6

No puedo moverme. Sigo alucinando. Me ha chocado mucho ver la casa de Dani en este estado. En cuanto he visto el árbol no he podido seguir caminando. Es enorme y está minuciosamente decorado con lazadas rojas y bolas doradas. El resto de la estancia no está muy recargada, pero sí que hay detalles navideños por casi todas partes. Ya sea una corona de muérdago o un Papá Noel barrigón repleto de caramelos.

—¿Te gusta?

Observo a Dani, quien a su vez me observa desde las escaleras sujetando mi maleta.

Por un lado debería mentirle y decir que sí para complacerle y no parecer maleducada, pero por otro debería ser sincera y confesar que odio todo esto.

—No te gusta.

—Lo siento, es la falta de costumbre. Nunca decoro mi casa, ni siquiera celebraría la Navidad de no ser por mis tíos.

—Yo siempre la celebro y siempre la celebraré —afirma muy serio—. Antes me traía a mi abuela y cenábamos juntos en Nochebuena. En Navidad volvía a llevarla a la residencia hasta que le daba mi regalo el día de Reyes.

—Yo ni regalo ni permito que me regalen nada el día de Reyes.

Dani arruga la nariz.

—No me gusta esa costumbre. Ya la estás cambiando.

Me tiende una mano para que suba con él. Lo hago resignada y cabeceando. Me apena que Dani ya no tenga a su familia para celebrar estas fiestas en condiciones. Yo no creo que pueda darle lo que quiere con este tema. Cerraré la boca porque estoy en su hogar, pero en el mío no habría permitido nada de esto.

Después de supervisar a Dani mientras colocaba mi ropa junto a la suya en su vestidor, nos hemos sentado para que le dictara un e-mail. Me he dado cuenta de que escribir con una sola mano es un poco lento y muy desesperante. Si me ayudaba de la otra, tenía que escorarme de tal forma que resultaba patético, así que ha sido él quien lo ha hecho por mí.

En dicho correo informaba a recursos humanos de McNeill sobre lo ocurrido y sobre lo más importante para la empresa, mi baja laboral. He puesto en copia tanto a Gerardo como a Sandra. Podré atender el teléfono si me requieren para algo de urgencia, pero que no se me pongan tontos con firmas y proyectos de última hora. Yo ya no puedo más con estos temas.

Primero me trago sus broncas por no entregar el contrato firmado del evento de IA del año que viene. Cuando murió Cecilia, la abuela de Dani, fui incapaz de sacar el tema o exigírselo directamente. No era el momento. Después consigo un proyecto con Arcus tras haberlos visitado y me dicen que con eso no es suficiente. Y por último asumo que he perdido mi trabajo porque Virginia Ferrer me confirma que ha enviado unas fotos mías con Dani a Gerardo.

Ahora, si nadie me ha informado de lo ocurrido, yo haré como si siguiera trabajando y por eso mismo, envío el correo simulando que no sé nada. Gerardo ya me llamará cuando reciba lo que tiene que recibir.

Sigo a Dani hasta la cocina donde abre la nevera y rebusca en su interior con curiosidad.

—¿Qué quieres cenar?

Yo también echo un vistazo. Está llenísima, pero tengo el estómago cerrado.

—Nada.

—A ver qué puedo hacer con lo que tengo por aquí…

Comienza a sacar ingredientes dejándolos sobre la isla y yo los apilo distraída. Me gusta mucho esta cocina. Aquí he vivido momentos inolvidables y de lo más satisfactorios. También he visto a Dani preparar el desayuno en alguna que otra ocasión, pero no esmerarse al cien por cien con lo que cocinaba. Si bien he degustado sus exquisitas crepes, nunca lo he visto en plena efervescencia culinaria.

Tiene su lógica. Aún recuerdo cómo me dijo que casi nunca estaba en casa y por lo tanto, no se molestaba en cocinar aquí. Imagino que eso es porque antes no tenía para quién hacerlo.

Creo que Dani disfruta con esto, le gusta tener a alguien a quien cuidar. Es otro de sus multitudinarios dones y, además, se le da de lujo.

—¿M&Ms?

Dani me tiende una bolsita amarilla de chocolatinas. Niego en silencio y él se mete unas cuantas en la boca. Veo que tiene un armarito abierto en el que distingo unas cuantas marcas de chocolates, golosinas y porquerías varias.

—¿Maltesers?

—No, gracias.

Menuda colección. Ese armario es toda una tentación, no podría tener eso en casa jamás.

—Te gusta mucho el dulce.

Dani sonríe devolviendo los chocolates a su sitio.

—Me gusta más cuando te chorrea por el cuerpo.

Recordar aquello me sonroja y me desata el deseo en la entrepierna.

—A mí también.

—¿Quieres que lo repitamos?

Claro que sí, qué pregunta tan tonta.

—Bien, usaremos dulce de leche la próxima vez.

—Qué empalagoso…

—Tienes razón —coincide pensativo—. ¿Nutella? ¿Sirope de fresa?

—Sirope de fresa está bien.

—Le daremos un par de vueltas —propone inclinándose sobre mí—. Bésame.

—No.

Se endereza de un salto.

—¿Cómo que no?

—Has besado a Eva.

Dani me fulmina con la mirada.

—Yo no la he besado, ha sido ella. ¡No sé qué le ha dado!

—No grites —clamo llevándome una mano a la cabeza.

—Lo siento —suplica besándome la frente.

Aprovechando las circunstancias, sus labios buscan los míos, pero yo me aparto con elegancia y con una bonita cobra. Dani resopla abriendo el plástico de la caja de bombones de Manu.

—¿Hasta cuándo vas a estar así?

—¿Te ha gustado?

—¡Claro que no! —chilla espantado—. Pero si casi ni me he enterado, ha sido un pico insignificante. No desvaríes, Carla. Te lo pido por favor, no desvaríes.

—Creo que Eva lleva queriendo besarte desde que te vio por primera vez.

Ella, Noe y hasta Carmen. De Vicky tengo mis dudas. Todas quieren besarle, todas quieren cabalgarle, todas quieren quitármelo.

Madre mía, lo que sea que me hayan pinchado en el hospital me sienta muy mal.

—¿Y qué? ¿A mí qué me importa? Yo solo quiero besarte a ti. ¿Todavía no te has enterado?

—Podías haberle dicho algo.

—Ya le he dicho un par de cosas, pero lo he hecho fuera, no en la habitación. Nos ha venido muy bien que alguien supiera reaccionar a tiempo. Yo no iba a ser quien la cagara después de que tu amiga mintiera por ti.

—Pero…

Me intenta meter un bombón en la boca. Forcejeo como puedo, pero acaba deshaciéndose en mi paladar.

—Come y calla.

Mastico medio encantada, medio enfadada. Lo que más me molesta es que parece estar riéndose de mí.

—¿Qué pasa?

—Tienes chocolate.

—¿Dónde?

—Aquí.

Me sujeta la cara para impedir más huidas y su boca succiona con suavidad junto a la comisura de mis labios. La delicadeza con la que lame el chocolate de mi piel me hace vibrar de excitación.

—No sé para quién son los besos de Eva —susurra al apartarse un poco—. Ni siquiera sé si siguen siendo para Manu. Pero los míos son solo para ti. No lo dudes nunca.

¿Y cómo me resisto yo a esto? Fácilmente. Levantando su castigo y mi mentón a la vez. Eso es suficiente para que comprenda mi disposición y me bese con cariño extremo. Algo que no tarda en mezclarse con el deseo y una pasión in crescendo que guía mi mano a su cintura. Me pego a él enredando mi lengua con la suya. Dani también baja sus manos deslizándolas lentamente por mi contorno hasta llegar al culo y apretar mis cachas con fuerza. El calor se apodera de mí y comenzamos a tener problemas para respirar.

En ese momento, Dani afloja su ímpetu y me suelta dando un paso atrás. Trastabillo cegada por el deseo. Tengo que aclararme la vista para distinguir su expresión turbada. Algo me dice que me está rechazando.

Incrédula, avanzo para seguir donde lo hemos dejado, pero él se obceca en alejarse de mí. Me duele tanto como me molesta.

—No quiero hacerte daño.

Tengo que estar muy afectada por los medicamentos porque esto sí que no me lo esperaba y menos de él, alguien tan activo sexualmente.

Su mechón de pelo rebelde cae y un único ojo verde me muestra lo mucho que se está conteniendo para no tocarme. No puedo permitir que lleve sus preocupaciones a tales extremos. Estoy segura de que mi recuperación no puede ser un obstáculo para algo así. Además, sé que no podría soportar convivir con él y no recibir el trato que mi cuerpo se merece.

—¿Me estás diciendo que no vamos a follar ni una sola vez de aquí a quince días?

Dani se aparta el pelo muy lentamente, examinando todos y cada uno de los rincones de mi rostro, posiblemente luchando mentalmente contra un impulso primitivo e indecente.

Pero es obvio quién gana la batalla final.

—Tendré cuidado.

Se agacha con premura y me coge en volandas para sacarme de la cocina.

—¿Dónde vamos?

—A la cama. Si te das un golpe, te darás sobre mullido.

Sonrío. Veremos cuánto tarda en guardar las formas.

Sin duda, lo primero que cambia es el modo en que me deposita sobre el colchón. No me ha dejado caer, como siempre ha hecho y admito que me gusta que haga. Esta vez, me ha tumbado como si cualquier roce fuera a romperme en pedacitos.

Tras quitarse la camiseta, se sienta con una rodilla a cada lado de mi cadera. La visión desde abajo es imponente, todo un ángel de ojos verdes con cuerpo esculpido para el pecado.

—Con tu permiso —avisa desabrochándome el cabestrillo—. Quiero saborear tus preciosas tetas.

Impaciente, me incorporo un poco para que pueda quitármelo y haga lo mismo con mi blusa. El movimiento duele un poco, pero todo es soportable cuando eres consciente de que lo que viene a continuación te hará sentir mucho mejor.

Una vez que el sujetador sale volando por los aires, yo bajo un poco el brazo y Dani amasa mis pechos hasta clavarme las uñas en la piel. Contemplo el modo en que sus pupilas se dilatan y sus iris titilan al descender y chupar mis pezones erectos. Siento un tirón en el hombro, pero la manera en que los dientes de este hombre muerden mi piel enmascaran cualquier malestar.

Mis dedos surcan su cuero cabelludo mientras su boca se sigue dando un apropiado festín. El aliento de su gemido se expande por mi areola. Me estremezco. Adhiero mi cadera a su cuerpo calenturiento y él atiende mis demandas. Su lengua pasea su saliva, no ya por mi tórax, sino por mi abdomen y mi ombligo. Pero se detiene alzando una vista emborronada.

—No sé qué hacer. ¿Te lo vuelvo a poner? —pregunta señalando el cabestrillo.

—No, las vendas ya me inmovilizan el brazo. Tú sigue.

Dani se relaja esbozando una sonrisa y volviendo a su cometido. Me quita las botas y me baja los pantalones junto con las bragas. Sus dedos rozan mi epidermis en su recorrido y mi sexo se encharca, sobre todo cuando toma un pie y lo hace suyo con esa boca mágica que tiene. Sí, me folla los pies. Antes no habría sabido decir si algo semejante es factible, pero después de experimentar en mis propias carnes cómo Dani ha adorado mis pequeños dedos con su saliva, puedo decir que es posible acariciar el orgasmo con sus labios rodando por mi talón.

Sube por la pierna donde fácilmente aspirará el aroma a sexo que desprende mi vagina. Ciertamente así ocurre, porque me abre bien y deja mis bajos a la vista en todo su apogeo presexual. Dani se quita entonces el resto de su ropa y su querido soldadito, o más bien en este caso general condecorado, me saluda expectante.

En cuanto su rostro llega a la altura de mi hematoma en la cadera, veo cómo se aflige y lo besa con cuidado. Esto es lo segundo que hace. No mordisquea mi cadera ni mi monte de Venus. Reparte sus besos por toda la zona despertando no un huracán, sino un hormigueo de cintura para abajo.

Con torpeza, me apoyo en un codo para contemplar cómo su boca aterriza en mi sexo por fin. Nuestras miradas se encuentran un momento y yo ya ardo de gusto al descubrir la lujuria en sus ojos. Con destreza, arrastra la lengua por mis labios hasta abrirlos y beber de su interior. Gimo deslumbrada por su indudable maestría. Introduce un dedo y después otro sin dejar de acosar mi clítoris con el calor de su boca.

El ritmo pausado y constante me hace perder fuerzas y volver a recostarme. Flexiono las piernas entregándome entera y dándole una bienvenida más que agradecida. Dani lame, mordisquea, entra, sale, juega y traga convirtiéndome en una criatura agitada, enrojecida y jadeante. El clímax se acerca de un modo tan ineludible que me obliga a centrarme para conseguir lo que pretendo.

Deseo correrme con toda mi alma, pero no así. Es muy posible que él ya lo sepa, pero no tiene pinta de que vaya a detenerse y concluir como anhelo. Se ve a kilómetros que está optando por ser cuidadoso.

—Sé lo que intentas y no es lo que quiero —barboteo.

Dani sigue a lo suyo sin inmutarse.

—¿Estás segura? Aquí abajo hay alguien que no opina lo mismo.

—Dani… Por favor…

Su sonrisa se expande de un modo delicioso sobre mis músculos empapados.

—¿Me estás mendigando sexo, nena?

—Sí, y no me gusta una mierda —su risa se cuela entre mis muslos—. Menos coñas. Sube aquí y haz lo que tienes que hacer.

Motivado por mi tono de voz, Dani besa mi clítoris una última vez y se sube a la cama.

—Es justo y necesario —murmura.

Agarro su cabello con mi mano y le guío hasta mi boca sonriente. Le beso aferrando un labio carnoso que me enloquece como no lo hace nada más.

—En verdad es justo y necesario —susurro.

Noto cómo su polla se aplasta contra mi coño mojado. Baila sobre él y se empapa de toda mi sensualidad. Dani baja su bello rostro por mi cuello y rocía mi hombro malherido de besos breves y delicados. Mi mano impedida no pasa desapercibida para sus ojos. Con dulzura, besa mis nudillos y a mí me bulle algo extraordinario en el pecho y me encharco todavía más bajo su miembro hinchado.

Sin poder aguantar mucho más, cojo su bonito fuste y lo posiciono en mi abertura. Me tenso casi al segundo. Dani me mira y ya adivina lo que le estoy suplicando sin palabras.

—Hazlo.

Él coge aire. Sé que ha decidido complacerme así que yo también me preparo mentalmente. Cierro los ojos y siento sus manos asiéndome de la cintura. El calor de su cercanía desaparece unos segundos y vuelve a mí en una arremetida efusiva.

Mis ojos se abren de par en par y grito completamente empalada. Dani se detiene indeciso.

—¿Eso es placer?

No puedo hablar así que ronroneo como un felino en celo. Con gesto alarmado, él se restriega en círculos sobre mi sexo y yo casi aplaudo de puro entusiasmo.

—Sí —corrobora con éxito—. Es placer.

Sale y vuelve a metérmela con energías que a él le sobran y a mí me faltan. Mis gritos se suceden mezclados con sus gruñidos cada vez que me penetra. Estiro el brazo bueno demandando contacto y Dani baja para que pueda tirar de su cabello en cada envite. Eso, unido al remolino que se retuerce en mi vagina, aplaca las sacudidas en mi hombro.

—¿Querías esto? —inquiere Dani posando su frente sobre la mía.

Los dos estamos perlados en sudor. Resbalamos el uno sobre el otro.

—Sí…

—¿Te parece suficiente?

Sonrío sobre su boca acelerada.

—No…

Envalentonado, se apoya en mi cintura de nuevo y me la ensarta a un ritmo febril. Mi cabeza va y viene hasta el punto de creer que mi cerebro se va a licuar. Mis entrañas rebotan en mi interior. Los gritos se entrecortan en mi garganta y creo que me voy a desoldar como empotrada por un autobús.

Aprieto los dientes encantada y magullada por igual pero mi Adonis se para en seco atolondrándome.

—Eso ya no es placer.

—No pares, por favor —suplico—. No pares, no pares.

—Pero no podemos…

—¡Sí! Sí podemos, vamos.

Todo rastro de regocijo desaparece de sus facciones justo antes de enderezarse y salir de mis profundidades. Su reacción me asusta tanto que el corazón da un salto hasta mi gaznate.

—No por Dios, a medias no. ¡No me dejes a medias!

—¡Pero qué dices! —exclama sorprendido—. ¡Nunca te dejaría a medias!

—No grites.

Dani se lleva las manos a la cara.

—Carla, te duele hasta la cabeza. Si sigo así te descoyunto el hombro otra vez.

—Me pondré hielo.

Su mirada está a un paso de traspasarme con tenebrosidad.

—Lo necesito —lloriqueo agarrándome de su portentoso culo desnudo.

Que no me haga suplicar más, por favor. No puedo soportar perderme algo como esto ni seguir arrastrándome por uno de sus orgasmos olímpicos. Tiene que obedecerme, estoy a su cuidado. Está en la obligación de satisfacer a su enferma.

Dani considera mis pucheros con el ceño fruncido. Mis dedos pellizcan sus nalgas atrayéndolo hasta mi humedad. Volvemos a juntarnos en unos instantes en que le cambia la expresión de la cara. Tiene que saber tan bien como yo que una vez nos encontramos así, somos presos el uno del otro. Ya no hay manera de echarse atrás.

Me balanceo activando y notando una polla palpitar sobre mi ingle. Al igual que me ocurre a mí, Dani cede momentáneamente el mando a su entrepierna. Es inútil resistirse. Si le gusto tanto como creo, no va a poder parar.

Y eso mismo es lo que ocurre. Con unos ojos encendidos y un gesto adusto, me penetra sin perder más tiempo. Bramo satisfecha.

—¡Sí! ¡Más! ¡Más!

Dani masculla algo que no comprendo y acata mi orden estimulándome.

El éxtasis me saluda desde el fondo del camino. Está a tan solo unos pasos. Logro sentir su calor abrasador con cada asalto. Me envuelve atrayente y poderoso.

—Fóllame como tú sabes… —demando—. Fóllame como me gusta…

Sé de sobra que mis palabras inflaman el deseo de mi amante. Puedo verlo en la respuesta que me brinda su cuerpo, zarandeándome y excitando todas y cada una de las glándulas sudoríparas de mi ser.

—¿No quieres hacerlo, Dani? ¿No quieres oírme gritar? ¿No quieres…?

Su beso torpe y apresurado calla mi discurso.

—Me vuelves loco —jadea.

Totalmente excitada, le tomo de los hombros para impedir que se vuelva a separar de mí jamás. El peso del delirio se cierne sobre mí. Me es imposible sentir nada más que puro placer. Mis piernas tiemblan con descaro. Comienzo a descomponerme en partículas de lascivia.

—Córrete… Córrete para mí…

Eso es que está muy cerca. Yo también lo estoy. Muerdo su labio hechizada. Entre tanto empuje distingo un verde líquido que penetra en mi interior como un río de lava.

—Vamos, nena. Córrete conmigo.

El orgasmo me alcanza con fogosidad desmedida. Abro la boca convencida de soltar un berrido triunfal pero en vez de eso, la risa boyante es la que toma mi garganta. Dani se corre con ronquera y yo lo hago riendo a pleno pulmón.

Si alguien me hubiera dicho que puedes correrte desternillándote como un demente, nunca le hubiera creído. Pero hoy puedo asegurar que es completamente posible. Y si además el orgasmo se prolonga por unos segundos en que te atrapa y te hace suya elevando tu alma sobre las nubes, es lógico que la dicha escape por alguna parte.

Cuando me calmo, no puedo borrar la sonrisa de mi cara. No me importa ni el dolor acuciante del hombro ni el de la cadera. Este es el mejor remedio para quitarte todas las penas de golpe. Ya ni siquiera me duele la cabeza. Me siento aletargada y felizmente follada.

Dani, por su parte, se deja caer sobre mi costado procurando no dañar mi lado enfermo. Su aliento descontrolado se expande por mi cuello haciéndome cosquillas y yo se las hago con mis dedos en su espalda.

—¿Estás muy dolorida?

Froto mi mejilla sobre la suya.

—Sí, pero donde me gusta estarlo.

Su cuerpo se sacude una única vez, creo que de la risa. Extiende una mano y acaricia mi brazo maltrecho con delicadeza.

—Eres muy intensa.

No puedo creer lo que oigo.

—¿Yo?

Asiente sobre mi hombro.

—Y me encanta, pero no quiero hacerte daño.

—Me lo harás si te niegas a tocarme.

—Hay otras formas…

—Y serán bienvenidas —interrumpo cansada—. Lo serán todas.

Dani bosteza con pesadez.

—¿Te has vuelto adicta a mí, nena?

Río una vez más.

—¿Te aprovecharás de tu estado para convertirme en tu esclavo sexual?

Río más fuerte.

—Haré lo que pueda —promete—. Hasta cierto punto, claro.

—Harás lo que debes —corrijo.

—Sí, señorita Escarlata.

Mis dedos continúan mimándole, pero él detiene los suyos. Me remuevo bajo su peso y veo que tiene los ojos cerrados.

—¿Te vas a dormir?

—Quería cenar —farfulla.

—Ya cenaremos mañana.

Beso su frente enjugada en sudor y me apoyo en ella para abandonarme como él. Los latidos de su corazón relajan los míos tanto en el pecho como en mi sexo. Caigo cada vez más y más profundo.

Slitzweitz, nena.

Su voz me desvela.

—Good night, baby.