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Menuda mierda de noche. Mierda con todas las letras y subrayadas. He echado muchísimo de menos a Dani. Sus cucharitas, su calor… Tendría que haberle hecho caso, no haberme hecho caquita y haber aceptado su propuesta desde el principio. Estos quince días que hemos convivido están haciendo mella en mí. Noto demasiado su ausencia y solo ha pasado una noche. Lo único que me consuela es que a cambio de la espera, lograré que deje de tener miedo a conducir.
Entro en la oficina contenta de poder usar los dos brazos para apoyar tanto el peso de mi bolso como el de mi maletín. Me paro a saludar a la recepcionista y preguntar por sus fiestas navideñas. La verdad es que es algo bastante excepcional. No acostumbro a entrar a trabajar un lunes por la mañana con una sonrisa de oreja a oreja y las pilas cargadas como una workaholic. Podría pensar que es por el buen sexo que tengo ahora mismo en mi vida, pero empecé a tenerlo hace meses y no me comportaba así.
Entiendo. Es el amor.
Te odio, Eva.
La recepcionista balbucea y se me queda mirando con cara de espanto. Rápidamente, me palpo la cara preocupada. Mi ceja sigue partida, pero ya no tengo cardenales.
—¿Qué tengo?
—Nada, nada. Gerardo quiere que vayas a su despacho antes de pasar por tu mesa.
—Ok.
Algo mosca, entro en nuestra área y echo un vistazo rápido. Al descubrirme, mis compañeros empiezan a lanzarme miraditas. Mis ojos se topan con Sandra y ella, al ver la reacción de los de su alrededor, se gira sobre su silla. La saludo con una mano. Ella esboza una sonrisa y me guiña un ojo. ¿Sandra de buen humor? Ahora sí que estoy confusa.
Justo antes de abrir la puerta del despacho del jefe, me fijo en que hay alguien al lado de mi mesa. Parece una mujer. Es un culo trajeado y agachado sobre el suelo. Me estarán robando el calefactor otra vez.
Mascullo por lo bajo y giro el pomo.
Gerardo no está solo. Me sorprende encontrarme con Álvaro Torres, el marido de Susana, apoyado con una pierna sobre la mesa. Al dar dos pasos, ambos hombres me miran de formas muy diferentes. Gerardo, que está sentado sobre su silla, coge aire y me fulmina con la mirada mientras que Álvaro se encoge de hombros de un modo que no descifro con claridad.
Vale, aquí ocurre algo. Y no pinta bien.
Gerardo me extiende unos papeles sobre la mesa.
—Acércate, Carla —ordena secamente—. Deja tu portátil sobre el sillón y firma este documento.
—¿Qué es?
—Tu finiquito. Estás despedida.