15

Por un día podría haberse quedado en la cama. Sobre todo hoy que es festivo. Si al bajar me encuentro a Dani trabajando, juro que no se libra de la que le pienso montar.

No obstante, en cuanto pongo un pie en el suelo me alegro enormemente de que no se encuentre en la habitación. Cerrando la boca y llevándome una mano al vientre, salgo corriendo al cuarto de baño. Me encierro de una patada y vomito la cena de Nochevieja sin esfuerzo. Escupo canapés, carne, pescado y tarta sin digerir. La bilis todavía resbala por mis labios cuando me enjuago con agua.

Tengo que sentarme en el frío suelo de azulejos para evitar desmoronarme. Por unos momentos, todo me da vueltas y las arcadas continúan merodeando por mi garganta. Si cierro los ojos, me siento como un calcetín dando vueltas a mil revoluciones en una lavadora.

Me asusta un poco este malestar mañanero, pero agradezco que Dani no lo haya presenciado. No hubiesen sido los mejores “buenos días” de Año Nuevo que podrían darle.

Algo más tranquila, me levanto para echarme un vistazo en el espejo. Mi cara ya está prácticamente recuperada. Ya no hay rastro de hinchazón, mi ojo izquierdo ya no está tan amarillento, y las tiritas me las quité ayer por la tarde. Ahora tengo una ceja partida muy poco sexy pero nadie ha hecho objeción alguna al respecto. Imagino que por no desagradarme.

Bajo las escaleras tras volver a enjuagarme la boca y me dispongo a buscar a Dani en su mansión. No hay rastro de él ni en la cocina, ni en el salón, ni en su despacho. Camino algo desorientada por la planta baja hasta abrir el área de la piscina y verle haciendo largos. Me dedico un ratito a admirar sus brazos entrar y salir del agua en cada brazada.

Me produce cierta envidia que tenga total libertad para usar sus dos extremidades. Al recordarlo, mi hombro me dedica un bonito pinchazo de dolor como si me oyera pensar. Camino hasta el borde ignorándolo como buena norteña y calculo los días que me faltan para volver a realizar las tareas más simples y sobre todo, para volver a coger mi violín.

Dani concluye su ejercicio cuando descubre mi presencia.

—Ni se te ocurra tirarte.

—Solo iba a meter las piernas.

Cosa que hago al sentarme en el borde y congelarme el culo.

—¿Cómo te encuentras? —pregunta colándose entre mis rodillas.

—Mal.

Eso no parece gustarle.

—¿Qué necesitas?

—Un beso.

Visiblemente relajado, me lo concede sin titubeos.

Sonrío muy orgullosa de mí misma. No he mentido en nada.

—¿Hace mucho que te has levantado?

—No, te habría esperado, pero no paraba de dar vueltas aburrido y no quería despertarte.

Qué rico.

—¿Preparo el desayuno?

Dani ladea la cabeza sonriente.

—Ya es muy tarde para desayunar. He pensado que podríamos ir a comer fuera. Tengo una reserva.

Sopeso esa idea con detenimiento. No creo que sea lo más adecuado.

—¿Y si nos ve alguien?

—Tenemos el privado para nosotros solos.

Veo que se ha tomado las molestias habituales. Igual que cuando nos conocimos. Pero no sé por qué parece tan empecinado en salir al exterior juntos con el peligro que corremos. O más bien, el peligro que corre mi puesto de trabajo.

No me gustó nada su actitud respecto a este tema cuando hace unos días me dijo que llevar nuestra relación en la sombra sería un coñazo. En casa podemos hacer un montón de cosas sin necesidad de ocultarnos como proscritos, aunque está claro que para él no es suficiente. Quiere que hagamos lo que hace cualquier pareja al uso. Lo veo en sus ojos y en el modo en que me intentan convencer en silencio.

A mí no me parece buena idea, pero tampoco quiero cohibir sus ansias de llevar una relación normal. Es la primera para Dani y estará deseoso de envolvernos en normalidad. No voy a discutir. Lo haré por él. Si esto le hace feliz, yo no quiero interponerme entre Dani y su concepto de la felicidad.

Que sea lo que tenga que ser.

—Vale —murmuro—. ¿Me ayudas a ducharme?

Su sonrisa deslumbra todo a su paso cuando se inclina con claras intenciones de besarme.

—Será un placer.

Tras vestirme, decido hacerme una trenza. Pero a pesar de haberme quitado el cabestrillo, mi hombro y sus vendas se niegan a colaborar. Puedo hacerme una de lado, pero no sobre la espalda. Aún es pronto para girar mi brazo en esta postura. Asqueada, maldigo en voz alta. Me siento como una completa inútil.

—¿Qué pasa?

El reflejo de Dani aparece en el espejo frente a mí. Él ya está perfecto. Con su perfecto traje gris marengo, su perfecta corbata roja y su perfecta cara. No me siento a la altura con estos pelos.

—Quería hacerme una trenza, pero es imposible. Vas a tener que plancharme el pelo otra vez.

—Ya te la hago yo.

Antes de que pueda negarme, él ya está recogiendo mi mata de cabello entre sus manos y dividiéndola en mechones. Su expresión es decidida y concentrada. Empieza a trenzármelo despacio y con minuciosidad.

Si el hecho de que ayer me pasara las planchas me pareció inédito, lo de ahora no se queda corto. Me aguanto la risa lo mejor que puedo pero como me cuesta mucho dado el embeleso que tiene encima, me da por hablar.

—¿Te enseñó tu madre?

—No, pero la vi hacerlo un millón de veces. No es tan complicado.

Para él no, eso está claro. Por lo que parece, su obra de ingeniería pinta muy bien.

—¿Estás pensando en ella ahora?

Dani asiente esbozando una medio sonrisa.

—¿Tu madre te trenzaba el pelo, Carla?

Mi humor se apaga como cuando apagas el interruptor de la luz.

Yo no pensaba en ella, pero ahora no me queda más remedio que hacerlo. Mi madre sí que me peinaba de vez en cuando pero cuando era niña no tenía el pelo tan largo como hoy. La verdadera razón de que lleve el cabello tan largo fue que nadie se molestó en cortármelo durante los meses que quedé recluida en el hospital. Ni tampoco al salir.

Si mi madre hubiese seguido viva, jamás habría permitido semejante cabellera. Es demasiado llamativa, atrevida y escandalosa si no se cuida o se peina bien. Pero eso a mis tíos no les importaba. Más que mi aspecto, entiendo que lo que querían era oírme hablar y verme salir de mi cuarto otra vez.

La primera vez que acudí al peluquero tras el accidente fue en Madrid. La pinta que tenía era desastrosa y debía hacer algo con él. Cuál fue mi sorpresa cuando me recomendaron mantenerlo bajo ciertos cuidados. El cabello era fuerte y brillante y el look muy original. Apática, me dejé convencer y hoy es algo que no me disgusta mucho.

Unos dedos acarician mi mejilla. Recogen unas lágrimas que desconozco cuánto han tardado en aparecer. El flujo continúa con más llanto silencioso hasta que los sollozos entran en escena. A la mierda el maquillaje otra vez.

Estoy harta de deshacerme en lamentos en cuanto viajo al pasado sin remedio. El rumbo de vuelta es lento y muy doloroso, pero no quiero que vuelva a sucederme. Si a mí me molesta, a los de mi alrededor les tiene que cansar. Y mucho.

Sin embargo, Dani no replica. Al contrario, me toma en brazos y deposita mi cuerpo encogido sobre la cama. Sus manos vuelven a limpiar las lágrimas de mi cara y, tras teclear en su móvil, se tumba a mi lado.

—Quiero que escuches algo.

De pronto, una melodía resuena en la habitación. Cómo no. También hay altavoces aquí arriba.

—¿Qué es? —balbuceo.

—“Amazing”, de Aerosmith.

Hago un mohín, no me gusta este tipo de música. Dani se lleva un dedo a la boca demandando silencio. Ambos quedamos tumbados de lado sobre la almohada y mirándonos cara a cara. Una voz rasgada y singular comienza a cantar sobre nuestras cabezas.

yeah, I thought I could leave, but I couldn’t get out the door.

I kept the right ones out

and let the wrong ones in.

Had an angel of mercy to see me through all my sins.

There were times in my life

when I was going insane

trying to walk through

the pain.

When I lost my grip

and I hit the floor

yeah, I thought I could leave, but I couldn’t get out the door.

I was so sick and tired

of living a lie.

I was wishing that I

would die.

—La letra es deprimente —protesto muy afectada.

—Chissst… Escúchala hasta el final.

yeah, I thought I could leave, but I couldn’t get out the door.

It’s amazing

with a blink of an eye you finally see the light.

It’s amazing

when the moment arrives that you know you’ll be alright.

It’s amazing

and I’m saying a prayer for the desperate hearts tonight.

Cierro los ojos. Comprendo lo que quiere decirme. La canción lo hace por sí sola. Continúa transmitiendo un mensaje de esperanza y calma que se sucede en un solo de guitarra y unos gritos estridentes que se me clavan en lo más profundo del alma.

Es curiosa la forma en que la música puede llegar a comunicarnos tanto en tan solo un par de minutos. El modo en que puede cambiar tu estado de ánimo o cambiar tu parecer sobre la marcha como por arte de magia.

En este caso, la letra me abre el corazón desbordando un torrente de emociones que me provoca un nuevo llanto. Pero, sin querer, me traslada a un estado de calma en el que me permite pensar con cierta claridad. Todo lo que dice me resulta tan real y tan propio que creo llegar a ver la luz de la que habla.

Tan solo tengo que abrir los ojos para hacerlo.

Dani examina mi gesto con ojos verdísimos e inquietos. Sus pulgares siguen acariciando mis mejillas. Sin necesidad de pedírselo, su cuerpo se pega al mío para que pueda besar innumerables veces la humedad de mi cara. Sí que es “increíble”. Lo es que le dedique tantas atenciones a un juguete roto como yo. Lo es su empeño en arreglarme y devolverme la sonrisa. Lo es el modo en que me quiere. Porque esto no puede ser más que eso.

Amor puro y duro.

Y algo masoquista también.

No conocía el restaurante Volvoreta. Es un lugar excepcional, con un diseño acogedor y una comida deliciosa. Dani ha bromeado con que nadie podría advertir nuestra presencia en el privado y que éramos nosotros los que teníamos todo Madrid a nuestros pies. No exageraba nada. El restaurante está en lo alto de una de las cuatro torres y las vistas son impresionantes.

Disfrutamos de ellas mientras comemos. Pensé que no tendría hambre, pero tras el lavado de estómago de hace unas horas, me encuentro famélica. De hecho, como demasiado rápido y me pasa factura muy pronto. Hago un descanso antes de continuar. Dani, ajeno a mi plato, habla sin parar. Me cuenta las comidas de Año Nuevo que preparaba su madre, la leche con galletas que dejaba a los Reyes Magos, el bizcocho de yogur que horneaban por Navidad y unas cuantas cosas más.

No llego a ninguna conclusión. Dudo entre si le gusta recordar viejos tiempos o, simplemente, hablar de comida. Me río para mis adentros. Por lo que oigo, su madre y su abuela eran buenas cocineras y con lo que le gusta sentarse a la mesa, tiene que añorar mucho sus platos.

Yo también echo de menos la maña de mi madre en la cocina, pero reconozco que Dani también se desenvuelve muy bien en ese campo. De momento, de todo lo que me ha preparado, no he dado con nada que no me gustase. O me conoce muy bien o sabe de sobra cómo conquistar por el estómago a una mujer.

Tras atiborrarme de agua, me excuso para ir al baño. Una vez allí, volvemos a las andadas. Me dedico un buen rato a recomponerme pero, al final, decido quitarme el cabestrillo y desentumecer mi brazo enfermo. La movilidad va mejorando y el calmante recién ingerido ayudan lo suyo, pero mi espectáculo en momentos así sigue siendo circense.

Cuando consigo quedar satisfecha con el resultado y salgo para lavarme las manos, la puerta de los baños se abre con gran estruendo. Pego un bote y un chillido apoyándome en el lavabo por el sobresalto.

—¿Por qué tardas tanto?

Dani mantiene la puerta abierta con una mano y aprieta con fuerza el puño de la otra. Si hubiera habido alguien ahí, ya lo habría aplastado contra la pared.

—¿Tú qué crees? —contesto señalando el cabestrillo.

Sus ojos se agrandan de forma casi imposible al ver la férula sobre el mármol. Tiene una pinta de esquizofrénico-indignado que asusta de verdad.

—Vuelve a la mesa.

No entiendo a qué viene esto. No iba a permitir que entrara en el servicio de mujeres para bajarme y subirme los pantalones, no me importa tardar un poco más de lo previsto si con eso evito dar el cante.

—Espera, no he terminado.

—He dicho que vuelvas a la mesa.

Cierro el grifo sin dar crédito a lo que oigo y cómo lo oigo.

—¿Por qué me hablas así?

—Porque es la única manera de que me escuches, ¿vas a hacerme caso de una vez?

La suspicacia alumbra mi cerebro. Ahora caigo. Cierro los ojos incrédula y me coloco el cabestrillo dándome tiempo a pensar qué voy a decirle. Sus sospechas pueden tener cierta lógica, pero lo que está haciendo es acusarme directamente.

—No estaba haciendo nada de lo que pensabas.

—Sal de aquí —sisea.

—Te estás equivocando…

—¡No! ¡Tú eres la que se está equivocando como pienses que voy a pasar de esta mierda como si nada! —exclama enfurecido—. Lo que te estás haciendo es una bestialidad, ¿no lo ves? Tú no necesitas esto, me niego a pensar que eres tan tonta.

Dani se acerca para sujetarme de los brazos.

—Te quiero, Carla. Te quiero muchísimo, pero si no pones de tu parte en cuidarte y respetarte, te llevaré al psicólogo quieras o no. ¿Vas a obedecerme?

No puedo hablar. Estoy aturdida. Algo que Dani no capta y por eso, se cabrea todavía más.

—Lleva tu culo de vuelta a la mesa ahora mismo o te juro que me pongo a bailar la balalaica delante de todo el mundo. Y sabes que lo haré. No tengo vergüenza alguna.

Sin poder encontrar las palabras adecuadas, cojo su mano incitándole a volver al privado. Receloso, me guía por el camino hasta que echa un vistazo a mi mano derecha y descubre lo que no se imaginaba. Dani mira hacia otro lado y su rostro enrojece de rubor. Justo el color del que carecen mis dedos.

Sí, Daniel Morales, a veces me dan ramalazos de sinceridad. Acéptalo.

Cuando cierran las puertas del privado, se para frente a la mesa.

—¿No has ido a vomitar?

—¡No! —me siento roja de vergüenza.

Dani también se sienta.

—Perdona, creía que después de lo que ha pasado en casa y lo que estábamos hablando…

—Confía en mí —interrumpo—. Eso es lo único que tienes que hacer.

—Me tienes muy mal acostumbrado en ese sentido.

Capto su rintintín y lo ignoro como si oyera llover.

Un silencio incómodo se instala entre ambos. Yo me niego a mirarle a la cara y él no sé qué estará haciendo.

—¿Has dejado de discutir porque te he dicho que te quiero?

Esa sí que no me la esperaba.

—No estaba discutiendo, has empezado tú. Yo solo me estaba defendiendo.

Alzo la vista y veo a Dani escrutándome con ojos entornados.

—Cuánto poder en unas simples palabras… —susurra—. Creo que abusaré de ellas más a menudo.

—No, no lo hagas —le freno al momento—. Las desgastarías y ya no valdrían nada. Me basta con que lo sientas.

Dani toma mi mano por encima de la mesa y suaviza su gesto.

—Claro que lo siento palomita mía, amor de mis amores. Ya lo sabes.

Madre mía, ¿el encoñamiento ya le ha frito el cerebro? ¿Tan pronto?

—No me vuelvas a llamar así en tu vida.

—Ídem —sonríe guiñándome un ojo.

Más relajados, retornamos cada uno a nuestro plato. Vuelvo a tener apetito, aunque no de comida, sino de información.

—¿Desde cuándo lo sabes, Dani?

—¿El qué? ¿Que te quiero?

—Ajá.

—Desde hace tiempo.

—¿Cuánto?

Por su expresión, está claro que no siente especial entusiasmo por esta conversación. A mí, sin embargo, me está divirtiendo sin quererlo.

—¿Te acuerdas del fin de semana en Cercedilla?

Por supuesto.

—Después de que me insultaras, me largué de la casa…

—¿Dónde estuviste tanto tiempo? —interrumpo.

Dani se encoge de hombros.

—Dando vueltas. Al final me perdí y tuve que poner el GPS del móvil para volver.

Intento no echarme a reír.

—¿Y qué hacías?

—Pensar en ti.

—¿Llegaste a alguna conclusión?

—Sí. Que me estaba enamorando de ti —suspira—. Por eso cuando volví te pedí que me dijeras lo que pensabas de mí. Necesitaba saberlo para saber en qué punto estabas tú. Sabía que te gustaba. Que te gustaba mucho, pero otras veces tu comportamiento me despistaba. Aunque aquella noche me lo confirmaste y me quitaste un enorme peso de encima.

El tenedor resbala entre mis dedos.

—¿Te dije que te quería?

—No con esas palabras —sonríe—. Pero sí. En el fondo era lo que querías decirme.

—No lo recuerdo bien…

—Lo suponía. Ibas bastante fina.

Recojo mi cubierto con cuidado. Hace semanas me habría acalorado de la vergüenza, pero después de todo lo que nos hemos confesado, creo que ahora está de más.

—¿Por qué no has querido hablar de ello nunca?

Dani desvía la vista y bebe un largo trago de agua.

—Porque quería probar la versión demo a ver qué tal nos iba. Ver si realmente podía funcionar.

—¿No creías que funcionase?

—Me daba miedo destruirte —confiesa en voz baja.

Qué gracioso. Yo creo que está ocurriendo al revés. No creía que pudiera ser tan nociva para nadie.

—Carla…

—¿Mmm?

—¿Qué se supone que hay que hacer ahora?

—¿Te refieres a… como pareja?

Asiente.

Qué peculiar es este hombre. Me encanta.

—Vamos a ver… ir de la mano a todas partes, pasar las vacaciones juntos, hacernos regalos de cumpleaños compitiendo para ver quién se gasta más y follar cada vez menos.

La cara de Dani refleja algo que no había visto nunca. Dios mío, creo que le ha dado un ictus.

—Pues prefiero dejar de quererte.

Me echo hacia atrás golpeada por su rudeza.

—Eso es muy cruel.

—Es que lo pintas como una puta mierda.

—Las relaciones de pareja son así.

—Yo no quiero eso.

Sonrío.

—¿Y qué quieres?

—Seguir como hasta ahora porque antes también te quería y eso no cambió nada. Bueno, sí. Pero a mejor. Nunca a peor. Conocerte es lo mejor que me podía pasar, ahora lo sé, y no estoy dispuesto a perderte así. Si tú quieres, voy a hacer todo lo posible para que eso de follar cada vez menos no se cumpla en la puñetera vida.

Suelto una carcajada al aire.

—Algún día te recordaré esta conversación y contarás con los dedos de las manos y de los pies hace cuántos días que no me tocas.

—Cállate y ven aquí. ¿Por qué estás tan lejos?

Arrimo la silla a su lado, pero él tiene otros planes. Me levanta sin esfuerzo y quedo sentada sobre sus rodillas.

—Mira, nena, me vuelves loco —eso no es difícil—. Al principio pensé que era por el sexo porque es jodidamente flipante. Supongo que te habrás dado cuenta —asiento—. Pero también me encantaba hablar contigo, comer contigo, simplemente verte y hasta dormir. Porque contigo lo consigo. Algo así no puede ser tan malo como para joderse hasta que terminemos durmiendo en camas separadas, ¿no crees?

—Son todas así, nosotros no seremos diferentes.

—Sí lo seremos.

—Esta discusión no va a ninguna parte.

—Lo sé —musita hundiendo la nariz en mi cabello—, pero extrañamente creo que también me gusta discutir contigo.