30

Como si me acabaran de dar una patada en el estómago. Así me siento, fuera de juego de una buena coz. Hoy iba a ser un lunes cualquiera, uno con mucho trabajo, nuevos planes y deseando ponerme al día. Mi primera reacción es la incredulidad. Soy buena trabajadora y reporto mucho dinero a esta compañía, ¿cuál es mi pecado?

Sí, lo sé de sobra. Pero aún así, no deja de ser injusto e inconcebible. Me he aferrado tanto a mi escasa buena suerte que se me había olvidado lo poco bien que nos llevamos desde hace años.

Los dos se me quedan mirando impacientes. Sigue chocándome la presencia de Álvaro y desearía que se largara para mantener esta conversación en privado.

—¿Por qué? —logro articular.

Sé que es una pregunta tonta, pero si no me lo dicen, todavía no me lo creo.

—Por la excesiva confianza que te tomas con tus clientes.

Trago saliva. No tengo ni idea de cómo se ha enterado, pero continúo haciéndome la tonta.

—No sé de qué me estás hablando —miento mirando al intruso—. Por favor, ¿podrías dejarnos a solas?

—Álvaro ya lo sabe —anuncia Gerardo—. De hecho, es quien me lo ha contado todo.

Pasmada, pregunto al hombre en silencio y él asiente imperturbable. Me siento muy perdida.

—¿Y qué te ha contado? Seguro que es un malentendido.

Gerardo resopla llevándose los dedos a las sienes. Está muy decepcionado, conozco ese gesto. Al alzar la vista, me dedica una mirada mordaz.

—¿Le hiciste o no una felación a Morales mientras mantenía una conversación telefónica con Álvaro?

Pierdo fuelle.

Primera arcada.

Trastabillo sobre los tacones y me apoyo en el sillón. Noto un hormigueo en la cara y el temblor de manos es inevitable. Abro la boca lentamente y pestañeo liberando mi vista de humedad. Las lágrimas se me acumulan listas para saltar como en una presa hidráulica.

Los dos siguen mirándome con esos ojos cargados de acusaciones, desprecio, asco, superioridad y cristalina misoginia. Ese gesto tan característico de hombres tan específicos no me incita ni al grito ni a la violencia. En vez de eso, me achanto y mis labios tiemblan enjugados en lágrimas.

De repente me siento jodidamente sucia.

¿Esto es lo que sintió Jennifer Lawrence cuando lo del fappening? Voy a vomitar. Me quiero suicidar.

—Eso es… una acusación muy grave —tartamudeo—. Y muy ruin.

Álvaro toma la palabra con seriedad.

—Os oí mientras hablábamos. Supongo que Morales creyó que apagó el móvil, pero seguía escuchándole. Al igual que mi mujer.

Segunda arcada.

El oxígeno se atasca en mis pulmones. Esto no me está pasando. Me llevo las manos a la cabeza despejando mis ideas.

—¿Susana?

—Íbamos en el coche con el manos libres.

Válgame Dios… Tierra, ábrete y trágame. Devuélveme al infierno del que nunca debí salir.

—Morales mencionó tu nombre y después oímos tu voz. Susana confirmó que eras tú.

Perra.

Perra maldita y repugnante.

—Álvaro ha sido muy cuidadoso con este tema —asegura Gerardo—. Antes de venir con acusaciones falsas se aseguró de lo que escuchó.

—Susana fue a verte al hospital para cerciorarnos —comenta el susodicho—. Supusimos que después de lo que te ocurrió estaría allí y… ya sabes lo que ocurrió después.

Sí, que dimos a entender que Dani y Eva estaban juntos y Susana se lo tragó. ¡Joder! ¡Estaba fingiendo la muy bruja!

Gerardo chasquea la lengua y hace un gesto asqueado.

—Además de mala profesional, poco lista. Estaba muy equivocado contigo, Carla.

Sí, y yo con estos dos hijos de puta.

Sin saber cómo, logro recoger algo de fuerzas para sacar adelante mi postura. Es más, ni siquiera sé bien de qué me estoy justificando. No soy ninguna puta como ellos piensan. ¿Nadie se ha detenido a pensar que podríamos estar manteniendo una relación sentimental? ¿Por qué esa inclinación a pensar lo mismo de todas nosotras?

—Soy una buena comercial —digo en un intento de defenderme—. Lo que haya hecho no ha interferido para nada en mi trabajo. No ha afectado a McNeill.

—¡Oh, vamos! —exclama Gerardo—. ¿Me vas a decir ahora que no necesitas trajinarte a Morales y al de PR para sacarles todo lo que les estás sacando?

—¡No! ¡Nunca haría algo así! ¡Y no me estoy trajinando a nadie!

Basta ya de tanta mierda. A mí dos pedazo de ñordos con bigote no me intimidan.

—Daniel Morales y yo estamos juntos. ¡Es mi pareja! —grito para que se entere bien todo el mundo—. Y Juanjo Soler es gay. Nunca he tenido que tirarme a nadie para generar ventas en McNeill. Recuerda que me pasaste Arcus y los recuperé.

—Sí, y ya veo cómo lo hiciste —¡será cabrón!—. Conozco bien al director de marketing de Arcus. Me pregunto qué habría pasado si hubiese sido una mujer y no un hombre. ¿Te habría dado igual?

No sé qué pasa con el director de Arcus, conmigo se comportó de forma correcta, no hubo nada extraño. Aunque pensándolo bien, Dani también mencionó a Arcus cuando amenazó a Virginia para que nos dejara en paz. Dio a entender que habían tenido una aventura.

Vale, muy bien. Ese tío habrá tenido los escarceos que haya querido, pero no conmigo. Se están pasando una barbaridad con tanta acusación indirecta. Panda de memos.

—Gerardo, te estás confundiendo, yo…

—¡No! —me calla bramando—. ¡Tú eres la que se confunde! ¡Aquí no trabajamos así! ¡No toleramos a las frescas que trabajan como tú!

—¿Frescas? —repito boquiabierta—. ¡No soy ninguna fresca y no lo seré en mi puta vida! ¡Soy una profesional que se desloma trabajando veinticuatro horas al día y que se desvive por sus clientes!

—Tú no te desvives por los clientes, Carla. Te los follas y está visto que disfrutas con ello.

Aviso que mantener una discusión de semejante tono con tu jefe es algo más que angustioso. Es vergonzoso, humillante, violento y muy desconcertante.

—¿Dónde está tu orgullo, mujer? ¿Qué pasará cuando alguno de ellos se canse de ti? —inquiere dañino—. ¿Sabes la millonada que nos costarías? Si llevaras esas relaciones que dices con madurez, nada de esto estaría pasando. Medítalo bien antes de seguir por ahí porque te va a ir francamente mal.

Ay Dios, que saco la mano a pasear y con gusto.

—Firma aquí y lárgate de una vez.

—¿Gerardo Santamaría?

Los tres volcamos nuestra atención en la puerta abierta. Es un mensajero.

—Tiene una carta certificada.

Mi jefe, o ex jefe, o lo que sea ya, alza las cejas sorprendido. El chico se va en cuanto Gerardo estampa su rúbrica y este, sin intención alguna de saciar su curiosidad en privado, rompe el sobre.

Yo no sé qué hacer ni qué decir. Mi mano derecha quiere firmar el finiquito y salir pitando de aquí, pero la otra está empeñada en coger el pisapapeles y estampárselo a Gerardo en la cabeza.

En ese momento, una sombra se cruza en mi campo de visión. Sandra entra contoneándose con descaro y columpiando un folio de un lado a otro. Su marido levanta la vista y todos advertimos su cara de muñeco hinchable.

—¿Divorcio?

¡Qué!

Álvaro y yo dividimos nuestra atención entre uno y otro. Sandra sonríe como nunca la había visto antes.

—Y aquí tienes mi carta de dimisión —notifica dejando el papel frente a su cara—. Vámonos, Carla. Las dos nos vamos a librar de un cerdo integral.

Esto es demasiado.

Ella nota mi cara de perdida en la vida y suspirando, se lleva las manos a la cintura.

—Aquí donde le ves, el señor Santamaría se ha pasado por la piedra a la mitad de las putas que se pasean por Madrid. Conociéndole, habrá tenido la poca decencia de echarte en cara cómo generas beneficios en esta empresa.

Demasiada información. En muchos sentidos distintos.

—Sandra… —rumia él.

—Hipócrita de mierda.

Gerardo me taladra con la mirada.

—Ojo, Carla, que todavía lo cambio por un despido procedente.

Totalmente asqueada de la atmosfera de la habitación, abandono mi portátil, firmo mi finiquito y me llevo el bolso al hombro dispuesta a seguir a Sandra.

—Que te follen, putero de mierda.

Sandra lanza una carcajada.

—No, hija, que le follen no. Que se le caiga la picha a cachos de una vez.

Aún aturdida, dejo que Sandra me saque de allí, pero antes necesito recoger algunas cosas de mi mesa. Ella intenta impedírmelo. Claro, la suya ya la ha recogido, pero yo también quiero hacer lo mismo.

Aunque en cuanto veo quién ocupa mi silla, comprendo lo que ocurre.

Susana se levanta de un saltito ridículo y se retuerce las manos con la culpa oscilando en su rostro.

—¿Cómo has podido? —reprocho arrastrando las palabras—. ¿Cómo has tenido tanta sangre fría?

—Perdona, Carla —suplica patética—. Yo no quise hacer las cosas así. Quise contártelo, de hecho te llamé pero no cogiste y luego me arrepentí. Álvaro me iba a matar después de cómo estaba intentando convencer a Gerardo para que le creyera.

Con lágrimas abrasivas en los ojos, meto cuatro o cinco chorradas en mi bolso.

—He guardado algunas de tus cosas en una caja —titubea señalando al suelo.

Genial, lo que estaba haciendo antes era barrer mi escritorio de porquería.

—Puedes cagarte en la caja y después revolcarte en ella. Ponte cómoda en tu cochiquera, por mí no te cortes.

Susana pone cara de espanto.

Tengo unas ganas de abofetearla y tirarla por la ventana que no se pueden explicar. A esta le tengo muchas más ganas que a los otros dos. Sí, por ser mujer. Precisamente por eso.

No entiendo por qué las mujeres nos hacemos estas cerdadas. Nunca lo entenderé. Como si no tuviéramos suficiente con el festival de falos que nos rodea, también nos gusta jodernos entre nosotras como si de un pasatiempo se tratase. No sé a qué aspiramos si somos las primeras que nos tratamos como basura.

—Me das mucha pena, Susana —suspiro canalizando toda mi rabia en mis palabras—. Tú eres la peor de los tres. Te mereces estancarte y pudrirte en tu propia mierda. Eres la más machista y por supuesto, la más tonta.

Sandra tira de mi brazo, pero yo no me muevo.

—Las mujeres como tú son las que arruinan la reputación de todo el género. Sois nuestro parásito. Las que esperáis una medalla por pisotear al resto en vez de luchar unidas por una pizca de orgullo y dignidad. Te espera una vida muy triste si sigues así.

—Carla, vámonos ya…

—Quien me diga que, a pesar de los años, esto no sigue siendo un mundo de hombres, que se cosa la boca. Piénsalo, Susana. Vosotras sois nuestra traba, las que lo permitís. Siempre buscaréis su aprobación antes que la vuestra propia.

Y más a gusto que un arbusto, cojo mi bolso y me voy del lado de Sandra en un silencio sepulcral y bastante significativo.

Al entrar en el ascensor, las piernas me fallan y Sandra me sostiene para no caerme. Un río de lágrimas ataca de nuevo. Mi compañera frota mis hombros confortándome y sonriendo enigmática. No sé a dónde espero ir con ella, pero tengo claro que no quiero quedarme sola en estas circunstancias. Si fuera así, mataría a alguien o metería mi cabeza en el váter sin pensármelo.

Hemos ido al Starbucks. Las dos bebemos café en silencio esperando a que se pase mi pequeño ataque de nervios. Sandra está siendo muy comprensiva, extendiéndome pañuelos y calmándome con palabras alentadoras. No sé cómo tomármelo. Me sigue pareciendo mentira su historia con Gerardo. A veces se les veía compenetrados y otras se llevaban a matar. Pensé que eran rencillas habituales de matrimonio, nada que ver con la bomba informativa que me ha soltado.

Una vez que el hipido me abandona, Sandra empieza a soltar prenda. Hacía tiempo que sospechaba de las infidelidades de su marido así que contrató a un investigador privado que le dio toda la información que precisaba. Efectivamente, se estaba viendo con varias mujeres, algunas prostitutas y otras colegas de negocio.

Perfecto, Gerardo. Puedes tirarte a las mujeres que detestas, pero no puedes contratarlas. Está bien.

Sandra interpuso la demanda de divorcio lo antes posible.

Mientras estuvieron en Argentina, supo de la llamada de Álvaro Torres. Como ella y yo éramos compañeras, su marido le contó toda la historia la semana pasada. Sandra me cuenta que Gerardo era el antiguo director de la agencia de prensa que trabaja para Álvaro. Por eso se conocen y además, tienen buena relación. La intención de Álvaro desde un principio era meter a Susana en McNeill. Mi sustitución era una posibilidad y Gerardo estuvo encantado al comprobar los innumerables clientes que podría atraer Álvaro a la agencia. Con sus contactos, ampliaría, sin duda alguna, la cartera de clientes de tecnología. Lo mismito de lo que me encargaba yo. Aunque de una forma muy distinta.

—¿Qué pensaste cuando te dijo que Dani y yo estábamos juntos? —pregunto tímidamente.

Debió de poner el grito en el cielo.

—¿Dani? ¿Qué Dani?

Sonrío como puedo.

—Oh… Dani… de Daniel Morales, claro —sonríe ella a su vez—. Ya lo sabía.

Casi me quemo con el maldito café.

—¿Perdona?

Sandra asiente sin dejar de sonreír. Gerardo debía de cohibirla mucho porque es la primera vez que la veo tan exageradamente divertida. Se supone que ríes cuando disfrutas del sexo, pero está visto que Sandra lo hace cuando se lo quita de en medio.

—¿Desde cuándo?

—Os vi en la calle —viva mi discreción—. Estabais discutiendo. Vi cómo te sujetaba y cómo intentaba tranquilizarte. Era una discusión de amantes, estaba muy claro.

—¿Cuándo fue eso?

—Mmm… a finales de noviembre, creo. En Gregorio Marañón —apostilla—. Bajabais la calle corriendo. Yo estaba con Gerardo y otra pareja. Él no os vio y enseguida nos metimos en un taxi.

Hago memoria. Repaso mentalmente mis peleas con Dani y las clasifico por lugar y espacio temporal. Sí, ya lo visualizo. Fue la noche en la que me lo encontré en Moma y salió tras de mí para explicarme cómo y cuándo se había metido en la droga. Después de dejarle con la palabra en la boca, me metí en un taxi y al día siguiente fue la boda de Susana.

Estoy conmocionada. Sandra parece otra persona.

—¿Y todo este tiempo te lo has guardado para ti? ¿Sin restregármelo por la cara? ¿Por qué no me lo dijiste?

Ella se encoge de hombros.

—Ya te lo he dicho, estabais discutiendo. Parecía una ruptura y pensé que sería algo pasajero.

—¿Y no se lo dijiste a Gerardo?

Sandra resopla y bebe un sorbo de café.

—Escucha, Carla. Probablemente habrás oído un montón de perrerías sobre mí, pero no soy tan bruja. Nunca tuve nada que ver con aquellos flyers de Gloria.

—¿Qué flyers?

—¿No conoces la historia de Gloria? —cuestiona desconfiada—. Mi compañera… La chica que se lio con el cliente casado y con hijos…

—Joder —¡la historia que me contó Manu!—. ¡Fuiste tú!

—¡No! —protesta—. ¡Eso te estoy diciendo! En realidad fue nuestra antigua directora de marketing. Ya no está en Madrid, le ofrecieron un puesto en París.

—¿Por qué?

—Resulta que ella y la mujer de aquel hombre eran amigas. Fue un compinche entre las dos. Para ridiculizar a Gloria y hacerla sufrir.

Eso suena un poco raro y también sórdido.

—¿Cómo puedes saber algo así?

—La ex mujer y yo vamos al mismo club de paddle. La escuché hablar por teléfono.

Ya veo. Los vestuarios de un club dan para todo tipo de cotilleos.

—Si sabías que te acusaban a ti… ¿por qué no dijiste nada?

Manu me dijo claramente que siempre se sospechó de su compañera, es decir, de Sandra. El muy asqueroso me podría haber dado ese detalle.

—Porque no soy ninguna chismosa. Y además, tengo tanta fama de ogro que pocos me iban a creer.

Sonrío indulgente.

—Gracias por no haber dicho nada.

—Para lo que te ha servido… Te dije que anduvieras con cuidado, nunca me haces caso.

Las dos nos miramos y nos echamos a reír.

Sandra me está sorprendiendo mucho. Todo lo que he conocido de ella hasta ahora es como una gran fachada, lo que hay debajo es inusualmente agradable. Es el claro ejemplo de que no todo es lo que parece.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—Tengo varias ideas en el plano profesional —asegura convencida—, pero lo primero ahora es luchar por la custodia de los niños. No quiero que se queden con ese impresentable.

Mejor. Pero tampoco notarán su ausencia. Gerardo viajaba mucho y apenas veía a su familia. Empiezo a entender la reacción de Sandra cuando recibió mi cuadro en su casa y a nombre de su marido. Claro que pensó que nos estábamos acostando. Después de su historial, era lo más lógico.

—Carla, hay algo que quiero que sepas —dice Sandra con mirada punzante—. Eres una mujer con mucho potencial en el mundo de las ventas, la mejor compañera júnior que he tenido con diferencia.

Qué extraño, no he oído que pidiera carajillo. Será el subidón del divorcio y la renuncia laboral.

—¿Por qué me dices esto?

—Porque ahora que ya no trabajamos juntas puedo hablarte con confianza y decirte que toda la mierda que he volcado sobre ti, la forma en que me he comportado contigo, no era más que otro modo de enseñarte de tantos.

Me está dejando de piedra. ¡Se está justificando!

—¿Enseñarme a qué?

—A saber moverte en las ventas. Los negocios son así. Y créeme si te digo que la caña que te he metido yo, no es nada en comparación con lo que vas a tener que tragar en el futuro. Simplemente te estaba preparando para lo que te va a venir después.

—Pues lo hacías muy bien…

—Era mi trabajo —contesta en represalia—. Si te daba palmaditas constantemente y no te metía presión, te estaba dando una idea equivocada de tu trabajo. Es muy muy jodido, muy estresante. Son muchas horas, requiere mucho sacrificio, pero tú te manejabas a las mil maravillas.

—Gracias —barboteo.

—Mi lema es que si tu tutor es un blando y no un tocapelotas, no creo que vayas a llegar muy lejos en esta vida.

En ese caso, yo llegaré a ministra. Desde luego, si lo que intentaba era crear una futura superwoman, las bases ya las tengo. Qué raro todo. Me imaginaba a Sandra igual de sargento en su propio hogar. No concibo una figura materna dulce y paciente con dos polluelos a los que leerles un cuento antes de ir a dormir.

Pero ya veo que estaba terriblemente equivocada. Dani estaba en lo cierto. Nunca se conoce realmente a los compañeros de trabajo. Hasta que acabáis en la puñetera calle y os contáis todas vuestras mierdas, claro.

—Así que Morales y tú sois pareja, ¿eh?

Bien. Lo dije lo suficientemente alto, me alegro.

—¿Quién me lo iba a decir? —río—. No sé si lo creerás, Sandra, pero todo empezó de la manera más tonta. Yo no quería nada con él, le evitaba cuanto podía pero… soy débil.

—Ya…

—Y todo lo demás surgió con el tiempo.

—¿En serio, Carla? —duda enarcando una ceja—. ¿Daniel Morales? Sois como la noche y el día. Cuando te advertía sobre él, también quería protegerte. Tiene una fama… Uf, complicada.

Sandra debe aplicarse la misma teoría de Dani sobre los compañeros de trabajo.

—Eso lo dices porque no le conoces bien. Somos dolorosamente parecidos en algunas cosas. Y en otras… digamos que estamos trabajando en ello.

—Si tú lo dices…

—De verdad, Sandra. Es un hombre maravilloso. Un cerebrito, un luchador… Es muy divertido, cariñoso…

—Muy bien, muy bien, ya me queda claro —me frena—. Deja de babear, mi hija habla exactamente igual de uno de los One Direction.

Me echo a reír.

—Con decirte que hasta ya conoce a mi familia…

—¡Jesús bendito! —ríe ella.

Tengo que pellizcarme para creer lo que ocurre. Me estoy riendo con Sandra. Estoy siendo sincera con ella. Nos estamos contando intimidades. Y lo estoy disfrutando. Me lo dicen hace un año y también me río, pero de la incredulidad.

—¿Qué piensas hacer tú ahora?

¿Yo? Ahora mismito me viene alguien a la mente. No le va a hacer ninguna gracia lo que ha ocurrido hoy. Echo mano al móvil y veo que me ha escrito hace un buen rato, no me había dado cuenta.

«Morales: “Hola nena”».

«Morales: “¿Qué tal tu primer día?”».

«Morales: “¿Tienes mucho lío o podemos comer juntos?”».

Miro el reloj, ya es casi la hora de comer.

«Carla: “¿Estás en IA?”».

«Morales: “Sí”».

«Carla: “Voy hacia allí”».

«Morales: “:–)”».

Sonríe, sonríe. Sonríe ahora que te va a durar poco.