22
Tras cepillarme los dientes, me deshago del cabestrillo. Le estoy empezando a coger manía, me alegro de que ya quede menos para dejar de llevarlo. Mientras Dani canturrea en su cuarto, me pongo ropa limpia para ir a dormir, aunque me da que él tiene otros planes. Sospecho que quiere mantenerme despierta el mayor tiempo posible. Siempre y cuando sea como imagino, me parece una idea estupenda.
Su humor ha mejorado mucho desde que diéramos ese minúsculo paseo en coche. No sé si es porque se ha dado cuenta de que puede hacerlo o porque he aguantado lúcida e ilesa hasta ahora, pero no deja de sonreír.
Al entrar en la habitación, Dani sostiene una pequeña caja en la que rebusca antes de dirigirme una mirada socarrona y voraz. Procuro hacerme la digna como si esas miradas suyas no me afectaran en absoluto. Qué ilusa soy.
Me siento en una esquina de la cama hasta que reparo en el cabecero y me levanto de un salto.
—¿Qué es eso?
Dani mira primero a los dos pañuelos de seda negra y después a mí.
—¿Te apetece jugar?
No veo los clics ni las Barbies por ninguna parte.
—¿A qué?
—Tranquila —sosiega reparando en mi estado—. Es solo una idea.
—¿Quieres atarme?
Asiente mientras avanza sigiloso hacia mí. Su cuerpo me acecha y lo hace de un modo que podría haber sido extremadamente sexy. Lo que él no sabe es que todo lo que rodea este plan suyo para mí es sencillamente aterrador. Va mucho más allá del miedo. No puedo explicarlo con palabras.
—Se me ha ocurrido algo —sisea en mi oído—. Tú siempre quieres correr y yo quiero alargarlo. Disfrutar de ti al máximo… Explorando todos tus sentidos…
—No me vas a atar.
La duda asoma a los ojos de Dani.
—Solo es una idea —repite—. Si al principio te da cosa, podemos aflojar los nudos.
—No.
—Vamos, nena, confía en mí. Sé que te va a gustar…
—He dicho que no. Quita eso de ahí.
Mi orden es muy tajante, demasiado. No se le escapa mi nerviosismo.
—Carla, relájate, no te voy a hacer daño. ¿Por qué estás tan asustada?
No pienso decírtelo, no pienso volver a narrarlo en voz alta nunca más. El llanto se acumula en mis lacrimales de tan solo pensarlo.
—O lo quitas o dormiré en otra habitación.
Su perplejidad es palpable. No quiero defraudarle y menos en este ámbito en el que nos llevamos tan condenadamente bien, pero no me deja elección.
—Dani, por favor, quítalo.
Casi al instante, suelta la caja y desenrolla el primer pañuelo. No quiero ni verlo. Me doy media vuelta y me encierro en el baño.
Hundo la cara entre mis manos en cuanto empiezo a llorar. ¿Por qué ha tenido que volver Rober a mis recuerdos? Siempre que lo hace siento que me vuelvo más fuerte, que me hace indestructible a cualquier relación futura, pero no es así. En el fondo sé que me marcó tanto que lo que ha hecho ha sido obligarme a levantar un muro de desplantes, frialdad e impertinencias de cara a los hombres. Mi propia coraza, esa que me convierte en el témpano que tanto temo.
No puedo dejar de repetirme lo mismo una y otra vez. “Dani no es él, Dani no es él. Ya lo sabes. Lo sabes de sobra. Dani no es él”. Pero es muy difícil, no lo he vuelto a hacer desde entonces.
Unos brazos me rodean y me atraen a un pecho desnudo y caluroso. Me dejo envolver en él agradecida por su gesto.
—No llores —pide Dani—. No llores, por favor. Odio verte así, y más si es por mi culpa.
—No es culpa tuya.
Es mía, por dejarme influenciar tanto por el pasado y todo lo malo que ha acarreado.
—Ya está… No haremos nada.
Me limpio las lágrimas con las manos. Dani me entrega un pañuelo y yo me sorbo la nariz. En el espejo puedo ver que estoy roja y congestionada por el llanto. Dudo que esto fuera lo que Dani deseaba que pasara esta noche.
Al atreverme a mirarle, toma mi cara y me observa con precaución.
—Carla, ¿te han atado antes?
Me zafo de sus manos antes de que siga leyéndome. Se le da muy bien y no deseo que lo haga. Esto no le incumbe, no le afecta. Es otra de las mierdas que debo superar yo sola.
—¿En qué estás pensando?
Cabeceo disgustada. No voy a abrir más la boca o acabaré cediendo a su curiosidad.
Dani me conduce en silencio hasta la habitación y tras tumbarnos, nos cubre con las sábanas. Se adhiere a mi espalda en un abrazo reconfortante y del que no me quiero desprender en mucho tiempo.
—¿Me lo contarás ahora?
Niego con la cabeza.
Un beso se posa en mi mejilla antes de que apague la luz.
—¿Sabes? No importa —susurra—. Esperaré el tiempo que quieras. Desahógate cuando lo necesites. Yo siempre estaré aquí para ti, nena. No lo olvides. No voy a ir a ninguna parte.
Me trago una nueva llorera. No sabe de lo que está hablando. Dani nunca querrá saber esto. Se volvería loco.