20
Mientras los hombres se encierran en Frikilandia y se dedican a vete tú a saber qué, las mujeres continuamos en el comedor. Tomamos un café y yo me fumo un cigarro de Manu junto a la puerta del jardín. Dani está bastante entretenido por hoy, no tiene por qué enterarse. Vicky me pone mala cara, pero se traga la reprimenda y decide contraatacar en otra dirección.
—Parece que Manu y tú ya os soportáis en la misma habitación sin insultaros el uno al otro.
Eva bebe de su café sin inmutarse.
A mí también me daba miedo juntarlos de nuevo en este comedor. Pero después de que Manu se llevara a nuestra amiga y a su pedal de esta casa en Nochevieja, no hemos vuelto a retomar este tema.
—Manu y yo jamás volveremos a estar juntos —dice muy seria—. Tenemos que asumirlo y mientras lo hagamos, todo será más fácil.
—Yo creo que él no está de acuerdo —opino.
Eva maltrata su labio entre los dientes.
—El jueves pasamos la noche juntos.
Escupo el humo sin remilgos.
—¿Perdona?
—No pasó nada —aclara ante nuestra estupefacción—. Solo dormimos. Pero por la mañana estuvimos hablando antes de que se fuera a su casa.
—¿Se ha dado por vencido?
—No —suspira—. Por eso digo que mientras lo asuma, todo será más fácil. Estaba un poco nerviosa por lo de esta fiesta, no sabía si le iba a dar por hacer el ridículo como el otro día.
Yo ya sé lo que ha pasado realmente.
—Se ha callado por respeto a Dani.
Vicky asiente.
—Se llevan muy bien, ¿no?
—Sí —contesta Eva—, y eso es un problema.
—¿Por qué?
—Porque cada vez que os veamos juntos a Morales y a ti, él también estará presente. No contaba con tener que seguir viéndolo así.
Vicky yo sonreímos. Eso solo confirma lo que ya sabemos. Que ella siente exactamente lo mismo por él.
Un móvil vibra sobre la mesa. Apago el cigarro y vuelvo dentro. Es el de Dani. En la pantalla leo:
«Paula: ¡Muchas felicidades, jefe!».
«Paula: Casi se me olvida».
«Paula: Que tengas un día muy muy feliz».
«Paula: ¡Besitos!».
«Paula: :–)».
¿Besitos? ¿Quién le manda besitos a su jefe? Solo una buscona como ella. Paula, la morenaza que vi por primera vez en la víspera de Nochebuena. Aquella mujer que fue a buscarle al pasillo cuando yo me arrastraba como alma en pena por su perdón. La misma que interrumpió el otro día nuestra discusión con una llamada de teléfono. Una llamada que espero solo estuviera relacionada con el trabajo.
Pero leyendo el tono con el que se dirige a él, su cercanía es demasiado familiar. El ejemplo lo tengo en mí misma. Si Gerardo cumpliera años un sábado, no le felicitaría ni por WhatsApp ni de ninguna otra forma. Quizá el lunes le hubiera hecho un comentario cortés y poco más. Esta pedorra se la está jugando a ver qué cae, y eso a mí me lleva irremediablemente a revivir lo que ha sucedido hace unas horas en la cocina.
Quiero creer que son imaginaciones mías, pero mi intuición femenina me dice que no ando muy desencaminada en el tema.
—Carla, ¿estás bien? —pregunta Vicky—. No estás escuchando.
—Perdonad, tenía le mente en otra parte.
—¿Pasa algo?
Sopeso si debo compartir mis temores con ellas. Igual me viene bien hablar del tema.
—Tengo razones para sospechar que lo que creía Dani que había tras estas puertas esta mañana, era un tío.
Eva alza las cejas sorprendida.
—¿Cree que le estás poniendo los cuernos?
Eso parece.
—¿Por qué? —cuestiona Vicky.
—A ver, ¿por dónde empiezo? Cuando llegué ayer por la noche, lo primero que hizo fue preguntarme por qué había apagado el móvil —comienzo a enumerar—. Cuando por la mañana le dije que pasaría el día contigo, pensé que estaba preocupado, pero también podría decirse que parecía desconfiado. Se quiso asegurar a través de Víctor de que tú y yo seguíamos juntas. También se molestó en ver dónde me llevó el chófer cuando fuimos a la tienda de cómics; y esta mañana se ha enfurecido en cuanto ha visto que alguien que no era él me había tocado el pelo… No sé… ¿Es una paranoia mía?
—No —opina Eva—, puede ser.
—¡Pero por qué!
—Porque si no tengo mal entendido, eres la primera mujer con la que mantiene una relación. Tiene que estar rodeado de inseguridades por todas partes.
—Eso da igual —objeta Vicky—. Ella no le ha dado motivos para pensar algo así. Si confía en Carla, no tiene por qué ponerse en lo peor.
—Dani nunca ha sido celoso… —musito.
—¿Y por qué lo iba a ser? ¿Qué hombre está celoso de lo que hace una puta cuando no está con él? Es a lo que se dedican…
Eva se muerde la lengua al reparar en mi mirada.
—Perdona, cielo, ya me callo.
Sí, mejor no sigas por ahí.
—No tenía motivos para ser celoso porque no iba en serio con nadie —lo maquilla Vicky—. Pero si piensa que le estás siendo infiel, en cierto modo está pensando que no confía en lo que sientes por él. Será mejor que lo habléis.
Puede. Pero es una conversación que no me agrada en absoluto. Vicky está en lo cierto. Cuando crees que detrás de la puerta de la cocina hay un hombre desnudo esperando perforar a tu mujer, no se trata solo de celos. Es que no confías en ella.
Yo pensé algo parecido cuando conocí a Katia, pero entre mis arrebatos coléricos y su pasado, pude haber tenido un resquicio de razón. Tan solo un resquicio. Ahora, conviviendo con él y dándome cuenta del tipo de hombre que es, no pienso en que vaya a comerle los morros a Paula cada vez que va a IA. Creo que es lo que ella desea, pero no que Dani se lo vaya a dar.
Hay una gran diferencia entre saber que alguien va detrás de tu hombre y creer que los dos te la están pegando a tus espaldas.
Una vez que se van todos, es ya la hora de cenar. Casi no quedan sobras de la comida. La tarta ha desaparecido cuando hemos repetido a media tarde y estamos tan llenos que hasta el propio Dani desecha cenar sentados a la mesa. Se deja caer sobre el sofá del salón y me arrastra con él. No quiere soltarme. Me dedica sus mejores arrumacos desde este mediodía y la razón es el cuadro que hay sobre la repisa de la chimenea.
Esa sonrisa tan bonita suya sigue sin esfumarse. Parece haberse estancado en su rostro de por vida. No puedo evitar echarme a reír al verle tan contento como un niño pequeño. Tendría que haber invitado a Frank Miller a comer. ¿Habría venido?
Después de decidir qué hacer, le convenzo para poner “Metrópolis”. Apalancados sobre el sofá, admite que quiere intentar lo de los viernes cinéfilos. No me sorprende este cambio, pero me estoy planteando seriamente volver a la Comic-Con a por más autógrafos como el de la chimenea. Me teletransportan a una posición de superioridad muy ventajosa para mí y muy peligrosa para él.
En silencio, vemos la película mientras Dani acaricia mis muslos por encima de las medias y besa mi hombro con cariño. Si vamos a ver todas las pelis así a partir de ahora, ya puede irse a la otra punta del sofá. Nunca me enteraré de nada. Igual es su forma de distraerme para ponerme a prueba después. Intento desviar mi atención a la pantalla, pero él no desiste. Aunque tampoco tengo mucho interés en que lo haga.
—Pobre María —dice cuando se acaba—. No dejan de putearla en toda la película.
Estoy de acuerdo.
—Ella solo quería la paz.
—Y un mediador que le calentara la cama por las noches —objeta subiéndome el vestido.
—Siempre pensando en lo mismo… ¿No te has quedado con el mensaje de la historia?
—Que sí, nena. Pero no hay que buscarle tres pies al gato. La niña iba a lo que iba y muy tonta no era. Nada más y nada menos que el hijo del jefe.
Resoplo. Por su tozudez y por los dedos que acarician mi bajo vientre con maestría.
—Eres imposible…
—No discutas, vida mía. “El mediador entre la cabeza y las manos debe ser el corazón”.
Su nariz asciende por mi brazo sano. ¿Me está olisqueando? Cómo me está poniendo el muy cerdo.
—Cállate y fóllame ya.
Dani amplia su sonrisa.
—As you wish.
Con pericia, me quita el cabestrillo y baja la cremallera de mi vestido. Lejos de quitármelo, tan solo libera mis tetas lanzando el sujetador por el aire. Sus manos las envuelven con su calor y acerca un pezón a su boca sedienta de mí. Mordisquea sin poder contenerse y yo me arqueo de placer.
Rodeo su cintura con las piernas para frotarme contra sus pantalones y estimularnos. Extiendo ambos brazos soportando los quejidos de mi hombro malherido. El cabello de Dani se pierde entre mis dedos. Su gemido no me pasa desapercibido. Ya me dijo cómo le gusta que haga uso de mis dos manos.
Su lengua saborea la delicada piel de mi tórax, rodeando mis pezones, succionando las areolas rosadas y dibujando el contorno de ambos pechos, desde la axila hasta su unión en mitad del pecho. Su saliva empapa mi piel y la eriza cuando sopla suavemente sobre ella. Me azota un espasmo.
Dani me baja las bragas y las medias clavando su mirada en la mía. Un bosque espeso y verdísimo contemplando una marejada azul y hambrienta. Su boca se hace con los dedos de mis pies y besa todos y cada uno de ellos. Sonrío. Lo sabía.
En cuanto les dedica sus característicos lametazos, echo la cabeza hacia atrás.
—Mmm…
—Esto te pone a mil, ¿verdad?
Asiento jadeante.
—A mí también.
Me muerdo el labio cuando sus dientes peregrinan desde el talón hasta el dedo gordo. Pero no contento con eso, las manos de Dani y su rostro ascienden por mi pierna hasta subirme el vestido y enrollarlo en mi cintura.
—Date la vuelta.
Su camiseta cae a mi lado en cuanto me tumbo. Dani levanta mi cadera y hunde su lengua en mi coño. Me retuerzo como una lombriz. Sus lametazos despiden llamaradas desde mi vagina, por mi vientre y hasta mi cráneo. Jadeo ahogándome sobre el sofá. Sus manos sostienen mi cintura controlando los movimientos. Dani arrastra mi humedad por toda la zona inguinal y algo más allá. Siento cómo traga y respira apresurado contra mis nalgas.
—Este culo tuyo me mata —dice a mi espalda—. Es una obra de arte. Quise follármelo desde que te vi caminar por los pasillos de IA.
Curioso. Yo también pensaba en el suyo momentos antes en nuestra primera reunión.
—¿Lo vas a hacer ahora?
—No. Necesito metértela entera y no me vas a dejar destrozarte el culo como pretendo.
No. Si quiere hacerlo como un animal, más le vale no romperme el culo. Mi vagina puede soportar sus embestidas pero mi ano requiere mayor entrenamiento si pretende tratarlo igual.
Dani tira de mi trenza y quedo de rodillas. Llevo una mano a su bragueta. La otra también, pero va a su ritmo procurando no dislocar mi hombro otra vez. Desabrocho los botones antes de que le reviente la polla en los pantalones. Está muy dura. Sobresale impaciente en cuanto la libero y queda en la palma de mi mano. Masturbo su piel con la respiración agitada de Dani en mi oído.
Una mano cubre mi pecho y yo guío su tranca hacia mi apertura.
—A Carmen se le olvidó meter un par de tus juguetitos en la maleta —recuerda sobre mi cuello—. Es su culpa. De haberse acordado, ahora nos lo podríamos estar pasando mucho mejor.
Trago saliva perdiendo fuelle.
—Podemos comprar alguno por internet.
—Eso será otro día, ahora estoy muy ocupado, no me distraigas más.
Dani me empuja hacia delante. Pierdo el contacto, pero él actúa rápido. Según cómo lo siento, necesita descargar cuanto antes o le estallará hasta la cabeza.
Sin comprender, dejo que me posicione con medio cuerpo sobre el suelo. Me apoyo con las manos y dejo mis rodillas en el sofá junto a él. Me imagino la escena. Lo que es una carretilla de toda la vida, vamos.
—¿Aguantas bien?
—Sí…
Y sin perder más tiempo, me atraviesa de un potente estacazo. Chillo embriagada de placer. Las arremetidas se repiten y yo araño el suelo dejándome las uñas en ello. Dani logra coger mi trenza y tira de ella como en tantas otras ocasiones. Levanto la cara antes de que haga demasiada fuerza.
—¿Puedes con esto?
—¡Sí!
Tira más y yo casi me quedo sin voz.
—¿Y con esto?
—¡Sí!
Dani gruñe sin dejar de arremeter contra mí.
—No me puedo creer que ayer tú fueras a la Comic-Con y yo me pasara todo el puto día trabajando…
Venga, no me hagas reír. Ahora no. Tengo la sensibilidad a flor de piel. Me penetra a un ritmo tan vertiginoso que podría hacer fuego de la fricción entre su polla y las paredes de mi vagina. Desde luego, algo se está quemando ahí dentro.
—¿Te gustó?
Alcanzo la mesa con una mano, pero fracaso cuando resbalo de un nuevo empellón. El tirón de pelo se hace más acuciante.
—¿Te gustó o no?
—¡Sí!
Los jadeos de Dani se unen a los míos.
—¿Volverías?
—¡Sí!
—Joder, nena, eres un regalo del cielo…
El picazón en la nuca ya es tan fuerte que me dejo llevar. Dani toma mi cintura con una mano y con la otra me atrae a través de la trenza. Pero en vez de pegarme a su pecho, aún hostigándome entre las piernas, sigue tirando de mi cabello hasta que mi rostro queda bocarriba. No sé si es que mi torso es demasiado elástico o él se inclina en exceso, pero alcanza a besarme sin mucho sacrificio.
Tengo que sujetarme al brazo que me rodea para no perder el sentido y caer al suelo. La postura es muy mareante. La piel se tensa lo indecible en mi cuello y temo escurrirme del sofá con la cantidad de fluidos que descienden por mis muslos. Su polla entra en una travesía más profunda, siento que me inunda y que su lengua la imita en mi boca.
A rebosar. Así me encuentro. Con un alto porcentaje de Daniel Morales tanto por arriba como por abajo y bastante por el medio. Su respiración escapa de su nariz y rueda por mi cuello. Estoy descubriendo que los besos al revés tienen algo que unido a un buen meneo, te encienden hasta el alma.
El clímax merodea a nuestro alrededor. Dani menciona mi nombre entre besos y sonríe contagiándome. Cuando quiero darme cuenta, el orgasmo golpea a través de mi ser en forma de vibrato. Una flor de fuego florece en el centro de mi sexo y las esporas se expanden por el resto del cuerpo. Al no poder estirar las piernas hasta los dedos de los pies, mi organismo recurre a un seísmo inminente. Tiemblo exagerada y sin complejos como una criatura indefensa.
El jadeo final y prolongado huye de mis labios y Dani aspira mi lujuria al tiempo que se deshace de la suya. Su leche aguijonea mi cavidad y él afloja mi trenza. Libre por un lado, pero todavía llena por otro, relajo mi cuello. Gimoteando en mi nuca, Dani calma su danza con una polla palpitante en mi interior. Lo empujo un poco para que comprenda mi necesidad y ambos quedamos tendidos sobre el sofá.
Dani sigue dentro de mí, pero ya no se mueve. El agotamiento y mi cuerpo sobre el suyo se lo impiden. Pasa un tiempo hasta que los dos recuperamos el habla y la razón. Me resulta muy fácil perder ambos en cada uno de estos polvos. Es una de las cosas que más me gusta de ellos.
Dani besa y masajea mi hombro enfermo.
—¿Ha sido demasiado?
Sí, señor. A buenas horas.
—No —contesto medio ronca—, estoy bien.
Él asiente y me coge en brazos.
Sin embargo, antes de salir del salón, sus ojos se detienen en el cuadro. En silencio, se acerca hasta él y lo coge con una mano. Se lo quito antes de que se le caiga.
—No pretenderás meterlo en la cama, ¿no?
—No —ríe—, pero casi.
Exacto. Casi. Porque ese tal Marv está espiándonos desde su mesita de noche mientras nos acoplamos el uno al otro entre las sábanas. Desprovista ya de cabestrillo por las noches, me acomodo junto al pecho desnudo de Dani inspirando su aroma natural. En este momento está mezclado con sexo y sudor, y es una combinación extrañamente excitante.
Dani ojea un par de veces la firma antes de volver a mí.
—Pone «para Daniel».
—Sí.
—Me ha llamado «motherfucker».
—Sí.
—Eso significa que somos casi amigos.
—Sí, sí.
Dani intensifica su abrazo y yo me fundo en él.
—¿Eres consciente de lo bonita que eres por fuera, por dentro y en todas tus extensiones?
—Te estás embalando otra vez.
Y de pronto no se le ocurre otra cosa que ponerse a cantar.
You are so beautiful
to me.
Can’t you see?
Sí, exactamente la del difunto Joe Cocker, y se está emocionando demasiado.
—Me sangran los oídos.
Dani lanza una carcajada y me besa en la frente. Si normalmente le cuesta dormir por motivos depresivos, creo que le acabo de dar uno nuevo por el que no pegar ojo.