9

Después de que el chófer me dejara en casa de Vicky, hemos cogido su coche y le hemos pedido que se fuera. No me importa que Dani sepa que voy a pasar la tarde con ella, pero sí dónde la voy a pasar. Conociéndole, nunca lo entendería y sospecharía enseguida. Yo misma estoy nerviosa al respecto. Es mi primera vez en un sitio así. A Vicky no le ha extrañado mi idea, cree que es muy acertada teniendo en cuenta cómo es Dani. Aunque se encuentra en la misma posición que yo.

Las dos hemos debido de poner la misma cara al entrar en la tienda. El negocio tenía muchas recomendaciones en internet y al parecer es bastante conocido en Madrid. Está a rebosar de mil cosas muy parecidas a las que esconde Dani en su piso de arriba. Hay tantas vitrinas, tantos libros y tantos… juguetes, que me siento un poco aturullada.

—¿Por dónde empezamos? —pregunta Vicky a mi lado.

Por su cara, puedo afirmar que está espantada. Si a eso le sumamos su especial aprecio por Dani, tengo una interesante tarde por delante.

—No sé, hay tantas cosas… Ni siquiera sé qué estoy buscando —admito—. No creo que ser un friki conlleve que te tenga que gustar todo lo que hay en la tienda.

Damos una vuelta estudiando anonadadas todo a nuestro alrededor. Conozco los nombres de algunos cómics y también algunos muñecos. Otros no los había visto en mi vida. El resto de los asistentes, en cambio, se mueven como pez en el agua. Charlan entre ellos y cogen libros y juegos o señalan figuras emocionados, reconociendo casi todas ellas.

Vicky me sujeta del brazo bueno y susurra en mi oído:

—¿No te sientes como fuera de lugar?

Sonrío.

—Un poco perdida, tal vez.

—Pues imagina cómo se sentirían ellos si nos los lleváramos a ver zapatos.

Suelto una carcajada atrayendo la atención del grupo de al lado. Nos alejamos lo suficiente como para que no crean que me carcajeo de ellos y no escuchar que ellos lo hacen del Fendi que llevo colgado del antebrazo.

Continuamos dando tumbos sin saber cómo solucionar el embrollo en el que me he metido. Con lo fácil que es regalar una corbata, una raqueta de tenis o un fin de semana fuera. Pero con Dani eso no es suficiente, lo sé. Se merece algo más personal.

—¿Por qué no le compras un “pinta y colorea” y terminamos de una vez?

Justo cuando voy a defender mi postura, una chica se acerca emocionada hasta nosotras. Es más bajita que yo, lleva el pelo negro recogido en una coleta alta y viste vaqueros y un chaleco repleto de chapas de todos los tamaños posibles.

—¡Hola! —saluda sonriendo con sus ojos castaños—. ¿Os puedo ayudar en algo?

—Lo cierto es que sí —asiento agradecida—. Me gustaría tener un detalle con alguien y no sé qué comprar exactamente.

—¿Qué es lo que le gusta?

—Eh… —señalo a mi alrededor con la mano—. Esto.

La chica no disimula su divertimento.

—¿Algo en particular?

—La ciencia ficción y… esas cosas.

—¿No sabes si le gustan los cómics, alguna serie, alguna película, algún clásico, juegos de rol, coleccionables, literatura, videojuegos, manga, fantasía…?

—Me estoy mareando…

—¡Vicky! —reprendo—. Sé que le gusta Marvel.

Organizó una fiesta de Navidad con esa temática, tendrá que gustarle bastante.

—Fantástico, es un comienzo. ¿Los cómics o las pelis?

Ahí me ha pillado. Me parece que no he hecho mis deberes antes de venir aquí. Igual no ha sido tan buena idea como pensaba.

—¿Los dos?

La chica se muerde el labio pensativa. O bien se dispone a timarnos como haría cualquiera al darse cuenta de lo poco que pilotamos de esto, o bien nos va a echar por petardas.

—¿Sabes cuál es su personaje favorito?

Sonrío.

—Thor le gusta mucho.

—¡Bien! Venid conmigo.

Más animada, sigo a la chica mientras Vicky no deja de ojear todas las paredes.

—Igual le compro algo a Víctor. También es un poco friki, ¿sabes?

—No lo digas muy alto —murmuro muy pegada a ella—. No sabemos si les gusta que les llamemos así y más en esta especie de… santuario.

—¿El qué? ¿Friki? —asiento nerviosa—. ¿Cómo no les va a gustar si hasta ya tienen su día del orgullo friki?

También es verdad.

—A Víctor le gustan los videojuegos, pero nunca me quedo con los nombres. Sin embargo, con los de las series sí y seguro que veo algo por aquí que pueda gustarle. Mira, ¿has visto esto? —señala una estantería—. Me pregunto si en Ortega y Gasset tendrán algo parecido con la cara de Coco Chanel.

Vicky se ríe de su propia gracia mientras yo no dejo de examinar la cabeza negra de Darth Vader con atención.

—Es un tarro de cocina —aclara la dependienta—. Se pueden guardar galletas o chucherías.

Mi amiga deja de reír al momento.

—Recapacito, Coco resucitaría y precintaría la fábrica.

—A ver, ¿qué os parece?

Abstraída, mis ojos se posan sobre lo que la chica quiere enseñarnos. Ante nosotras hay una considerable figura de un Thor manejando su martillo en alto. No se parece a Chris Hemsworth. Será el personaje de los cómics.

—¿Figuritas?

La dependienta nos mira sin comprender.

—Es un hombre de treinta y dos años —explico.

—¿Y?

Vicky y yo compartimos una mirada. Nos encogemos de hombros.

Es cierto que Dani tiene ya muchas figuras, pero imaginaba que las había comprado siendo más joven.

—¿No tenéis algo más original?

Quiero que aprecie mi regalo de verdad. Que nunca le hayan regalado algo así.

—¿De cuánto presupuesto dispones?

—No hay presupuesto.

—¿No hay? —repite extrañada.

—Me refiero a que no hay problema con el precio. Muéstrame lo más valioso que tengas.

La chica se ha quedado totalmente blanca. Busca la mirada de Vicky, pero mi amiga asiente dando a entender que sí, que me gastaré lo que haga falta.

—Creo que estás buscando algo demasiado especial —dice guardando la figura—. No disponemos de ese tipo de cosas en tienda.

Sí, me imaginaba que muchos de estos coleccionables se conseguían vía web más que in situ, pero no dispongo del tiempo.

—¿No hay nada que se pueda encargar?

—Lo que quieres no se puede encargar.

La dependienta nota mi angustia porque juguetea con las llaves de la vitrina entre sus manos y se apiada de mí.

—No sé si sabéis que esta semana se celebra la primera Comic-Con en España y se hace aquí, en Madrid.

—¿Comic-Con? —reitera Vicky—. ¿Qué es eso?

—Una convención sobre cómics y este tipo de entretenimiento. El más famoso se celebra en San Diego, en California. Este año se inaugura el primero en España e irá mucha gente famosa.

—¿A qué tipo de famosos te refieres?

—Dibujantes, productores, diseñadores de videojuegos, actores… de todo.

Interesante.

—¿Y crees que allí podré comprar algo distinto?

La chica parece dudar.

—Comprar no lo sé. Casi todo son paneles de ponencias pero también habrá firmas. Irá muchísima gente. Stan Lee, por ejemplo, está invitado.

—Ah, sí… —el de la foto firmada de la vitrina—. Pero a ese ya lo conoce, ¿irá alguien parecido?

—¿Parecido? —farfulla la chica—. Disculpa, ¿has dicho que lo conoce?

—Sí, tiene un autógrafo suyo.

Vicky y yo vemos cómo ríe con los ojos como platos.

—¡Qué pasada! Eso es alucinante pero también te lo pone todavía más difícil. Vamos a ver… —pone cara de concentración—. Creo que también van Kurumada, Jon Favreau, Frank Miller…

—¿Frank Miller? ¿De qué me suena?

—Puede que de las películas. ¿Habéis visto “Sin City” o “300”?

—Claro que sí —apunta Vicky—. Hemos visto cualquier cosa en la que haya salido Gerard Butler.

—Pues Frank Miller es el creador de los cómics, además del director de “Sin City”, por cierto.

—¡Dani tiene esos libros! —sonrío emocionada—. La primera vez que estuve en su habitación me fijé en que tenía varias novelas gráficas. Recuerdo haber visto el canto de esas dos y algunas más.

La chica da una palmada casi tan feliz como yo.

—Entonces estás de suerte. Puedes ir a hacer cola para conseguir un autógrafo.

Espera un poco.

—¿Hay que hacer cola?

—Sí, claro. Habrá muchísima gente —sostiene—. Es más, deberíais comprar la entrada cuanto antes. Nosotros ya tenemos las nuestras, pero dicen que no han conseguido que se vendan todas.

—¿Dónde las compramos?

—¿Cómo que “compramos”? —me corta Vicky—. No pretenderás que te acompañe a eso, ¿no?

—Venga, Vicky —me encojo de hombros—. Puede ser divertido.

—No —recula—. “Divertido” no es el adjetivo que califica hacer cola para un autógrafo de alguien que ni conozco.

Si me falla Vicky, tendré que ir sola, y bastante rara me sentiré ya con compañía como para enfrentarme al temita en solitario.

—Por favor, por favor, por favor…

—Carla, estoy empezando a entender a Morales, pero no tanto como para tragarme esto por él.

—Hazlo por mí —suplico—. Por favor, por favor, es importante.

Vicky clama al cielo. Continúo llorándole descaradamente, poniendo caras y casi berreando de frustración.

—Está bien, está bien —suspira—. ¡Para ya! ¡Lo haré! Pero que conste que lo hago por ti y por no dejarte sola en tu estado.

Señala mi cabestrillo y yo sonrío hasta que me duele. Esto va a ser memorable. Ahora solo queda comprar las entradas, ver cuándo podemos ir, qué excusa ponemos y conseguir algo más que un autógrafo, obviamente. No pienso conformarme solo con eso. Creo que ha quedado claro.

Después de un café en las inmediaciones del local, Vicky me acerca hasta mi casa en coche antes de dejarme en la Finca. Su desconcierto no me pasa desapercibido.

—Voy a recoger un vestido. Ahora mismo bajo, no hace falta que me acompañes —aviso mientras me ayuda a quitarme el cinturón de seguridad.

—¿Qué vestido es?

—El de Maya Hansen del año pasado. Para tu fiesta de Nochevieja.

Vicky se horripila con mis palabras.

—No pensarás ir…

—¿Qué pasa? ¿No estoy invitada?

—¿Cómo vas a venir con ese brazo? —chilla—. Estás de baja. De baja ni se trabaja ni se va de fiesta.

Bien visto. Algo que moralmente no debería rebatir, pero ya que Eva no me lo permite, quiero despedirme de Carmen a mi manera. A la vieja usanza.

—Déjame al menos ir a tomar una copa.

Vicky hace un chasquido con la lengua.

—No debes. Mis padres te van a matar en cuanto te vean por cabezota y después me matarán a mí por dejarte ir así.

—Pero Vicky, es una noche muy especial para nosotras. No deberíamos perder esa tradición, no me parece bien.

Mi protesta parece que surte efecto porque se está ablandando.

—Habla con Morales a ver qué opina.

—Oye, que no es mi padre.

—Pero vives con él, algo tendrá que decir.

Refunfuño entre dientes.

—Tú espera aquí que ahora vuelvo.

Cierro de un portazo y entro en mi portal. No sé si es tan bueno que Vicky y Dani comiencen a llevarse bien. Si siguiera detestándole, habría hecho todo lo que estuviera en su mano para fastidiarle y me llevaría a su fiesta a rastras. Al subir en el ascensor pienso en el fabuloso vestido que me está esperando. Por mis narices que voy a esa fiesta.

Un rato más tarde, camino por el caminito de piedras del jardín de La Finca con el portatrajes en la mano. El resto de la mercancía se ha quedado en el coche de Vicky. Ya me traerá el paquetito en cuanto sea necesario. Aquí Dani lo encontraría y estropearía mi sorpresa.

Antes de que me dé tiempo a llamar a la puerta, una mujer pelirroja de pelo corto y pequeños ojos castaños la abre desde el interior. Lleva una bolsa enorme cargada del hombro y se choca conmigo como si no me hubiera visto.

—¡Oh, perdona! —balbucea retomando su camino—. ¡Adiós!

—Adiós… —musito.

La chica corre con prisa hasta que desaparece por el jardín. Siento como si me temblaran hasta los pelos de la cabeza de la confusión. Hecha un completo ogro, cierro la puerta y entro hasta la cocina donde Dani prepara algo, que para desconcertarme todavía más, huele de maravilla. ¿Ya es hora de cenar?

Parece que lo que tiene entre las manos es cuscús o algo parecido. El olor a hierbabuena inunda la estancia. Suelto el portatrajes sobre la isla de muy malas formas.

—¿Quién era esa zorra?

Dani me mira unos segundos paralizado sin decir nada.

—Un amor, Carla. Siempre serás un amor.

—¿Quién era?

—Buenas noches, ¿qué tal? Yo también te he echado de menos —me vacila limpiándose las manos.

—¡Dani!

—Mi asistenta.

Maravilloso.

Se me había olvidado ese detalle. Dani tiene alguien que le echa una mano con la casa. Hace mucho tiempo que vivo sola en un hogar minúsculo y ya no estoy acostumbrada a la presencia de servicio.

Hago rodar los dientes por mis labios cabizbaja.

—Lo siento.

Me dispongo a coger la percha pero sus manos sobre mis brazos me detienen y evitan que salga corriendo roja de vergüenza por mi impulso.

—No vuelvas a insultar a Katia. Es muy tímida, si te hubiera oído sería capaz de no volver por aquí y la verdad es que me da muy buen servicio.

Levanto la vista.

—Define servicio.

—Me friega los baños, Carla. No me la paso por la piedra. ¿Te parece bien definido?

No quiero retomar la situación tan tensa de esta mañana y estoy consiguiéndolo inconscientemente. Dani se está cabreando de nuevo así que mejor asiento en silencio y dejo que tome él las riendas de la conversación. Está visto que si la que habla soy yo, recreo un ring imaginario entre los dos.

—¿Qué es esto? —pregunta señalando el portatrajes.

—Un vestido que he recogido en mi casa.

—Claro, como aquí no tienes vestidos…

—Es para la fiesta de Nochevieja de Vicky —aclaro—. No voy a ponerme cualquier cosa.

Dani se queda boquiabierto.

—No pensarás ir…

Otro igual. ¡Ya está bien!

—Por supuesto que voy a ir. Y nada de lo que digáis ni tú ni nadie me hará cambiar de opinión.

Pero quizá me he expresado con excesiva claridad porque lo que desvelan sus ojos es puro dolor, mezclado con perplejidad.

—Muy bien, Carla —asiente tragando saliva—. Gracias por contar conmigo. A ti también se te da de puta madre esto de hablar las cosas.

Regresando a su sitio, vuelve a enterrar sus manos en el cuscús. Suspiro apesadumbrada. Dani no se merece este comportamiento por mi parte. Estoy descubriendo que convivir con alguien, a pesar de ser alguien a quien amas con toda el alma, es mucho más complicado de lo que parece. Ahora comprendo por qué nunca había dado este paso con anterioridad.

—Perdona.

Mis nuevas disculpas atraen su atención. Se deja caer sobre un taburete como si mi sola presencia le resultara difícil de sobrellevar. Tengo que hacer algo con este pronto que tengo.

—Ya tenía un plan para Nochevieja, teniendo en cuenta cómo lo estás pasando.

Sus ojos descienden hasta mi cabestrillo y con recordarlo me basta para sentir un pinchazo de dolor en el hombro.

—¿Y cuál era? —inquiero aguantando el quemazón.

—Había pensado en un tête-a-tête, como decía mi abuela —eso me hace sonreír—. Una cena, aquí en casa. Solos tú y yo. Y las uvas, cómo no.

Reconozco que no parece mal plan. De hecho, me atrae bastante. Dani y yo nunca hemos tenido lo que se dice una cita como tal. Ni mucho menos una cena romántica. Imaginarme sentada en una pequeña mesa con velas, disfrutando de sus ocurrencias y alargando la noche entre las sábanas es algo que me parece sumamente atrayente.

Sería una celebración diferente a la que acostumbro, pero algo me dice que tiene todos los ingredientes para que sea memorable, además de muy especial. La carcasa de hierro de mi corazón se comienza a resquebrajar ante la atenta mirada de sus preciosos ojos verdes.

—Es mi primera Nochevieja sin mi familia —prosigue—. Y también sin amistades a las que ni siquiera me permites ver. Me apetecía hacer algo especial, pero solo quería hacerlo contigo.

Madre mía. ¿En qué estaría pensando? ¿Cómo puedo ser tan egoísta? A veces parece que ni recuerdo la suerte que tengo de haberme topado en el camino con este hombre.

—Vale.

Dani se echa hacia atrás sorprendido.

—¿Vale?

—Yo también quiero eso.

Por su cara, parece hasta desconfiado.

—No has discutido.

Me echo a reír y eso calma el ambiente por unos momentos.

—¿Quieres que lo haga?

—No, por favor. No tengo fuerzas para seguir a malas. Ya hemos tenido bastante por hoy, ¿no crees?

Emocionada por los nuevos planes de mañana, me acerco hasta él para plantarle un buen beso en los labios.

—Estoy de acuerdo.

Dani también parece satisfecho con los resultados. Me abraza y me devuelve el beso con dulzura. Seguramente pensaría que iba a tener que invertir el doble de esfuerzo en convencerme.

—¿Habéis cenado?

Antes de contestar, mi cerebro me advierte del modo en que ha empleado sus palabras. Habla en plural.

—¿Cómo sabes que he estado con alguien?

—A la compañía de chóferes les pago yo —explica guiñándome un ojo—. Tengo derecho a saber las rutas que hacen a mi costa. Dime, ¿has cenado?

Alejo mi mirada hasta la fuente de comida a nuestro lado. Mañana será otro día.

—No sabía que era tan tarde, se me ha olvidado.

—No te creo.

Asustada, vuelvo la cara y desgraciadamente para mí, lo que posiblemente era una coña ahora se ha convertido en algo serio y casi aterrador. Me lo dice el fuego que prende en sus ojos al descubrir la verdad en los míos.

Dani me suelta y, totalmente serio y en silencio, pone la mesa y me sirve un plato de lo que estaba preparando.

—Come.

Temerosa de una reacción aún peor, acato su orden, pero no entiendo a qué viene semejante arrebato de repente.

—Lo siento Dani, pero es cierto. A veces me olvido de comer…

—¡Pero cómo se te va a olvidar comer!

El tenedor comienza a vibrar en mi mano. Su rugido me ha encogido sobre el asiento. Dani se lleva las manos a la cabeza en señal de desesperación y abandona la cocina.

—¿Dónde vas?

—Tengo mucho trabajo —contesta sin mirar atrás—. Cuando termines, déjalo como esté. Ya lo recogeré yo.

Muda de asombro, continúo comiéndome el cuscús, que, por cierto, no es cuscús pero está igualmente delicioso. Es un plato frío con tomate picado, cebolla, pepino, hierbabuena y varios sabores más que no distingo con claridad, pero está buenísimo. Me alegra que se haya molestado en cocinar para alimentarme, pero lo que he dicho era verdad. Hay momentos en que se me pasan los horarios alimenticios. Si esto me hubiera ocurrido en casa, habría ido derecha a la cama sin cenar. Ya habría desayunado a la mañana siguiente.

El problema es que la poca importancia que le doy a la comida hace que también corra el riesgo de no desayunar y así, hasta que caigo redonda por las esquinas. Me hubiera gustado explicarle esto a Dani, teniendo en cuenta que ya no tengo secretos para él, pero imagino que no iba a soportar un revés más en el día de hoy. Espero que se haya marchado por no querer discutir y no por no querer comprenderme.

¿Será capaz de alimentarme a través de un embudo cuando haya situaciones en que me niegue a hacerlo? Ni tengo tanto apetito como él, ni como cinco veces al día. Si lo hago dos es todo un logro. Ya sea porque se me olvide o porque evite ingerir nada porque sí.

Suspiro.

Esto me va a traer muchos problemas en esta casa.

Abro el lavavajillas dispuesta a poner un poco de orden en la cocina, pero Dani regresa justo a tiempo para seguir vapuleándome.

—Déjalo. Te he dicho que ya me encargaba yo —recuerda cogiéndome de la mano—. Vamos.

Me lleva por la casa hasta llegar a su habitación. Una vez allí me desviste sin dirigirme una sola mirada a la cara. Solo se concentra en todos sus movimientos para no hacerme daño mientras me cambia y me pone su camiseta de La Fuga.

Este Dani silencioso, pensativo, encabronado y evasivo es muy exasperante. No creo que pueda compartir cama con alguien así a diario.

Mientras me lavo los dientes, él recoge mi ropa y me abre la cama. Esperanzada, deseo que se meta conmigo, pero la manera en que coloca los cojines a mi alrededor para no malograrme el hombro, me indica lo contrario.

—¿Tú no te acuestas?

—Ya te he dicho que tengo mucho trabajo.

—Pero es muy tarde.

—Mi vida es así.

Eso me ha dolido.

Su boca se aproxima a mi frente, pero giro la cara evitando que llegue a tocarme.

Lo que acaba de decir sobraba. Sabe que puede cambiar, que no tiene por qué ser así, que es absurdo que siga tecleando a estas horas, pero cada vez que da un paso hacia delante, me da la impresión de que da dos hacia atrás.

Dani desaparece de mi vista, apaga la luz y escucho:

—Que descanses.

Las puertas se cierran y vuelve a dejarme sola otra vez.

Muy bonito. Una noche para rememorar. “Que descanses” dice. Hoy no hay “slit…”, lo que sea. No entiendo esa palabreja.