Capítulo V

1

La princesa se cruzó con el calafate en tres ocasiones, en cada una de ellas le dedicó su letanía en nahuatl mirándole a los ojos. Las esmeraldas y las plumas finas llovieron sobre su cabeza, produciendo en el carpintero la confusión que ella buscaba.

Unas horas después de que le repitiera sus versos por tercera vez, el marinero se presentó en la zona de cubierta donde ella jugaba a las cartas con su esclava, con doña Gracia y con doña Soledad. Llevaba el cuerpo repleto de manchas y la cara desfigurada. Se dirigió a la princesa y gritó mientras se sujetaba el estómago con las manos.

—¡Maldita bruja! ¿Qué me has hecho?

Mientras las mujeres se levantaban, el calafate caía al suelo vomitando sangre. Los marineros acudieron al oír sus gritos y rodearon al grupo. El operario se retorcía en el piso apretándose la mano izquierda con un pañuelo. Apenas podía respirar. Todos callaban procurando mantenerse apartados del carpintero, que mantuvo los ojos fijos en la princesa hasta el último estertor. La esclava se acercó al cuerpo y retiró la pañoleta de su mano. Cinco picaduras en forma de círculo destacaban entre la hinchazón que deformaba sus dedos.

—Mordedura de araña. El veneno le ha llegado a la garganta. No hay planta que lo remedie.

Todas las miradas se centraron en la princesa, que no dejaba de observar la boca retorcida del calafate. Los marineros comenzaron a murmurar mientras don Lorenzo y los oficiales del barco se abrían paso entre ellos. La esclava permaneció arrodillada ante el cadáver hasta que Juan de los Santos la levantó. Su señora contemplaba los rostros asustados de la tripulación. Se les podía escuchar el pensamiento, la palabra bruja retenida en sus labios. La criada les miraba insistiendo en el motivo de la muerte.

—Ha sido una araña.

Pero los marineros continuaron escudriñando a la princesa, no podían ocultar el terror de sus caras. La criada gritó de nuevo la frase sin conseguir que la tripulación cambiara su gesto.

—¡Ha sido una araña!

Juan de los Santos intentó calmarla, pero comenzó a llorar sin control. Sus gritos se elevaron hasta que parecieron contradecir lo que trataba de hacer creer a los demás.

—¡Ha sido una araña! ¡Ella no tuvo nada que ver! ¡Sólo le dijo palabras hermosas!

Su destino se cruzaba con la muerte una vez más. La muerte que les acompañaba desde que los extranjeros llegaron a su tierra para salvarles. La muerte que les separó de sus raíces y les esperaba en cada ciudad que la Coalición sometía en su camino a Tenochtitlan. La muerte y el dolor, en Cempoal, en Tlaxcala, en Cholula. La muerte y la desolación mientras avanzaban hacia la capital de los mexicas y aumentaba el número de guerreros que se unían al invasor tras su derrota.

Cuando llegaron a la capital de la región de Tlaxcala, el ejército de los nuevos dioses ya contaba con más de mil quinientos guerreros. Les acompañaban numerosos notables, un nutrido grupo de jóvenes principales y cientos de porteadores.

Desde que salieron de Cempoal, habían pasado casi dos lunas y se montaron decenas de campamentos. Cada uno de ellos suponía la anexión de un nuevo poblado y el crecimiento de las fuerzas de la Coalición.

Serpiente de Obsidiana procuraba mantenerse cerca de Ehecatl cada vez que se detenían. Sin embargo, rara vez conseguía hablar con la princesa. Su nuevo dueño, don Gonzalo de Maimona, la obligaba a permanecer en su alojamiento mientras duraban las acampadas. El guerrero buscaba a Pájaro de Agua para obtener noticias de la joven.

—¿Cómo está Ehecatl? ¿Se ha curado ya de sus heridas?

—No sigas viniendo por el real. Si te ve mi señor volverá a enfadarse con ella y a ti volverán a azotarte en la picota.

Serpiente de Obsidiana se tocó las cicatrices y miró a la esclava.

—No me da miedo tu señor, si vuelve a tocarla, lo mato.

Pájaro de Agua miró hacia los lados para comprobar que nadie pudiera oír su conversación.

—Ya sabes de lo que son capaces los teules, no quisiera que a ti también te cortaran las manos.

—Dile a Ehecatl que mañana volveré, que vaya a bañarse al arroyo cuando salga el Sol.

La esclava le tomó por los hombros y lo giró al mismo tiempo que le empujaba para que se marchara.

—No voy a decirle nada. ¿Acaso quieres que las cosas empeoren para ella? Y no vuelvas a llamarla así, entérate de una vez, su nombre es doña Aurora.

Serpiente de Obsidiana intentó repetir el nombre que la esclava no había sabido pronunciar.

—Doña Aurora, ese nombre es imposible, como todos los de los teules.

Y gesticulando exageradamente con los labios, se volvió hacia Pájaro de Agua librándose de sus manos.

—Adiós, Valvanera. Mañana volveré, díselo a Ehecatl.

Cuando Serpiente de Obsidiana regresó al lado de los guerreros, se enteró de que su capitán lo buscaba para enviarle como embajador. Don Gonzalo de Maimona lo había seleccionado personalmente. El último guerrero que utilizaron los teules como emisario fue sacrificado en la capital de Tlaxcala.

Después de cada combate, Serpiente de Obsidiana se acercaba hasta el campamento para comprobar si doña Aurora había sufrido algún daño. Despertaba a Valvanera, que dormía en una choza junto a otras criadas, y se precipitaban los dos hacia la casa donde se alojaba la princesa. Cuando encontraban la puerta cerrada, se escondían a la espera de que saliera don Gonzalo. La esclava sólo entraba después de que la princesa hubiera abierto la puerta.

—¿Estás bien, mi niña? ¿Te traigo agua para lavarte?

La joven se abrazaba a Valvanera y le pedía que corriera a tranquilizar a Serpiente de Obsidiana.

—Vete tranquilo, la princesa está bien, márchate antes de que te vea mi señor.

Don Gonzalo de Maimona no acostumbraba visitar la tienda durante la noche, se alojaba junto a los otros teules a las afueras del poblado, esperando las hostilidades en primera línea. De vez en cuando, don Gonzalo se presentaba unas horas después de la salida del Sol o una vez terminada la comida. Ordenaba a doña Aurora con un gesto que se quitara la ropa muy despacio y, después de desfogarse, se quedaba dormido hasta que sonaban las caracolas que advertían de la lucha. A veces, ni siquiera la tocaba, la dejaba desnuda delante de la estera y se aliviaba él solo. En varias ocasiones, don Gonzalo observó la presencia de Serpiente de Obsidiana delante de la casa.

La princesa india
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