Incluso antes de darse la vuelta, Hannah sabía que el otro lado de la cama iba a estar vacío. Ahora siempre lo estaba. También los fines de semana. Thomas se acostaba pronto, a veces a las nueve. Cuando ella se metía en la cama horas más tarde, él ya estaba sumido en un profundo sueño de espaldas a ella. A veces ella oía su despertador, a las cinco de la mañana, pero no era lo habitual. En esta época del año, Hannah ni siquiera estaba segura de que él lo pusiera todas las mañanas. Se despertaba igual, de todos modos.

Diferentes ritmos circadianos.

Él siempre había sido más de madrugar, entrenarse, ducharse y encargarse de que los niños se levantaran para llegar a tiempo a la escuela, antes de irse a trabajar. En cambio ella apreciaba mucho esas horas a solas cuando la tarde se convertía en noche, los niños dormían y la casa quedaba en silencio. Tiempo para ella.

Pero solían verse, conversar.

Ayer no se habían dicho nada en todo el día.

Hannah se levantó, se puso los vaqueros y el jersey, y fue a la cocina. Allí echó el vistazo habitual a la mesa, donde sabía que no iba a encontrar ninguna nota, antes de abrir uno de los armarios. Sacó café y comenzó a cargar la cafetera eléctrica. Mientras esperaba a que el agua negra fuera pasando por el filtro, hojeó el periódico que Thomas seguía recibiendo en el buzón. No había nada acerca del hombre que habían encontrado en el bosque. Hannah no necesitaba pasar las páginas para confirmarlo: si se hubiesen enterado de la noticia, el titular habría sido el más grande de la portada, quizá el único. Sacó el móvil, marcó un número y sujetó el teléfono con el hombro mientras abría la nevera. Thomas lo cogió al segundo tono.

—Hola, ¿qué haces?

—Estoy trabajando, o en el trabajo, vaya; la cosa está bastante tranquila.

Hannah se lo pudo imaginar reclinado en la silla de oficina con los pies subidos en el reposapiés, bajo el escritorio impecablemente organizado. La oficina quedaba en el último edificio de la calle Stationsgatan y tenía vistas a la palaciega estación, construida con una gran dosis de confianza y optimismo durante la Primera Guerra Mundial. O la Casa de la Juventud, como se la llamaba desde hacía muchos años, pues el tráfico de pasajeros a y desde Haparanda había cesado en 1992, y la ciudad ya no tenía ninguna necesidad de disponer de una estación. Ahora se hablaba de reabrir el tráfico ferroviario, pero la mayoría de la gente prefería ser prudente y no creerse nada hasta que vieran los trenes partir.

—Ayer encontramos un cuerpo —le contó Hannah mientras sacaba mantequilla, queso y zumo de la nevera.

—¿Ah, sí?

—Sí, por eso no fui a casa.

—Vale.

No era la reacción que había esperado. Ella se lo había imaginado enderezando el respaldo de la silla, inclinándose hacia delante y pidiéndole que le diera más información, con ganas de saberlo todo. No un simple «vale».

Thomas siempre había mostrado un interés genuino. No solo durante los años en Estocolmo, sino también desde que se habían mudado al norte. Aunque Hannah no se dedicara a perseguir asesinos en serie ni hubiese tenido casos especialmente espectaculares, él siempre se había interesado por su trabajo. Mucho más que ella por el de Thomas, y es que la contabilidad no daba mucho de que hablar, en opinión de Hannah.

—Parece ser que alguien tuvo un accidente de coche, atropelló a un chico y lo enterró en el bosque —continuó, pese a la falta de respuesta, y comenzó a untar dos rebanadas duras de pan de centeno.

—¿Tenéis algún sospechoso?

—No, ni siquiera sabemos quién es la víctima.

—¿Quién lo encontró?

—Nosotros. Unos lobos se habían comido partes del cuerpo y... una larga historia.

—Esta noche me la cuentas. ¿Estarás en casa?

—Depende un poco de lo que pase, pero sí, eso creo.

—Vale, pues nos vemos luego.

Un claro final. Tenía ganas de colgar. Le vino de nuevo a la cabeza lo que había estado pensando antes de levantarse de la cama. El día anterior no habían hablado en todo el día, y ¿cuándo fue la última vez que habían hecho algo juntos? Hannah no lograba recordarlo. Se habían visto, sí, habían estado en casa al mismo tiempo, pero... ¿hacer algo solos ellos dos?

Tampoco es que participaran muy a menudo de la oferta cultural, deportiva y de ocio que había en la región, pero de vez en cuando Thomas leía algo en el periódico y proponía ir. Hannah cayó en la cuenta de que había dejado de hacerlo. Del todo. ¿Desde cuándo?

—¿De qué conoces a UV? —le preguntó al mismo tiempo que empezaba a cortar el queso, reticente a terminar la llamada.

—¿A quién?

—UV. Dennis Niemi.

—¿El mecánico?

—Sí.

—Arregla los coches de la empresa, y nuestro coche y la moto de nieve, cuando hace falta. ¿Por?

—Nada, solo que ayer hablé con él y me mandó recuerdos para ti.

No era toda la verdad, pero así era más sencillo. El nombre de Thomas en el taller de UV le había hecho recordar que no sabía muy bien a qué se dedicaba Thomas recientemente.

Ni dónde lo hacía, ni cuándo, ni con quién.

No solo ritmos circadianos distintos. Casi vivían vidas separadas.

En el último año, Thomas había estado fuera mucho más que de costumbre. Pasaba más tiempo en el trabajo, cazando, pescando, en la cabaña, en casa de su sobrino. Tenía otras cosas que lo llamaban y atraían.

Quizá también otra persona.

Hannah no lo creía, pero tampoco podía estar segura del todo. Desde luego, practicaban menos sexo que antes. Hannah había pensado que ocurriría lo contrario después de que Alicia se hubiera ido de casa el año anterior. Había sido la última en abandonar el nido. Hannah lo había estado deseando. Durante muchos años se habían visto obligados a ser considerados y a esperar a los relativamente escasos momentos en los que se quedaban solos en casa para no ruborizar a los sensibles adolescentes con la vida sexual de sus padres. Ahora solo estaban ellos dos. Vía libre. Pero no había demasiada actividad en el dormitorio. Desde Año Nuevo había decidido anotar en el teléfono cuándo tenían sexo. Una simple «s» junto a la fecha de ese día. Por el momento había dos «s» en el calendario. La más reciente, del 8 de abril. Ahora ya estaban a mediados de junio.

—¿Qué hiciste ayer? —quiso saber, y apartó rápida y efectivamente la idea de que Thomas se hubiese cansado de ella. O de ellos, como pareja.

—Nada en especial.

—No me llamaste.

—Supuse que estarías trabajando, no quería molestar.

Hannah volvió a la mantequilla y el queso. Recordó la vida de hacía unos años, cuando acababan de casarse y justo se habían mudado a Estocolmo. En aquella época no tenía móvil, casi nadie lo tenía. Ella llevaba un busca, y cada vez que le vibraba procuraba localizar un teléfono lo antes posible. Thomas estaba en casa con Elin, podría haber pasado algo. Pero no. Thomas solo quería ver cómo iba todo, decirle hola.

A veces, solo quería oír la voz de Hannah.

Le daba igual si ella estaba trabajando. Si molestaba.

—Vale —se limitó a decir Hannah.

—Sí.

—Pero esta noche nos vemos.

—Sí, yo llegaré a casa a la hora de siempre.

Hannah cortó la llamada, dejó el teléfono en la encimera y comenzó a desayunar. Fue pasando distraída las páginas del periódico. Sin tan siquiera tener que pensar en ello ni esforzarse, la conversación de la mañana fue cayendo en el olvido.

Preocuparse no mejoraría las cosas.