Olía diferente. Esa era la gran diferencia. Menos cerrado. Más libre. Nunca había reparado en ello, pero ahora lo notó, estando los dos acurrucados en el sofá viendo una peli juntos. Stina olía a champú, gel de ducha y alguna crema hidratante que había encontrado en el mueble del lavabo, pero no era solo eso. Todo el piso se le antojaba más limpio, más libre, menos como un hospital.
El padre de Stina la había llevado hasta Haparanda, la había dejado delante de casa, no había entrado a saludar, ni a UV ni a Lovis. Stina apenas había atravesado la puerta cuando él le había dicho que le tenía una sorpresa preparada. Iban a salir. Nada grandilocuente. Ronnie, uno de los pocos amigos de la infancia con el que todavía tenía relación, estaba de viaje unas semanas, visitando a unos parientes en el sur, y luego se iba al festival de Roskilde, así que UV le había pedido prestado el piso, situado en uno de los bloques amarillos de dos alturas de la calle Åkergatan. Era bastante pequeño y solo tenía un dormitorio. Ronnie y su novia no tenían hijos, pero él y Stina podrían pasar una tarde, una noche y una mañana juntos sin tener que adaptarse lo más mínimo al personal de asistencia ni despertarse con la alarma en el cuarto de Lovis. Doce, catorce horas ellos dos solos.
En cuanto llegaron al piso, ella le había dado un abrazo. No lo había soltado, había empezado a besarlo y a desabrocharle la ropa. ¿Se acordaba UV de lo que habían hablado ayer? Desde luego. Pues sería mejor ponerse cuanto antes, podían tardar lo suyo en conseguir algo. Ella quería de verdad volver a ser madre. Tener esa segunda crepe.
Habían hecho el amor sin protección en la cama de Ronnie. Luego Stina se había tumbado bocarriba con las plantas de los pies en el colchón y una almohada debajo del culo. De vez en cuando levantaba las caderas hacia el techo para que «fuera bajando», como decía ella.
—Oye, eso de las crepes... —dijo UV después de un rato en silencio, permitiéndose el lujo de estar totalmente relajado al lado de Stina.
—Dime.
—No puedes contárselo a la gente.
—¿Por qué no?
—Porque, por lo general, se tiran. Las crepes que salen mal se tiran.
—No lo digo en ese sentido —repuso Stina, y UV vio que le dolía que él siquiera pudiera pensar así de ella—. Es en tono amoroso... Si te sale alguna un poco mal, sigues hasta que te salen unas cuantas con las que estás contenta. —UV no dijo nada, esperaba que ella misma oyera cómo sonaba, que la cosa no había mejorado en absoluto—. O bueno, tampoco es eso lo que quiero decir, pero ya me entiendes.
UV se volvió hacia ella. No dudaba ni por un instante de que para Stina sería como renacer, que sería más feliz y tendría fuerzas para mucho más si conseguían tener un bebé sano. De lo que ya no estaba tan seguro era de que fuera a convertirse en una madre mejor para Lovis de rebote. Pero ¿qué ganaría sacando ahora el tema? Él sabía lo mucho que se esforzaba. Que se moría de ganas de querer a la niña de manera incondicional, trabajaba duro para lograrlo.
—Sí, te entiendo.
—Bien.
Ella se estiró en la cama, apartó la almohada y se metió debajo del edredón para abrazarlo. Tuvieron sexo otra vez.
Después se ducharon juntos, se pusieron ropa cómoda, desplegaron la mesa abatible en la cocina, pequeña y luminosa y con muebles de Ikea, y cenaron lo que él había comprado. Luego llevaron vino, Coca-Cola —UV no bebió, con un poco de suerte, luego tendría que coger el coche—, patatas fritas y frutos secos al salón, se acomodaron en el sofá y se conectaron a la pantalla plana con el teléfono móvil a través de Chromecast. Stina eligió algo de Netflix, que él miró a medias, rodeándola con el brazo y con el olor del piso y de su pelo recién lavado llenándole la nariz. Se relajó y disfrutó del momento. Apenas lograba recordar cuándo había sido la última vez que habían estado así. Que tuvieron tanto tiempo para ellos dos. Hacía mucho. Pero eso iba a cambiar. Esto sería la nueva normalidad.
Su teléfono comenzó a sonar. Jyri. Se levantó del sofá sin poner la película en pausa y cogió la llamada. Se alejó unos pasos hacia la puerta, de espaldas a Stina, habló en voz baja, casi en susurros. Apenas treinta segundos más tarde, colgó y se dio la vuelta hacia ella, pero sin volver al sofá.
—Tengo que salir un momento.
—¿Ahora? —preguntó Stina, y se incorporó en el sofá.
—Sí, tengo que arreglar una cosa.
—Vale.
Ella sabía muy bien que no era el taller lo que les estaba permitiendo todas esas horas de asistencia y una velada como aquella. Entendía que los contados coches descacharrados que les arreglaba a los finlandeses tampoco daban para mucho, que lo que pensaba hacer ahora no era legal.
—¿Tardarás mucho? —inquirió.
—Una hora, como mucho.
—Ve con cuidado.
Si hubiese querido saber más, saberlo todo, se lo habría preguntado. Pero no lo hizo. Así que UV se acercó al sofá, se agachó y le dio un beso.
—Tendrás que seguir desde tu teléfono —dijo señalando la peli, y se fue.