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Las calles se engalanaron para recibir a los dioses. Encalaron las casas, prepararon grandes esteras con obsequios, regaron las huertas y los jardines, y enramaron la avenida principal por donde circularía la comitiva. El olor a tierra mojada se mezclaba con el de las flores de las terrazas y con el incienso de los braseros de barro colocados en las intersecciones de las calles. En las casas donde alojarían a los recién llegados, se prepararon grandes bandejas con guajolotes, pan de maíz, pescado asado, miel perfumada con vainilla, ciruelas y cacao.
El consejo de ancianos esperaba a la comitiva al final de la gran avenida. Ehecatl, unos pasos detrás de su padre, esperaba su futuro junto a las otras siete jóvenes principales.
Sólo habían pasado tres días desde que Chimalpopoca comunicara la noticia a la princesa.
—Un viento como de obsidianas sopla y se desliza entre nosotros. El emperador nos apremia con los tributos. Sus guerreros roban a nuestras mujeres y capturan a nuestros hombres para sus sacrificios. El hacedor de los hombres ha vuelto para aliviarnos. Acompañarás a los nuevos teules, y ellos nos protegerán.
El corazón de la joven palpitó con fuerza. Su mirada, fija en el suelo. Le hubiera gustado buscar el abrazo de su madre, pero Espiga Turquesa se encontraba detrás del cacique, apretaba el respaldo de la silla como si quisiera parar el movimiento del Sol y detener los días. Ehecatl levantó la cabeza para escuchar a su padre. En el momento en que los ojos negros de su concubina se cruzaron con los suyos, Chimalpopoca deseó haberle hablado de otra manera.
—Mi muchachita, escucha bien, tú eres mi sangre, mi color, en ti está mi imagen.
Pero no lo hizo, jamás se dirigió a ella con los mimos con que se dirigía a sus otros hijos. Ehecatl estaba maldita, no podría escapar a su destino de magia negra y hechicería. Quizás, entroncándola con los dioses encontraría la paz. Chimalpopoca desvió los ojos de los de su hija y continuó con sus recomendaciones.
—No hagas quedar burlados a nuestros teules. No les eches polvo y basura, no rocíes inmundicias sobre su historia. No los afrentes, mejor sería que perecieras.
El cacique abandonó la sala para que Espiga Turquesa diera a su hija los consejos que un padre no puede pronunciar.
—Mi niñita, no entregues en vano tu cuerpo. No te atrevas con tu marido, no pases en vano por encima de él. No seas adúltera. Vive en calma y en paz sobre la Tierra, mi niña pequeñita. No muestres tu corazón, y llega a ser feliz.
Ehecatl se abrazó por fin a su madre, se miraron como si la tierra se hundiera bajo sus pies y se secaron las lágrimas la una a la otra.