38
Pues tampoco hacía falta que viniera hasta aquí para soltarnos esa parida. Podría habernos hecho la misma broma por teléfono.
Porque es una broma.
¿No?
—Qué cachonda eres…
Los ojos de Carmen echan chispas. Yo procuro seguir razonando que debe de ser una broma de muy mal gusto y Vicky pone cara de terror absoluto.
—Dios mío, Carmen… ¿Qué vas a hacer?
Ella se encoge de hombros y baja la vista.
—Abortar. Para eso he venido.
—¡Joder, Carmen que no es coña! ¡Estás preñada! ¡Preñada! ¡Con veintisiete! ¡Y de Raúl! ¡Raúl!
El resto del local se da la vuelta en las sillas y pestañean atónitos ante mis gritos. Carmen y Vicky procuran calmarme espantadas. Entro en un ataque de pánico como si me hubiera ocurrido a mí. Solo de imaginar que me hubiera sucedido lo mismo con Rober, me tiembla todo el cuerpo.
Mi amiga, en cambio, no está alterada en absoluto. Si bien está algo mustia, derrocha calma por los cuatro costados. ¿Será el budismo? Igual un poquito de eso tampoco me vendría mal.
—Carla, respira. Ya he decidido que voy a abortar.
Vicky frunce su ceño en desacuerdo.
—¿Lo has pensado bien?
—¿Te imaginas tener un padre como Raúl? ¿Criar un niño junto a un hombre como Raúl?
Haberlo pensado antes de tirártelo sin protección.
Me abanico con la mano hiperventilando. Bendita píldora. Por favor, no me falles nunca.
—¿De cuánto estás?
—Según la ginecóloga de Katmandú, de dos meses —explica afligida—. El mes pasado no me vino la regla, pero teniendo en cuenta que siempre ha sido muy irregular y el mesecito que pasé, ni me di cuenta. Pero cuando no me vino la semana pasada, me asusté.
—¿Y ya has hablado con algún médico de aquí?
—Sí, tengo cita este martes con mi ginecólogo. Hay que buscar una fecha para hacerlo cuanto antes.
—A ver, Carmen…
Lo está volviendo a hacer. Cuando algo va mal, esta mujer se bloquea y actúa de la peor forma posible. Por mucho que deteste a su ex, estos temas no se tratan así.
—Esto es cosa de dos. No solo estás embarazada tú, Raúl también lo está. Debes hablarlo con él.
—Sí, Carmen —secunda Vicky—. Tiene derecho a saberlo.
Afortunadamente y por la cara que está poniendo, sabe que tenemos razón.
—Lo sé —admite—. Pero tengo miedo de volver a verlo.
—¿Crees que te volverías a colar por él?
—¡No! —chilla asombrada—. Ni en un millón de años. Lo digo porque temo su reacción. Me fui para no volver a soportar sus cabreos y sus malas formas y sé que es lo que voy a recibir en cuanto se lo diga.
Sus ojos se deshacen en varias lagrimillas y yo la achucho confortándola. Una idea me ronda la mente y se la transmito a Vicky telepáticamente. Ella suspira comprendiendo. Son ya muchos años juntas. A veces creo que es completamente posible escuchar nuestros gritos internos sin necesidad de abrir la boca. Sonrío pensando en cómo Dani y yo comenzamos a comunicarnos de la misma manera.
Aunque espero que ahora no me esté oyendo. De lo contrario, sería capaz de venir hasta aquí y sacarme a rastras para que me olvide de mis intenciones.
Alentada por nosotras, Carmen pulsa el timbre de la puerta de su antiguo piso. Vicky y yo nos quedamos un pelín apartadas, en un segundo plano. No escondidas junto a las jambas como si fuéramos a saltar sobre él en cualquier momento, sino en alerta, precavidas y de brazos cruzados como dos guardaespaldas en tacones, bolso de mano y labios recién perfilados.
Venir aquí me trae buenos y malos recuerdos, según se mire. Buenos por los bolsazos que le arreé a este retaco y malos por cómo trató a mi amiga delante de mis narices.
Escuchamos unas llaves. La puerta se abre y el susodicho aparece al otro lado. Se muestra sorprendido ante Carmen y muy escamado ante nosotras. Sobre todo cuando repara en mí.
Dani le amenazó si volvía a meterse en mi vida, y aquí estoy yo, al otro lado de la puerta. Como se entere de esto, me mata.
—¿Qué quieres?
—Tenemos que hablar —barbotea mi amiga—. Es muy importante.
—¿Y estas dos qué coño hacen aquí?
Pongo los ojos en blanco. No empezamos bien, querido. No empezamos bien.
—¿Podemos pasar?
—No.
Comienza a cerrar la puerta, pero Carmen se lo impide.
—Raúl, por favor…
—Tú y yo ya no tenemos nada de qué hablar.
—Por favor, Raúl…
—¡He dicho que no!
Antes de que lance a mi amiga al suelo de un portazo, me adelanto y hago presión hasta que el picaporte golpea contra la pared.
—Está embarazada.
Raúl retrocede un par de pasos. Ya no tiene puerta sobre la que apoyarse y trastabilla con el estupor brillando en sus ojos grises. Acto seguido, mira a Carmen con mucho escepticismo y… ¿qué es eso?, ¿dolor?
—¿Cómo vas a estar embarazada?
—Lo estoy —asiente ella.
Su ex también asiente en silencio. Se humedece los labios y vuelve a hacerse con el canto de la puerta con intención de despedirnos.
—Enhorabuena.
—¡Raúl, espera! ¡Voy a abortar!
—¿Lo sabe el padre?
No puedo con este hombre.
—¡Tú eres el padre, imbécil!
Raúl me dirige una mirada tan fatigada como cargada de reproches.
—Carmen, dile a la tetuda, chalada y tocahuevos de tu amiga que eso es imposible.
Mi amiga no puede hacerlo porque está todavía más blanca que antes.
—Me hice una vasectomía hace tres años —aclara—. No me llaméis para el baby shower.
El portazo nos sacude como la última vez que estuve aquí.
A las tres se nos queda una cara de memas para el recuerdo. Creo que mi enfado se acaba de trasladar a otro punto del rellano.
—¿Carmen? —siseo.
Vicky la sacude del hombro.
—¿No sabías que no podía tener hijos?
—No… no —tartamudea—. Yo… Bueno, sé que no quería niños, pero…
Está en shock. Vicky y yo cargamos con ella hasta sentarnos sobre las escaleras y darnos unos minutos para discurrir.
—Carmen, ¿pero qué has hecho en Nepal?
—Está de dos meses, Carla.
—Pero…
Y sin más reflejo que el espanto, las tres caemos en la cuenta y gritamos al unísono:
—¡Héctor!