28
Eva está muy pero que muy nerviosa. De lo contrario, no estaría ni de tan mal humor ni hablando por los codos. Intento recoger mi ropa e ir apelotonándola sobre la cama. Del vestidor a la cama y de la cama al vestidor. Así hasta que voy haciendo espacio en mi insuficiente maleta.
—Voy a ponerme como una vaca. Me pasó lo mismo cuando hice las prácticas en Núremberg.
—Hazte ensaladas —resuelvo.
—Se me irá el sueldo en aceite. Aquí se vende a precio de caviar de beluga —refunfuña—. Lo bueno es que como hace un frío de cojones, iré tan abrigada que no se me notarán las lorzas.
—Dudo que te dejen presentar con abrigo y bufanda.
Lanzo el cabestrillo por el aire en cuanto lo encuentro. No lo quiero ni ver.
—¿Sabes algo de la perra de Carmen? Tiene el móvil apagado todo el rato.
Suspiro y le cuento mis intentos de dar con ella junto a Vicky.
—¿Y cuándo piensa salir de allí? —protesta—. Parece una monja de clausura. Me dijo que vería mi informativo cuando pudiera, pero dudo que tengan tele…
—Yo también. ¿Has vuelto a saber algo de Manu?
Eva se queda callada unos segundos. Espero que no pretenda pasar por encima de este tema como si nunca hubiera ocurrido. Que no hablen entre ellos puede ser lo mejor, pero cada uno tendrá que desahogarse con quien pueda.
—Sí… —confiesa—. Me escribe al levantarse y antes de acostarse.
Mal asunto.
—¿Te sientes agobiada?
—No. Pero va a ser muy difícil que se olvide de mí si sigue por ese camino.
—Dijo que no se rendiría.
—¿Y qué va a hacer? —chilla malhumorada—. ¿Presentarse en plató? Manu necesita a alguien como Vicky. Alguien que piense que la vida es como una película, como tú dices.
Creo que la conversación se ha vuelto en su contra. En el pasado opinaba lo mismo que ella aunque han cambiado muchas cosas.
—Vicky ha encontrado a su príncipe azul a lomos de un caballo blanco.
—Yo no soy una princesa Disney, Carla —resopla—. Yo soy Scar y Manu es Mufasa. Y bueno, se podría decir que Morales es Simba.
—¡Hala, qué burra!
—Ya no le caigo bien, ¿verdad?
—Eva, te lo voy a preguntar directamente —decido yendo al quid de la cuestión—. ¿Estás enamorada de Manu?
Me detengo en una de mis idas y venidas y espero paciente su respuesta. El silencio me desconcierta, parece que aguanta la respiración.
—No —contesta finalmente—. He conocido a alguien.
—¡Qué! —exclamo sentándome en la cama del susto—. ¿Ya?
—Es mi vecino. Un teutón cuatro por cuatro con un polvazo que ni te imaginas.
Madre mía, menos mal que Manu no sabe nada de esto. Me estoy arrepintiendo a medias de haber defendido a mi amiga en la comida de casa de Vicky. Tenía razón, es capaz de presentarse con alguien la próxima vez que vuelva. Y yo y el resto del mundo tenemos bien claro que cuando aterrice, el primero que estará esperándola en Barajas será Manu.
—La vas a cagar bien cagada, Eva. No te precipites.
Ella se echa a reír.
—Hablas como Vicky. Echarte novio te ha vuelto ñoña.
Frunzo el ceño. Eso no puede ser verdad. Yo no soy ñoña, soy un témpano de mierda. Aunque estoy trabajando duro para solucionarlo. ¿Puede que esté convirtiéndome en una versión encantadora de mí misma?
No me hagas reír.
—Puede que me esté ablandando —opino en voz alta—, pero no es nada reseñable.
—Eso no te lo crees ni tú. Pero tranquila que a ti te vendrá bien.
Vuelvo a mosquearme.
—Cuelgo. Llaman a la puerta. Con un poco de suerte es un vikingo pidiendo sal.
La llamada se corta y yo me quedo pensativa por unos momentos.
No sé si estar enamorado te transforma; si te convierte en un ser blando, de sonrisas porque sí y pájaros en la cabeza. Y no lo sé porque cada día estoy más segura de que no había experimentado esto antes. Puede que haya sentido un especial cariño y apego por mis anteriores parejas, pero nada tan profundo como lo que siento por Dani. Es algo completamente diferente. Me pregunto si eso me volverá cursi o al contrario, más loca de lo que ya estoy.
—¿Qué estás haciendo?
Me vuelvo y veo a Dani al otro lado de la cama. Sus ojos miran atónitos toda la ropa sobre el edredón.
—Ahora mismo lo retiro, intento hacer sitio en la maleta. No sé cómo lo consiguió Carmen. Es una experta en esto.
—¿Piensas ir a alguna parte?
—A mi casa —explico con tiento—. Ya te lo dije. Mañana empiezo a trabajar y quiero dormir allí. Poner un poco de orden y esas cosas.
—No me parece buena idea. Puedes volver a desmayarte.
—No he vuelto a tener dolor de cabeza ni náuseas desde que volvimos del hospital —sonrío tranquilizándole—. Estoy segura de que estaré bien.
Dani niega con la cabeza.
—No me convences. Me quedaré más tranquilo si puedo seguir cuidando de ti.
Dani y su complejo de yaya. Está tan cuqui cuando se pone así…
Joder, tengo que eliminar esa palabra de mi vocabulario pero ya.
—Aunque me quedara, durante el día siempre estaré en McNeill, y con las horas que meto y el proyecto de música, solo me quedaré a solas cuando duerma.
Él respira hondo y bordea la cama sentándose en una esquina.
—Siéntate, Carla. Tenemos que hablar.
—¿Qué pasa?
—He estado pensando y tengo una propuesta que hacerte.
A veces pensar no sienta bien.
—¿Tiene que ver con negocios?
—No.
Empezamos mal.
Dani me coge de las manos y ladea la cabeza sonriéndome.
—¿Te vendrías a vivir conmigo?
¡Y me lo dice así!
¡Sin titubeos ni vaselina!
Este hombre lo suelta todo sin importarle lo que venga. Alucino con él. ¿Quién le ha enseñado a ser siempre tan abierto? ¿No le da cosa preguntarme algo así? ¿O es que no le da la suficiente importancia?
—Estás loco —río de los nervios—. Claro que no me voy a venir a vivir contigo.
—¿Por qué no? —pregunta claramente ofendido.
—Es demasiado pronto.
—Pues por eso. Hagámoslo ahora que todavía nos aguantamos.
No puedo aceptarlo. Además creo que esto va más allá de mis posibles cefaleas. Sospecho que por un lado quiere mantenerme bajo vigilancia, asegurarse de que no me salte ninguna comida y no vaya derecha al baño en cuanto me dé la neura. Y por otro, querrá mantener la promesa que me hizo ayer.
Tal y como pedí, no hemos vuelto a hablar del tema. Yo no necesito ningún héroe, ya se lo dije. Nunca lo he necesitado. Me sé defender muy bien yo sola, pero si él es más feliz creyendo que me protege, no voy a protestar por ese acto tan generoso.
Lo que intento es pensar rápidamente y se me ocurre algo para echar atrás esta idea tan descabellada. Como siempre, lo hago dando un pequeño rodeo. Todo lo contrario a lo que hace él.
—Vale.
—¿Vale? —exclama sonriendo como un crío.
—Con una condición. Tendrás que volver a conducir.
La sonrisa de Dani se esfuma tal y como ha venido, y él se levanta de un salto. Yo también me levanto al ver su repentino nerviosismo.
—No. No, Carla, no me hagas esto.
Pretendía eludir la conversación, no agobiarle. Parece mentira que la idea de que vivamos juntos no le agobie en absoluto. La mía es mucho más práctica y le va a hacer falta si quiere superar sus problemas.
—Entonces no hay nada de qué hablar. Cada uno en su casa y Skype para los calentones.
Dani me mira horripilado.
Quiero que vuelva a coger un coche y se sienta cómodo al volante. Solo lo conseguirá si le dedica tiempo y si alguien le impulsa a hacerlo. Pienso que puedo tener una buena influencia en él, al menos con esto. Con el resto no lo tengo tan claro.
—¿Te sirve si digo que lo intentaré?
—No. Tienes que prometerme que lo harás regularmente, que volverás a conducir.
Anonadada, veo cómo me tiende la mano para estrechársela.
—Acepto.
Me acabo de quedar sin argumentos.
—Nena, ni se te ocurra echarte atrás. Un trato es un trato.
Asiento sin poder creérmelo todavía.
—Cuando un día vengas a buscarme en uno de tus deportivos, haré las maletas.
Dani arruga el ceño. No es lo que esperaba oír pero aún así, lo acepta a regañadientes.
—Tampoco hace falta que te lo lleves todo —acusa señalando mi ropa—. Deja algo aquí, para los calentones en directo.
¿Ves? Eso sí. Eso está bien.
No soy tan melodramática como Victoria.