3
Cuando los mexicas dejaron de perseguirles, los supervivientes se dirigieron a Cholula para restablecerse del cansancio y de las heridas. Durante las acampadas, Valvanera se encargaba de cuidar de la mula de Juan de los Santos, le quitaba las alforjas y controlaba que no se hubiera clavado alguna piedra en sus cascos. En uno de los campamentos, el animal casi le rompe el hombro de una coz. Se acercó cuando olfateaba los restos de unas mazorcas de maíz, y del montón de panochas surgió una salamandra que estuvo a punto de acabar en sus hocicos. Valvanera la tranquilizó, pero tuvo que llevar el brazo en cabestrillo durante más de quince días. Juan de los Santos la cuidó como si fuera una niña, a pesar de que aún le dolían sus propias heridas. Mientras tanto, don Lorenzo se ocupó de su hijo hasta que llegaron a la fortaleza.
Daba lástima mirar al capitán, atendía al pequeño con el pensamiento puesto en lo que debió hacer y no hizo. Casi no hablaba con ellos, únicamente se dirigía al pequeño Miguel, le susurraba palabras cariñosas en nahuatl mientras le dormía o cuando le daba la comida. Siempre que hacían un alto en el camino, se quedaba apartado del resto, mirando la Luna como si quisiera encontrar en ella el sosiego que le faltaba desde que abandonó el palacio en llamas.
A veces, Juan de los Santos intentaba distraerle con los chismes que circulaban entre los soldados, pero el capitán contestaba con monosílabos hasta que Valvanera pedía al mozo de espuela que le dejara en paz con sus charlas.
Nunca imaginó que ella sobreviviría a la princesa, pero tampoco imaginó que muchas de las lágrimas que iban a verterse las disimularían aquellos ojos. Lágrimas secas que encontraban su camino en el nudo que se adivinaba en su garganta.
Todos y cada uno lloraban a doña Aurora. Sin embargo, en la fortaleza de Cholula les esperaba una sorpresa con la que soñaba Valvanera desde que huyeron de Tenochtitlan. En la confusión del incendio, algunas mujeres consiguieron escapar con sus hijos por el embarcadero y rodear la laguna hasta más allá de la calzada, se encontraban en la fortaleza desde hacía unos días. Juan de los Santos les trajo la noticia cuando se disponían a cruzar la muralla.
—Creo que algunas consiguieron salvar a los niños. Otras murieron atravesando el Popocatepetl. Quizá doña Aurora y la pequeña María hayan tenido suerte.
Valvanera miró al capitán, temblaba tanto que parecía que iba a caerse, sus pies sujetaban a duras penas el cuerpo más alto que jamás había visto la esclava. Don Lorenzo subió al caballo sin decir una palabra, atravesó al galope las murallas de Cholula y desapareció.
El pequeño Miguel se quedó sentado en el suelo, Valvanera lo abrazó mientras buscaba llorando la mano de Juan de los Santos. Hay llantos que guardan la alegría mezclada con el miedo. Ninguno de los tres atravesó las puertas de la fortaleza, la criada se resistió a cruzarlas hasta que sus lágrimas justificaran sus esperanzas.