2

—¡Pobrecita! ¿No te has dado cuenta? Está preñada.

Juan de los Santos miró incrédulo a Valvanera. Los dos habían visto a Diamantina en muchas ocasiones pero, debajo de sus telas, era imposible advertir que su vientre estuviera abultado. Valvanera insistió.

—Está preñada. Te lo digo yo. No se me escapa una mujer adornada por la buena esperanza. Pero esta pobre no quiere al hijo que lleva.

Su marido volvió a mirarla con incredulidad.

—¿Estás loca? ¿Cómo puedes decir eso?

—No lo digo yo, lo dicen sus ojos.

Sus ojos la delataban. Valvanera la había visto mirarle la tripa el día anterior. La mancha de la tristeza y la envidia le cruzaba los ojos. Sólo una mujer que desea la vida de otra es capaz de mirar así.

—¡Juan! ¡Créeme! El hijo de esta pobre se ha concebido sin su consentimiento. No quiere tenerlo.

Juan de los Santos abrió los ojos hasta que casi perdieron sus órbitas. Sus palabras sonaron como órdenes disfrazadas de súplicas.

—¡Por lo que más quieras, Valvanera! No vuelvas a repetir eso. Y no te metas en nada que no vaya con nosotros.

—No me meteré en nada que no vaya con nosotros. Pero te digo que está preñada y que no quiere tenerlo.

Pocos días después, el aya de Diamantina acudió a la posada y preguntó por doña Aurora. Valvanera bajó con ella a la cantina. La nodriza hablaba en voz baja, y se tapaba la cara con la toca. Valvanera adivinó el miedo en sus manos.

—Mi señora quiere veros. Ha oído hablar de vuestras hierbas. No se encuentra bien.

Valvanera no se extrañó del secretismo, sabía que Diamantina acudía a la posada sin permiso de su esposo. La princesa la citó a la hora de la misa y se despidió de la niñera.

Al día siguiente, la joven llegó a la posada una hora más tarde de lo convenido. Nada más verlas, se echó a llorar.

—Perdonadme, no sabía a quién acudir.

Doña Aurora le pidió que subieran a su cuarto, allí estarían más tranquilas. Mientras subían las escaleras, Valvanera advirtió que de las piernas de Diamantina caían pequeñas gotas de sangre. La sujetó por debajo de los brazos y la tendió en la cama.

—¿Qué has hecho, criatura?

Diamantina lloraba sujetándose la tripa.

—Él no quería hijos, no quería.

La princesa sacó su cesto y comenzó a preparar un emplasto con piedra de sangre para cortar la hemorragia. Mientras tanto, Valvanera preparaba unas gotitas de bálsamo de copal blanco y se las daba a la joven.

—Tranquila, criatura, te vas a poner bien. Toma esto, te quitará la fiebre.

Diamantina continuaba llorando, repitiendo sin cesar la misma frase.

—Él no lo quería, él no lo quería.

Después de curarle los destrozos, doña Aurora pidió a Valvanera que fuera en busca del capitán. Había que pensar en qué decirle al marido, Diamantina no debería moverse de allí en unos días.

Cuando regresó a la posada con don Lorenzo, Diamantina dormía. La princesa velaba su sueño a la cabecera de la cama. El capitán se acercó a la joven y le tocó la frente.

—¡Está ardiendo!

La princesa miró a Valvanera y ella negó con la cabeza. No le había contado nada. Don Lorenzo reparó en el cesto repleto de paños ensangrentados y se llevó las manos a la cabeza.

—¿Qué ha pasado?

Doña Aurora pidió silencio a su esposo y salió con él de la habitación. Había que llamar a don Manuel, si movían a Diamantina podría desangrarse, le habían arañado la matriz. El capitán no daba crédito a lo que escuchaba.

—¿Desangrarse? Pero ¿qué locura es ésta? ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¡Dios mío! ¿Qué es lo que ha hecho?

Don Lorenzo mandó a Valvanera a la plazuela del Pilar Redondo.

—Busca a Juan y dile que venga enseguida. Después vete a casa de Diamantina y tráete a su aya, dile cualquier cosa menos la verdad, es mejor que no se entere de nada hasta que vea a su señora.

Cuando Valvanera volvió con el aya de Diamantina, Juan de los Santos ya había salido en busca de don Manuel. La princesa seguía a la cabecera de la cama, colocando toallas de algodón en los brazos y en las piernas de la enferma.

La nodriza dio un grito al ver a su señora y se desmayó. Al recuperar el conocimiento, se arrodilló a los pies de la cama y se lamentó.

—Le dije que no lo hiciera. Le dije que esta vez no le hiciera caso. Se lo dije. Se lo dije.

La princesa india
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
deicatoria2.xhtml
Section0000.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
autor.xhtml