: o pierden todo por lo que han luchado o se pierden a sí mismos.

—Lo sé…

—Y se te puede ir de las manos, no lo olvides —sentencio al llegar a la puerta—. Se te puede ir tanto que puedes destrozar vidas sin quererlo. O si no, díselo al hijo de puta que me dejó huérfana y me convirtió en carne de psiquiátrico.

—Carla…

—Piensa en eso la próxima vez que creas que eres un ser intocable y todopoderoso.

Con un considerable tembleque de piernas, salgo del despacho y vuelvo al salón.

Me niego a seguir haciéndole entrar en razón. Es agotador. Sé que haber perdido esa delegación es un palo para su empresa, pero también para él. Se lo toma de una forma exageradamente personal. Necesito que deje de preocuparse por IA como si fuese un retoño de verdad. Tiene que centrarse en otros aspectos de su vida y no sé cómo voy a conseguir que me escuche.

El sofá se hunde a mi lado. Dani se sienta y me coloca un mechón de pelo tras la oreja. Su media sonrisa me confunde.

—Me refería a que si te hubiera hecho caso y hubiera contratado nuevos directivos que se centraran en ello, podría haberlo solucionado. No hablaba de ponerme hasta arriba.

Mis labios se pegan el uno al otro. Noto el rojo carmesí por mis mejillas y trago con pesadez.

Vaya corte. No sé qué decir.

Dani señala el portátil sobre mis piernas.

—¿Sigues trabajando en lo de la web de músicos?

—Sí… sí —tartamudeo—. Pero he cambiado un poco la visión del proyecto.

Le explico brevemente lo que tengo en mente y él asiente comprendiendo.

—¿Puedo verlo?

No. Eso es lo último que haría después de lo que acabo de descubrir.

Dani está empezando a entender lo que conlleva no delegar y no voy a ser yo la que le agobie con nuevos objetivos. Ya hablaré con cualquier otro.

—Está muy verde —respondo encogiéndome de hombros—. Deja que lo trabaje un poco más.

Ya te lo enseñaré el día que inaugure el local.