—¿Se había comido a una persona? —repitió Gordon Backman Niska a la vez que clavaba los ojos en Hannah. Su tono de voz revelaba que no terminaba de creer que fuera cierto, a la vez que consideraba las consecuencias de si lo fuera.
—Según el INV, los dos lo habían hecho —contó Hannah asintiendo con la cabeza.
Gordon soltó un hondo suspiro y se levantó con agilidad de la silla de oficina ergonómica, se acercó a la ventana que daba a la calle Strandvägen y oteó el aparcamiento del otro lado. A sus treinta y seis años, era el comisario más joven que habían tenido en Haparanda, y la camisa azul celeste slim fit sugería que era también el más atlético. Para quien necesitara más pruebas, sobre la librería baja que había detrás de su escritorio colgaba un diploma como ironman, así como de cuatro clásicos suecos de atletismo. Hannah y Morgan se quedaron de pie sin decir nada, a la espera de que Gordon se metiera una dosis de tabaco de mascar bajo el labio superior.
A veces, Hannah podía notar el sabor del tabaco en polvo cuando le metía la lengua en la boca. No le gustaba.
—Han matado y han devorado a una persona —continuó Gordon, una afirmación más del cansancio latente, ahora que empezaba a asimilar las implicaciones que aquello tenía.
La atención. Los titulares.
La cuestión de los depredadores, y la de los lobos en concreto, tenía al país dividido. El debate se volvía más intenso y agresivo cada año que pasaba. Las amenazas, los hostigamientos y las humillaciones públicas en internet por parte de ambos bandos eran el pan de cada día. De vez en cuando, daños y violencia. Sobraba decir que para los antilobos era un sueño hecho realidad poder pasar de hablar de perros de caza muertos y ataques a personas en las montañas de Kazajistán, a señalar a una loba que, realmente, le había quitado la vida a una persona en Suecia. Pero si ellos alzaban la voz y recibían más atención, la oposición también se intensificaba, la polarización aumentaba y se extendía a todo lo relacionado con la caza. En la zona policial de Gordon Backman Niska había mucha gente que cazaba.
—Al menos han comido partes de una persona —respondió Hannah—. No sabemos si han matado a alguien.
—¿Cómo podrían haberlo hecho, si no? —preguntó Gordon, y se volvió hacia ellos.
—Alguien podría haber muerto ahí fuera por otras causas —repuso Hannah encogiéndose de hombros—. Un mochilero o un pescador al que le hubiese dado un infarto o cualquier cosa.
Era posible, sin duda, pero ella misma oía lo inconsistente que sonaba, lo cual quedó confirmado por una mirada suspicaz por parte de Gordon.
—No suena muy verosímil, ¿estamos de acuerdo?
—Que los lobos hayan matado a alguien tampoco suena muy verosímil —replicó Morgan con su voz grave y tranquila—. Con la excepción de la persona que murió en el zoo de Kolmården, en Suecia no ha habido ninguna víctima mortal por culpa de los lobos en doscientos años.
Ni Hannah ni Gordon se molestaron en preguntarle a Morgan cómo lo sabía. Estaban acostumbrados a que él lo supiera casi todo de casi todo. Había participado hasta en tres ocasiones en Quién sabe más y había ganado el bote de diez mil coronas en la final del viernes. En 2003 había concursado en Quién quiere ser millonario en TV4 y había llegado hasta la final. Se había llevado tres millones, y aún le quedaron dos comodines por usar. Era algo que todos los habitantes de Haparanda sabían, pero de lo que nadie hablaba, sobre todo el propio Morgan.
—Tenemos un poco de suerte: era una loba sueca de más al sur que llevaba rastreador —comentó Hannah. Gordon la miró con ojos que pedían que desarrollara un poco el tema—. Las partes humanas llevaban como máximo un día y medio en su estómago, según el INV, probablemente menos. Si la Diputación la ha rastreado, a lo mejor podríamos seguir el mismo rastro y encontrar el resto del cuerpo.
—¿Qué distancia puede caminar un lobo en treinta y seis horas?
—Entre veinte y cuarenta y cinco kilómetros al día —respondió Morgan.
—La loba estaba herida —puntualizó Hannah—. No podía caminar muy rápido.
—Una loba herida con una cría —asintió Morgan—. Eso cambia un poco las cosas; entonces solo se comería aquello que realmente pudiera atrapar. Cosas lentas...
—¿Cuál es el nivel de detalle de los GPS o el satélite de la Diputación, o lo que sea que utilizan? —preguntó Gordon con un suspiro, muy consciente de lo que su compañero estaba insinuando.
—No lo sé —replicó Morgan contra todo pronóstico—. Puedo llamar y enterarme.
—Hazlo, encuentra al responsable de rastrear a esta loba en concreto, y encárgate de que manden un mapa lo más detallado posible.
Morgan se tiró de la prominente barba como si quisiera añadir algo, pero luego asintió con la cabeza y abandonó el despacho.
Gordon pasó junto al escritorio y se acercó a una pared donde tenía colgado un mapa de la zona al lado de una pizarra blanca, que ahora mismo estaba ocupada por un esquema que combinaba turnos de servicio con vacaciones. Como era de esperar, Gordon tenía el despacho más grande de la oficina. Si Hannah daba dos pasos más allá de su escritorio se empotraba en la pared.
—¿Dónde hemos encontrado a los lobos?
Hannah se acercó, señaló un lugar más o menos a treinta kilómetros al noroeste de Haparanda, algún centímetro por fuera de Kattilasaari. Gordon se le puso detrás. Tan cerca que ella pudo notar el calor que emanaba su cuerpo.
—¿Te han vomitado encima?
Hannah se volvió hacia él al mismo tiempo que se subía la camisa limpia hasta la nariz para olisquearla.
—¿Huelo?
—No, solo lo he oído.
—Ha sido Jonte... Jonte no sé qué más.
—Lundin.
—Eso. Lundin. —Hannah volvió a centrarse en el mapa—. Los encontramos aquí.
—Treinta y seis horas, pongamos treinta kilómetros al día, lo cual hace un radio de cuarenta y cinco kilómetros. —Gordon miró la escala del mapa, cogió una regla y un lápiz de su mesa y midió, trazó un círculo y estudió su obra—. Eso es mucho mucho bosque. Necesitamos más gente.
—A lo mejor deberíamos esperar a ver qué le dicen a Morgan. Como esos rastreadores no sean muy precisos, nunca lo podremos encontrar.
—¿Era un hombre? ¿Sabemos eso?
Hannah revisó mentalmente la conversación que había mantenido con Benny Svensén. Él solo le había dicho «persona», no le había especificado sexo.
—No, lo siento, de eso no han dicho nada.
—¿Y no tendremos tanta suerte como para que haya alguien oficialmente desaparecido? —Hannah negó con la cabeza. Gordon volvió a suspirar y, tras echar un último vistazo al mapa, se sentó de nuevo detrás del escritorio—. Vale, esperaremos a Morgan y entonces decidiremos qué hacer.
Por lo visto, la reunión había terminado. Hannah se dirigió a la puerta, pero Gordon la hizo detenerse justo cuando iba a salir al pasillo.
—Sé que ya lo sabes, pero mantendremos esto entre nosotros tres hasta que seamos verdaderamente conscientes de a qué nos enfrentamos.
Los ojos castaños de Gordon transmitían una gravedad que Hannah pocas veces le había visto. Solía tener la risa a flor de piel, ser desenfadado sin que por eso se tomara el trabajo a la ligera ni perdiera autoridad. Hannah se limitó a asentir en silencio, salió de su oficina y se alejó por el pasillo mientras pensaba que, por el momento, estaba teniendo un día de mierda.