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Las princesas sabían que una vez regaladas no era posible la vuelta atrás, la deshonra caería sobre la familia del que no la entregara a su dueño. Durante los días de la revuelta, vivieron en sus casas esperando la orden de prepararse para la partida. Una vez establecida la tranquilidad, los notables se dirigieron a la casa donde se alojaban los teules para cumplir su palabra. Los nuevos dioses les esperaban en la puerta con la mujer que hablaba su lengua.
Ehecatl apretaba su colgante de ónice bajo la blusa. Hasta ese momento, no los había visto tan cerca. Tras una larga reverencia, su padre recibió el abrazo de uno de los teules, que ya no cubría su cuerpo con placas metálicas, sino con una malla plateada. Chimalpopoca habló dirigiéndose a la joven intérprete.
—Dile a tu señor que aquí le traemos a nuestras hijas, que las tomen para hacer generación.
El teul sonrió y extendió los brazos hacia arriba.
—Alabado sea nuestro Señor Jesucristo, que os abre los ojos a la nueva vida y os perdona vuestros pecados. Bautizaremos a las princesas para que puedan emparentarse con nosotros.
La mujer obedeció un gesto de su dueño y se acercó a las jóvenes.
—Venid conmigo.
Antes de seguirla, las princesas se volvieron hacia sus padres para pedir su bendición. Inclinaron la cabeza y los ancianos las cubrieron con sus manos abiertas. Chimalpopoca rozó los cabellos de su hija evitando cruzarse con los ojos que quizá le miraban por última vez.
Las jóvenes se encaminaron hacia el jardín, acompañadas de sus esclavas. Lo atravesaron ante la mirada de un grupo de soldados de los teules que, entre murmullos y sonrisas, seguían sus movimientos mientras ellas se dirigían a las alcobas destinadas a las concubinas. Ehecatl caminaba erguida, con la mirada baja. Unos pasos antes de llegar a la alcoba, una piedra cayó delante de sus pies. La princesa siguió su camino sin inmutarse hasta que Pájaro de Agua le tiró de la manga y le susurró al oído.
—¡Mira, mi niña! ¡Mira quién está allí!
Ehecatl miró hacia el lugar que le señalaba su esclava: Serpiente de Obsidiana la saludaba desde el otro lado del patio. Formaba parte del grupo de guerreros que lucharía junto a los nuevos dioses contra Moctezuma.
Cuando entraron en la habitación de las concubinas, las princesas comprobaron que no eran las únicas que compartían destino. Más de veinte jóvenes, ataviadas con faldas y blusas bordadas de colores, esperaban sentadas en las esteras.
Antes de salir del cuarto, la intérprete se dirigió a las princesas.
—No tengáis miedo. Los dioses os tratarán bien. A mediodía será el bautizo y después os repartirán entre ellos. Podréis conservar a vuestras esclavas.
Pájaro de Agua se retiró del grupo y avanzó hacia la joven.
—¿Hasta cuándo estaremos aquí?
—Mañana, cuando salga el Sol, marcharemos hacia Tlaxcala.
La esclava se horrorizó ante el nombre de la ciudad enemiga de Moctezuma, cuyos guerreros tenían fama de valientes y feroces. Bajó la voz mirando de reojo a la princesa y continuó interrogando a la intérprete.
—¿Nos dirigimos a Tlaxcala?
—Se encuentra en el camino hacia Tenochtitlan, es allí adonde nos dirigimos, también pasaremos por Cholula.
La joven se giró para marcharse, dando la conversación por terminada, pero Pájaro de Agua la siguió con una última pregunta.
—¿No habrá bodas?
—No.