24

Tengo cosquillas en la nariz. Me rasco adormilada y doy de pleno con otra nariz. Palpo su rostro a tientas, está sonriendo. Él sigue frotando su rostro con el mío como un esquimal y yo le meto un dedo en la oreja para que me deje en paz.

Las carcajadas de Dani me desvelan del todo y me estiro sobre el colchón. Mi brazo izquierdo cada vez tiene mayor movilidad. Estoy llevando a cabo los ejercicios que me pidieron y no me salto ni una pastilla. Además, no he vuelto a sufrir más sustos con mi cabeza y eso me relaja bastante.

—Feliz día de Reyes, nena.

Abro la boca, pero no digo nada. ¿Ya es Reyes? Quién me lo iba a decir. El tiempo parece pasar mucho más rápido cuando estoy cerca de este hombre. Me echo a sus brazos rogando en silencio dormir un poquito más, remolonear el resto del día en la cama como quise ayer, pero Dani besa mis párpados y susurra:

—¿No quieres ver tu regalo?

Abro los ojos de golpe.

Tendría que haber imaginado, dada su inclinación por el detallismo repentino, que me habría comprado algo. Me asesto a mí misma una patada mental por no haber pensado en lo mismo. Voy a quedar tremendamente mal, pero las dos únicas razones por las que está pasando esto es porque yo no celebro este día y además, se me había olvidado incluso que era hoy.

A Dani le daría cualquier cosa que me pidiese. Si tuviera que ir a San Diego a por otra frikada como la de Miller, compraría un billete de avión sin pensármelo dos veces. Pero no sé si él estará tan seguro de mis sentimientos en cuanto compruebe que va a amanecer con las manos vacías.

Me incorporo a regañadientes.

—¿Hay algo bajo tu árbol?

Dani niega en silencio y sigo la dirección de su mirada.

El corazón me da un bote en el pecho y pierdo oxígeno por unos segundos. Hay un nuevo elemento decorativo en su habitación.

Sobre el cabecero de la cama hay dos cuadros debidamente colgados. Aunque no son exactamente dos. Es un díptico. Uno en el que se aprecia mi cuerpo desnudo por partida doble.

El díptico de Patrick.

—Pero, pero… ¿Cómo…?

Parezco tonta, no consigo articular una palabra con otra.

—Se lo compré a Patrick —explica Dani—. ¿Recuerdas el día que nos conocimos en tu piso y vi cómo te había dibujado? En cuanto te metiste en el baño y me dijo que aquel cuadro formaba parte de un díptico, ni me lo pensé.

Me pongo de pie sobre la cama echándome a reír. Contemplo la obra más de cerca y emocionada como nunca. Es preciosa, dos composiciones de perfil, en una cabizbaja y en otra con el mentón en alto y ambas sin que se vea muy bien el rostro. El paso de los años entre una imagen y otra no se aprecia con precisión, pero advierto mi figura algo más desgarbada en la primera.

Ahora entiendo por qué Patrick me dijo que tendría noticias suyas cuando nos despedimos. Miro a Dani y él sonríe inocente con un encantador brillo en los ojos. Creo que no es consciente de lo que ya sentía el día en que decidió comprarlo. Aquel domingo, cuando llevaba a Patrick al aeropuerto recuerdo haberle dicho que Daniel Morales no era un hombre para mí, que no teníamos nada en común y todo era más complicado de lo que parecía.

La de vueltas que da la vida.

—Cuando me lo envió, venía esto también —dice sacando un sobre de su mesita.

Pone «Pour elle».

Lo abro y leo el contenido para mis adentros.

«Morales tiene un gusto exquisito para el arte, ¿no crees?

Aquella misma mañana me dio su tarjeta y pidió que le enviara la obra en cuanto estuviera lista. Me dijo que despertarse con ella cada día le alegraría las mañanas.

Te escribo esto porque quiero corregir mi percepción sobre lo que te dije. Morales no es un hombre peculiar, tan solo es un hombre enamorado.

Inténtalo, chérie. Sé que os irá bien.

Joyeux Noël,

Patrick

P.S.

Voy a tener que dejar de llamarte chérie o me cortará la cabeza».

—Si lo piensas… es más un regalo para mí que para ti —musita Dani—. Por eso también te he comprado esto.

Sale de la habitación y cuando vuelve a entrar segundos después, lo hace con una gran bolsa en la que pone Hermès. Boqueo anonadada. Sé lo poco que le gusta mi bolso Kelly, no entiendo cómo ha podido acercarse a la firma a echar un vistazo para ver qué más encuentra.

Como una niña con muñecas nuevas, abro el paquete y me encuentro con un precioso Birkin rojo oscuro.

—Es mucho más bonito que el tuyo.

Me carcajeo lanzándome a sus brazos.

Sí, el bolso es maravilloso pero él, sus detalles y sus ocurrencias lo son todavía más. Quedamos tumbados sobre la cama abrazándonos el uno al otro y Dani besa mi hombro con cuidado de no malograrlo.

—Yo no te he comprado nada —murmuro avergonzada.

—Ni hace falta después de lo que me regalaste por mi cumpleaños —asegura—. Has ganado muchos puntos con eso. Tienes cubiertas unas cuantas celebraciones de aquí a mucho tiempo.

—No lo hice con esa intención.

—Ya me lo imagino, pero no te agobies. Aunque si te empeñas en darme algo…

Enarco una ceja.

—¿Sigues conservando el cuadro de la exposición? ¿El que compró Raúl?

—Sí, está en mi casa.

—¿Me lo regalas? —sonríe.

—Claro que sí, tonto.

Yo lo tengo escondido detrás del sofá. Me da mala espina, pero si él se conforma con eso, bienvenido sea.

—¿Ves? Ya estamos en paz.

No creo que sea suficiente, pero por ahora lo dejaré estar.

—¿Dónde lo pondrás?

Dani le da un par de vueltas.

—En el despacho, tal vez.

—Allí solo entras tú, ¿no? —pregunto asustada—. ¿Suele venir gente de IA a tu casa?

—No, nunca —contesta frunciendo el ceño—. Tranquila, nadie nos descubrirá mientras sigamos escondidos aquí dentro.

Sobra decir lo poco satisfecho que se siente con el comienzo de esta relación. Sí, a mí también me gustaría hacer cosas normales con él. Algo tan sencillo como caminar de la mano por la calle sin miedo a cruzarme con la cara de perro de Sandra. Pero bastante mal lo pasamos los dos cuando Susana le vio entrar en mi habitación de hospital tras el accidente. Volver a arriesgarnos es innecesario.

Sin embargo, ya queda menos para seguir viéndonos fuera de estos muros.

—La semana que viene volveré a mi casa.

Dani abre unos ojos asombrados.

—¿Por qué?

—Porque ya no estaré de baja y podré volver al trabajo.

Necesito mi armario, mi aseo, mi espacio, mis horarios… Volver a la realidad.

—Igual es mejor que te quedes aquí. Nos recomendaron que no te quedaras sola.

Cierto. Los médicos desaconsejaban la soledad en una persona con la mente todavía en proceso de recuperación, pero me encuentro confiada y mucho mejor. Además, estaré ocupada y rodeada de gente constantemente en la oficina. No podré coger el coche porque también me lo han denegado por un tiempo, pero me apañaré entre el coche de Sandra y los taxis.

Quiero decirle todo esto a Dani, pero le veo tan afectado que temo estropear una bonita mañana. Como no es que precisamente tengamos muchas, voy a dejar esta conversación para otro momento. Si está pensando lo que imagino, la respuesta es “no”.

Y me obligo a creer que hago lo correcto y no que me he dejado infectar por el mismo virus que Vicky.