39

La cara de Sandra es algo parecida a la que mantuve yo ayer durante el resto del día. Ella no se cree que esté rechazando el trabajo y yo sigo sin creerme que mi primo vaya a ser padre. Aunque solo sea por unos días.

Carmen sigue obcecada en interrumpir el embarazo, pero antes quiere hablarlo con Héctor y asegurarse de que los dos están de acuerdo. Dice que es muy buen chico, razonable y comprensivo, y que no quiere tomar decisiones sobre el niño sin su consentimiento. Su cambio de parecer simplemente por el hecho de que el padre sea otro hombre, me ha dejado perpleja. Es evidente que son dos personas muy diferentes, pero me sigue confundiendo la filosofía con la que se lo ha tomado.

Ha retrasado la cita con su médico para poder coger un avión a Barcelona y visitar a Héctor. Daría lo que fuera por ver su cara al enterarse de la noticia. He pedido a mi amiga que haga un par de fotos, pero no le ha parecido adecuado. Es increíble. Han concebido un niño en el sofá cama de mi salón.

Menos mal que ha sido el único.

—Dime que no lo rechazas por él.

—¿Por Dani?

Sandra asiente con la cabeza.

No voy a mentir. Estoy perdiendo esa mala costumbre y me gusta la sensación de sincerarme. La verdad, aunque a veces haga daño, es altamente recomendable.

—Sí. Es la razón principal. Estoy en un punto en el que no quiero separarme de él. Me parece demasiado pronto.

—Ay, Carla… —se lamenta Sandra—. ¿Tú ya sabes lo que estás haciendo?

—Sí —sonrío—. Trabajos como este pueden ir apareciendo con el tiempo, ya sea más tarde o más temprano. ¿Pero hombres como él? Lo dudo mucho. Daniel Morales es único.

Y lo digo con orgullo y confianza. No hay modo de que pueda estar equivocada después de todo lo que hemos pasado y lo que sigue haciendo por mí.

Cuando conocí a Dani pensé que era un chulo, vanidoso y arrogante niño de papá. Después creí que era un cocainómano sin escrúpulos y sin moral. Y con el tiempo me he enamorado de quien realmente es: un hombre ingenioso, apasionado, muy perspicaz, con muchas ambiciones, y mucho más fuerte de lo que cree. Sé que no querría tener a ningún otro a mi lado.

Es más, algo me dice que si algún día lo nuestro terminara, parte de mí seguiría amándole sin remedio. Una parte consciente de que ha perdido a su alma gemela, aquel con el que encajaba como las piezas de un puzle y cuyo vacío nadie sabría ocupar en su totalidad. Como esas veces en que terminas con alguien, comienzas con otro y pasas el resto de tu vida con él siendo consciente de que aquel primero era quien verdaderamente te hizo vibrar.

Sé que eso es lo que pasaría y me parece inverosímil que alguien como yo lo piense. Pero es así.

—Está bien. Veo que lo tienes más que decidido. Tendré que buscarme la vida en otra parte. ¿Conoces a alguien que esté interesado en el puesto?

Niego con la cabeza y Sandra suspira antes de beber un trago de café.

—Tiraré de contactos. Aunque todos los júnior que conozco son mucho menos espabilados que tú.

—Lo siento, Sandra —digo con sinceridad—. Podemos retomar la idea más adelante. Lo hablaré con él, pero no te prometo nada. ¿Por qué no me llamas cuando estés desbordada y necesites que te echen una mano en Madrid?

Las dos sonreímos siendo conscientes de que ese no era para nada el plan inicial.

Al ver que no hay forma de convencerme de lo contrario, continuamos charlando de todo y de nada en particular. Al final, me acaba entregando el disco duro con los archivos que me había prometido y me pide que los conserve para mi uso personal.

Sigue anonadándome su comprensión y el cambio que ha dado nuestra relación. Creo que puedo decir que he encontrado una buena amiga, y también mentora, en Sandra Martín.

Las oficinas de Mario están en plena Gran Vía. En un cuarto piso plagado de fotos de famosos y con una recepcionista que lleva bótox hasta en las córneas de los ojos.

La mujer me pregunta por segunda vez cuál es mi nombre y si tenía cita con el representante. La verdad es que no he calculado todos mis movimientos. Ahora que estoy aquí, no sé ni cómo meterme en su despacho. Sin embargo, en unos segundos, la puerta contigua se abre y sale Mario junto a dos hombres.

Al verme, advierto que me reconoce casi al instante. Parece sorprendido. Se despide de aquellos dos y se cruza de brazos.

—¿Y ahora qué haces tú aquí?

¿Cómo que ahora?

—Quiero hablar contigo, en privado.

Él resopla, pero me da paso. Entramos en su despacho, una estancia muy amplia, con muchas más fotos y una gran mesa de trabajo frente a dos sillas.

Mario se sienta en la suya juntando las manos sobre el regazo. Yo me quedo de pie. Voy a ir al meollo de la cuestión directamente, no me quiero entretener más de lo necesario con este ser.

—He venido para aclararte un par de cosas. Te aseguro que esta será la última vez que nos veamos.

Mario suelta una carcajada.

—Eso espero. Menuda has liado, bonita.

—Dani está ignorándote porque yo se lo pedí.

—Ya lo sé, vino a explicármelo.

Enmudezco por unos instantes. Eso es nuevo para mí.

—¿Cuándo?

—El miércoles pasado —explica tranquilo—. Vino para contarme que estabais juntos y para, según él, pedirme un último favor.

—¿Qué favor?

Mario sonríe de un modo que no me gusta. Irradia tanta confianza y superioridad que desagrada hasta doler.

—¿Tú qué crees? Sabes de sobra el tipo de relación que manteníamos.

Nos quedamos mirándonos fijamente. Castaño tenebroso contra azul hielo. Se está percatando de que no voy a contestar.

—Vino a pillar, reina.

Sin querer, la risa acude a mi garganta.

Libero mi ataque hilarante después de oír su majadería. Sabía que era un mamarracho, pero no que hasta tuviera sentido del humor.

—Tú eres idiota. Igual te piensas que me voy a creer eso.

—Es verdad —farfulla visiblemente molesto—. Me encargó varias papelinas. De hecho, sus palabras exactas fueron “muchas papelinas”.

—Deja de inventarte estupideces.

—Me lo pidió aquí mismo, sentado en esa silla.

Vale, esto me cansa.

—¿Por qué quieres hacernos daño? —me pregunto en voz alta—. ¿Qué te piensas que estoy haciendo con él? Solo intento…

—¡Que es verdad, coño! —explota levantándose—. ¡Pregúntaselo a él! ¡Morales nunca miente, no va a tener cojones para negártelo a ti!

No sé si es por sus berridos o por la convicción que rezuma su voz, pero me asusto. Por primera vez en mucho tiempo, me pongo a dudar.

La recepcionista entra alertada por los gritos y Mario la despacha de muy malas formas. Yo me llevo una mano al pecho, estoy cardíaca. Me apoyo en la silla, esa en la que se supone que Dani estuvo sentado el miércoles pasado, y acabo por desmoronarme sobre ella.

Lo que me está diciendo este impresentable no tiene ningún sentido. Puede que hayan hablado, Dani ya me dijo antes de Navidad que era su intención, pero no lo ha vuelto a mencionar. Ayer dejó caer que Mario no volvería a molestarle en cuanto apagó el teléfono. Pero no puede ser porque hayan saldado ningún tipo de deuda.

“Vale, Carla. Tranquilízate. Tiene que haber una explicación. Templa tus nervios y dale un voto de confianza a tu corazón”. Dani siempre dice que en estos casos debo calmarme, razonar y pensar con claridad. No volverme loca.

Muy bien, eso pienso hacer. Respirar hondo, contar hasta diez y averiguar la verdad.

Me voy a IA.