Sin perder apenas el aliento, Katja salió del bosque y se subió al coche. Había tenido tiempo de analizar la situación mientras corría. No pintaba bien. Si el tal Thomas había dicho la verdad, y ella creía que así había sido, ahora no tenía ninguna posibilidad de dar con el dinero. Ya no tenía motivos para quedarse. Volver con tan solo la mitad de lo que había prometido entregar no era una alternativa, pero ¿qué iba a hacer?

Había fracasado. Tan simple como eso.

El puto agujero sueco perdido en el culo del mundo la había hecho fracasar.

Por primera vez. Eso era lo que la iba a salvar. Katja era un recurso, una de las mejores piezas salidas de la Academia, por no decir la mejor. La castigarían, pero le permitirían continuar. Habían invertido demasiado en su formación como para deshacerse de ella.

Arrancó el coche, se incorporó a la calzada, aceleró para avanzar rápido pero sin ir demasiado deprisa. En dirección a carreteras mayores. ¿Aún funcionarían sus identidades falsas? ¿Se atrevía a correr el riesgo que suponía comprar algún tipo de billete? Debían de haber enviado el nombre de Louise Andersson y sus señas a todos los puntos de partida imaginables. ¿Tendría que hacer todo el trayecto en coche? En ese caso, tendría que cambiar de vehículo, no tardarían en empezar a buscar el que llevaba.

Estaba tan sumida en sus cavilaciones pensando en las posibles vías de escape y de transporte que hasta que no se incorporó a la carretera 99 para volver a Haparanda no se percató de que la estaban siguiendo.

 

 

Hannah la había alcanzado a los pocos kilómetros. Partía de la base de que ella ya la habría descubierto y reconocido, por lo que mantenía una distancia con la que no podía perder de vista el coche de Sandra en ningún momento, pero, al mismo tiempo, dejando un margen suficiente para poder reaccionar si el vehículo que tenía delante hacía algún tipo de maniobra. Preparada para lo peor. Para cualquier cosa.

Abrió la agenda de su teléfono en el panel de la radio, llamó a Gordon.

—Sé dónde está —anunció Hannah en cuanto él descolgó.

—¿Quién?

—Louise o Tatjana o como coño se llame. ¡Ella! —dijo casi gritando. Oyó a Gordon coger aire y levantarse de la silla de oficina—. Va por la 99 de camino a la ciudad.

—¿Cómo sa...?

—Ha disparado a Thomas —lo interrumpió Hannah antes de que él pudiera continuar. No sabía por qué. Una estupidez. Decirlo en voz alta solo lo hacía más real, y a veces no se le daba muy bien gestionar la realidad. Pero tenía que decirlo, necesitaba contarlo—. Está muerto —prosiguió, y oyó que su voz se volvía pastosa, las palabras se encallaban.

Unos segundos de silencio al otro lado de la línea. Creyó poder imaginarse a Gordon, sus esfuerzos por tratar de saber cómo debía continuar la conversación. Quién la debía continuar. Si el Gordon compañero atento a quien le habría gustado preguntar, consolar, escuchar, o el Gordon jefe de policía que estaba persiguiendo a una asesina de masas.

—La estás siguiendo por la 99, ¿puedes verla?

La balanza se había inclinado hacia el jefe. Al menos por el momento.

—Sí.

—Reuniré a los demás, te llamamos en dos minutos.

—Daos prisa, llegamos a Haparanda en diez.

—Ve con cuidado, no hagas ninguna tontería.

Era obvio que quería decir más cosas, no dejarla sola ni cortar la llamada, así que Hannah lo ayudó colgando y volviendo a centrar toda su atención en el coche que tenía delante.