37

Oigo sus gritos. Pero los oigo amortiguados, como si los escuchara desde el fondo de una piscina. Hay mucha oscuridad a mi alrededor. No me asusto porque a pesar de la nada que me rodea, los gritos tiran de mí. Tiran y me alzan saliendo de nuevo a la superficie.

Alguien me zarandea sin remilgos.

—¡Carla! ¡Vamos, Carla, abre los ojos, joder!

Acato la orden. Parpadeo por la potencia de la luz que entra en la habitación. Dani está conmigo en la cama y me sostiene de los brazos. Su expresión es de puro pánico.

—Dios… Me estabas acojonando.

—¿Qué pasa?

—No te despertabas.

Ya veo.

Si está así, es que lleva un buen rato sacudiendo mi cuerpo adormecido. Opto por no dramatizar ni exagerar lo sucedido. De lo contrario, seremos dos con un ataque de nervios y dudo que sea aconsejable en estos casos.

—Estaría teniendo un sueño muy profundo.

—Igual debería despertarte cada poco. Los médicos dijeron que era bueno los primeros días.

—¿Y me vas a dar las noches así? —sonrío—. Olvídalo.

Su mirada se endurece.

—Hablo en serio.

—Yo también.

—Hoy dormirás aquí.

—¿Otra vez? ¡Pero si ya parece que viva contigo!

Dani hunde la cara en mi pecho.

—¿Por qué eres tan cabezota?

Porque si no, no lograré que supere su miedo a conducir. Ya no me puedo echar atrás.

Un móvil vibra sobre la mesita de noche. Ambos nos inclinamos y vemos que es el suyo. Leo «Mario Campos». Aparto la vista aburrida.

—¿Sigue insistiendo?

Dani cuelga sin responder.

—Ya no lo hará más —dice dándome un beso en la frente—. Vamos a desayunar.

No he vuelto a amodorrarme. Me encuentro perfectamente, pero sí que es verdad que esto podía pasar. Por eso al principio Dani insistió tanto en vigilarme y comprobar que no me dormía por las esquinas. Y por eso también todavía no me está permitido conducir.

Me halaga y me agrada su preocupación. A pesar de lo distante que está desde ayer, sé que está pendiente de mi recuperación. No entiendo por qué le molestó tanto la declaración de Eva, o tal vez no fue eso, no lo sé. Pero a mí, ahora, me preocupan otros temas.

El mes pasado pensé en hacerle una visita a Mario y contarle lo que hay. Si Dani sigue pasando de él, por mucho que se esconda, Mario le acabará pillando cualquier día ya sea en IA o en su casa. No quiero que se enfrente a eso, prefiero ahorrárselo. Como ahora no tengo mucho que hacer, opto por organizar un plan.

Abro Google y escribo: «Mario Campos representante de artistas». Bingo. Doy con él enseguida. Viva internet.

Mientras anoto un par de cosillas, R3hab me distrae junto a mi portátil. Cojo el móvil y lo miro boquiabierta.

—¡Carmen! —chillo al descolgar.

—¡Ah! ¡No grites!

—¿Pero dónde te habías metido? ¿Sabes lo que preocupadas que estábamos?

—Sí, ya he visto todas vuestras perdidas… —resopla cansada.

—¡Pero dime algo! ¿Cómo estás?

—Mal. Tenemos que vernos.

—¿Pero cómo? —no comprendo—. ¿Estás en Madrid?

—Sí, acabo de aterrizar. Nos vemos en Embassy en una hora. Avisa a Vicky por mí, por favor.

La línea se corta y yo compruebo que la llamada que acabo de recibir ha existido para el mundo y no solo para mi cerebro. Qué extraño todo. ¿Por qué está mal? Como vaya a decirnos que Raúl se ha presentado en Nepal como Manu en Alemania, de esta no me recupero.

Vicky yo entramos en Embassy tan emocionadas como asustadas. No sabemos lo que nos vamos a encontrar. Ya le he dicho que Carmen sonaba muy extraña por teléfono y estamos las dos igual de nerviosas. Lleva casi un mes recluida en un templo budista sin hacer ni caso al resto del planeta y de repente, un domingo por la mañana, recibimos una llamada suya diciendo que nos espera dentro de un rato para comer. Nuestra curiosidad aumenta conforme damos un par de vueltas por el local.

La localizamos engullendo y mojando pastas en té rojo. Parece muy disgustada. ¿Echaría de menos la bollería occidental? Al vernos, se levanta con gesto aliviado y nos abrazamos y besamos como si acabara de regresar de la guerra.

Al sentarnos, no somos capaces de soltarnos de las manos. Su aspecto es el mismo de siempre, igual algo más pálida de lo normal, pero nada de saris o babuchas. Comienza a relatarnos su escapada espiritual ligeramente incómoda y lo cierto es que lo hace muy por encima.

Ha estado en ese templo desde que llegó y no ha tenido tiempo de conocer el resto del país. Allí meditaban y recibían nociones básicas de budismo. Dice que le ha venido muy bien para despejar las ideas, pero que todo iba de maravilla hasta que surgió un pequeño contratiempo.

—¿Cuál?

Carmen coge aire.

—Estoy embarazada.