27
Me encanta verle dormir. Sobre todo porque es un hecho extraordinario. Es como un cometa que tan solo se deja ver cada cien años. El hecho de que Dani se despierte más tarde que yo requiere una celebración por todo lo alto. Además, estoy contentísima por salir de la cama y no tener que enfundarme el cabestrillo quince días después de la primera vez. Soy libre y por eso, me animo a bajar y preparar algo para los dos. No pienso venir a buscarle y bajarle en volandas, pero supongo que con un buen desayuno será suficiente para él.
En cuanto llego al salón, pongo algo de música con mi iPhone. No muy alto, pero lo bastante como para que vaya desperezándose. Da igual lo que ponga, seguro que se levanta de buen humor. Ayer aguanté “La guerra de las galaxias” hasta el final, cosa que Vicky no consiguió porque se quedó sopa en el sofá. A Víctor le entró la risa pero si hubiésemos sido Dani y yo, habría sido capaz de pararla hasta volver a despertarme para tragármela entera. Sobre todo tras haber sugerido nuestra próxima película: “La bella y la bestia”, de Jean Cocteau. Sí, la de mil novecientos cuarenta y seis.
El “You make me” de Avicii comienza a sonar y no puedo evitar subir el volumen. Me encanta esta canción. Contenta conmigo misma, doy vueltas por el salón sin parar de bailar. Me subo al sofá y lo reconvierto en mi inestable pista de baile. Mi brazo izquierdo se mueve, sí, y lo hace sin excesivo dolor.
Doy saltos y sin más remedio, empiezo a cantar.
All my life I’ve been, I’ve been waiting for someone like you (yeah),
All my life I’ve been, I’ve been waiting for someone like you (yeah),
All my life I’ve been, I’ve been waiting for someone like you (yeah),
I’ve been looking for someone like you (yeah),
I’ve been waiting for someone like you (like you).
All my life I’ve been, I’ve been waiting for someone like you (yeah),
You make me!
En uno de mis giros a lo Bisbal, encuentro a Dani de brazos cruzados enarcando una ceja en mi dirección.
—Te vas a caer —reprende.
Ignorando sus advertencias, le señalo con el dedo y sigo cantando con una bonita y cazallera voz mañanera. Dani acaba por echarse a reír. Estupendo, es la primera vez que me oye cantar y no me ha echado a patadas. Es un cielo de hombre.
Aprovechando mi despiste bailarín, me coge de las piernas y caigo rebotando de espaldas al sofá. Intento zafarme entre risas, pero Dani hace barrera con su cuerpo y comienza a desvestirme.
—Esto fuera —dice bajándome las bragas—. Y esto —la camiseta—, y esto —el sujetador—. Solo tú.
Achispada por su sonrisa constante, le imito desnudándolo a su vez.
Ambos quedamos piel con piel, explorando nuestras bocas y devorándonos con la mirada. Sus ojos me dicen muchísimo. Todo lo que me ha faltado estos años lo encuentro en una sola mirada. Las mismas cualidades que he perdido desde niña me traspasan el pecho en un río de deseo verde.
Redención, ternura, espontaneidad, honestidad… Entrega absoluta. Eso me ofrece este hombre maravilloso al que intento buscarle un hueco en mi mundo sin que el pobre salga escaldado. Quiero a Daniel Morales con locura y necesito que comprenda que mi entrega es tan completa como la suya. No sé si con el día a día se lo estoy demostrando. Creo que todavía me queda un largo camino hasta dejar de herirle sin querer, pero quiero demostrarle la amplitud de la confianza que he depositado en él, en nosotros.
Cuando encuentras a alguien que sabe de tus errores, tus insanas debilidades y ha sido testigo de lo peor de ti y aun así, sigue a tu lado; cuando esa persona te ama estés o no a la altura de las circunstancias; cuando te apoya para mirar al futuro con una sonrisa; cuando es él quien te hace sonreír, te rescata del infierno y mantiene tus pies en la tierra y el corazón en el paraíso, te preguntas irremediablemente si le ha dolido mucho la caída desde el cielo.
Sus besos exploran mi cuello con pausa y nuestros cuerpos se arquean uno sobre el otro en perfecta armonía. Es absurdo pensar que necesito más señales. Con él me creo capaz de superar cualquier cosa.
Veamos si tengo las suficientes agallas.
—Átame.
Dani detiene su vaivén a escasos centímetros de mi boca.
—¿Cómo?
—Quiero que me ates.
—No, nena —cabecea—. Deja de pensar en eso, no es necesario.
—Sí que lo es.
De lo contrario no lo superaré nunca.
Dani atiende a mi mirada suplicante doblegándose a ella. Asintiendo en silencio, me coge en volandas y con mi rostro enterrado en su cuello, subimos a su habitación. Me he dado cuenta de que entendernos con una simple mirada es un punto al que hemos llegado hace ya tiempo. Eso me infunde más confianza en mí misma. En cuanto me tiende sobre la cama y saca la caja con los pañuelos de seda, sé que la voy a necesitar al cien por cien.
—¿Estás segura? —me pregunta vacilante—. Ya sabes que yo no necesito nada de esto. Se me ocurrió hacer algo para ralentizarlo y disfrutar un poco más. Solo eso.
—Estoy segura —remarco—. Hazlo, por favor.
Con suavidad, toma mi mano izquierda y enreda un pañuelo negro en mi muñeca. Antes de hacer lo mismo con el cabecero, besa mi palma temblorosa y me pregunta sin palabras. Asiento y él anuda el pañuelo y repite el gesto con mi mano derecha. Observo que no tiene pensado hacer lo mismo con las piernas. Mejor, es una postura muy incómoda.
Aunque me desconcierta cuando coge un tercer pañuelo y me venda los ojos. Me dejo hacer con la imagen de su bello rostro contemplándome antes de perderme en la oscuridad. Su peso cambia de posición. Se posiciona entre mis piernas y mordisquea mi barbilla incitándome a levantar el rostro. Dani sobrentiende la invitación y desciende por mi cuello. Una boca justo ahí, si es lo suficientemente experta, puede someter a la fiera más indomable. Él lo sabe y tiene a mi mente, mi corazón y mi sexo a su entera disposición nada más empezar.
Con el corazón a mil por hora, siento la humedad de su boca por mis pechos. Los recoge entre sus manos y traza garabatos con la punta de su lengua alrededor de mis pezones. Lubrico en segundos cuando sus dientes salen a pasear. El dolor no es nada comparable a la excitación que me producen su boca y sus manos.
Intento rodearlo con mis piernas, pero él las aparta con tranquilidad y ronronea por mi ombligo, el bajo vientre y las ingles. Llegados aquí, me echo a temblar y jadeo famélica. Dani me ignora y sigue su dulce tortura por el muslo, la corva, la pantorrilla y mi pie. Mi otra pierna se retuerce. Restriego mi talón contra las sábanas de tal forma que mi piel me quema.
Un dedo roza mi clítoris y exclamo un grito ahogado. No poder ver y tener constancia del porvenir lo hace aún más emocionante y ante todo, mucho más intenso. El dedo entra y sale con facilidad en mi vagina. Quiero arrastrarme hacia delante y pegarme a él, pero cuando lo intento, él se aparta y los pañuelos me impiden avanzar. Resoplo agitada. La fricción en mis muñecas, la imposibilidad de moverme, de demandar contacto, no me asustan. Todas esas sensaciones me atenazan la garganta en una bola de deseo inédito.
Dani abandona mi pie y une su boca a la fricción de su dedo. Si pudiera, enredaría mis manos en su pelo y bailaría sobre su rostro, pero la seda me lo impide. Tiro de ella en una mezcla de frustración y exaltación que me golpea directa en la entrepierna. Pierdo el aire mientras gimo angustiada. La respiración de Dani se expande por mi pubis mientras acosa mi clítoris a lametazos. Su mejilla presiona sobre mi ingle y yo rujo de gusto. Estar totalmente ciega y rendida a lo que vaya a hacerme es jodidamente fantástico. No tengo palabras.
Su contacto desaparece y en su lugar, se posiciona un glande duro y exigente. Al instante, siento el calor de su cercanía sobre mi rostro. Cuando imagino que va a besarme, regresa a mi cuello y toma mi cabello entre sus manos. Su polla entra un poco, pero no lo suficiente. Subo la cadera y él se aleja. Unas gotitas de sudor resbalan por mis sienes.
El movimiento se repite amenazando con volverme loca. Justo antes de protestar al borde las lágrimas, Dani roza mi axila y me echo a reír por las cosquillas.
Su plan tiene éxito porque me deja afónica en cuanto me la ensarta de un brusco empujón. Mi vello se eriza al sentir su cadera moviéndose en círculos sobre mí. Jadeo y él se lo bebe enterito al besarme en la boca. Vuelve a arremeter contra mí con brusquedad y mis gritos corren por su garganta.
Más círculos, otro envite. Más círculos, otro envite. Tiro de los pañuelos con fuerza. Quiero clavar mis uñas en su perfecto culo atlético. Muerdo sus labios desenfrenada y solo consigo que me la saque de golpe.
—Dani…
—Todavía no.
Oh Dios mío, ¿cuánto tiempo me va a tener así?
Sus dientes aterrizan en un pezón y sus manos atrapan mis nalgas. La entrega de Dani es destacable, siempre lo es. No es preciso que me ate para degustarme de arriba abajo, esto es algo que nunca olvida. No hay nadie en la cama más generoso que él.
Su mano se frota contra mi coño y mis fluidos quedan repartidos a su alrededor. Con destreza, bordea la zona e introduce un dedo en mi ano. La lujuria burbujea en mi interior. Con su boca en mi areola y su dedo perforándome el culo, no puedo más que gemir desesperada.
Mi sexo palpita y yo me encuentro febril. Dani añade un segundo dedo. Quiero abalanzarme sobre ellos y sentirlos más adentro, pero cuando lo hago, se deslizan por el exterior. Me arqueo y el cabecero repica contra la pared.
Apiadándose de mí, los dedos se esfuman y me empala de un nuevo pollazo. El éxtasis ronda entre mis muslos, me corta la respiración.
—No pares —grazno—, no pares…
Dani desciende hasta mi oído. El calor de su voz me enardece sin remedio.
—Disfrútalo, nena… Todo esto es por y para ti… Me gusta hacerte reír tanto como me gusta hacerte jadear… Sabes que adoro tu cuerpo, tu sonrisa, tus ojos… —susurra jadeante—. No sé explicarlo…
Procuro no gritar por encima de su voz mientras me penetra con golpes rítmicos y secos.
—Cuando te veo así, mi cabeza da rienda suelta a la imaginación. Pienso en un montón de formas de darte placer. Cómo hacer que grites, que vibres… —resuella junto a mi oído—. Eso es todo cuanto quiero cuando estamos así. No sé si llegas a entenderlo… Me pone mucho, muchísimo, hacerte disfrutar.
Sonrío. Mi querido Dani, eso se llama amor. Yo siento exactamente lo mismo.
Las embestidas se suceden derritiéndome de cintura para abajo. Busco su boca a tientas y la pierdo cuando vuelve a salir. Su miembro patina sobre mi clítoris de arriba abajo. Me está provocando. No sé si quiere alargarlo como decía o busca una patada en las pelotas cuando me desate.
—Dani, por favor…
El aliento de su risilla cae sobre mi cara. Intento morder sus labios y cuando lo consigo, me la mete de nuevo. Su arremetida me lanza hacia atrás. Me pierdo en su velocidad y me mareo. De mi piel se evapora lascivia contenida.
Tomo aire previniendo el orgasmo, pero Dani se detiene y traza un círculo tan insufrible como apetitoso sobre mi vagina. Se me revuelve hasta el cerebro. Las embestidas vuelven y tan pronto como lo hacen se vuelven a ir en otro círculo. Así una y mil veces hasta que pierdo la cuenta y quiero gritar de incertidumbre e inquietud. Y eso hago.
Sin dejar de perforarme, Dani sujeta mi cintura y me quita la venda de los ojos. Pestañeo hasta aclarar la vista y encontrarme con la expresión de su cara. Ansiosa, eufórica y encantada de haberse conocido. Golpeo la pared con cada tirón incontrolable y aprieto la mandíbula con fuerza. Lo que viene es devastador. Apisonador.
Me corro llorando de gusto. Abro las manos y separo los dedos de los pies llegando a lo más alto. Mi versión ilustrada sería algo así como el dibujo animado que se electrocuta con la bombilla de la luz. Mi cuerpo se agita y el vello se electrifica. Siento que cortocircuito cuando Dani se deja ir y su leche nutre mi interior.
Cierro los ojos. Él se deja caer agotado y roza mi cuello enjugado en sudor con sus labios. El roce me hace cosquillas, pero no puedo retirarme. Dani advierte mi estado y libera mis manos enseguida. Nada más hacerlo, anhelo abrazarle con todas mis fuerzas, pero como las he perdido en el camino, quedan extendidas en cruz. Siento como si mi cuerpo pesara una tonelada.
Unos segundos más tarde, con Dani aún dentro de mí, mi mente recobra el sentido. Respiro hondo mucho más tranquila que antes. Lo mejor de todo es que en ningún momento me han venido a la cabeza las imágenes de la última vez. Será porque no tuvo nada que ver con lo que acabamos de hacer.
Me asalta una duda.
—¿Habías hecho esto antes?
Dani se incorpora y queda tumbado a mi lado. Su mirada denota incomodidad.
—No exactamente.
Ya, creo que no quiero saber más.
—¿Y tú?
Sonrojada, bajo la vista y froto mis muñecas resentidas. Dani me las arrebata para masajearlas y besarlas con ternura. Mi corazón empieza a aporrear mi pecho de la misma forma que hace unos minutos. Aunque no por la misma razón.
—Debes de tener hambre, ¿qué quieres desayunar?
Yo también me siento. No logro entender cómo está aprendiendo a no preguntar de más tan rápido.
—Lo que a ti te apetezca.
—Yo ya he desayunado justo lo que me apetecía —sonríe.
Relamo la sequedad de mi labios avergonzada por mi silencio. No sé por dónde empezar.
—Veré qué hay en la nevera.
Dani salta al suelo y yo me pongo de los nervios.
“Vamos, Carla, no seas estúpida que se te escapa entre los dedos”.
—Hay quien dice que la asfixia puede ser muy placentera… Durante el sexo.
Dani se detiene en el umbral de la puerta y me mira confundido. Balbuceo sin saber muy bien cómo poner en orden mis ideas.
—A mí no me lo pareció —confieso—. Rober me había atado otras veces, pero ninguna como aquella. No es que le fuera el rollo bondage. O sí, no lo sé. Simplemente lo hacíamos alguna que otra vez.
A veces, al correrse, incluso me dejaba sola y esperaba que yo me corriera por gracia divina.
—Una noche quiso castigarme por haberme presentado en su club por sorpresa —suspiro—. Se veía que no le gustaban las sorpresas. Estaba muy enfadado y como me daba miedo cuando se enfadaba, quise negarme a sus jueguecitos. Él insistió, yo me volví a negar… Pero él volvió a insistir y me amordazó contra mi voluntad.
—Carla…
—Quiero contártelo —interrumpo nerviosa—. Ahora eres tú quien debe decidir si quiere escucharlo o no.
Dani se lo piensa. Es probable que se acabe de dar cuenta de que no quiere saberlo.
—Está bien —musita.
Yo me paso una mano por el pelo y cubro mi desnudez encogiéndome de piernas. Voy a ser lo menos detallista posible.
—Me tapó la boca con las bragas para que no gritara. Me ató de brazos y piernas y empezó a follarme. Dolía… una barbaridad. Lloraba tanto por la rabia como por el dolor —recuerdo—. Rober estaba hablando. No decía más que incongruencias, pero me obligaba a asentir a todas ellas.
Quería que admitiera que era una puta, su puta. Eso le gustaba.
—Cuando dejé de obedecerle, se enfureció y me cruzó la cara de un tortazo.
Dani da un paso atrás, completamente noqueado.
—Aquello estuvo mal. Sobre todo porque yo no encontraba excitación alguna en nada de lo que me estaba haciendo. Al no seguir respondiendo, decidió echarme las manos al cuello —me pongo a temblar—. Apretaba demasiado. Estaba aterrorizada, me estaba ahogando de verdad y pensé que iba a matarme. Pero al correrse, afortunadamente, me soltó.
Seguía ahogándome por las bragas en mi boca. Tenía la nariz taponada del llanto. De no ser porque decidió soltar las cuerdas en un acto de lucidez, no sé qué coño habría pasado.
Dani se sienta a mi lado y me coge de las manos. Son como dos maracas temblorosas.
—Aquella fue la primera y última vez en mi vida que fingí un orgasmo. Necesitaba que parase y dejara de tocarme. Pero en lugar de eso, me desató y nos echamos a dormir. Como si aquel hubiese sido un polvo más, un polvo cualquiera. No parecía consciente de lo que me había hecho.
Trago saliva. El rostro de Dani debería estar en el diccionario junto a la acepción de «estupefacción».
—A la mañana siguiente, cuando me dejó en la puerta del trabajo, me escabullí al cabo de unos minutos. Entré en la comisaría más cercana y le denuncié. Lo que habíamos hecho no había sido un coito consentido y además…
Mierda. Me estoy yendo por las ramas.
—¿Qué? —urge Dani.
Muy bien. Seguiré.
—Me dijo que si volvía a disgustarle, me prestaría.
—¿Prestarte? No entiendo.
—A sus amigos —aclaro en un hilillo de voz—. Rober era muy fuerte. Tenía constitución de jugador de rugby. Si hubiera querido, yo no habría tenido oportunidad ni de negarme, ni de defenderme. Justo como la noche anterior. Así que interpuse una denuncia por amenazas.
Fue lo que me aconsejaron en la comisaría.
—¿Qué pasó después?
Eso, para mí, es aún peor a lo anterior.
—Ese día dos agentes de policía se presentaron en el club, en su trabajo. Pasó la noche en un calabozo y a la mañana siguiente él me estaba esperando en mi portal. Me gritó y me amenazó. Quería que retirara las denuncias pero yo me negué. Me sentí valiente por estar en mitad de la calle, pero no sirvió de nada.
—¿Por qué?
—Porque me tiró al suelo de un puñetazo —Dani cierra los ojos consternado—. Por suerte, un coche patrulla pasaba por mi calle en ese momento y lo vio todo. No he vuelto a tener ningún contacto con él desde aquella época.
Para no involucrar a mi familia, contraté a la abogada que me recomendaron en comisaría y ella se encargó de todo lo demás. Multa, actos comunitarios y orden de alejamiento. Aquello fue todo. Hubiera preferido que se pudriera en la cárcel antes de que pudiera dar a otra la misma mala vida que me dio a mí. Pero los astros siempre se alinean en mi contra en cuanto a la defensa judicial se refiere.
Dani respira profundamente varias veces. Sigue sujetándome las manos y vuelca toda su fuerza en ellas. Sé que en parte es por lástima, pero conociéndole, sabiendo lo que siente por mí, el gran porcentaje de su malestar es por rabia e impotencia.
—¿Cómo se apellida ese hijo de la gran puta?
Suspiro cabizbaja.
—No te lo diré nunca.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Sé lo que estás pensando. No necesito ningún héroe, Dani. Solo te necesito a ti.
Él alza mi rostro con los dedos y noto cómo he perturbado sus pensamientos. Si le doy sus datos, no meterá su cabeza en una papelera como hizo con la de Raúl. A Rober le matará.
—¿Por qué me has dejado atarte? —pregunta afligido—. Si me lo hubieras contado antes, nunca te habría hecho pasar por esto. ¿Cómo me lo has permitido?
—Tú no eres él. Sabía que sería diferente.
—Jamás volveremos a hacer esto —asegura—. Quítatelo de la cabeza.
—A mí me ha gustado —replico con sinceridad—. No se ha parecido en nada, no puedes compararlo.
Sus labios se separan, va a seguir protestando pero no lo puedo permitir.
—No volvamos a hablar más de ello —silencio—. Por favor, ya lo sabes todo. Que me ates ya no me hará recordar, pero si sigues preguntando sí lo hará.
Dani afirma con la cabeza y se abalanza sobre mí. Chocamos en un abrazo que me envuelve en la más pura expresión del afecto, el amparo y la comprensión. Sin querer, las lágrimas ruedan de mis mejillas a su hombro. El abrazo se estrecha y no puedo negar que me siento tan querida como agradecida.
—Nunca —susurra junto a mi pelo—. ¿Me oyes, Carla? Nadie te hará daño mientras viva. Te lo juro.